Érase otra vez

Caperucita es, tal vez, el personaje más representativo de la literatura infantil. El cuento más veces contado y más veces versionado: Gloria Fuertes, Aníbal Núñez, James Finn Garner, Gianni Rodari, Roal Dalh, Carmen Martín Gaite, entre otros muchos escritores, cuentan con su propia Caperucita.
Ismael Serrano, en su álbum "Atrapados en azul", cantó a Caperucita. También la Orquesta Mondragón cantó a "Caperucita feroz" Y en cine hay diferentes versiones como Hard Candy, La increíble pero cierta historia de Caperucita Roja (de animación) y Freeway.



Incluso hay escrita una tesis doctoral con el título ¿Existía Caperucita Roja antes de Perrault? (Ediciones Universidad de Salamanca, Estudios Filológicos, 2006). Su autora es Susana González Marín y en ella recoge un curioso texto del s.XI.



El texto, traducido por Rafael León (Málaga, 1964) dice:

La niña salvada de los lobeznos

Lo que os digo, en el campo se cuenta de igual modo
Y no es tan sorprendente como digno de crédito.
Al sacar en la iglesia a una niña de pila
Le regalaron una caperucita roja.
La santa quincuagésima se celebró el bautizo,
Cuando al alba la niña cumplía cinco años.
Después mientras andaba sin cuidado ninguno,
Le salió al paso un lobo que se la llevó al bosque
Y dejó por comida la presa a sus cachorros,
Que la acosaron juntos y, no pudiendo herirla,
Mansamente empezaron a lamer su cabeza.
"No me rompáis, ratones -dijo entonces la niña-,
esta caperucita que me dio mi padrino".


Hablamos de los libros "Érase 21 veces Caperucita Roja", "Caperucita roja, verde, amarilla, azul y blanca" y la Caperucita Roja del ilustrador Adolfo Serra, comentamos algunas cuestiones a cerca de la simbología de Caperucita y leímos un breve repertorio de versiones de Caperucita Roja:


Érase otra vez

CAPERUCITA. Insatisfecha. Pechos grandes. 
Hoteles y domicilios.Tfno. 629252929

Y un día de verano, al mediodía,
Caperucita se quedó en la casa,
echó un par de costillas en la brasa
y puso el brécol al bañomaría.
Comió, fregó, se dio una ducha fría,
se puso el camisón de fina gasa,
llamaron a la puerta y dijo pasa,
creí que no venías, vida mía.
Luego de rematar la sobremesa,
llevó a su cama al joven cazador
y, en bragas, le propuso ser su presa.
Después él le quitó el sujetador
pero ella le advirtió con voz francesa:
Son cinco de los grandes, por favor.

Raúl Vacas


Yo era Caperucita

Un día que tenga tiempo
os contaré la aventura de mi infancia
con el lobo Franco.

Yo era una caperucita roja en zona roja.
El lobo Franco se enteró que en mi cestita
no llevaba solomillo y queso para mi abuelita
y al ver que llevaba libros y poesía,
mandó su jauría
y me detuvo en la Gran Vía.
Los criados del lobo
me metieron en prisión,
me mordisquearon a gusto,
por poco me muero del susto.
En el bosque de cemento
pasé un miedo atroz.
Yo era una caperutica roja
y "el Franco" un lobo feroz.

Gloria Fuertes. Mujer de verso en pecho


Aunque de todos modos
el final fue feliz
caperucita roja no habría sido
desayuno del lobo
ni hubiera recorrido
tantas millas de bosque por llevar
el tarrito de miel a su abuelita
si hubiera dedicado
más atención a lo que le decían
todos los días a las dos y media
todas las noches a las diez en punto
las radios todas de la vecindad
las radios todas de la vecindad

pero obstinada y terca
no hizo el mínimo caso
de las palabras sabias del sabio guardabosques
y el lobo la zampó

ella tenía de todo
no le faltaba nada:
hasta el olor a bosque que tanto le gustaba
en la pasta dental

si se hubiese quedado
quietecita en casita…
hubiéramos seguido comiendo más perdices
dándonos golpecitos en la nariz…

aunque al final (y eso es lo malo)
de todos modos fue feliz.

