Literatura en las paredes

La sesión del lunes, día 8 de febrero, estuvo dedicada a la poesía mural. Para ello tomamos como referencia la Revista Mural "Prisma", del que sólo aparecieron dos números. Jorge Luis Borges señala con relación a este proyecto: "Era un cartel que ni las paredes leyeron".

En el número 2 de la revistas aparece, junto a los textos, la siguiente "Proclama", toda una declaración de intenciones de los propósitos ultraístas del grupo:

"Ultra: nosotros los ultraístas en esta época de carcachifles que exhiben corazones desecados y plasman el rostro en carnavales de muecas, queremos desanquilosar el arte. Lícito y envidiable como cualquier otro placer es el que motivan las palabras eficazmente trabadas, mas hay que convenir en lo absurdo de honrar los que le venden, traficando con flacas ñoñerías y trampas antiquísimas. Nuestro arte quiere superar esas martingalas de siempre y descubrir facetas insospechadas al mundo. Hemos sintetizado la poesía en su elemento primordial: la metáfora, a la que concedemos una máxima independiente, más allá de los jueguitos de aquellos que comparan entre sí cosas de forma semejante, equiparando con un circo a la luna. Cada verso de nuestros poemas posee su vida individual y representa una visión inédita. El ultraísmo propende así a la formación de una mitología emocional y variable. Sus versos que excluyen la palabrería y las victorias baratas conseguidas mediante el despilfarro de palabras exóticas, tiene la contextura decisiva de los marconigramas…Nuestros versos son lo importante. Aquí dejamos sangrantes de la emoción nuestra, bajo los hachazos del sol porque ellos no han menester las complicidades del claroscuro…Los rincones y los museos para el arte viejo y tradicional, pintarrajeado de colorines y embarazado de postizos, harapiento de imágenes y medicante o ladrón de motivos. Para nosotros la vida entusiasmada y simultánea de las calles, la gloria de las mañanitas ingenuas y la miel de las tardes maduras, el apretón de los otros carteles y el dolor de las desgarraduras de los pilluelos, para nosotros la tragedia de los domingos y de los días grises. Hastiados de los que, no contentos con vender, han llegado a alquilar su emoción y su arte, prestamistas de la belleza, de los que estrujan la mísera idea cazada por casualidad, tal vez arrebatada, nosotros millonarios de vida y de ideas, salimos a regalarlas en las esquinas, a despilfarrar las abundancias de nuestra juventud, desoyendo las voces de los avaros de su miseria. Mirad lo que os damos sin fijarnos en cómo.…"



Revista número 2. PRISMA


Transcribimos a continuación alguno de los poemas que aparecían en dicho número:

AURICULARES

A través del mundo
yo persigo
la trayectoria estelar
de los hilos telegráficos
Oídos errantes
Nervios de las palabras
Corazones del sonido
Sobre la antena de mi cráneo
se abaten los despachos del Zodiaco
Las vibraciones auriculares
regulan mis latidos emocionados
E l   a v i ó n  d e l  v e r b o  r i z a  e l  r i z o
Trayectorias
Ondulaciones
El pulso de las horas
vibra en los cables aéreos
-venas de glóbulos nunistas-
Nuestro planeta ambulante
Se espasma en mi grito jubiloso
de interpenetración espiritual
Sobre las
torres aviones trasantlánticos
se tejen las redes arácneas de los circuitos
Sobre las cumbres
todos los oídos humanos en los auriculares
En la apoteosis
desfilan las ciudades redivivas
Se oyen resonancias multánimes
Desde las melodías astrales
y los ruidos dinámicos de hoy
hasta los vientos sincrónicos
de nuestro ritmo.

Guillermo de Torre


TORMENTA

¡Tormenta!
Con su campana de agua
Va despertando los cantos dormidos
AFUERA:
El corazón
hecho una gav[iota?]
se nos perdió en el horizonte
En los oídos del silencio
se desmelena un bosque de ecos
Las flores
canciones encerradas en sí mismas
evocan
la soledad desnuda de las lámpara[s
]
El cielo es como un polo
para las brújulas de las miradas
Sombras… olor a tierra… luces…
El viento es una angustia
que hace agobiar los árboles
Las personas caminan
como tijeras atareadas
i en las torres se ensartan
los corazones ávidos
¡La lluvia!... ¡La lluvia!
Para la música del mundo
se hace un espejo mi alma
ADENTRO:
Tú te habías vestido de silencio…
La pieza toda era un epitalamio
La lluvia presa en tu alma
como un pañuelo entre las zarzas
La soledad estaba
repleta de canciones
Dijiste: Beethoven…
Tu corazón fuente nocturna
se pobló de las luces de tus sueños

Francisco Piñero


POEMA

En la abadía de la soledad había
lámpara del alba
floreros de poemas
ara de horizonte
incendio de silencio sacrificio
Me vestí la casulla de un crepúsculo
El coro de las cantoras llamas
las estrellas torcaces
Se izaron las pausas como antorchas
Temblaron los cristales de mi alma
I hasta el río
quería incorporarse sobre el lecho

Jacobo Sureda


Señala González Lanuza en “Los martinfierristas”: “si desde algún momento puede comenzarse a hablar en nuestro país de la formación de una nueva sensibilidad literaria es, sin duda, a partir de la aparición de nuestra revista mural Prisma”.


Propuesta de escritura

En esta ocasión traspasaremos las paredes de este muro para llevar a la calle, en forma de revista mural, los textos resultantes de la tarea.
Como buenos aspirantes a ultraístas propusimos escribir un texto con una serie de requisitos: el uso de palabras esdrújulas (tal y cómo hacían dichos poetas), incluir en el tema de nuestro trabajo la tecnología (signo evidente de estos tiempos), reflejar la inmediatez y la rapidez de las nuevas formas de comunicación, reflejar el maquinismo (lo eléctrico, la robótica, el dominio de las máquinas frente a lo manual), emplear la metáfora para llegar a la raíz de las cosas y no con un propósito descriptivo, ahondar en la realidad de las cosas y del hombre más allá del sentimentalismo vacuo y las palabras usadas como adorno.

Y estos son los textos enviados por algunos de los participantes en el taller:


Declaración de intenciones
Nosotros, aficionados escritores, asistentes semanales al taller de escritura creativa “Casa de las Conchas”, de manos de nuestro guía Raúl Vacas, queremos, en esta propuesta, brindar un homenaje a aquellos autores ultraístas que, en las primeras décadas del siglo XX, decidieron enfrentarse al modernismo, movimiento que había dominado la poesía en lengua española desde fines del siglo XIX.

Retomaremos, entonces, algunas de las características ultraístas: uso de palabras esdrújulas; empleo de metáforas con la intención de captar el germen de las cosas; fuera sentimentalismos de ningún tipo y cualquier modo de ornamentación superflua. Para estar en consonancia con nuestro tiempo, reflejaremos la inmediatez y rapidez en las formas de comunicación, el maquinismo y la tecnología.

En estos momentos difíciles en los que la palabra, en la lengua oral y escrita, se usa fundamentalmente para ofender, insultar, convencer, manipular, distraer, disfrazar la realidad y divulgar, la mayoría de las veces, noticias falsas, nosotros prometemos, alejados de todo ello, emplearla lo mejor que sabemos.

Con nuestros tímidos escritos, pretendemos mostrar que la palabra, a pesar de todo, es fuerte. La palabra puede expresar mucho más que intereses partidistas y personales de unos pocos. Y, principalmente, la palabra puede hacer evadirnos de tanta estupidez anclada en nuestro tiempo.

Toñi Martín del Rey


Paisaje roto

Impertinente el malva del color del espíritu,
hoy viste maniquíes,
ridículo el crepúsculo
como vieja oxidada,
las orillas del río, teñidas de dorado,
un cinema patético.

Hace mucho quedaron nuestras cuencas vacías,
alguien echó a rodar los ojos al asfalto,
nos han secado el alma que Juan Ramón cantó.
Libamos extasiados pinturas reflectantes
que disimulen algo nuestro muro mohoso,
más colores, aceites, muñones ortopédicos,
gafas, sedas, perfumes
huelen a tiempo muerto.
Se marea el paisaje de los videos,
se fue la luz del sol, enciendan los neones.
No nos quedan más lilas en la tarde,
una araña metálica teje en carcasas muertas.

Emilia González


En homenaje a Borges y su revista mural

Escombros.
Misil inteligente en trayectoria álgida,
Parábola perfecta de gran computadora
Dirigida por drones de láseres pulsados
Que siempre da en el blanco.
Elige el objetivo, comienza una matanza.
Frenética tormenta de acero que se abate
Sobre la vida ingrata
Mansiones de barro, palacios de hojalata.
Derriba las paredes, estraga las antenas
Que reverberan ondas y comunican almas.
Mujeres, niños, viejos,
Sarcófagos inmensos en tierras muy lejanas.
Muertos de videojuego.
Imágenes grabadas por los robots soldado,
En iPads anoréxicos, smartphones mercenarios.
Panoplia de pantallas, monitores de agua,
Filas de consolas. Botones, luces, teclas
Que dirigen las guerras y esconden las hazañas
De ciberasesinos,
Poniéndolos a salvo de incómodas miradas.
Domésticos salones, gigantescos plasmas.
Seguros, ahítos, ciegos con orejeras caras
Ahogados en la nada, viendo sin ver,
Proezas imperiales, glorias informáticas.

Dionisio Alonso


Palabras

Inéditos poemas,
colgados en un iPad,
diseñan paisajes digitales.

Pétalos de voz
sellan un vínculo de letras
para buscar en Google
enlaces de lírica pasión.

Palabras desnudas en WhatsApp
hilan un flácido latir junto al recuerdo.
El tiempo es un tránsito de notas
archivadas en un iPhone,
escritas con plácido sentir,
reflejo de mi ser
en el cálido silencio de una espera.

Sofía Montero


La calculadora

Almohadillas sensibles,
al tacto de los dedos,
cubren el horizonte,
con letras y números.

Rectángulo con visor,
al pulsar la tecla ON,
se activan los circuitos del interior,
y comienza la función.

Con total privacidad,
realiza cálculos matemáticos,
con rapidez y seguridad,
y no se equivoca jamás.

Luis Iglesias


Tormenta eléctrica

Emiten aviso de tormenta eléctrica,
automática, informática y matemática,
sin lluvia.

Los datos colisionan en cumulonimbos remotos
y, en un relámpago, nos llegan las estadísticas,
sin nombres.

Truenan voces desconectadas y dispersas,
en un código binario en el que abundan los ceros
a la izquierda.

Buscamos resguardo sin filtros:
diez millones de resultados,
pero es ruido.

El rayo cayó en alta definición
ante decenas de pantallas táctiles,
pero sin ser visto.

