Impares. Fila 13

La sesión del lunes, 31 de marzo, la dedicamos al cine. Tomamos el título de "Impares. Fila 13" del poema "Palacio del cinematógrafo" de Pablo García Baena:

Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero
como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero



.
Ángel Petisme incluye en su libro El desierto avanza el poema "Aragoneses 2" en el que trata con humor el papel de la crítica:

Cuentan que Buñuel en el 61,
cuando le dieron la Palma de Oro en Cannes
por Viridiana
volvió a Zaragoza y a Calanda unos días.

En el Paseo Independencia
un señor, al que Buñuel parecía conocer,
se paró a saludar diciéndole:
Don Luis, la última película suya,
flojica, eh, flojica...

En la ficha de trabajo incluimos también un texto de Luis García Montero en homenaje al cine "Miércoles, día del espectador" publicado en su libro Completamente viernes:

No se descarta que al salir del cine
una pareja cuente con nuevos enemigos.
La película es mala,
las sombras buscan cuerpos 
[para encontrar deseos,
se oyen voces de actores,
imágenes dudosas,
pero los labios son materia viva
en las butacas observadas
y los botones pierden su vergüenza.
Suena un disparo inútil,
la camisa deshecha,
la mano que naufraga entre los muslos.
se persiguen dos coches por tus hombros
y estalla un edificio,
una lengua de fuego en la ventana,
llamas que desesperan vientre abajo,
el pelo negro por la mano abierta,
negro como la vida en la pantalla,
como el silencio del actor que mira,
del acomodador,
del público encendido.
Ya no tienen edad para estas cosas,
comenta el matrimonio de la última fila.
Y pienso que es verdad. No se descarta,
no se descarta que al salir del cine
una pareja cuente con nuevos enemigos.

Pero también tuvo su protagonismo el microrrelato. En este caso de la mano de Manu Espada:

Atrapado
Damián quedó atrapado en una cinta de súper ocho el día de su primera comunión. Su padre le grababa mientras cortaba la tarta, y ahí permaneció para siempre, con ese gesto bobalicón de por vida, encerrado en una película a perpetuidad. Cuando lo echaban de menos, ponían el proyector y veían su imagen en el gotelé de la pared con esa mueca infinita de satisfacción cortando el pastel en porciones y repartiéndolo entre sus primos. Al cabo de varios años se impuso el VHS y la película quedó olvidada en un desván, junto al proyector. Damián se aburría en los fotogramas de la cinta. Era la única persona real en la película. El resto tan sólo eran imágenes de sí mismos. Al cabo de varios años, en un ataque de nostalgia, sus padres subieron al desván, cogieron la película y la proyectaron de nuevo. El niño volvió a repetir el eterno gesto de cortar la tarta varias veces. Le costaba moverse. Estaba entumecido. Tantos años inmóvil. Se miró las manos. Arrugadas. Viejas. Se había convertido en un anciano. Frente a él, tras el proyector, dos niños de ocho años lo miraban con ternura.

Snuff movie
Dicen que cuando vas a morir ves tu vida pasar ante tus ojos. Ahí puedes verte cuando eras bebé. ¡Qué mono! El ojito derecho de mamá y papá. Observa cómo te miran. Ahora en la guardería, con aquella profesora que tanto te quería. Y no hablemos de tu adolescencia. Aquí estás con Marta, la buenorra de la clase. Te la llevaste tú. Como siempre. Y mira esto, con vuestros hijos, la parejita de niños perfectos. Y ahora que ya has visto un resumen de tu exitosa vida, verás una luz blanca. Aún no has muerto, don perfecto, es el foco de la cámara. Sonríe, hermanito.

Propusimos como tarea escribir un texto sobre alguna película, algún personaje de cine, algún actor o actriz. Durante el transcurso de la tarea les iba proponiendo, a golpe de claqueta, una serie de palabras que tenían que aparecer en el trabajo. Dichas palabras fueron: acción, carmín, zarzaparrilla, megáfono, autopsia, camisón y tabaco.