Aníbal Núñez. Fábulas domésticas


Y cuando el lobo llegó a casa de la abuela observó como los enfermeros sacaban el cadáver de la anciana en una gran bolsa de plástico. Aguardó a que se fueran y entonces, sigilosamente, entró en el cuarto, se puso el camisón y la cofia y se acostó.
Pensaba ser amable y cariñoso con la niña de la capucha roja, evitar que la muerte hiriera su corazón en aquella hermosa tarde de verano.

Tomás Hijo


Sara Pérez, componente del taller de escritura creativa, me envía el siguiente vídeo de Zazie relacionado con Caperucita. Dice Sara que es una canción que da ‘otra’ versión de Caperucita y que resulta muy difícil traducir los juegos de palabras a los que ella tiene mucho afecto en sus textos. En cualquier caso aquí está su traducción para que tengamos una idea de lo que dice :





TOC TOC TOC

Desde que el mundo es mundo
Nos lo dicen
Si te mira con ternura
Hija, tú ¡huye !
Y si aúlla en tu patio
Sobre todo no abras
Toc toc toc, pero ¿quién está allí?
El lobo que te comerá

Pero si a la moza le da miedo
La mujer sueña con ello
En el bosque desnuda que un salvaje nos rapte
Nuestros cuerpos se abandonan al amanecer

Toc toc toc, pero ¿quién está allí?
El lobo que te comerá
Toc toc toc, pero ¿quién está allí?
El lobo que te comerá

En la ausencia de nuestros príncipes
Suponiendo que los príncipes sigan existiendo
Yo con mucho gusto dejaría mi puerta abierta
Toda la noche
Toc toc toc pero ¿quién está allí?
El lobo que te comerá

Estoy harta de esas historias sin pies ni cabeza
Quiero probar la mordedura de un amor enloquecido
Poder por fin colgar mis piernas a su cuello

Toc toc toc pero ¿quién está allí?
El lobo que te comerá
Toc toc toc pero ¿quién está allí?
No te esperaba más que a ti
Toc toc toc si estás allí
Entra pues y cómeme

¿ Lobo estás?
Desde el tiempo
Que te llevo esperando
¿A qué esperas?

¿Lobo estás?
Si supieras la que te espera
¿A qué esperas?

Zazie


Propuesta de escritura
Elegid una de las nueve situaciones diferentes que os planteamos. Tratad de armonizar dicha situación con el contexto (si elegimos la Feria del Libro tenemos que dibujar con precisión dicho escenario). La extensión máxima recomendable es media cara de un folio. Podéis disfrazar, tanto como queráis, los escenarios y personajes de la historia, pero procurando respetar aquellas características que consideréis fundamentales en el cuento de Perrault (sería bueno mantener algunos de los personajes fundamentales del cuento).

Los binomios con los que debéis trabajar son los siguientes:
1.- Caperucita y Feria del libro 
2.- Caperucita y Carnaval de Río 
3.- Caperucita y Entrega de los Óscar 
4.- Caperucita y Wall Street
5.- Caperucita y Piscina en Tokio 
6.- Caperucita y Sanfermín 
7.- Caperucita y El Vaticano
8.- Caperucita y Submarino 
9.- Caperucita y El Corte Inglés

Y aquí están los trabajos realizados por algunos de los participantes en el taller:


Cuando la abuela del lobo conoció a Caperucita, supo por qué su nieto quería comérsela. Lo mismo le había sucedido a ella cuando aquel leñador fornido y cantarín se instaló en su bosque. Daba gusto verle. Engullirle poquito a poco, fue un festín.
Como siempre que ese recuerdo se despertaba, se dirigió al armarito donde guardaba sus trofeos, y con sumo cuidado acarició su hacha.

Y es que la abuelita... la abuelita del lobo, era una romántica. Una romántica de las de antes. Su nieto también. Devolvió el hacha a su peana con sumo cuidado. En breve, junto a ella lucirían una cesta y una capa. Quedarían bien. El rojo era un color que le gustaba.

Ana Isabel Fariña


Caperucita y el Carnval de Río

Caperucita y las niñas
saludan un nuevo día.
Llevan disfraces de pez
con aletas esculpidas;
también se visten de osas
con las pezuñas erguidas.
Caperucita es hoy
la reina de la movida.
El lobo entrará después
disfrazado de gorila.
La abuela, con su faldón,
de colorín va vestida.
Carnaval de Río Janeiro
se anuncia con fantasía.
Es una fiesta de gala
con carrozas y sombrillas,
disfraces de colorines
que adornan a las chiquillas.

