Nos referimos a Charles Dickens y su curiosa forma de dar vida a los personajes de sus obras:
Cuando trabajaba en una novela, Charles Dickens con frecuencia corrí hasta un espejo. Una vez frente a éste, torcía el rostro haciendo una serie de gestos y muecas. Después volvía de prisa al escritorio, para continuar escribiendo frenéticamente.
En esos momentos era como si las criaturas de su imaginación lo poseyeran temporalmente. Según Dickens, en realidad escuchaba cada palabra que decían los personajes de sus novelas. No inventaba las historias, las veía.
Dickens se hundía en las desgracias y los sufrimientos de sus personajes ys e alegraba con su buena fortuna, como si los quisiera igual que a sus propios hijos. Sin embargo, también con frecuencia, los hombres y las mujeres que cristalizaba en el papel lo irritaban, pues no lo dejaban en paz.
Se analizó un texto construido a partir de una ficha del juego "Cinicus". Con unos datos mínimos sobre un personaje había que trazar los momentos más importantes de su vida.
Pierre Camomille
Escritor y peluquero
París, 1710
La Bastilla, 1765
Ya le hubiera gustado a Pierre Camomille escribir la historia de su vida, pero estaba tan enajenado con las vidas de los personajes de sus novelas que llegó a olvidarse de sí mismo.
Pierre, un escritor y peluquero de renombre en París, dejó a sus estudiosos y lectores un total de seis novelas, un poema de amor, numerosos artículos en revistas y periódicos de todo tipo y las mejores fragancias y esencias de mujer.
Camomille tenía una sensibilidad especial para tratar con gusto a las mujeres. De ahí que las clientas de su peluquería –donde ocupaba las mañanas– fueran las principales consumidoras de sus libros.
Mientras les lavaba el pelo les anunciaba la sinopsis de su nueva novela.
Después, en el secador, el calor encendía las ideas y la imaginación de sus clientas y despertaba en ellas una curiosidad tal que contaban los minutos para salir de aquella peluquería y correr a la librería más cercana.
Pierre era alto, de complexión fuerte. Sus ajustadas camisas marcaban las líneas de sus músculos debajo de la bata.
Su mirada era consistente, de duro cristal, y su voz fría y blanca como el jabón del afeitado.
Pierre mantenía su distinción en la vida real pero era otro en sus novelas, donde ponía de manifiesto su compromiso con las ideas revolucionarias.
Camomille era capaz de reconocer el perfume de cada uno de sus personajes con los ojos cerrados: lavanda en las señoritas solteras, agua de rosas en las casadas, pachuli en las viudas y camomila en las ancianas.
Al cabo de los años sólo tenía memoria para los perfumes de mujer. No recordaba más, ni siquiera su nombre.
Pierre Camomille escribió en el colofón de una de sus novelas un breve texto que resultó ser una premonición: “Llegará el día en que los hombres y mujeres de Francia perfumarán su vida y sus deseos con las palabras Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
Meses después Pierre Camomille conoció el perfume de la muerte en La Bastilla.
La propuesta de escritura consistió en recrear, tal y como se les mostró en el ejemplo, la vida del personaje que les tocó en suerte.
Estos son los trabajos de algunos de los participantes en el taller:
Kefir Baba Patalallana
Gurú
Mumbay (Bombay) 1810 - Dodge City 1882
Hace más de un año que consumo yogur búlgaro. Que es búlgaro lo sé y lo digo ahora. Hasta hace poco, hubiera afirmado sin que me temblara la voz, que su origen estaba en Grecia. El detalle de su procedencia, para mí, es lo de menos. Lo importante es que en su composición, el ingrediente fundamental es el "kefir". Solo por ello, lo ingiero mañana, tarde y noche. No lo hago por una cuestión de salud. Es más bien, por un asunto personal o universal -ya no se bien la diferencia-; un asunto de admiración, de veneración, de profundo respeto.