Nos hemos quedado sin conexión
y lo sentimos,
esta página está fuera de servicio.

Ismarie Díaz Flores


SPOT

Maltrecho aperitivo de foie,
la previa de la sala blanca;
un bombón, un fotograma:
¿estado vital? Títere.

Viajes de éxito y éxito,
amor en formato tráiler:
¡cómpralo, cómpralo!

Yo te lo vendo.

Bits y ceros a vértigo
velozmente, engulle no digieras;
Diógenes del digital,
solo cómpralo: yo te lo vendo.
30 segundos con final feliz,
actor blanco de pastiche;
oropel en holograma
y nombre a recordar:
la ráfaga de lo que no es.

Pero cómpralo: yo también vendo.

Carmen Álvarez


La Libélula Azul

Hay libélulas de pulso esdrújulo
Bailarinas de verano
que con una varita silábica
esparcen semillas sobre el muro que ahoga la luz del verso

Quieren sembrar ventanas:
Acordes con raíces profundas.
sin máscaras,
sin terciopelos,
sin porcelanas
Son bengalas de aliento fugaz y fuerza oceánica.

Hay bailarinas de verano.
Libélulas de pulso silábico
que con una varita de métrica prófuga
rotulan las esquinas con un remolino de metáforas.

Quieren regalar a una tierra huérfana de belleza, oxígeno gráfico y colorista
Melodías con entrañas.
Relámpagos que revivan el sentir áfono del cemento geométrico, del hormigón que se seca entre engaños, de la argamasa que se pudre entre vértices y ángulos opacos.

Ni sarcófagos románticos. Ni prostíbulos decrépitos.
Son pólvora herética. En sus alas naufragan los museos.

Hay bailarinas azules.
Libélulas de pulso freático
que con una varita de símbolos subterráneos
abren pozos en las calles.

Quieren manantiales ajenos a la secuencia de Fibonacci
Corales que rompan la cárcel donde se amusga la voz del trigo y la savia de los árboles
Ni versículos áureos
Ni cohetes postizos.
Ni arácnidos que tejan reinos de insectos y altares.

Son velas de cabo sacrílego y cera fecunda. Luminarias profanas de llama fértil.

Hay libélulas de pulso plástico
Bailarinas de verano
que con una varita apóstata rasgan la túnica clásica que las amordaza
y revolotean entre pentagramas vírgenes. Su clave es íntima.

Nacieron de una falla lírica que truncó el agua
Una grieta en la corriente hermética que definió al pájaro como ave de jaula.
Son cetáceos sin casa y sin ábaco
Regalan sol sin números. Aromas sin rodrigón cromático.
Hogazas de harina polifónica y vino sin estabular. En su mesón no hay cuadras.
Son imágenes sin cáscara. Ánforas que respiran el aliento que las talla.

En el Parnaso, las Musas contemplan su odisea.
Homero y un ejército de poetas están con ellas.
Cada uno porta su heráldica. Muchas son anónimas.
La sangre del dragón está en todas ellas.

Todos saben que el verano pasa.
Pronto mudará de piel la libélula.
Todos saben que hay larvas en el agua, ninfas ávidas de llanuras nuevas.
Todos saben que cuando la lira despierte una sola de sus cuerdas,
el arte y la magia explorarán una vez mas la selva.

Buscarán el rayo de Zeus que se esconde en la maleza.
Querrán un código lírico que disuelva las tinieblas.

En el Parnaso, las musas contemplarán su odisea
Borges, Oliverio Girondo y un ejército de poetas estarán con ellas.
Cada uno portará su heráldica. La sangre del dragón estará en todas ellas.

Ana Isabel Fariña


PENDRIVE

Conductor que monta en los asientos traseros paquetes de memorias pasajeras, espíritus enlatados.
En el maletero órdenes ocultas de hackers sin escrúpulos.
Motor de cookies y javas enramadas en circuitos imposibles.
Papelera rebosante de plagas polvorientas de archivos basura, que se agarran desesperados a las aspas del ventilador sin noción de lo escatológico.

Aronbanda


La cáscara de FACEBOOK

Término óxido de láminas con código único,
es un vértice decrépito, didáctica ácrata,
informática modélica,
bóveda cóncava, pública y pálida,
libélula de retórica romántica,
micrófono de pátina plástica.

Es la fábula mágica, recóndita,
sin lógica, sin vértigo, sin círculo…
vómito de víbora tétrica de sílaba unísona.

Clásico escéptico, cónyuge de ídolo hist
érico.
E​quívoco oráculo, metáfora cínica de película patética.
Último zángano de pájaro esdrújulo.

​M. Venttini​






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Hay sombras que no pueden faltar

La sesión del taller del lunes, 1 de febrero, la dedicamos a Remigio González "Adares", el poeta de la Plaza del Corrillo. Nos sumamos de este modo a los sencillos homenajes que algunos de sus amigos le brindamos con motivo del quince aniversario de su muerte, el 4 de febrero de 2001.

Dejo aquí el artículo escrito a vuelapluma que publiqué en el diario digital Salamanca RTV al día:

“En el Corrillo tengo dos márgenes: el verano lo paso en Portugal, enfrente de las escaleras, y el invierno en España, sentado en la piedra. Este es mi lugar auténtico. Ni el frío, ni el sol, ni la nieve se atreven conmigo de lo que me conocen”, así se refería Remigio González “ADARES” a su lugar de trabajo, la Plaza del Corrillo. Allí tenía su oficina, allí latían sus palabras más allá de los libros, allí se hizo paisaje.


Imagen: Emiliano Cruz

A diario caminaba desde su casa con un pequeño fardel al hombro lleno de libros. Al llegar a las escaleras de la Plaza del Corrillo los colocaba minuciosamente sobre los peldaños. Ataba con firmeza una estrecha cuerda a dos de las columnas y sobre ella izaba un trapo rojo: “tengo un plan para tensarla sin hacerle daño. El trapo rojo significa la bandera de Salamanca y la tengo atada a las columnas para que no se la lleven”. Un sencillo cartel con el título de “Poesía” resguardaba de la intemperie aquellos libros que no eran otra cosa sino sus huellas, su herencia más sincera.
Pasear junto a la plaza del Corrillo y no encontrarse con ADARES es tan extraño como lo era verle sin su gorra. “Ver a Adares sin su gorra cuesta dinero”, le dijo una vez a un buen amigo. Era uno de sus símbolos, uno de los testigos de su inquietud poética como la barba o el atuendo. Pero más allá de esos símbolos y del personaje al que unos se acercaban y otros miraban de soslayo, está su poesía. Adares fue, y es, un poeta con mayúsculas. Ën cada uno de sus versos hay un amor constante más allá de la vida y de la muerte, un diálogo con el amor, con sus raíces, con su madre, con Salamanca, con Anaya de Alba.
Ni siquiera el párkinson que arrastró en sus últimos años de vida fue un obstáculo para él y su cita diaria con la Plaza del Corrillo. Allí desembocaba de lunes a domingo como el río que refrena su curso en el tembloroso mar. Y con aquella rumba en su cuerpo y en su mano firmaba sus libros y dejaba en ellos su estampa. Le temblaban la voz y el pulso pero nunca la mirada: “La mirada mía y la voz pertenecen a la tumba, por eso las tengo a la moda”.
Adares fue un chamán de la poesía, un marino de ultramar que navegó mil versos y metáforas, un robinsón sin naufragio que encontró su lugar en su plaza de vivir prodigios, una plaza que sería otra, sin lugar a dudas, con su estampa bañada en bronce. Porque allí vivió, allí sufrió el rigor del invierno, allí escribió sus cartas a París, allí ejerció su magisterio y defendió su libertad de cátedra. Por eso hoy, a punto de cumplirse quince años de su muerte, celebramos su poesía, su vida, su muerte. “Nací y he muerto, dos oficios en uno que dejo hechos” reza su epitafio. Hoy, más que nunca, vuelve a hondear el trapo rojo de su poesía en lo más alto del recuerdo tal y como dejó escrito en su poema “Cátedra”. Hoy más que nunca gritamos que hay sombras que no pueden faltar:

Con la historia de todo lo que sea
llego con cada día aquí lleno de deudas,
lleno de fiestas, con un poco de todos
dentro por dentro permanezco demasiado
atado a estas columnas Plaza del Corrillo
donde la vida cruza hacia la vida
y aquel que no me vea perdido entre
las horas, los otoños, los inviernos
y algún verano cojo.
Todo está tocando estas columnas
mi bandera y mi cuerda mi corazón viajero
en plena madre.
labios de esta bandera que al encenderse
las primeras banderas para el cine,
siempre cuento el dinero.
Mi poesía con acaba porque quiere mezclarse
con aquellos que piensan sobre los que me miden

Palabras como esta:
¡Buscadme por aquí, sepultureros!


Ilustración: Tomás Hijo


La tarea de escritura de esta semana consistió en elaborar un texto a partir de alguno de los versos o poemas de ADARES. Cada participante del taller recibió un libro del poeta que abrió y espigó tratando de buscar la frase o el texto completo que sirviera de apoyo, de resorte o de trampolín para su trabajo.

Estos son algunos de los textos recibidos:


Polvo héroes

Aunque nació en Anaya de Alba, Salamanca es un barco que vuelve su cabeza hacia otro mar. Quizá por eso se detuvo en la ciudad del Tormes y le dedica su ingenio, su tiempo, su obra y su vida: Llamaré donde mis dedos escriban de tu nombre. Tú me has nacido amor sin enfadarte. Sin duda “No me preguntéis de donde soy llevado” es el libro de poemas que más identifica a Adares con Salamanca.
Publicado en 1991, capicúa y cornucopia, los años del apogeo de la escritura de Remigio González. Presto a su cita con las piedras del Corrillo, con su nívea barba de musgo, camuflada entre su piel de arenisca y la atención a extranjeros, lectores y estudiantes. Pensaba que en la calle es donde más se aprende porque es donde más se ignora. Decía “Yo puedo ayudar a la calle y la calle me puede ayudar a mí. Escribía en distintos poemas: “Es mi brazo cartabón que te ha trazado Salamanca”.” Universo de llaveros, Salamanca sortija del alma”.” ¡Oh! Piedra donde amarras el movimiento al sueño.”
Tres años después y en mes de abril le preguntaron ¿Y poesía? ¿qué significa poesía? “La poesía significa sinceridad, generosidad y, sobre todo libertad”. Más que nunca deben restallar estas palabras en nuestros tímpanos, como un látigo en el aire; como los tambores de guerra encendidos por recuperar la palabra, los valores, la sociedad en cada esquina y sobre todo a la poesía misma. ¿Acaso puede el poeta poseer otro valor que no sea el de la sinceridad con los demás y consigo mismo? Como nos muestra el Génesis y también la entrada al cementerio San Carlos Borromeo: “Pulvis est et pulverum reverteris” Polvo eres y en polvo te has de convertir. No es casual que el propio Remigio en su verso escriba: vuelto cenizas polvo héroes. Y en su poema entero…

En Salamanca

Catedrales que estáis ocupando la luz de tantos cielos,
los tramos y los muertos,
que en cada calle se quedaron ellos;
los hombres del ayer que hacia arriba
hicieron tus tableros tus esquinas
cornisas y grandezas.
Entre ellos.
Flotáis como palomas, plumas, resquicios
de la última chaqueta, el bocadillo
último, sin saber en qué piedra,
en que encaje,
en que párpados tajuelas que no han
vuelto cenizas polvo héroes.
En Salamanca
Catedrales que estáis ocupando
respetad lo que en vuestro interior
se está haciendo polvo.
Adares

Hoy en nuestra Salamanca, abundan el déficit de atención, la sobredosis de los palos de los selfies; sobran aspirantes a Casados a primera vista o a Gran Hermano y faltan Adares de conciencia, obra y comisión.