Caperucita aparece
la primera de la fila,
junto al lobo, como amigo,
desfila con simpatía.
Ambos caminan con gracia
por todas las avenidas.
La abuela se acerca a verlos
con su disfraz de viejita.
Todos la miran y ríen
hasta acabar de rodillas.
Caperucita y el lobo
se despiden de este día
donde ambos conocieron
el carnaval de su vida.

Sofía Montero


Fue fácil concluir que la responsable, el origen de todo aquello era ella. Fue difícil asumir que lo fuera. Pero lo era. No cabía la menor duda de que lo era. Su piel, la piel de ella, desprendía un dulce olor a naranja. Tan intenso que el paritorio entero se impregnó de su aroma. Tan penetrante que los presentes, por un momento, por un momento inolvidable; creyeron estar rodeados de azahares.

La matrona no recordaba un caso igual. 

La recién nacida era pequeñita, más pequeñita de lo normal. Lloraba como los cachorros de tigre y movía los bracitos y las piernecitas, con la torpeza de una mariposa que estrena sus alas. Era una llama cálida. Una figurita de ámbar minuciosamente tallada. Una princesita que sobre su cabeza portaba una hermosa corona de hilos de azafrán.
Desde el pasillo, mientras esperaba, su padre supo que algo no iba bien. Su olfato presagiaba el desastre, y su olfato, su extraordinario olfato nunca, nunca jamás se equivocaba.

Cuando le pusieron a la criatura en sus zarpas, se le encendieron con una fuerza inesperada los ojos color calabaza, se le erizó el pelo que cubría su piel y un aullido desgarrador dominó el aire que les rodeaba. Sentía el fuego en sus garras. Un fuego que plácido dormitaba acurrucado en su palma. Un fuego que se hubiera extinguido en ese mismo momento si la abuela, su abuela, no hubiera intervenido con la agilidad que la distinguía en la manada; y de un salto, hubiera rescatado a la cachorrita que olía a naranja.

Prometió oscurecerla. Prometió trasformarla. La lamería hasta que ese repugnante olor a vida se evaporara.

Cuatro años después, Navel -que así se llamaba la pequeña- correteaba con su capa áspera de pelo negro alrededor del pozo negro donde su abuela día tras día, cumpliendo su promesa, la bañaba. Hebras de azafrán flotaban en sus aguas estancadas.
Esa misma noche, su padre y el consejo de sabios que velaban por la manada decidirían su futuro. Si superaba las pruebas que le tenían preparadas, olvidarían su extraño origen, le darían una capa mas negra y mas larga y la permitirían convivir con el resto del clan. Sería una más. De lo contrario..., de lo contrario nada ni nadie podría salvarla.

Mientras jugaba, su abuela la observaba. 

Sabía que en su cabeza aún quedaban flecos de la corona que al nacer portara, sabía que su piel, su piel despellejada, aún estaba jugosa y fresca, y que si te acercabas, si te acercabas aún desprendía un dulce aroma a tarta de zanahoria y naranja, sabía que esos ojos color calabaza aún podían ver mas allá de la procesión oscura de capas que la rodeaban... Por eso, sin que la tierra la escuchara, con la agilidad que la caracterizaba, sin poner los pies en el suelo, rápida como el pensamiento, sin pensar, decidió.

Preparó una cestita de mimbre del color de sus ojos, calabaza. Dentro, depositó todas las hebras de azafrán que durante cuatro años había recogido del agua estancada donde la bañaba. Junto a ellas puso unas alas de tigre color ámbar. La cubrió con su capa. La cesta brillaba. Llamó a Navel y guiada por un recuerdo lejano, la guió a una explanada que se abría cerca del pozo, lejos del pozo, próxima a las vallas que limitaban el terreno que conocía, el terreno por donde día tras día ella y los suyos se desplazaban. Por primera vez, sin vigilancia, lamió con dulzura la dulce piel de naranja de su nieta. Olía a vida. Olía a azahar. Olía a naranja. No merecía que la enterraran.