Cuando pasé mis vacaciones de verano en Delhi, conocí a Kefir, Kefir Baba, el gurú. Era un gurú, gurú. Lo que aprendí con él fue tan brillante, tan efervescente, tan inconmensurable..., que por mil vidas que viviera y le entregara, jamás podría compensarle. Gracias a él, abandoné la oscuridad. Mi conciencia se expandió. Descubrí lo que solo unos cuantos conocen. Soy un ser espiritual con figura humana. Mi esencia es divina. Mi naturaleza la luz. No tengo límites. Puedo beber en las fuentes del misterio. Rasgar el velo que me engaña. Ser mi destino. El universo entero me ama. La muerte es un principio. El cuerpo, como todas las cosas materiales que me rodean, no es, no son más que herramientas. Utensilios que el cosmos me regala para trazar con valor mi camino. Las penurias, los obstáculos, las desgracias... bien respiradas, pierden su sabor a sufrimiento. La vida que creemos vivir es una ilusión edificada sobre bancales. Podemos deambular como sombras en alguno de ellos, dejar que nos ate. Pero, también podemos trascenderlas y ascender ligeros, cada vez más ligeros hasta Xenu, la casa en el Nirvana.
Fue el karma, estoy segura. El karma me guió hasta Kefir Baba Patalallana y sus enseñanzas.
La primera vez que le vi, lo supe. Algo que no sé que es, pero es, nos unía. Me resultaba imposible apartar mi mirada de su figura. Sentado, quieto, susurrando palabras en medio del bullicio de aquella calle donde el monzón era quien realmente gobernaba...
Tenia los ojos cerrados. El torso erguido. Las piernas trenzadas. El agua resbalaba por su piel. Él, todo él era agua. Vestía como los gurús, es decir, no vestía. Un ligero taparrabos cubría sus partes pudendas, el resto de su indumentaria estaba formada por costilla y piel. Ambas empapadas.
Yo estaba hipnotizada. Desde la cristalera le observaba.
Cuando la tormenta cesó, abrió los ojos. Entonces, el anciano dejó de ser agua y se convirtió en mirada. Una mirada inmensa que se dirigió, como si mis ojos le llamaran, a mi. Lejos como estaba, me sentí desnuda. Ese esqueleto de agua conocía mi alma.
Durante días, tuve sus ojos en mis ojos. Mirara donde mirara, estaba. No comía, no dormía, solo mojaba mis labios con agua. Tuve fiebre. Una fiebre muy alta. Sentía como un huracán arrasaba mis entrañas. Yo sabía, que de mí, dentro de mí, no quedaba apenas nada.
Mi tío Peter -Gobernador general de la India- a quien yo -tras la trágica muerte por tifus de mis padres- visitaba, pensó que estaba muy enferma, y ciertamente lo estaba, pero no era una dolencia clásica. Su doctor me ordenó guardar cama y tomar unos brebajes que yo ingería pero no toleraba. El estómago los rechazaba.
¡Pobre tío Peter! No sabía qué hacer.
Cuando llegué el 29 de junio, con el monzón renaciendo, me aseguró que era un buen presagio. También prometió presentarme a un Maharaja. Tenían que cerrar un acuerdo, firmar una alianza, algo sobre instrumentos negociables. Viajariamos por tierra. La única forma de conocer la tierra. Sería un paseo lento, turbador, cálido y sensacional. Tardaríamos cuatro semanas. La comitiva sería alegre y grande. Aprendería a montar en camello, en caballo, en mula, en elefante...
Me enseñaría...
Y ahora....
Ahora yo tenía que guardar cama y él...
Sé que barajó la posibilidad de enviar un representante, pero la cuestión era muy delicada. También pondero trasladarme como estaba, encamada, pero el riesgo de perderme en el camino, le torturaba. Finalmente se fue sin mi, y me dejó en las manos de Ahisma, la mujer hindú que aparentemente cuidaba su casa, pero que en realidad, era su corazón lo que cuidaba.
Como el karma es el karma, dio la casualidad de que mi guardiana, la suave Ahisma, era nieta del gurú.