Estos son las tareas realizadas por algunos participantes en el taller:


Película: Versión alternativa de, "El Graduado":
Tema: Drama
Resumen: (Empieza la película con la canción de Mrs. Robinson)

Benjamin no se deja seducir por la Sra. Robinson. Después de rechazarla en varias ocasiones, decide contárselo todo a su marido, para que sepa que tipo de mujer tiene en casa.
El Sr. Robinson entra en acción, echa de casa a su mujer y le cuenta a su hija Elaine la verdad. Esta se arregla como para ir de fiesta, se maquilla con carmín rojo intenso y llama por teléfono a Benjamin, al que propone emborracharse con zarzaparrilla,bebida que la pone como loca
Después de beber durante toda la noche, deciden irse para casa, todo contentos, cantando y riéndose; al llegar al portal del chalet, cogen un megáfono y llaman al padre de Elaine para que les abra la puerta. Ya dentro de la vivienda, Elaine sube corriendo a su habitación para coger una cajetilla de tabaco y fumar un cigarrillo, pues se encontraba muy nerviosa
Se oyen las sirenas de un coche de policía que se acerca por momentos, han sido avisados por un vecino que ha encontrado a la Sra. Robinson colgada de un árbol del jardín; aparece a la vez una ambulancia de la Cruz Roja, la cual se lleva al hospital a la Sra. Robinson para hacerla la autopsia.

(Acaba la película con la música de "los sonidos del silencio")

Luis Iglesias


Un día iré a Taormina

Pequeño puerto de pescadores, Isla de Amorgos, Grecia.
Aunque la escena esté rodada en blanco y negro la luz es deslumbrante, el sol omnipresente. El transcurso del tiempo parece suspendido. El paisaje recobra vida con la presencia de un sacerdote sentado en un banco de piedra, a la sombra, jugueteando con su rosario de perlas y el ir y venir de un pescador cargando de cestas su embarcación. Las cigalas rivalizan en un concierto desenfrenado e ininterrumpido.
De pronto, el pequeño Jacques irrumpe en la calma de la tarde, precedido de dos otros niños, más pequeños. Le señalan con el dedo su hallazgo que brilla en el agua límpido del puerto.
-‘Es una moneda. Tranquilizaros. Iré a por ella’.
Incapaces de contener su impaciencia los dos pequeños ya se pelean para saber de quién es el tesoro. Una vez más Jacques apacigua su ímpetu diciéndoles que con la moneda comprarán algo y lo compartirán entre los tres.
Es sin contar con la llegada inoportuna del ‘gran Enzo’ y de un nubarrón de primos suyos. También está Roberto su hermano pequeño.
En el momento justo en que se dispone Jacques a entrar en acción, Enzo, soberbio y desenvuelto, vestido de su eterno bañador carmín, se apodera de la atención de todos los presentes hasta llenar el espacio por completo. Los niños, esperan, paralizados, suspendidos a los labios del niño. Después de saludar a Jacques, ‘el pequeño francés’, como le suele llamar, le pregunta :
-‘Te molesta si salto yo ?’
Jacques sin desviar la mirada le contesta que no.
-‘Si te molesta, me lo dices, ya sabes’ continua Enzo.
-‘Lo sé’ responde calmamente y sin parpadear Jacques.
Uno de los primos le acerca la zarzaparilla que tenía a medio acabar y la termina de un solo trago. Luego, en un chasquido de dedos y sin molestarse a mirarle ordena a su hermano :
-‘¡Roberto ! ¡Mio palmo!’
Se ejecuta Roberto y mientrás Enzo calza las palmas, se ajusta las gafas de buceo y hace ejercicios de respiración para prepararse a saltar, la pandilla de primos se entusiasma con la inminente hazaña de su héroe :
-‘¡Vamos Enzo ! ¡Viva Italia !’
Antes de zambullirse Enzo le ordena a su hermano : ‘¡Cuenta !’
Roberto, armado de su megáfono se pone a contar los segundos : uno, dos, tres, hasta seis, mientras todos los demás cortan su respiración, a la espera de la autopsia del objeto metálico y del veredicto final.
A la de seis la mano de Enzo sujetando la moneda es la primera en reaparecer a la superficie del agua.             Bajo las palmadas de sus primos Enzo, sale triunfante y Roberto le revela, orgulloso, la cifra alcanzada.
Se asoma en ese instante a una ventana una señora en camisón, pendiente de lo que va a pasar.
El aire es denso, agobiante. Se respira un olor a tabaco procedente de la barca del pescador. El sacerdote está observando atentamente y callado a los niños.
Enzo rompe la gravedad del instante dirigiéndose a Jacques :
-‘Bueno, ¿cómo lo ves? El que la ha visto eres tú, pero soy yo quien he saltado. La vuelvo a tirar. Si saltas y la encuentras en menos de seis segundos, es tuya.’
Jacques, impenetrable, le mira intensamente y gira la cabeza en señal de negación. Enzo se queda mirándole unos segundos, valorando su respuesta.
-‘¡Bravo !’ es lo último que acierta a decir a modo de despedida.
Jugueteando con la moneda se marcha, escoltado de su hermano y sus primos, que revolotean a su alrededor, uno reclamando la propiedad de la moneda, otro atreviéndose a proponer que se comparta. Enzo zanja la discusión :
-‘¿Y cómo vamos a compartir una moneda ? ¡Estúpido !’ dando por entender que se va a quedar él el premio. Y se los traga la calle.
Los dos compañeros de Jacques se retiran, desengañados, y Jacques se queda solo y pensativo.
Se acerca el sacerdote y le enseña algo brillante en el agua.
-‘Jacques, ¿no sería esto una moneda ?’
El niño se propone enseguida a saltar para ir a buscársela. Cuando vuelve a salir del agua el sacerdote ya no está.