Finalmente con sus garras hizo un agujero debajo de la valla, y le indicó que cruzara.
Navelina agarrada a ella, lloraba.
El aire trajo el olor del resto de la manada. Las buscaban.

Haciendo un último esfuerzo, la ordenó que cruzara. Obediente, la pequeña cruzó. Cuando lo hizo, la abuela, su abuela, pasó la cesta por la misma boca que hace un instante ella cavara y con un hilo de voz, un hilo azafrán, le dijo: Aléjate de la valla. No mires atrás cuando lo hagas. Camina segura. Según avanzas se te caerá esa fea capa. Habla con desconocidos. Fíjate bien, casi todos llevaran una capa. No dejes que te cubran con ninguna. Naciste viva. Naciste naranja. Y ahora, vuela Navel, en la cesta encontrarás unas alas. Son alas de tigre color ámbar. Las alas de tu padre Navel. Sus alas...

Cuando la manada llegó a la valla, sólo encontraron un orificio que se abría camino hacia otra explanada. Sobre él una gruesa capa negra. Bajo ella dos canicas color calabaza, y un dulce olor a naranja. Tan intenso... Tan penetrante...

Dicen que en ese sitio, con el tiempo creció un membrillo pequeñito, mas pequeñito de lo normal, del que brotaban las frutas más variadas. Jamás un leñador posó sobre él su hacha.

Y dicen, dicen también, que bajo su sombra, una sombra color calabaza, aún hoy se refugia algún lobo solitario. Desde allí, aúlla a la luna. Una luna naranja que hace mucho, mucho, mucho tiempo; conmovida con lo que presenciaba, se llevó con ella, a su casa, a una abuela, una abuela que debajo de su oscura capa, era una llama cálida, una figurita de ámbar deliciosamente tallada, una abuela que sola, con sus garras, antes de que la noche llegara, abrió bajo una valla un camino donde la vida, la vida sin capas, olía a azahar y naranja.

¿Navelina? ¿la niña Navelina?
Esa es otra historia. Una historia mucho, mucho, mucho más larga.

Ana Isabel Fariña


Caperucita en Río

Carapuça Vermelha era una linda adolescente de cuerpo exuberante y espíritu libre. Había quedado con la abuela a unas pocas cuadras del sambódromo para divertirse juntas. Llevaba una larga capa roja de satén con capucha, más propia de Venecia que de Río. La abuela apareció acompañada como siempre de Lobo, un mulato al que su mitad blanca le lucía poco. Carapuça fue a por caipirinhas para los tres y Lobo se ofreció a acompañarla. No era la primera vez que esquivaba las manos de Lobo, pero hoy estaba especialmente insistente. Finalmente se cansó, la arrojó contra una pared y tiró bruscamente para abrir su capa. Debajo no llevaba nada y Lobo quedó inmóvil por la sorpresa. Un policía captó la escena y aprovechó para reducir a Lobo sin contemplaciones. Carapuça se abalanzó sobre él, agradecida y melosa. El pobre agente no supo lo que se le venía encima.

Miguel Ángel Pérez


Caperucita y la entrega de los Oscars

Aquel año en la entrega de los Oscars se simplificó al máximo el sistema de nominaciones.
Para no andar perdiendo tiempo y nervios, y frente al frenesí inexplicado que se había desarrollado acerca del personaje de la chica de capellina roja, el jurado propuso a mejor película : Caperucita y la abuela sin gafas, Le Petit Chaperon Rouge, Caperucita y el Lobo de Wall Street, El Lobo bueno y la zorra del bosque, y Caperucita a solas.
A mejor actor : El Lobo Bobo, el Cazador Cazado, el Lobo de Sotchi, el Lobo Marino y el Hombre Lobo.
A mejor actriz : La Madre Coraje, Caperucita Astuta, La Roja, la Abuela Riñona Y Caperucita Ensangrentada.
Para todo lo demás, en su afán de simplificación, el jurado adjudicaría la mejor recompensa a decorado, música, trajes, dirección y demás a todos los que puedan demostrar ser descendientes del ilustre Perrault.

La sala estaba a tope. Daba gusto ver cómo los candidatos al Óscar se habían tomado muy a pecho sus papeles y aunque dominara, como es de suponer, el Rojo y Negro Standhaliano, también despuntaban aquí y allá unas manchitas de color nieve olímpica y otras de color canoso símbolo de las glorias pasadas. La piel púrpura de los nominados suavizaba y matizaba el cuadro con unos toques esparcidos y hacía que resultara muy armónico el conjunto.