Chema García


mas moriré si más despacio quedo

A Quevedo y tierno amor de lilo



alegre está la tierra en el umbral
la cúpula del cielo desahuciada
que grita su silencio acorralada
cuando la historia duerme en el cristal.

la muerte se hace gris en su final
colores de una vida deseada
se tiñen de dulzura marchitada
despierta a la vejez de un funeral.

la tumba donde muere nuestra mente
enfría la pasión de mi existir
“que nunca he de morir ni en paz ni en guerra”

pues solo entre las sombras del presente
camino con sigilos de vivir
un tránsito de frío que me aterra.
Sofía Montero


El último cero

Retazos de la mente,
en el hueco alborotado de los días,
viven el perfume de las horas.

Sabores de silencio,
más allá del tic-tac,
arropan los minutos,
tejiendo la armonía
de un CERO destronado
por el último vivir.


Patíbulo

“Estoy aquí parece.
Según y al parecer
estoy aquí
más solo que yo mismo y más solo
que mi soledad, de metros”.

El dilema es si está, parece que sí, o si es. No es igual estar solo, situación que se puede elegir o buscarse, que la soledad. El primer hombre es la soledad. Se levantó y vio a los que todavía no eran, sintió el vacío lleno de la tierra, campo, árboles, animales. El cielo lo aplastó tan de repente que a punto estuvo de volver a nada. En ese momento intuyó la soledad de estar siempre acompañado.
Pero primero hay que ser, pues únicamente se puede dar cuenta de la soledad cuando se tiene conciencia de sí mismo, y se pregunta cómo se llega a ser para después poder sentir la soledad. Si no se es no se puede estar solo. Pero ser no es esencia, la verdad es el no ser.
La soledad no implica la libertad, sino el miedo. Ser libre es encontrar tu sitio entre todo lo demás. Tener la capacidad de transformarse en todo para acabar siendo uno mismo. Así si puede estar solo sin que la soledad te aniquile.
El sueño es implacable, se repite sin aviso. Caes, te hundes en el sin fin. La angustia te despierta sudando por un terror de víscera; volverá, sin cuándo, no cesa.

Dionisio Alonso


Me enamoré sin permiso

"Hágase el Amor y viaje la palabra"

Remigio González ADARES



Me enamoré sin permiso
del aire de nieve
que duerme en el río.

En un compás impreciso
me ahogué en su torrente:
pétreo candil indiviso.

Me entregué a su capricho:
Noria intensa de beso leve
Promesa de miel de espino.

Fuí el amante furtivo
del brasero de una boca:
amapola de pueblo y vino.

Hice de mi pasión, delirio
Bordé luz bajo su sombra:
Caricia de tacto fino.
Supe qué es estar vivo:
Buscar lirios en la roca,
Ser siempre Amor novicio.

Me enamoré sin permiso
de una mujer que dormía:
Mariposa de tierra, desnuda en el limo.

La pereza se hizo trino:
Infierno sin fuego. Voz sin prisa.
Remo libre. Imposible sin castigo.

Me enamoré sin permiso
Susurré sonrisas en la brisa:
Versos sin orgullo. Papel de rocio escrito.
Palabras de "corrillo."

Me enamoré, si.
Me enamoré del amor que sobre el Amor descansa.
Me enamoré sin permiso.

Ana Isabel Fariña


Diálogo con los poemas "A mi única madre" y "A mi madre Alejandra"


"La madre es la palabra de todos los oficios" 

Mi barca ya está hecha


Desde la ventana nos veías partir.
Siempre en silencio, sin ningún reproche.
Preparabas el brasero en el invierno, sin prisas.
La casa siempre limpia, con esmero.
Despacio, con el serillo bajo el brazo, ibas a la compra.
Los vendedores ambulantes llamaban a tu puerta, te conocían.
El puchero a fuego lento, !Que garbanzos! !Que alubias! !Que lentejas!
Las sopas de ajo, te quedaban de lujo.
El chicharro con patatas y pimientos, para chuparse los dedos.
El flan de huevo al baño maría, inigualable.
Recuerdo verte en el corral echando de comer a las gallinas, cogiendo los huevos del gallinero, colgando la ropa en el tendedero.

Desde la ventana nos veías llegar.
¿Te fuiste sin apenas disfrutar de la vida? !Que sepas, que te echamos de menos!

Luis Iglesias


Rumbo acumulado

Camino, ruta, senda abierta
con una mochila en los hombros cargada

“así es la vida”
la vida: morral a la espalda,

El tiempo la gasta, la arruga, la aplasta…
finalmente se hace sombra, se pierde, se pasa…

“Perderé la luz. Me encontrará la tierra, ciega,
y entonces permaneceré en silencio”

Silencio que se ha roto con las palabras,
tus palabras, esas que revolotean
por las tres escaleras del Corrillo…
si te paras las notas, las sientes, las palpas…
es tu poesía danzando con tu sombra,
entre las columnas de piedra dorada, agrietada, desgastada,
en la cuerda que la orea, la ofrece, la ata…
el silencio calla.

“Yo perdí mi tiempo
del que solo encontrar he podido mi sombra”

Tiempo acumulado, tiempo derretido, tiempo enlatado…
embutido en los deseos, tiempo malgastado, roído, quebrado…
quedan las sombras en un desván humilladas, húmedas, ajadas…
allí se juntan las letras,
al final solo quedan palabras y brumas recuperadas.

M. Venttini


Cinco días sin mí

El título creo que responde a la creación del hombre. Tomando como referencia el “Génesis”, Primer libro del Pentateuco, que narra minuciosamente el nacimiento del mundo y el origen de las cosas. Y el citado texto señala en su capítulo primero que “en el principio creó Dios el cielo y la tierra” y así va citando la creación de la luz y de las tinieblas; de la tierra y de los mares; de las aves y los peces, etc. tarea ésta que fue realizando Dios en diferentes períodos de tiempo que denomina días. De esta forma siguiendo un orden cronológico estuvo cinco días formando todos y cada uno de los elementos que conforman el universo y ya viéndolo acabado y perfecto el día sexto dijo “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”.

El poeta con este título nos lleva a una visión existencial desde el principio de los tiempos.

Suena la vegetación
Rompe una máquina el surco
Lo que me ocurre a mi aún no ha nacido.
¡Y está detrás de ti!


"Estamos en el principio"

De nuevo el poeta nos lleva al principio de la creación del universo y del hombre. Y, metafóricamente, suena la vegetación al nacer y crecer, rompiendo el surco magistralmente trazado por el Supremo Hacedor por efecto de la máquina del tiempo.
Lo que me ocurre a mi aún no ha nacido….y yo me pregunto: ¿Y nacerá?, posiblemente si, ya que dice que aún no ha nacido dejando entrever que nacerá. Cabe entonces pensar que esa acontecimiento pudiera ser el final de sus días sobre la tierra, la inevitable muerte.. y es porque los sucesos de la vida se encadenan cronológicamente desde el origen hasta el final, desde el nacimiento hasta la muerte.

¡Y está detrás de ti!...al estar detrás, me impide verlo y me empuja inexorablemente hacia adelante, hacia el final. Por tanto el autor bien pudiera poner también de relieve el inevitable paso del tiempo, movido por una máquina que te conduce al final, a la muerte.

Ramón Sánchez Rodríguez


Diálogo y réplicas 

La poesía nunca se asoma sola

Escrito a lápiz sin soltar el asa


ADARES: En cualquier mundo siempre hay muchos mundos, unos que salen y otros que no entran.

Nicolás: Y cualquier aire se siente, pero no se siente., depende de que parte venga el mundo.

ADARES: Día a día con un traje marrón se sale del camino la poesía que escarba aire por aire.

Nicolás: Noche a noche con un traje blanco... blanco… fantasma… se aturrulla… los versos tiemblan…

ADARES : Centella de Castilla es la que más arrastra hacia la nube de los poetas con una gota de agua. 

Nicolás: Elevados brillos de surcos sumergidos en hielos de madrugada, dilatan las pupilas de poetas hambrientos de nuevos destellos.

ADARES : Estos grados que hallo aquí, entre mi chaqueta, Salamanca la Blanca que habla antes que el habla porque la poesía está en casa.

Nicolás: El poeta de casa, acostumbrado esta a Sol y escarcha, y deja que la siesta sea una danza de musas en Salamanca la Blanca….y deja que el Sol derrite escarcha.

ADARES: Pero por si acaso, que no exista el contagio de esos concejales más adelantados.

Nicolás: Eso era antaño, ahora cualquiera diablo hace migas con concejales mediocres a la deriva.

ADARES: Atarle la barriga a la alcaldesa, me refiero a esa, a la que la sobra un diente.

Nicolás: De boca cerrada, tú no sabes si la sobra o la falta, mira a ver si es de mano larga.

ADARES: Del último garbanzo fecha que va hacia abajo este es el chocazo de este mundo distinto, hay que ponerle freno porque no se entretiene ni con ellos mismos. 

Nicolás: Los mundos siempre son distintos y el garbanzo si es negro…¡ni te cuento! No pongas freno, quizás se pongan de acuerdo.

ADARES: A algún alcalde dedicado con historia. Con trabajo y con apuro hemos podido arrancarle el sillón del culo.

Nicolás: Quien mata a un perro, será mata perros de por vida… y quien arranque al alcalde el culo del sillón será… Juan Sin Miedo Sillitero de por legislatura.

Nicolás Hernández López


Querido Remigio:

Me quedé sin Juan y casi sin sueño

"La Holanda de los cuchillos". La novela de Juan Márquez


Yo también me quedé sin mi Juan, pero yo no pude recuperarlo en una carta. No se me fue a la Holanda de tulipanes, sino a un territorio de claveles mustios con sus vecinos silenciosos y cenicientos. Bueno, lo de los claveles es un decir, metáfora apenas, porque ni siquiera lo sembraron en tierra, sino que guardaron para siempre el polvo de sus huesos en una insípida bóveda de cemento donde nada germina.