Su madre había sido el fruto glorioso de la unión ilegítima y tántrica de su abuelo y la joven esposa de un shatria, un noble guerrero que como todos los nobles guerreros, nació de los brazos del gran Brahma. Cuando se descubrió la relación, fue públicamente decapitada, después su cuerpo se arrojó a la basura. No le purificarían las llamas. El abuelo, entonces joven como ella, se salvó de la condena. No había llegado su hora. No le descubrieron porque mientras le buscaban, en un parque, bajo un árbol, recitaba un mantra. Cosas del karma. Cuando supo lo sucedido, con la noche por testigo, fue a recoger de la basura los restos de su amada. Junto a ellos había una bebe. Llevaba colgada al cuello una cadenita de oro con forma de serpiente. Era la cobra que adornaba la garganta de la joven esposa decapitada. No dudó. La criatura era su hija. Una niña preciosa que el shatria, debía de haber condenado a ser devorada por los perros o rescatada por el karma. A su lado, había un pequeño. La velaba. No dejaba que nada la molestara. Apenas caminaba, pero sus pasos ya eran valientes. ¿Por qué estaba allí? por lo mismo que pasa todo lo que pasa. Por todo. Por nada. Por el karma. También se le llevó. A ambos los instruyó en sus artes, y con el tiempo, ambos fueron padres. Los padres de Ahisma, la suave Ahisma, mi tía india, mi guardiana.
Todo ésto lo supe de su boca después de que su abuelo, al que ella llamó para que me asistiera en cuanto mi tío abandonó la ciudad, me recitara en urdú, miles de mantras de los que yo no entendía nada.
En ese momento, el anciano ya no era agua, ni mirada. En ese momento, cuando envuelto en incienso me recitaba, era rezo, era voz, era plegaria. Era un susurro melodioso que yo no necesitaba entender, para saber que ese camino que las volutas de humo dibujaban era el único camino. Mi único camino. La senda iluminada. El lugar donde todo es como debe de ser. Desde él, podría acceder al Nirvana.
Fue el karma. Estoy segura. El karma me guió a Kefir Baba Patalallana y sus enseñanzas.
Nada en mi vida volvió a ser igual después de nuestro encuentro. Las cuatro semanas que estuvo mi tio fuera, fueron el tiempo mas fértil de mi vida. El anciano y su nieta gestaron mi renacer.
Los dos meses siguientes estuvieron llenos de hazañas. Lances que jamás hubiera acometido si el agua del monzón no hubiera anegado mis ojos con la mirada inmensa de un hombre casi consumido, de un viejo esquelético, de un anciano en pañales.
Al cabo de tres veranos, volví.
No estaba.
Ahisma me dijo que había muerto.
Parece ser que poco después de mi marcha, una partida de europeos pendencieros y embrutecidos, que habían trabajado en el Canal de Suez, se asentaron en Delhi. Pronto vaciaron sus bolsillos y el hambre les apretó con ganas. Se despertó su furia. No respetaban nada. Las autoridades estaban desbordadas. La población aterrorizada.
La solución vino con el viento
Existía un lugar, una tierra casi virgen donde todo era de oro. Los ríos, los valles, las praderas, las montañas..., Sólo había que ir a recogerlo. Se podía matar el hambre con una palabra: pionero. Una palabra y un largo viaje.
Fue el karma. Estoy segura, el karma se llevó a Kefir Baba Patalallana y sus enseñanzas.
No es que Kefir, el anciano Kefir ansiara ese camino, ni esos acompañantes, de hecho no ansiaba nada, pero... el karma...
Durante dos meses un búfalo blanco visitó sus sueños. Supo que tenia que ir a buscarle, y que el camino estaba en ese largo viaje con esos oscuros acompañantes.
Su final le llegó en Dodge City, ciudad del condado de Ford, en el estado de Kansas. Una bala interrumpió su mantra mientras meditaba rodeado por la manada con la que convivía desde su llegada. Fue una mañana más. Fue una cacería más. Junto a él, miles de búfalos murieron. Nadie tocó sus cuerpos. Se pudrirían allí poco a poco hasta que otra mañana, una cacería más, depositara sobre sus restos más restos de vida mutilada. Sus muertes habían sido innecesarias. Un capricho feroz. Una masacre cruel y despiadada.
Como el karma es el karma, dio la casualidad de que una tarde, una joven recordó que junto a los búfalos, hacía meses, vivía un hombre consumido. Un viejo esquelético que utilizaba una indumentaria escasa, un anciano que llegó a Dodge City con las últimas caravanas. Le imaginó muerto tras las matanzas. Devorado por los perros y las alimañas. Le ardieron las entrañas.