Cuando la presentadora de capucha dorada apareció en el escenario se oyeron aullidos en distintos puntos del anfiteatro y la gente empezó a asustarse y sentirse incómoda. Pero enseguida se hizó un silencio de catedral y cuando el Hombre Lobo escuchó su nombre, en menos de un segundo, saltó al escenario, se zampó a la chica de capucha dorada, al Óscar, y en un visto no visto desapareció del planeta.

Para colmar el vacío provocado por la sorpresa de los presentes y evitar que se fuera todo al carajo sustituyeron a la presentadora por un Lobito de ojos tiernos y en el acto se dispuso a revelar el nombre de la ganadora del Óscar a mejor actriz. Subió a recoger la muy cortejada recompensa la Caperucita Ensangrentada, midiendo cada uno de sus pasos y alargando cada segundo para hacer eterno el rumbo increíble que estaba tomando su carrera. Recogió la estatuilla y mientras empezaba a agradecer a la cocinera, a su abuela, a la niñera y su tortuga Sofía, vimos cómo, pisando huevos, se marchaba el Lobito de ojos tiernos, antes de finalmente echar a correr.

Casi enseguida, y ya entrando en un estado parecido al pánico, se levantaron todos los invitados y se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos.

En los ojitos tiernos del Lobito habían visto reflejarse una cola peluda saliéndose de la capa ensangrentada de Caperucita.

Sara Pérez


Caperucito Raro, el Lobo Negro y a la Abuela Sabia

Ese día Caperucito Raro se despertó con las mejores intenciones. Hoy se iba a portar tan bien que los otros niños del parque jugarían con él, al pilla pilla, a la pelota, a lo que sea.
El día anterior se había marchado cabreado y peleado con los que le llamaban ‘el Raro’, había empujado a uno, gritado a otro, y al final había tenido que salir corriendo para salvarse de las represalias.

‘Soy raro’ pensó Caperucito. Aún así necesitaba urgentemente amigos. ¡y vaya si era difícil conseguirlos !

Camino al parque, y porque había salido de casa sin ni siquiera desayunar por las prisas que tenía, decidió sentarse en un banco debajo de un árbol del bosque para comer una de las tortitas que su mamá le había dejado preparadas en una bolsa de papel, antes de marcharse, de madrugada, a trabajar.

‘¡Qué buenas las tortitas de mamá ! ¡Qué buena es mi mamá conmigo ! Un día, cuando sea mayor y haya aprendido a portarme bien, la cuidaré, y la cuidaré tanto que nunca más volverá cansada del trabajo, y nunca más la oiré llorar por la noche en su cama.’ Mientrás pensaba todo eso se acercó un lobo negro (el mismo que le saludaba a veces en el bosque) y sin pedirle permiso éste se sentó con él en el banco.

-‘Hola Caperucito. ¡ Qué buena pinta tienen esas tortitas ! Bonito día, ¿verdad ?
Pero, ¿qué haces tan tempranito en el bosque? ¿No tienes cole hoy ?’
-‘Sí’, contestó Caperucito.’ Pero se fueron de excursión los de mi clase. No me dejaron ir porque dicen que soy raro y me porto mal. Entonces, voy al parque, a ver si allí quieren jugar conmigo.’
-‘Y entre los de tu clase, ¿no tienes ningún amigo ?’ preguntó el Lobo.
-‘Sí, tengo unos cuantos. Pero ellos son normales y juegan a cosas normales. Me tratan bien, pero muchas veces me quedo solo. Y a mí me gustaría jugar. ‘

Caperucito dejo de hablar un instante y continuó en voz baja :
-‘Otros se burlan de mí. Y a veces me pegan. ‘ Mirando al Lobo de reojo se extrañó :
‘Oye, y tú, ¿por qué eres negro ? ¿Y por qué estás solo ? ¿Eres raro también ?’
-‘Un poco raro, un poco solo, un poco negro…sí que lo soy’ contestó como para sí mismo el Lobo. ‘Y como tú, llevo la vida buscando amigos. Por eso me paseo mucho por el bosque. La verdad es que, muchos, al verme, se asustan y giran la cabeza para no verme. Otros me odian, y muchas veces tengo que escapar para librarme de las piedras que me tiran. Pero hay otros que he aprendido a reconocer con el tiempo y que están dispuestos a pasar un rato conmigo.’ Señalándole de su uña puntiaguda el otro extremo del bosque añadió :