Así acaba la primera escena de ‘Le Grand Bleu’

Veinticinco años después de que se rodara la película de Luc Besson, el hombre que desempeñó el papel de ‘Enzo niño’ se acuerda de ese paréntesis maravilloso que le tocó vivir, un poco por casualidad, en su niñez. Hoy es pintor. Y no ha vuelto nunca más a participar en una película. Es un hombre muy vinculado al mar, desde pequeño y por eso se explica haber sido elegido entonces por Luc Besson. Es curioso observar como este hombre parece haberse quedado atrapado en el pasado como reviviendo eternamente aquella escena.
Cuando habla, sus ojos perdidos en lo lejano, nostálgicos, no recuerdan en nada el gran Enzo de la película tan seguro de sí mismo.
Quizás haya sido tan intensa la experiencia, tan profunda, que es como si todo lo posterior haya sido una succesión de hechos sin sabores. Dice que pinta para compensar su incomprensión de su presencia en el mundo. Cuando está nadando en el mar, en cambio, afirma que ‘sabe’ porque está viviendo, lo ‘entiende’. Dice también que muchos años después de haber participado en la película se le ocurrió plasmar en una serie de cuadros todas las imágenes del rodaje que acababan obsesionándole. Desde entonces se siente ‘aliviado’, capaz de recordarlo de forma más ‘ligera’.
Yo creo que este niño vuelto hombre es muy afortunado. Porque ha tenido la suerte de vivir en su carne y en su alma unos instantes de emoción insuperables, de los que te marcan de por vida. Ha tocado el firmamento. Muy joven eso sí. Demasiado joven, quizás. Con lo que supone de cruel la vuelta a la normalidad, a la banalidad cotidiana. Pero quizás valga la pena.