La primera noche sin él estuve como entumecida, sumergida en un sopor interminable, anonadada ante la realidad inabarcable de la muerte.

Con un aturdimiento inmenso que no me dejaba ver ni escuchar la vida.

Nerviosa ante la posibilidad de su fantasma.

Abrumada por los rezos y los rituales antiguos: el pañuelo en su crucifijo para que encontrara el camino y la remoción de sus cosas para saldar sus pendientes.

Solo la pipeta de oxígeno que ya no le insuflaba vida y la cama vacía me decían que nada era mentira.

Mi Juan no tenía, como el tuyo, la mano herida sino herido el cuerpo entero, pues era su muerte una herida cerrada, sin sangre, puro frío y rigidez. La hoz que lo segó es tan desconcertante porque causa la lesión incurable que, sin embargo, lo cura todo. A saber si el que se pasea con ese atroz acero sentirá algún remordimiento.

Yo también recibí un golpe, cuando el coche fúnebre se lo llevó y mi madre dijo en un susurro desgarrado: "Adiós, mi viejo querido" ¿Quién podría abrazarla en su dolor distante, si yo no podía salir de mí para alcanzarla?

Pero, la ausencia lastimó más que su muerte, porque se renacía cada día a la misma pena, se despertaba a la pesadilla de no verle. Porque pasó el entumecimiento y sentí la llaga abierta, y el tiempo no ayudaba, porque cada vez era más cierto. ¡Cuánto tardó en extinguirse el impulso de ir a contarle alguna historia que creía que iba a gustarle! Me paraba en seco, de pronto al ver la habitación donde ya no estaba. La cama no se llenaba nunca y en la radio, que se había quedado para siempre sin oyente, Kalimán contaba sus aventuras al viento.

¡Si hubiera podido, como tú, escribirle a mi Juan herido!

Y que me contara de su antiguo oficio de sembrar papas y ordeñar vacas.

Pero, no hay cartero que viaje a esas lontananzas y desde esos lares solo nos llega silencio.

Sólo me queda despedirme, después de haber lanzado estas palabras tardías para un dolor antiguo. Tardías, las palabras, como esta carta, que no encontrará ya a su destinatario en su vieja Plaza del Corrillo.

Firmado a dos manos, 

Maritza García Toro


Sin trampas


Escucho, y oigo latir con claridad y sosiego
Y sube la sonrisa desde el pecho hasta el gesto
Y llegan la luz y el aire a los rincones
Y el amor esperándote en el cruce
No colgarse en la poesía es un delito

El poema "Sin trampas", al que alude este texto forma parte del libro “La última palabra de los árboles

Antonia Oliva

Conversando con Adares, de toalla en toalla

Lo primero que me llamó la atención fue el título: “De toalla en toalla”. No lo entiendo, tal vez no sea necesario. Entonces me quedé pensando en la felicidad del poema que ve un pájaro volar, pues me recordó el atardecer que acababa de ver.

Al otro día, el poema me llamó de nuevo, me dijo algo distinto. Es lo que tienen los poemas capaces de mantener una conversación. Me vio enfrascada en mis propios escritos y dudas y me dijo: Yo no soy un poema de toallas, soy un poema de poemas. Entonces vi el ave saltar al vuelo de entre las páginas, cual espíritu escurridizo. Claro, un día agraciado, con una lectura afortunada, el alma del poema gana su libertad. Ese poder sobrecoger a, al menos, un lector incauto, vale por todos los lectores que dejan al poema enjaulado entre las dudas y miserias de su autor.

Cada verso siguiente no hizo más que confirmármelo. Aunque me reafirmo, todavía no entiendo lo de las toallas. ¿Qué pueden significar la mar y las toallas para un señor que amaba tanto una tierra sin playa? ¿Sería un recuerdo de sus días lejos de estas tierras? ¿Acaso aquella inmensidad en lontananza, precisamente por lejana, le decía mucho más? De toalla en toalla la mar sería feliz… ¿Somos los lectores los bañistas? Con que nos toque un poco el agua clara de un verso, ¿sería el poeta feliz?

Lo admito, Adares era nombre extraño para mí. De toalla en toalla, nos hemos conocido. A quince años de su muerte, me ha salpicado como el rocío de una ola que se deshace entre las piedras. Una vez más, sus pájaros han burlado las cárceles del papel.
“De toalla en toalla” aparece en el libro Escrito a lápiz sin soltar el asa.

Ismarie Díaz Flores


23 de agosto sin Ambulatorio

A partir del poema “Ambulatorio y 23 de agosto”


No sé por qué nacimos tan destinados.
Nuestra esperanza se desvanece
siempre en esta maldita fecha.

No sé por qué el tiempo nos persigue tanto
y las garras de la muerte nos atrapa.
No existe escapatoria.

Imposible echar la vista atrás
o salir corriendo hacia el otro lado.

La sombra de las horas nos condena.
Decimos adiós y lloramos.

Nuestro 23 de agosto no tiene ambulatorio,
hay, en cambio, un ataúd obligatorio.

Toñi Martín del Rey


Dedicado al Lazarillo

Para los que no tuvieron nombre y se les desata la correa del alma,
para los presos que están acusados por un delito que no cometieron en el pasado
y algunos que lo cometieron y están arrepentidos de haberlo cometido.
Para los que están negados a Dios y que no creen en alguna religión .

Ya basta de tanto rencor...

David Álvarez



La sed del río 

                                                        a Curi

Caminando, bajo el sol de la primavera
con el canto de los pájaros, observo
el arroyo donde creció una gran amiga.

Y, que, en verano y por sequías la falta el agua donde nace la vida.

El ruido de los vándalos con las motos,
desata la poca tranquilidad que aún queda en el arroyo.

Bajo las corrientes, se va la luz
cuando aparece el último rayo de sol al atardecer,
y el arroyo deja la luz de las luciérnagas
con la tranquilidad del bosque
y el sonido de las corrientes del agua
cuando el último caminante aún no ha llegado.

Para dar comienzo, a un nuevo día, donde la tranquilidad en el arroyo perdura.


A Adares y su poema "La sed del río", del libro La voz de la tristeza.
Iria Costa

Migrantes: la voz del desarraigo y el exilio

La sesión del lunes, 25 de enero, giró en torno a la migración y las personas migrantes. Tuvimos como invitada a Angy Amaya (MadamDarina) quien nos contó de primera mano su experiencia reciente en el campo de refugiados de tránsito de Gevgelija, en Macedonia, desde el que suben a bordo de trenes con destino a la frontera serbia.



Nizar Ali Badr (escultor sirio)


La revista Peonza dedicó uno de sus últimos números a la migración, Migrantes, en ella hay un artículo de José Manuel Mateo en el que nos aclara algunos conceptos:

Migrar es una palabra casi nueva en el diccionario. La Real Academia Española la registra por primera vez a finales del siglo XX: en 1984. Migración, en cambio, es un término registrado desde 1855; y aunque centuria y media es mucho tiempo, si pensamos en las largas duraciones de la historia podemos aceptar que se trata de otra palabra reciente o al menos recientemente aceptada en el repertorio del español. Tendríamos así un léxico nuevo para hablar de cuestiones tan antiguas como antigua es la vida de la humanidad, pues la segunda palabra hace referencia puntual a las “emigraciones históricas que han hecho razas y pueblos enteros”. Éxodo se encuentra desde 1611 en los diccionarios que consignan los vocablos del español y destierro desde 1495. Migrante es la última palabra que llega para reunirse a las anteriores en la lista; aparece en los territorios de la lexicografía académica en 1989.
En este desandar el camino de la palabra migrar puede verse que en 1732 el sustantivo emigración se empleaba para hablar de “la partida de un lugar a otro, o de una parte a otra”; la definición se acerca mucho a la que se ofrece de migración en 1984, salvo que en este segundo año se habla de país en vez de lugar o parte y no se hace referencia a una salida sino a un pasar, eso es, a un desplazamiento, cuya intención final es establecerse en el lugar donde se llega. En buena medida la acción de migrar se localiza mentalmente entre el éxodo y el destierro: entre la acción de abandonar una tierra de penurias para llegar a un terreno promisorio y la pena de verse expulsado o proscrito del sitio donde se ha nacido o donde se ha formado una familia [...]

[...] hoy las personas que migran son condenadas muchas veces a sobrevivir entre la discriminación, la exclusión y la violencia, sea por las condiciones mismas del tránsito ilegal o porque ahí donde llegan se les obliga a vivir a la sombra o son devueltos al sitio donde ya padecían la falta de oportunidades, servicios, educación y alimento.

José Manuel Mateo, profesor y escritor, es autor del libro Migrar, uno de los libros que vimos en la sesión del taller:



Otro de los libros que vimos y comentamos fue Emigrantes, de Shaun Tan:




Emigrantes es la historia de una emigración contada por medio de una serie de imágenes sin palabras que podrían parecer propias de un tiempo lejano y olvidado. Un hombre deja a su esposa y a su hijo en una ciudad miserable para intentar prosperar en un país desconocido al otro lado de un vasto océano. Al final se encuentra en una ciudad enloquecida, de costumbres extrañas, animales peculiares, curiosos objetos flotantes e idiomas indescifrables. Con tan sólo una maleta y un puñado de monedas, el inmigrante debe encontrar un lugar donde vivir, comida y algún empleo con el que ganar algo de dinero. Le ayudan en sus peripecias algunos extraños compasivos, cada uno de ellos con su propia historia personal muda: historias de luchas por sobrevivir en un mundo lleno de una violencia incomprensible, de agitación y de esperanza.


En esta ocasión propusimos una doble tarea de escritura:

1. Construye tu propio ABCDario relacionando los términos con el tema general de la emigración o de los emigrantes, y luego desarrolla el trabajo: Abusos, Barcos, Cárceles, Deportaciones, Emigración, Fronteras, Guardias, Huida, Integración, Latinoamérica, Mafias, Náufragos, ONGs, Pasaporte, Refugiados, Solidaridad...

2. Escribe un texto de forma libre que refleje el drama de los refugiados.

Estos son algunos de los trabajos recibidos:


Exilio

Río de ilusiones
navega en el presente.

La mente destruye
imágenes del recuerdo.

Deseos de vida
transitan con palabras,
gritan libertad,
calcinan el pasado
que oprime la esperanza.

La muerte vacía el pensamiento,
deshoja la piel aprisionada.

Noches de huida
surcan caminos
para emigrar en el agua.

Despojos de mar
parpadean en la tierra,
tatúan la mirada
que sufre con las horas.

Crisis de luz
en un mundo de sombras.