-‘Ves a esa abuelita sentada en el banco allí ? Ella está muy sola también, le cuesta mucho andar poque es muy vieja pero viene cada día a sentarse en ese mismo banco. Sabe mucho. A veces me siento con ella y me gusta mucho escuchar las historias que va recordando de su larga vida. Otras veces es ella la que me escucha a mí. Y le gusta. Es mi amiga.’
-‘Pero ella no es negra, ¿verdad ?’ preguntó, interesado, Caperucito.
-‘No, no lo es. Pero ya te dije que tiene mucha sabiduría. Dice que a veces la diferencia puede ser una gran riqueza para los demás.’

Levantándose el Lobo Negro, le cogió la mano muy suavemente a Caperucito y le susurró :
-‘Ven, te la voy a presentar. Seguro que le hace mucha ilusión conocerte.’
Caperucito se incorporó y los dos se acercaron tranquilamente hacia la abuela. Ella, al verlos, cerró el libro que estaba leyendo, guardó sus gafas en su bolso y les invitó a sentarse con ella. Estuvieron largo rato charlando de sus cosas, compartiendo las deliciosas tortas de la mamá de Caperucito, riendo, disfrutando de los cantos de los pajaritos y de la agradable sensación que dejaba el despuntar de la nueva primavera.

Casi se disponía a despedirse el sol cuando Caperucito se acordó de que tenía que volver a casa para encontrarse con su mamá.
Dejo a sus nuevos amigos con la promesa de volver al día siguiente para charlar con ellos.
Eso sí, después de haber ido al cole y de contar a sus compañeros la maravillosa tarde que había pasado en compañía del Lobo Negro y la Abuela Sabia.

Caperucito se fue, silbando y correteando, de regreso a su casa.
¡Qué contenta se iba a poner su mamá !

Sara Pérez


Caperucita en el Corte Inglés

Ella tenía 16 años y estudiaba 1º de Bachillerato. Su abuela había ingresado en una residencia hacía casi un año y cuando iban a verla, apenas les reconocía.
Había visto a su madre desde pequeña caer en la trampa de compartir las tareas domésticas con su padre, intentar estar en todos los sitios a la vez, siempre dispuesta y disponible para todos, siempre perfecta y siempre con aquella palabreja en la boca conciliación, que nunca entendió. A su madre, a sus tías, e incluso a su abuela materna les había oído hablar de los derechos de las mujeres, de la igualdad… No dudaba de lo mucho que se había conseguido, pero cuando se quedaba con su madre hasta tarde preparando la comida, cuando la veía planchar y recoger la ropa a horas inexplicables, cuando se enteró de que no había podido ascender en su trabajo, porque le exigía una dedicación en tiempo que no le podía prestar, todos aquellos discursos le parecían tan vacíos, tan mentira, que sentía rabia e indignación.
Un día, volviendo a su casa vio discutir a una pareja joven, algo mayores que ella. La chica forcejeaba con el chico porque le había quitado el móvil para ver sus mensajes y ella pretendía que se lo devolviera para poder llamar a alguien porque se veía amenazada. Caperucita no podía creer que después de tantos años de lucha contra la violencia de género, se siguiera manifestando en gente tan joven.
Cuando veía los anuncios en la tele o la ropa en las tiendas, tenía la misma sensación de fracaso, de exigencia, de algo que no le gustaba. Esas tallas tan pequeñas, esas modelos tan escuálidas, como ejemplo de mujeres deseables.
Una tarde, caperucita, dando un paseo, llegó sin proponérselo al corte inglés.
En la puerta vio al lobo y de su boca sujetaba una barbie auténtica, una chica delgadita, modernísima, pintada como una puerta.
Nuestra protagonista entró y se dejó llevar y sin saber cómo llenó su carro de chocolate, frutos secos, helados, zapatos y botas de plataforma, pendientes grandes y la ropa que en realidad le gustaba.
Al salir, enseñó su compra al lobo haciéndole un corte de mangas.