Desde un punto de vista más personal, tengo que confesar, que veinticinco años después, yo también, de cierta manera, sigo obsesionada por la película. Es una de esas obras que no se llevan ningún premio pero que sí se ganan el corazón de toda una generación. Yo era una adolescente más del montón entonces, y me entregué entera a la inmensidad azul del mar mediterráneo, bailando con delfines, soñando con el amor imposible de Jacques y Johanna, sufriendo la incompatibilidad de los personajes, compartiendo sus excesos, su amistad sin concesión, su soledad, su envidia, sus límites. Aún me sigue transportando a mundos sin barreras la música  (¡ay, qué música!) de la banda original.
Aún puedo sentir la tristeza, la ternura, la compasión que experimenté en el final trágico final y la decisión última del protagonista.
Hace años tuve la suerte de que el destino me llevara a conocer una isla de las Cicladas en Grecia. No era la isla en la que fue rodada la película, pero para mí fue como hacer parte de, o revivir, un poco, la magia que se respira en cada esquina de esos pueblos blancos, inmortalizados para siempre en mi memoria.
Me queda todavía un sueño por cumplir. El de perderme algún día en las calles de Taormina, en Sicilia, otra gran protagonista de la película.
Espero no estar defraudada el día que me toque la suerte. Espero que la realidad no me quite la ilusión,  que no lastime mi visión idílica de adolescente.
Pero tan verdad como me encanta despertar del sueño con canto de sirenas, afirmo que, un día iré a Taormina.

Sara Pérez


Corten – Corten

El cine cierra sus ventanas…
Ya no transpiro,
un sudor frío enmascarado acompaña, envolviendo las tripas.
ACCION… se contamina el vértigo.
Levanto los ojos a la pantalla,
dos lágrimas empapan el bigote,
destiñen el CARMÍN.
Cuerpo herido de imágenes y paisajes…
ZARZAPARRILLA con fresa y nata.
Mariposas sobre colmenas abandonadas y vacías…
MEGÁFONO mudo.
Huellas borradas del patio de butacas.
AUTOPSIA en el “gallinero”.
Beso adherido en la última fila.
CAMISÓN derretido entre los dedos.
TABACO gateando por el techo.
¡Corten! ¡Corten!

Vicente M. Martín


Sonrisa de nácar

La sonrisa de sus labios,
en mi carmín de fresa,
eriza la pasión del pensamiento.
Envuelta en aromas de zarzaparrilla,
imagino su tez de miel iluminada.
Megáfono de ilusiones
desbordan mi inquietud
en una autopsia de recuerdos.
En mi camisón de sensaciones
sueño con su imagen:
silueta de humo
de mi tabaco encendido. 

Poema dedicado a Richard Gere
Sofía Montero

Drácula

Nunca vi mucho cine. No es que no me gustara. Es que no había dinero en casa. Por eso, cuando podía ir a alguna sesión, la película que veía la disfrutaba con una intensidad bárbara. Era tan real todo. El amor, el miedo, la sospecha, el juego, la fantasía....
De pequeña me aterrorizaba Drácula, tan silencioso, tan persistente, tan de verdad... Surgía de la noche y te devoraba sin que te enteraras. Podías amanecer y ser él y tener que devorar al mundo que te rodeaba. Nadie se salvaba. De hecho sucumbirían antes los que más amaras. Esta acción, ser capaz de esta acción, me asustaba casi mas que el hecho de morir consumida y seca, desangrada. A veces pensaba que podía enfrentarme a él y matarle con una estaca, pero el pánico que me producía recordar su mirada me aprisionaba a la cama y hacía que sin dormir pasara la noche escondida entre las sábanas, cubierta la cabeza entera por una manta, sudando, sudando miedo hasta que llegaba la mañana. Y cuando llegaba la mañana, los labios carmín de mi madre eran los que me asustaban. Podía ser sangre bebida y no disuelta que su boca aún conservara...
Como bien sabía, para comprobarlo, con cuidado, sin que lo notara, miraba su cuello. No había huellas de mordida. Estaba bien. Entonces me relajaba, y me tomaba la leche con galletas migadas con el mismo placer y las mismas ganas que mas adelante disfrutara de un vino, de una zarzaparrilla o de una caña. Cuando terminaba, preparaba mi mochila y me iba al cole, tan pálida y tan demacrada que parecía la sombra de la hija de Drácula. Una vez en clase, la señorita me preguntaba ¿estás bien? ¿te pasa algo Ana?, y yo, con un hilo de voz contestaba, no, no, no es nada; y la profesora se reía, se reía a carcajadas, y delante de todas las niñas me chillaba. "Habla mas alto. No se te escucha nada. Habla mas alto Ana. Habla mas alto o te ataré un megáfono a la boca hasta que se te reviente la garganta y salgan libres y claras las palabras".
Yo me lo creía y como no podía hacer nada, me asustaba de nuevo con esa maestra mala. Y calladita, pensaba ¿No se la comerá Drácula?. Realmente lo deseaba.
Pero no, no se la comía, y al día siguiente la escena se repetía, y al siguiente y al siguiente...
Un día la mala no vino. Había muerto de repente. En su cama. Yo temblé. ¿Habría sido...? Le iban a hacer una autopsia. Como no sabía que significaba esa palabra, lo pregunté en casa. Cuando me lo dijeron imaginé sus entrañas rotas y su camisón a los pies de la cama manchado de la sangre que Drácula después de ingerir vomitara. Porque comerse a esa mala mujer era alimentarse de comida mala. Y me dio pena ella, muerta y condenada. Y me dio pena él, enfermo de esa maldad que ella tenía en clase y todo lo envenenaba... Y así pasaron muchas noches y muchas mañanas.
Crecí y olvidé.
Pero una tarde de cine, mientras hacia cola con mi chico para ver una peli mala y me fumaba un cigarrillo, uno de esos de tabaco de liar que tanto me gustaban y tan mal me sentaban, le dije muy seria: "mira, esa tipa de la carátula, se parece a la maestra mala que cuando yo era pequeña, se comió Drácula".
Él me miró asustado y me dijo "estás fumada".
La verdad es que no lo estaba.
La peli se titulaba: "Rebeca" y os juro por Drácula que no era una peli mala.