Sofía Montero


Arrastrados


¿A dónde llevan esos pasos rotos
arrancados de la raíz por la sinrazón?
no saben dónde ir
no saben dónde van
humo de bomba los arrastra, los empuja, los aplasta.

Solo el barro hace camino
(barro minado, agujereado de metralla)

¡No saben dónde van!

¿Quiénes se encargan de esto?
¿No oís los gritos?
¿No veis las olas del mar teñidas de lágrimas?

Lobos de dos patas
buitres sin alas
“dimitris” armados
esperan su parte de la tajada

El sol los olvida
la noche les enfría los dedos, los labios, la cara.

¡Les rompen la risa!
¡Les rompen el alma!

Solo la codicia de unos pocos los amamantan.

Dientes que se aprietan con rabia.
Impotencia de saliva que escupe lava
(la mar la traga y la vomita
porque no la aguanta)

¿No hay nadie que haga nada?

Mentiras disfrazadas,
fanatismos roídos,
intereses que siempre ganan.

Arrastran su pasado,
arrastran su presente,
arrastran su futuro…

¡Vidas hipotecadas, vidas desahuciadas!
¡No saben dónde van!

¿Por qué también les rompen la esperanza?

Que se oiga nuestro grito,
que se oiga nuestra rabia…

M. Venttini



Zozobra de desayuno


Astenia de realidad y hierro
Buscando un sentido;
Corazones, cansados,
Dedos hinchados,
Exhaustos, corazones
Fracturados del camino.

Generaciones y genealogías de
Hambres, espinos;
Injusticias en la vista de
Jóvenes, y no tanto.

Krákow quedó allá.

Linternas que anhelan una
Mañana, o un punto en la
Noche, como ejército de luciérnagas:
Ñoras picadas.

Orín y oscuridad,
Pena que camina en
Quejumbre de pies,
Ruido oxidado de un
Sistema opresor,
Terrorífico vampiro;
Ultimátums que ejecutan
Vidas echadas:
What a wonderfull world.

XX, XY, no sex, no gender:
Yangtze de cadáveres;

Zozobra, de desayuno.

Carmen Álvarez 


El abecé de una migrante

Nahla era consciente de que la vida que le esperaba le exigía amoldarse a una nueva lengua. Por sus estudios y otras experiencias, que tras lo vivido en los últimos días ahora parecían las de otra persona, sabía bastante inglés, algo de español, un poco de portugués y nada de alemán. Samir sí sabía algo de alemán, pero él ya no estaba. Como su destino aún no estaba claro, repasaba las lenguas conocidas y montaba pequeños abecés en su cabeza, para mantener la mente ocupada y porque por algún lado habría que empezar.
Asilo: pedir asilo en un país que le abriera la puertas era la meta final. Antes, sin embargo, tocaba sobrevivir a otras pruebas, como a no desmayarse en aquel vehículo atestado de gente llamado bus. De nuevo, un hombre se le pegaba más de la cuenta, quizá por la falta de espacio. Con el poco aire que le llegaba a la cabeza, se preparaba mentalmente para el próximo control. Allí, no sería más que una cifra, ente anónimo desplazado. Debía asegurarse de llevar consigo toda la documentación, mas no podía dejar de preguntarse cuál era el motivo de tantos papeles, si, al fin y al cabo, ya no tendría otra identidad más que la de extranjera.
El vehículo la llevaba a otra estación de paso antes de cruzar otra frontera, una línea en un mapa que es un obstáculo en el mundo real. En otros tiempos, soñaba con cruzar las fronteras por curiosidad, pero en última instancia, la única razón de ser de todo era la guerra, esa fuerza que había teñido todo, incluso el mar, del color de la tierra más oscura.
De nuevo intentaba moverse, alejarse un poco de aquel señor que se le pegaba. Una voz interior le insistía en que se conformara, que esto no era tan malo como la barcaza. Sin embargo, sentía la misma sensación en el pecho, un temblor que no se iba. Era como una ola que crecía en su interior. ¿Cómo se le llamaba a eso? La voz hablaba de nuevo. —Da igual—decía. Pero ella continuaba luchando contra esa sensación de que ya nada importa y que hace que te dejes llevar sin resistencia como quien ya no siente nada, contra el hastío. Y sin embargo, la voz le repetía que la única forma de enfrentarse a lo que venía era volverse inmune.
Por fin llegaba el bus a su destino, que no el de ella, y tocaba ajustarse a una nueva jerarquía: aprender quién mandaba y quienes eran sus subalternos; en cualquier caso ella estaría en el último escalafón. Una vez identificadas las figuras de autoridad, lo próximo sería averiguar cuál sería su próximo destino y contabilizar cuánto le faltaba por llegar en todas las unidades pertinentes: dinero, tiempo, fuerzas, obstáculos y kilómetros.
Le daba gracia eso de pensar en kilómetros porque era la primera vez en su vida que realmente consideraba las distancias. Antes, las distancias eran cortas, familiares y automáticas; y los destinos no eran más que las palabras básicas y sencillas: casa, trabajo, escuela, parque, mercado. Ahora que los referentes de esas palabras habían sido destruidos, vivía la vida de las palabras complejas; la vida en que incluso las palabras sencillas se cargaban de un peso inesperado. Lugar, por ejemplo: salir de un lugar, ir a un lugar, ocupar un lugar, un lugar mejor. Eso que antes estaba dado ahora era la diferencia entre la vida y la muerte.
Apretaba contra su pecho aquel librito por solo poner la nacionalidad adecuada –adecuada en el papel, que no en el mundo—le garantizaba una oportunidad. Aún le llamaban pasaporte, aunque no todos los que lo portaban podrían pasar. Después de los primeros trámites y de asearse un poco, dio una vuelta por las carpas. Todo el mundo hablaba a la vez, en un murmullo pesado que parecía una queja. Quejarse no podría traer nada bueno. Por eso, sin quejarse, se movía por entre las carpas con los demás refugiados en busca de un poco de comida, un poco de ropa, un poco de información.
Cuando se dirigía a comer algo, tropezó a causa del suelo irregular. No pudo evitar pensar en esa cosa maltrecha que eran los suelos. De asfalto, de tierra o de piedra, hechos de nada y, sin embargo, eran el centro de tantos problemas. En ese mismo suelo se sentó y devoró la comida. Debía investigar, antes de que llegaran los trenes y, de nuevo, fuera todo tumulto. Oyó algunas muchachas como ella que hablaban y se les acercó. Sin conocerla de nada, le abrían espacio en el círculo y contestaban sus preguntas con naturalidad. Tal vez, después de todo, en medio de tanto rencor había alguna sustancia universal.
Una de ellas comenzó a contarle de su viaje. En su móvil, le mostró mapas, fotos, direcciones e incluso algunos contactos que tenía. Casi parecía que hablara de un viaje de estudios o de placer. Ese ánimo no justificado le recordó a Samir. Entonces, entre las fotos de la muchacha apareció una de sus padres y se le quebró la voz.
—Ya son viejos, tal vez no los vuelva a ver.
Nahla empezó a consolarla, pero su propósito de volverse inmune era más fuerte. No valía la pena hacer amigos, así que, sin que mediara una transición, le preguntó cuál era la contraseña del wifi.
—No hace falta contraseña.
—Perfecto, gracias—contestó con voz casi robótica.
El wifi, esa sí era una sustancia universal. Entonces se puso a leer y a aprender el abecé completo los próximos obstáculos, que iban desde los atropellos concretos, hasta aquel fantasma que aun carente de carne y hueso lo permeaba todo, ese fenómeno llamado xenofobia.

Vio las imágenes anónimas de otros que como ella habían sobrevivido a las bombas, al hacinamiento y hasta a ahogarse en aquella yola que había costado más que un crucero. De nuevo sentía el temblor en el pecho, en el estómago, no tenía punto de origen. Aún no conocía el vocablo, pero dentro de unos meses se enteraría de que era la zozobra. En español, se le llama zozobra a la acción del mar embravecido, pero también, a ese rugir de olas que se te queda por dentro.

Ismarie Díaz


Refugiados

Hay palabras, que cuando se pronuncian, el oído no las recibe con agrado, suelen llevar detrás alguna tragedia escondida.
El abecedario es muy rico en estas palabras. Abandonar, patera, alambradas, carestía, chabola, desolación, enfermedad, frío, hambre, ignorar, lágrimas, llorar, miedo, odio, paliza, robar, refugiado, sufrir, temor, ultrajar, violación, xenofobia, yacer, muerte, zurrar, etc., etc.
Con los refugiados que escapan de la guerra y de la miseria, se pueden aplicar muchas de estas palabras.
¿Cómo se puede acabar con estas situaciones?¿Qué podemos hacer individualmente las personas?¿Qué deben hacer los países ricos? ¿Por qué los medios de comunicación apenas dan información?
Debemos reflexionar y pensar que algún día nos puede ocurrir a nosotros.

Luis Iglesias


Emigración

Aventura llena de angustia en la que no faltan los abusos
Barcas y balsas que, a menudo derivan en muerte, cruzando fronteras desconocidas, buscando nuevos horizontes..
Condenados a caminar sin rumbo por caminos, a menudo intransitables
Desterrados de sus países , descalzos muchos de ellos, deambulando con el desaliento en sus miradas
Embarazadas con el miedo reflejado en sus rostros,hombres taciturnos con escuálidos niños tristes..Todos luchando con la
Esperanza de que su suerte cambie un día y encuentren un mejor
Futuro para ellos y sus hijos…Y ahora con el
Frío helándoles el alma..mientras
Guerras y más guerras inútiles, les golpean duramente y en su
Huida: hambre, hastío y hacinamiento en los campamentos que no siempre encuentran.y siempre con la Incertidumbre de lo venidero y la impotencia ante tanta falta de humanidad, con el agravante de no conocer los idiomas de los países que recorren
Kilómetros y kilómetros deambulando sin saber dónde terminarán pero buscando sentirse
Libres en algún lugar para poder empezar de nuevo sin tener que derramar más
Lágrimas por tanto sufrimiento y sin entender esas despiadadas
Mafias que les engañaron y esquilmaron y quizá su destino sea la muerte...Ahora, sus maletas, los que las tienen, están llenas de sueños rotos ..Muchos de estos migrantes fueron
Náufragos que sobrevivieron de milagro; algunos no sabían nadar..
Niños a los que se le robó la infancia injustamente, y todos en busca de
Oportunidades que les permitan cumplir su meta, ONGs que también luchan por esta causa.
Pies polvorientos, deformados y heridos…Vienen de diversos países, la mayoría sin pasaportes,
Quedaron , los que los tenían, en sus lugares de origen, quemados o enterrados bajo las ruinas de lo que un día fue su casa..Ahora se han convertido en
Refugiados, miles y miles que arriesgan su vida cada minuto, caminando sin rumbo en busca de una
Salida digna para sobrevivir y conseguir sus sueños, no piden mucho. Sólo
Trabajo y un techo dónde asentarse y empezar de nuevo..pero es difícil la
Unión Europea les cierra sus puertas , y sufren ultrajes..Las
Vallas ( físicas y burocráticas) aumentan impidiéndoles pasar y
La Xenofobia que crece en toda Europa por miedo a camuflados
Yihadistas que entren y perturben nuestra rutinaria vida..Ojalá que llegue ese día en que
Zafándose de tantas zancadillas puedan volver a vivir en paz y olvidar sus pesadillas..