Teresa Sanz


Caperucita y el Vaticano
Teatro:

Escenario: El Vaticano
Personajes: 
Cappccetto Rosso (C.R)
Lupo (Fabricio)
Mamma
Nonna
Guardia suizo ( Paolo)

Historia casi real:

Acaban de elegir los Cardenales al Papa Francisco, y Roma aún estaba repleta de turistas. Entre la multitud, destacaba por su colorido, una señorita vestida completamente de rojo, blusa, falda, calcetines, zapatos...
La joven se movía por la Plaza y la Basílica de San Pedro, como por su propia casa.
Desde que naciera hacía 20 años, vivía con su "mamma" en Vía Aurelia, y desde los 10 años, todos los días se desplazaba a casa de su "nonna" en Viale Anglico, a llevarla unos suculentos dulces que preparaba su "mamma".
El aire por donde iba se impregnaba de un olor que no pasó desapercibido para un joven sacerdote vestido de negro (Fabricio), ni tampoco para un guardia suizo del vaticano (Paolo).
Los dos cogieron amistad con C.R., pero mientras Fabricio la exigía cada vez mas dulces para no molestarla, Paolo solo se interesaba en agradarla con frases graciosas.
La "nonna", lógicamente notó que cada vez la llegaban menos dulces y cada vez más tarde. Pidió una explicación a C.R. y esta le contó todo lo que estaba ocurriendo. Urdieron un plan, C.R. se lo contó todo a Paolo y este un día que vio a Fabricio por el Vaticano, le amenazó con decírselo a un Cardenal amigo suyo. Fabricio solicito traslado por motivos de salud y así fue como la abuela recibía los dulces cada día más temprano, y C.R. y Paolo cada vez estaban mas tiempo juntos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Luis Iglesias

4 comentarios:

  1. ANA:
    El primero promete, pero creo que debes desarrollarlo un poco más, porque a la vista del segundo y de más textos tuyos, tienes la capacidad de hacerlo. Es segundo es pura ternura.

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  2. SARA:
    Tu primer texto tiene un final demoledor.
    El Segundo es de una ternura envidiable, me encanta.

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  3. Vicente M. Martín4 de marzo de 2014, 10:40

    Sofía: Poema que despliega la frescura de la niebla en primavera cuando acaricia la ribera de los ríos… Le sienta de maravilla al lobo el disfraz de gorila. Esplendido, Sofía.

    Miguel Angel: ¿Le pasaba algo al pobre agente?...
    “linda adolescente de cuerpo exuberante y espíritu libre”… ¡joder con el pobre!
    Si fuera una de esas mulatonas con el culo de plaza toros que salen en los documentales que si te pilla en uno de esos meneos te estampa en el escaparate de enfrente…
    ¡Vaya con la Carapuçiña!…

    Teresa: No añadiría nada a esa historia. Me parece perfecto el final, porque cada uno puede sacar sus propias conclusiones, yo saco las mías: Nos hace falta educación, cultura… más educación y más cultura. Desgraciadamente nos hemos acostumbrado a una vida de consumo en la que “yo tengo más”, “yo soy más” es la prioridad de la mayoría. A los gobiernos solo les preocupa su calificación en los mercados globales y para ello no les importa despreciar el motor del hombre en sociedad que es la educación y el respeto entre todos, mujeres/hombres, hombres/mujeres. Recuerdo a mi madre, con nueve hijos… ¿tuvo tiempo para ella? Eran verdaderas heroínas, cuando los hijos crecían se ocupaban de los nietos. ¡Mucho amor tienen las madres! y que haya hombres que no respetan a las mujeres…. Educación, educación y más educación.
    Teresa, extraordinario. Eres una mujer valiente te mereces lo mejor.

    Luis: Genial… ese Fabricio era un lobo feroz vestido de sotana.

    Ana y Sara: Ya os comentó M.A.P.

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  4. TERESA:
    Sólo añadiría y esto, no es un cuento. (desgraciadamente)

    LUIS:
    Muy interesante teoría.

    Por cierto, colgué en mi blog una versión un poquitín más larga de mi historia (por si alguien quiere leerla) http://miguelangelpegarz.blogspot.com.es/2014/03/caperucita-en-rio.html

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