Ana Isabel Fariña


La invasión de los ladrones de cuerpos

Hay promesas que nacen  con el corazón de humo. Se formulan sin raíz. Viven en el condicional. En la mayoría de los casos  su cumplimiento  depende de un hacer ajeno. Vienen al mundo con la naturaleza del pago. Son aire tiznado. Sonidos huecos.
Idéntico aspecto gris y sucio presentan aquellas palabras que brotan ligeras fijando un compromiso, y que siendo hijas de las convenciones o del protocolo,  brotan muertas. Su destino siempre es el olvido.
En ambos casos son obligaciones, ofrendas, flores estériles. Ni semillas. Ni frutos.
Pero también hay promesas que nacen con el corazón de fuego. Su raíz se agarra con fuerza al latido de uno mismo. Su cumplimiento es el único pago. Su realización, el agua, la tierra y el aire de ese pulso en llamas. Solo allí afloran simientes robustas y cosechas milagrosas.
Dana solo conoce estas últimas.
Por eso no come fréjoles.

Cuando "los ladrones de cuerpos" aparecieron en su camino, con la perversa y callada intención de reducirla, no tuvo más remedio que poner remedio.
Siete días tardó en crear su mundo, en condensar su visión en una vara, en un  báculo sólido que le abriera un camino entre las vainas, en tallar un mandamiento sagrado que la guiara: "Los fréjoles no se comen". No necesitó más. 
Con esta sentencia, aparentemente sin sentido, Dana consiguió reproducir una estrategia religiosa básica: diseñar un rito sencillo con evocaciones trascendentales. Gracias a ella, el recuerdo de la invasión que había presenciado, podía seguir vivo. Solo una memoria despierta y una voluntad seria podrían protegerla de esa posesión invisible que de un hombre hace un pelele.  
Una vez lo hubo hecho, nadie consiguió jamás que la violara. Nadie y nada. Ni compañía, ni hambre, nada. La tacharon de ortodoxa, de loca, de sectaria, nada.
Ella sabía.
Sabía que un descuido, un dormirse sin querer, era razón suficiente para trasformar a cualquiera en la sombra de una vaina. Su sola posibilidad la horroriza, la horrorizaba.
Por eso no come fréjoles.