Rosa Celia González


Si hubieran sonreído
(Lo que me transmitió Angy, una payasa)

Arrancados de sus vidas, son nómadas hacia un destino miserable. Vete y vive, por que si no estás muerto. Seres como nosotros pero sin suerte. Se equivocaron, un error de mesura, no deberían estar ahí.

Los de sin fondo, los vacíos, los que nunca se llenan, los que nunca tienen suficiente. Estos si merecen la muerte.

Rabia abatida por ciegos de emoción. Humanidad sin vida o muertos que matan. Merecen la muerte. Naturaleza viva, muerta.

Poderosos que serán los que pierdan de riqueza. Riqueza que es mierda en sus manos y, espuma del vómito de nada en sus mentes huecas. Sudor con más sudor por la avaricia de sacar los dientes, arrancar el cuero quitar el pellejo y hacer botas para llenarlas de vino y celebrarlo con una danza alrededor del fuego.

Por humanidad ciega, revuelven los montones del saldo y sacan al azar al desagraciado, pegan tiros al aire y pisan como dioses que incitan a driblar para salvarse.

Los niños juegan a los muertos y se sufre por todo.

Nosotros no lo sufrimos bastante.

Trenes fantasmas de los que ya no existen para nadie, de los que dejaron de ser antes de desaparecer de las vidas propias. Revolcados, son ojos en el fango y piernas y brazos expirando de impotencia, vencidos por el peso de la paciencia, no aguantaron más y abnegaron.

Niños como hormigas locas que giran, se muerden y confunden de padre, no hay diferencia, los días caen como la niebla espesa en un bosque lúgubre.

Antonia Oliva


El becerro de oro

Hay vendedores de ideas que tienen la palabra clara y la intención oscura. Son feriantes del verbo. Sus zapatos, siempre están relucientes. Su aliento, infecto. La tiara es su recompensa.

Hay mercaderes de despacho que tienen mesas de madera noble y sangre de viruta infame. Son chalanes del habla. Sus promesas, siempre son luminosas. Su acción, cruel. El oro es su premio.

Todo universo tiene un cetro, en él se esconde el misterio de sus giros: la rotación y la traslación de los pueblos.

Poco importan las golondrinas. El tirso es la única vara.
Poco importan las primaveras. La púrpura es la única luz.
No hay caminos amables para quien mantiene su llama.

Hay comerciantes de estaciones. Son tratantes de mapas: tierras sin nombres y sin hombres. Duermen los sueños sedosos que el bautismo del poder santifica. Su reposo es sordo al susurro atronador del invierno eterno.

Hay mercachifles de batallas. Son buhoneros de fornituras: correajes de miedo y hambre. Rotulan las raices rotas que la gracia de la comunión consagra. Su mesa es ciega al clamor silencioso de los ríos que naufragan en un cauce yermo.

Todo universo tiene un cetro, en él se esconde el misterio de sus giros: la rotación y la traslación de los pueblos.

Poco importan las golondrinas. El tirso es la única vara.
Poco importan las primaveras. la púrpura es la única luz.
No hay caminos amables para quien mantiene su llama.

Un becerro dorado basta para justificar la barbarie. Quien se ha iniciado en sus ritos, lo sabe. Quien aún no ha recibido su gracia, la ansía. Supone que en su mano, la flor de lis será un brote justo y generoso. Desconoce la macabra magia que esconde su aroma. Su embrujo es sutil. Pocos iniciados sobreviven.

La rueda del tiempo ha visto nacer y morir monarcas, nunca coronas. El trono es el hechicero inmortal que seduce a los mortales. Cambia de forma y de nombre, pero no de canto. Su melodía siempre es fúnebre.

Todos los pueblos lloran. El mago recoge sus lágrimas, abraza su dolor y siembra nuevas fronteras. Lindes infranqueables.

Es difícil escobar la ignorancia que separa por distintos a quienes, en lugares diferentes o tiempos distantes, sufren desgracias iguales.
Es difícil creer que el pan y los peces se multiplican si se comparten.
Es difícil entender que dar de comer es la única forma de comer sin hambre.
Es difícil llorar con la madre de un hijo muerto, cuando el tuyo fue el causante.
Es difícil cobijar al errante que ayer quemó tu casa y hoy, por el misterio de un giro, se quedó en la calle.
Es difícil huir de la sombra suntuosa del nigromante.

La tierra y la mar, empachadas de cadáveres, lo saben.

Ana Isabel Fariña


Abedecedario del migrante

Eran las leyes y aquello parecía un zoo, en medio de la oscuridad no quedaba nada. Era una impotencia y una rabia de querer ayudar y no poder. En medio del bombardeo a sus casas, la humedad provocaba peleas allá donde fueras y parecía todo muy saturado. Era como un látigo de dolor lo que sentías cuando te atracaban y aquello por lo que pelaste desapareció para siempre.
Tu casa, el kiosko de la esquina...Desde Macedonia hasta Etiopía había un campo de refugiados. Toda tu fortuna más querida desaparecía. Sin embargo, aquello no era calidad de vida ni mucho menos. ¿Esperar que bombardeen mi casa? Tuve muchas visiones, donde no encontraba mi casa y no llegaba a ubicarme, tiraba de la taza del water con la esperanza de no oír otro estallido. Quizás un rayo X imprevisible y difícil de evitar. Había muchos barriles tirados. ¿Qué significaba aquello? Era la garra que te sujetaba y llorabas de dolor...

Iria Costa

Palabras mayores. Un viaje por la memoria rural

En la sesión de ayer hicimos un viaje por la memoria rural. Y para ello contamos con el mejor guía, Emilio Gancedo, y el mejor plan de ruta, su libro Palabras mayores.


Dice así la contraportada de dicho libro, editado por Pepitas de Calabaza:

[…] -¿Cómo era aquella casa, Progreso?
–Era una casa mu grande, mu grande, mu grande; mira si era grande que mi hermano, mi padre y yo, dormíamos juntos en la misma cama, y mi hermana en la otra.
–¿Teníais luz en aquella casa, Progreso?
–Sí, había luz… cuando era de día se veía estupendamente.
–¿Y había escuela, Progreso?
–Escuela sí había, pa los niños… pa los niños que iban a ella.
–¿Matabais algún marrano en casa, Progreso?
–… Nosotros es que no teníamos esa costumbre.

Manejar un ingenio así tiene aún más mérito cuando las cosas a las que alude no tienen maldita gracia. Quizá el tiempo, eterno bálsamo, le permite verlas hoy de esa manera, pero es ironía que deja la sonrisa torcida, y en la mirada filos que sugieren insondables cavilaciones. […]

Son muchas las vivencias y los recuerdos recogidos por Emilio Gancedo en este maravilloso libro. Su propósito principal es dar voz a 27 hombres y mujeres mayores de toda España a quienes visitó y con quienes compartió sabiduría y conversación. Sus palabras suenan con otro eco rescatadas del desván de sus memorias y dignificadas por la prosa poética y proteica de Gancedo.
Esta es, sin duda, una de las anécdotas que caló con más hondura en mi ánimo y en mi memoria:

El maestro explica sus cosas junto a la pizarra pero el niño José Campos no atiende porque tiene los oídos llenos de gaviotas. Su mente es una vastedad azul surcada de barcos pintados de colores, dos infinitos de aire y agua separados por larga y fina maroma.
Sueña el niño José Campos con la vida oscilante de su padre y su abuelo, infatigables seguidores de rutas marítimas desde la vieja Algeciras, una vida al aire libre vivida entre elementos poderosos, estimulantes e implacables. En esa cabeza no hay sitio para más, y por eso la regla de tres, y el nacimiento del Miño, y la expedición de Pizarro, se confunden y embarullan, y suenan distantes y con escaso sentido. Y rebotan varias veces contra la gran bóveda azul dejando solo tras de sí un débil resonancia.
Un día, el niño José Campos tomó una decisión. Ya estaba harto de navegar la bahía cerrada de su propia cabeza, así que se levantó y pidió, y en el gesto iban embalados muchos sentires y muchos pálpitos. Su nacimiento en la barriada de pescadores, las crepusculares marchas del padre en lo más impreciso de la madrugada, aquellas estancias de meses en alta mar, su gozoso regreso con el barco repleto de pescado hasta las amuras, la tertulia de los marinos viejos, fondeados en tierra por los años y el retiro que José escuchaba con silenciosa veneración… Y sobre todo los tres meses anteriores de vacaciones escolares, en cuyo transcurso el padre lo embarcó consigo para dar cincuenta y cuatro días seguidos de singladura. Esas jornadas de viento y oleaje, y enigmática manipulación de redes, se le metieron en algún hueco muy profundo de su ser y de allí nadie pudo sacarlas jamás. Por eso, cuando la escuela se reanudó en septiembre, el niño José Campos no paraba de revolver el culo en el silla y de escuchar gaviotas chillando junto a sus oídos. Y por eso levantó la mano y pidió:
-Señor maestro, ¿me puedo levantar, que tengo una necesidad?
Nada más escuchar la autorización salió por la puerta, la cerró con cuidado, echó a andar y no volvió a aquella escuela el niño José Campos Uclés porque es verdad que tenía una urgencia, una improrrogable necesidad interna de salir del puerto empuñando un timón entre gaviotas y de poner proa a los mejores caladeros, libre y feliz [...]

Hablamos de la importancia de nuestros mayores, de lo que significan sus palabras y de ese árbol de hoja caduca que es la memoria. Y cómo siempre hubo tarea de escritura, en este caso doble. En la sesión jugamos con cinco de las palabras prohibidas (palabras mayores) por Felipe II en una ley que promulgó y que traía importantes penalidades a quienes se atrevían a usarlas. Dichas palabras eran: cornudo, hereje, traidor, sodomético y gafo. Y con ellas, nuestros valientes compañeros del taller, hicieron auténticos malabares. Pero también propusimos también una tarea para casa. A saber:

Tarea de escritura
¿Por qué hemos silenciado las voz de nuestros mayores? ¿Por qué hemos bajado el volumen a sus palabras? Recoge en forma de narración el relato de algún familiar o conocido a cerca de los difíciles años de la guerra y la posguerra.
Cuida el orden, la estructura y la redacción del relato.

Y aquí recogeremos los trabajos de algunos de los participantes en el taller:


Corriendo con lobo…

Transcurrían los primeros años de la década de los 30 del siglo pasado. No recuerdo exactamente pero yo debía tener 12 o 13 años. Era verano y era costumbre, en aquélla época, ir con el ganado al monte para cuidarlo, hecho que suponía una gran responsabilidad, aunque yo no era muy consciente de ello...Había entonces dos rebaños en mi pequeño pueblo sanabrés: San Juan de la Cuesta, y se hacían turnos , entre los vecinos que tenían ovejas en ellos .
Esa vez, me tocó ir a mi sola, no me importaba; no era la primera vez y no era miedosa. Llevaba la merienda y algo de costura para entretener el día…Y con unas 90 ovejas, me dirigí a un lugar llamado “la Llama del Colmenar”. El sierro, ofrecía un aspecto muy distinto a como lo vemos hoy pues estaba sembrado de centeno, en muchas “ cortinas” y el paisaje aparecía con matices verdes y amarillos de distintos tonos.
Justo ese día, en el camino de ida, una oveja parió un precioso corderito y yo, lo cogí en brazos para no romper el ritmo del ganado, pues el recién nacido, lógicamente, no podía caminar deprisa..No me desprendí de él en ningún momento y cerca de mí, la oveja recién parida nos seguía..La jornada transcurrió tranquila, sin ningún contratiempo y yo estaba muy contenta, con mi bello “bebé” acurrucado en mi regazo..
Ya, al atardecer, de vuelta a casa, parte del ganado se metió en un sembrado a pastar, entonces yo, dejé el corderito sobre un pequeño peñasco que sobresalía en el camino, para ir detrás de las ovejas y guiarlas de nuevo a su camino. Justo en el momento en que yo dejé el corderito sobre la piedra, apareció el lobo, que debía estar agazapado, detrás de ella y, delante de mí, sin que yo pudiera hacer nada, atrapó al cordero, tragándolo con una rapidez pasmosa .Yo me quedé petrificada, no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Sentí una rabia y una impotencia tremendas, aparte de la pena por el destino cruel de “mi corderito”. El lobo entonces echó a correr, la oveja parida, lo hacía también detrás de él y yo, corría también detrás de la oveja, con miedo por si el lobo la comía también y detrás de mí, el perro…Imaginaos la escena… Cuando la oveja vio que el lobo ya era inalcanzable, paró su carrera y los que la seguíamos también. Me hice cargo de ella, fuimos donde estaba el resto del ganado y, una vez reunido el rebaño, reiniciamos el camino de vuelta al pueblo..Nunca olvidé aquélla tarde “de lobo”

Celia Monterrubio González (93 años)

Rosa Celia González Monterrubio


El abuelo Bernabé

El abuelo Bernabé ( de profesión labrador), tenía por costumbre contarnos algunas anécdotas de las que le había tocado vivir en los años de la guerra civil española.
Recordaba con especial cariño el día que radio nacional, comunicaba a las 22,30 horas, mediante un "parte" radiofónico el fin de la guerra y como en ese mismo instante pensó, ! Tengo que ir a ver a mi hermana!.
Su hermana Enriqueta vivía en Bilbao y apenas tenía noticias de ella y lo que se oía era poco esperanzador, solo se hablaba de escasez de víveres, destrucción y miseria por todas las partes.
Así fue como empezó a llenar una cesta de mimbre para llevársela con productos del campo, garbanzos, lentejas, tocino, chorizos, huevos, patatas, pan y una pequeña manta.
Tardo en llegar en el tren dos días, localizo con bastante esfuerzo la dirección donde se suponía que vivía y una vez comprobado por sus ojos que se encontraba toda la familia en perfecto estado, decidió volverse al pueblo ya que estarían esperándolo con los brazos abiertos.
Siempre decía que como en el pueblo no se vive en ningún sitio.

Luis Iglesias


Palabras Mayores


El ser cornudo no es obligatorio, sino opcional.
Depende de cierto número de variables entre las que se encuentran las relaciones entre ambos géneros.
En el caso de un sodomético, es dudoso que podamos usarla y no sé cómo denominar al sodomético engañado o a la seguidora de Sapho en la misma tesitura.
El o la que te la está colando, en muchos casos no merece ser tratada o tratado de traidor, inconfeso, mártir o hereje, pero no cabe duda que se le desearía fuera convertido en gafo para lo que le quede de vida.

Dionisio Alonso


Entonces


Cuando llegaba el otoño, mi madre compraba, a plazos, una libreta de cupones para adquirir el uniforme de invierno: pantalón corto-largo de pana, camisa de franela, camiseta de felpa, jersey gordo con cremallera pequeña delante, calcetines largos y botas “El Gorila”. El abrigo duraba dos años de un lado y luego se le daba la vuelta para otros dos.
Una vez al mes, la inconfundible figura del cobrador de recibos a domicilio, aparecía demandando el pago de los cupones y el recibo de la funeraria.
El frío era intenso, el único sistema de calefacción, el brasero de cisco, se encendía por la mañana, en la acera, al lado de la puerta de casa. Le teníamos tanto miedo al tufo, que, cuando volvíamos del colegio, hacíamos los deberes deprisa y corriendo para salir a la calle, con algunos grados bajo cero, poco más o menos que en casa, y nos juntábamos debajo de un bombilla en la esquina del camino viejo, mi barrio.

Dionisio Alonso


Recogiendo pasos

Mientras en España atardecía un día cualquiera de posguerra, al otro lado del mundo, en un pueblecito de clima benévolo, Carmen daba de comer a sus gallinas. El mundo era un sitio hostil: dictaduras, desapariciones, asesinatos por ideologías políticas, economías en declive. Aquí y allá, en cualquier parte del mundo, en el propio país o en el ajeno se guisaban las inquinas y las inconformidades, y la furia, como bestia herida, aguardaba alerta, insomne, callada.

Carmen escuchaba lo que pasaba en el mundo en su radio de transistores que tenía unas pilas más pesadas que el mismo aparato, y apenas lograba sentir el coletazo de la violencia. No sabía entonces que se estaba fraguando el asesinato del Caudillo del Pueblo, ni que su país se sumiría en un interminable conflicto. Años después me habló de las chusmas que desaparecían a la gente o de los que se mataban por vestir de rojo o azul, pero todo eso lo supo de oídas. Nunca perseguida, jamás lastimada, intacta en medio de años convulsos, maduró bonachona y alegre.

De sus historias de campo, en las que de noche las brujas le trenzaban las crines a los caballos o los duendes arañaban la espalda de niñitas vírgenes; de sus relatos de pueblo, con chicas vestidas primorosas para tomarse una foto los domingos y coquetear mientras se tomaban un helado cerca a la fuente; de sus cuentos de amores, con las esquelas que le escribía el abuelo; lo que más recuerdo, porque alimentaba mi mágico pensamiento infantil, era su creencia en que la gente antes o después de morir recogía sus pasos. Recoger los pasos… desandar el camino momentos antes o después de la muerte, ¡qué idea más seductora!

Me contó que un día Francisco (nombre ficticio a falta del real) un joven que la visitaba con frecuencia, se sentó como siempre en una silla mecedora mientras la veía asar arepas:

- Ay, Carmen - le dijo- ¡cómo es que se ahogó María Elena! Tan joven, tan alegre... ¡Pobre María Elena!

Mi abuela asentía con sus manos metidas en la masa. María Elena, sobrina suya y amiga de Francisco, se había ahogado en el imponente río Cauca que recorre el país entero con su caudal vigoroso y turbio. El río se traga lo que en él entra y lo vomita luego río abajo hecho una miseria. Y eso a veces, porque las más, nunca se sabe el destino del desdichado.

Días más tarde, en la noche, cuando todos sus hijos dormían, mi abuela sintió el rechinar característico de la silla mecedora. Se levantó con sigilo, presta a reprender al chiquillo que se hubiera levantado en horas de sueño, pero no vio nada. Solo el vaivén de la silla.

Al día siguiente, una vecina tocó a su puerta y le contó:

- Ay, Carmen, ¡cómo es que se ahogó Francisco! Tan joven, tan alegre... ¡Pobre Francisco! Se ahogó en el Cauca, ese muchacho era muy loco, se tiró a nadar confiado y no salió nunca.

- Eso era que estaba recogiendo los pasos, mija - continuaba diciéndome mi abuela - antes o después de morirse uno vuelve a caminar por donde estuvo en vida y si no, queda penando. Por eso el muchacho vino de noche a sentarse en la mecedora, y yo lo sentí, él me quería mucho.

Algo que nunca me dijo -debe ser un misterio- es cuánto se tarda uno en ese menester. Si tarda días, meses o años en función de lo transitado.

Si estas historias son ciertas, es inquietante pensar que me rodean espectros recogiendo pasos, sentándose a mi lado, mirándose al mismo espejo que yo, comiendo conmigo. Pero, ¿y yo? me pregunto en este instante, ¿cuánto me tomará recoger los pasos que he dado? Antes habría sido más simple, cuando mis recorridos eran de lo más provinciales, pero ahora, con tantos ires y venires entre dos continentes, qué cansado será transitar esos caminos. Veo mi fantasma sentado en un incómodo asiento de Iberia, causando algún estremecimiento involuntario en el incauto pasajero que ocupe el mismo espacio que yo.

Esa será, en todo caso, mi gran fatiga, la última, antes del supremo descanso.

Los pasos de mi abuela se apagaron hace mucho, si tuvo que recogerlos no habrá tardado, porque en los últimos años no salía de casa… Aunque ahora que lo pienso, tal vez tenía razón, y se puede recorrer lo andado incluso muchos años después de perecer. Lo sé justo ahora que la he ayudado a rehacer sus pasos al juntar sus palabras para este relato.

Maritza García Toro


Monólogo al desnudo
MARIANO, mi vecino, me cuenta:
El pasado fue muy duro. Los años de la posguerra los viví con mucho sacrificio:
Las personas estaban muy limitadas, tanto física como espiritualmente.
Se había vivido una guerra y eso dejaba huella.
La vida de ahora no se puede comparar con aquellos tiempos. La gente camina sin miedo, se llena de caprichos, dialoga con libertad.
Los españoles se quejan de vicio. Lo que tienen no lo aprecian, desean más y más sin importar hasta donde está el límite del placer.
No se dan cuenta de que la vida actual es un regalo, comparada con la que yo viví en mi juventud, llena de prejuicios, ataduras y con una gran censura.
Lo que si me gustaba , es que había menos conflictos, agresividad y más seguridad por las calles.
Claro, estábamos limitados por el miedo a romper las normas más elementales.
No hace falta vivir con tanto, ni desear muchas cosas, porque te vas al hoyo y lo dejas todo.
Yo me encuentro tan feliz paseando todos los días, echando la partida con mis amigos, hablando con quien me apetece y teniendo salud.
Con eso me conformo. Lo demás no me hace falta. De esta forma soy feliz.