Dana es una golondrina. Una vagabunda, que de vez en cuando, duerme en el portal de mi casa. Tiene un abrigo, unas zapatillas de deporte, un gorro, un guante y una tela alrededor del cuello que puede ser foulard o bufanda. Todo le queda enorme. En ocasiones se aprieta el abrigo a la cintura con una soga trenzada con lanas y siempre, cuando camina, parece un pingüino pequeño asegurando su pisada.  También tiene tres dientes, dos incisivos y un canino, que como rascacielos asoman sobre las ruinas de lo que un día fue un jardín, un carmen de calas blancas. Siempre mira de frente. Alguna vez, vi nieve en su mirada.  Con el tiempo supe, que eso sucedía cuando manostijeras la visitaba. Nunca he visto espadas ni envainadas ni desenvainadas.
Dana es una golondrina, una dama que no come fréjoles.
Dana es...

Algunos vecinos afirman que es turca, otros aseguran que es rumana, otros porfían que Dana nació en una familia acomodada y que fueron las drogas y las compañías malas quienes la arrastraron al infierno por donde deambula desierta y desahuciada. Todos coinciden en que es guapa. Que incluso sin dientes, es guapa.

Cuando coincidimos en el portal, si se tercia, la invito a desayunar. Siempre vamos a su bar favorito. Una churrería pequeña que hay cerca de la plaza. Allí hablamos de todo y de nada. Yo le cuento mi vida; mi familia, mi trabajo, mi casa... Ella me cuenta historias que parecen fábulas, y fábulas que parecen historias. Escucharlas me inquieta y me relaja. 
Una vez, le dije lo que los vecinos opinaban. Ella me miró con esa mirada arrugada y cálida,  y sonriendo contestó "Bobadas. Todo bobadas. Bobadas y vainas. Todo vainas" Después se fue calle arriba.
Me quede allí un buen rato viendo como se alejaba. Un pingüino  con abrigo, guante y bufanda. Una golondrina que  con una vara, se abría paso entre las infinitas vainas que pretendían reducirla, poseerla, ahogarla. 

Hace tres meses y medio que no la veo. El portal esta vacío. Todos, todos los días la espero.

Hoy es mi último día de trabajo. Me despiden. No hay empleo. Mi compañía de teléfonos ha sido absorbida por otra.  Se reestructura la plantilla. Me quedo en la calle. Mi futuro es incierto. Sin embargo, me alegro. Últimamente cuando llegaban los camiones con los nuevos modelos de smartphone, de iphone, de tablet..., cuando llegaba el género nuevo, me subía a la boca un insoportable sabor a fréjoles que por ser repentino y no responder a la lógica,  me daba miedo. Tal vez sean vainas... Si pudiera hablar con Dana....

Ana Isabel Fariña

1 comentario:

  1. Vicente M. Martin17 de abril de 2014, 9:39

    Luis:
    Ese Benjamín qué poco caballero, está bien que no se deje seducir, pero que se lo cuente al marido, ¡pobre Sra. Robinson! no me extraña que terminara en el árbol. Estupendo el relato, Luis.


    Sara:
    Precioso recuerdo de una película que espero ver en su versión española “azul profundo” porque está en la Biblioteca Torrente Ballester… ya comentaremos. Comparto lo de Taormina, después de haber visto información y fotos en internet, la verdad que la luz del Mediterráneo hipnotiza, pero yo no quiero perderme, quiero encontrarme en Taormina… le diré a Venttini que se dé una vuelta por allí… ¡je…je! Sara, perfecto el relato.

    Sofía:
    Bien el poema, en tu línea… El Richard Gere “ese”, un tío guapo ¿no?...

    Ana:
    (Drácula) Como es habitual las palabras te fluyen como esas cascadas de la sierra en primavera después de un invierno lluvioso… te propongan lo que te propongan tejes una historia y nos dejas con la boca abierta. Grande, Ana.
    (La invasión de los ladrones de cuerpos) “Hay promesas que nacen con el corazón de humo”, para empezar… “Pero también hay promesas que nacen con el corazón de fuego”… hay mucha poesía en tus escritos, Ana.

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