Sofía Montero

El abuelo y el pueblo

Historias de ayer que se arrinconan en una memoria que el tiempo se encarga de enterrar, ¡quedan tan lejos! Están ahí marcadas a hierro y fuego en los corazones solitarios, sin perdón posible. El viento barre las puertas abandonadas revestidas de cuentos, palpitan con la niebla densa que nublan la vista y se arrastran con las aguas de enero que atraviesan vertiginosas el puente y lanzan las piedras al otro lado como dados de parchís.

Hoy busco esa narración bonita que enganche al papel los ojos del que la lee, pero me he desviado hacia un bosque de robles del pueblo en el que nació mi madre, en las estribaciones de la sierra Quilama, justo donde empieza la dehesa salmantina. Indago las raíces, busco los recuerdos aferrados firmemente a una naturaleza que permite filtrar las sensaciones y los sentimientos, rememoro las vivencias oídas y araño mi infancia con un nudo en la garganta. ¡Se fueron!... Una lágrima pasea con mi historia, pero mi cuento no es cuento, es un continuo adaptarse a cambios, a avances vertiginosos sin apenas tiempo para mirar lo que se quedó allí, adherido a las raíces de los centenarios castaños y robles. El hambre, el frío y la humedad emigraron a Francia, a Alemania, a Suiza para diluirse en el progreso y después de dos generaciones apuntar solo un recuerdo, una mención a una tierra herida que abre la boca y grita su silencio.

Mi historia dice de un niño que mira a su abuelo con “párkinson”, le da miedo acercarse, le asusta el movimiento continuo de unas manos agrietadas por la tierra y el tiempo. El abuelo lo contempla con la mirada gastada y piensa con esperanza y cariño cuál será la vida que le deparará el destino, tan distinta de la que él ha vivido. Cuando ese niño ya en su casa de la ciudad encuentra una foto del abuelo, la toma con cuidado y corre a su madre para decirle: “mira mamá, no se mueve”...

Los años han pasado y seguirán pasando. Los sufridos espíritus de nuestros abuelos ahora se enredan en las profundas raíces de unos robles fuertemente fijados a la tierra que no saben de sufrimientos ni miedos. Hoy estas imágenes recuperadas al corazón de la memoria quieren

ser un suspiro de nostalgia ¡han pasado tantas cosas! seguirán pasando… tal vez en nada un nieto mirará mis manos que tiemblan y me preguntaré cuál será su destino… y luego me enredaré en las raíces del asfalto y del hormigón armado, no habrá humedad solo frío silencio.

M. Venttini


El mal amanecer

Te voy a contar la historia del mal amanecer.

Ya Pedro no era un joven fuerte para soportar las mañanas de campo frías de invierno. Al amanecer de un día señalado por la historia, cuando caminaba con su padre, una tos que salpicaba sangre les alertó para que soltaran todo de las manos aunque perdieran el jornal.

La estreptomicina no llegó hasta 1940 y la tuberculosis no se curaba más que con aire puro y cementerio.

Cuando el de Koch había llegado a horadar grandes cavernas en los pulmones y ni la fiebre ni el delirio salían de la alcoba, Cándido debía subir a las montañas de Béjar para traerle a su hijo nieve para paliar el mal.

El día del último amanecer el padre entraba en el pueblo y oía doblar las campanas.

Antonia Oliva


Las purgadas
El eco de la guerra es el agua turbia que se sirve en todas las mesas. Da igual su procedencia. Es difícil ingerirla sin que el dolor personal ice su bandera. A un sutil toque de corneta, el pan es harina de termitas que leveda. El mundo se achica. La paz se marchita. No hay tregua.

La historia de "las purgadas" no es una leyenda. Es uno de los relatos que junto a otros, fue postre de muchas cenas. Alli, alrededor de la cocina de chapa, aprovechando su calor, mientras se desgranaba el maiz, los mayores lo resucitaban. Nunca era igual, pero siempre era el mismo. Los uniformados llegaban. Tenían poder y rabia. Congregaban a las mujeres en la plaza, las que no acudían por su pie, acudían a rastras. En una liturgia pública, las rapaban la cabeza. A veces, no del todo. Éste, como cualquier rito, tuvo sus varianzas. Asi, en ocasiones, algún oficiante, decidía que un lazo rojo coronara a las herejes en un ridículo mechón. Después, cuando el ministro consideraba que estaban ataviadas como merecían, las obligaba a comulgar. Una a una; niñas, jovenes, embarazadas o ancianas; debían recibir la sangre de ricino. La ceremonia concluía con una procesión. Un desfile ejemplar, donde todas a la vista de todos, evacuaban esos humores confusos que las alejaban de la verdad y de la patria.

Una noche, cuando el calor de la cocina era más una lumbre de recuerdos que de brasas, entró mi primo. Estaba encendido. Quería un arma. Alguien había movido los lindes de la pequeña finca que guardaba la espalda de la casa. Todos, en la taberna, conocían el nombre del autor: Desiderio, el nieto del Señor Raimundo. Les robaban. Ese metro de tierra era suyo. Alguien debía parar los pies a quienes envueltos en la sombra, desposeían a quienes apenas tenían nada. La justicia era una estafa. Quería un arma. Juraba y perjuraba que el lobo que le había salido al paso la semana pasada, era un aviso de la amenaza. El cielo conocía bien lo que la tierra callaba. Él, le daría caza.

Entre gritos y llantos, la señora Matilde, mi abuela, una mujer diminuta cercana a los noventa años, un bultito negro y seco, apenas vidente, cogió su bastón, se levantó, y con esa voz que en tan pocas ocasiones utilizaba, me llamó. "Es hora de irse a la cama".

En silencio, subimos por el laberinto de escaleras de piedra. En la planta baja continuaba la orgía de reproches a una vida huérfana que tan solo conocía el bautismo de heridas y desgracias.

Cuando estuve bien arropada, antes de irse a su cuarto, me dijo: "el no saber es como el no ver, Ana. Una trampa de almas en pena que vagan buscando más almas. Huelen a cera. A su paso, el viento se levanta. Rezan un rosario fúnebre. Los perros, siempre los perros, anuncian su llegada. El no saber, Ana, es como el no ver: la trampa que te tiende la Santa Compaña".

Nunca había hablado tanto conmigo. Yo era una nieta que vivía lejos. La hija tardía de una hija que abandonó las montañas para coser en la meseta un camino nuevo. La hija tardia de una hija que una semana al año, antes de la vendimia, volvia a oler sus raices

Mentiría si dijera que me costó dormir.

Los días estaban tan llenos, que cuando las sábanas, siempre húmedas, me abrazaban, yo cerraba los ojos y no los abría hasta que el gallo se subía al tocón para gritarnos a todos que la oscuridad había sido vencida.

Esa mañana, si mal no recuerdo, mis vacaciones conocerían el fin. La escuela esperaba.

Bajé las escaleras. La cocina estaba vacía. Fuí al porche. Debajo de la vid, Matilde peinaba su larga cabellera cana. No dijo nada. Me senté a su lado y como en otras ocasiones, vi como el pequeño peine se mojaba en aceite para mesar su melena. Después se hizo una trenza que enredó en un moño y cubrió su cabeza con la pañoleta negra que siempre se ponía. Se apoyó en el bastón y se dirigió a la cuadra. "La marquesa" ya estaba ordeñada. Un ligero tirón de la soga y el animal salió. Era una vaca enorme que movía su descomunal cuerpo al ritmo que mi abuela con unos extraños chasquidos de lengua le indicaba.

"Vamos a la finca" "ahora la hierba esta fresca" "hay leche caliente en la chapa" y desaparecieron.

Nunca supe qué paso con las lindes, si Desiderio era el lobo y si mi primo le había dado caza. Los niños, como todos, recuerdan lo que les toca el alma. En mi caso, la santa compaña y su olor a cera y ricino. La procesión de cabezas rapadas y la larga cabellera cana de una anciana. El viento funebre que los perros siempre anuncian y la trampa omnipresente de un rosario de fantasmas.

No obstante, hace poco, alguien me habló de un pueblo que no recordaba y de un alcalde también olvidado, que cuando los uniformados reclamaron a las muchachas para oficiar su liturgia, se fue a casa, cogió su arma, a su mujer y a sus dos hijas y las colocó en el centro de la plaza. "Comenzad por ellas" les dijo a sus compañeros. Tres palabras y la ceremonia fue abortada.

Siempre hay alguien que sabe ver. Siempre hay alguien que burla a la Santa Compaña.

Ana Isabel Fariña


Mi ansiada merienda
¡Oooohhhhh! los días de matanza de mi infancia. Además de la reunión familiar, que no dejaba de ser un momento especial, para mí era una fiesta el saber que gracias a esos generosos cerdos podríamos merendar el resto del año.

El momento más esperado de todos era cuando sacábamos la manteca del animal y se tendía durante unos días al aire. Yo admiraba ese gran trozo de grasa. Más que la muerte del cerdo, esperaba con ansia el momento en que, unos diez, quince días después, se incorporaba esa grasa a la sartén, se deshacía y tras pasarla a una olla, las mujeres añadían el pimentón que les daría ese color rojizo característico.

A partir de esa fecha, todas las tardes a la salida de la escuela, hambrienta, me dirigía a casa, cortaba un trozo de pan, que, a pesar de la escasez, nunca faltaba; extendía la grasa colorá sobre él como si de una obra de arte se tratase y, cuando había, que no siempre, añadía azúcar. Contemplaba ese bocado con deleite y admiración y después me lo llevaba a la boca. ¡Qué delicia! Creo que nunca he probado una cosa más rica.

No entiendo a los niños de ahora que tardan horas en decidir qué quieren merendar o protestan porque no les apetece lo que se les ha preparado. O porque ya lo comieron el día anterior o el anterior.

Yo repetí merienda durante todas las tardes de mi infancia y jamás hice ascos a aquel manjar ya que entonces “Se comía lo que había y gracias, pos no había otra cosa que llevarse a la boca”.

Toñi Martín del Rey


Palabras mayores

Por aquella época conocí a un hereje, que andaba por las calles, diciendo y divulgando sus deseos de no seguir en la Iglesia, debido a que una especie de grafo había estado hablando con él y no había seguido sus indicaciones.
En una de mis salidas, en un bar conocí a un homosexual que me habló de sus deseos de encontrar pareja, debido a que la última había sido un traidor.
Con el último que hablé fue con un cornudo que había estado olvidado y repudiado en una sala más oscura (...)

Iria Costa