Con la noche por testigo, poco antes de que la cantina abriera sus puertas, preparó un atillo con una sábana blanca, un bote de perfume y una cantimplora de agua. Cobijada por las sombras, abandonó la ciudad. La pradera apestaba. Nunca olvidaría ese aroma a barbarie, ni la horrible sensación de que aunque realmente estuviera allí el cadáver, no podría encontrarle. Los restos eran excesivos. Unos se cubrían, a otros. La fosa era demasiado grande. Sola y sin luz, y con esa arcada en los ojos, en la piel, en la garganta...
Desvalida como estaba, vomitó sobre una tierra que lloraba.
Después, se cubrió la nariz con un trozo de enagua, y avanzó a tientas entre los despojos.
Mumbay (Bombay) 1810 - Dodge City 1882
Hace más de un año que consumo yogur búlgaro. Que es búlgaro lo sé y lo digo ahora. Hasta hace poco, hubiera afirmado sin que me temblara la voz, que su origen estaba en Grecia. El detalle de su procedencia, para mí, es lo de menos. Lo importante es que en su composición, el ingrediente fundamental es el "kefir". Solo por ello, lo ingiero mañana, tarde y noche. No lo hago por una cuestión de salud. Es más bien, por un asunto personal o universal -ya no se bien la diferencia-; un asunto de admiración, de veneración, de profundo respeto.
Cuando pasé mis vacaciones de verano en Delhi, conocí a Kefir, Kefir Baba, el gurú. Era un gurú, gurú. Lo que aprendí con él fue tan brillante, tan efervescente, tan inconmensurable..., que por mil vidas que viviera y le entregara, jamás podría compensarle. Gracias a él, abandoné la oscuridad. Mi conciencia se expandió. Descubrí lo que solo unos cuantos conocen. Soy un ser espiritual con figura humana. Mi esencia es divina. Mi naturaleza la luz. No tengo límites. Puedo beber en las fuentes del misterio. Rasgar el velo que me engaña. Ser mi destino. El universo entero me ama. La muerte es un principio. El cuerpo, como todas las cosas materiales que me rodean, no es, no son más que herramientas. Utensilios que el cosmos me regala para trazar con valor mi camino. Las penurias, los obstáculos, las desgracias... bien respiradas, pierden su sabor a sufrimiento. La vida que creemos vivir es una ilusión edificada sobre bancales. Podemos deambular como sombras en alguno de ellos, dejar que nos ate. Pero, también podemos trascenderlas y ascender ligeros, cada vez más ligeros hasta Xenu, la casa en el Nirvana.
Fue el karma, estoy segura. El karma me guió hasta Kefir Baba Patalallana y sus enseñanzas.
La primera vez que le vi, lo supe. Algo que no sé que es, pero es, nos unía. Me resultaba imposible apartar mi mirada de su figura. Sentado, quieto, susurrando palabras en medio del bullicio de aquella calle donde el monzón era quien realmente gobernaba...
Tenia los ojos cerrados. El torso erguido. Las piernas trenzadas. El agua resbalaba por su piel. Él, todo él era agua. Vestía como los gurús, es decir, no vestía. Un ligero taparrabos cubría sus partes pudendas, el resto de su indumentaria estaba formada por costilla y piel. Ambas empapadas.
Yo estaba hipnotizada. Desde la cristalera le observaba.
Cuando la tormenta cesó, abrió los ojos. Entonces, el anciano dejó de ser agua y se convirtió en mirada. Una mirada inmensa que se dirigió, como si mis ojos le llamaran, a mi. Lejos como estaba, me sentí desnuda. Ese esqueleto de agua conocía mi alma.
Durante días, tuve sus ojos en mis ojos. Mirara donde mirara, estaba. No comía, no dormía, solo mojaba mis labios con agua. Tuve fiebre. Una fiebre muy alta. Sentía como un huracán arrasaba mis entrañas. Yo sabía, que de mí, dentro de mí, no quedaba apenas nada.
Mi tío Peter -Gobernador general de la India- a quien yo -tras la trágica muerte por tifus de mis padres- visitaba, pensó que estaba muy enferma, y ciertamente lo estaba, pero no era una dolencia clásica. Su doctor me ordenó guardar cama y tomar unos brebajes que yo ingería pero no toleraba. El estómago los rechazaba.
¡Pobre tío Peter! No sabía qué hacer.
Cuando llegué el 29 de junio, con el monzón renaciendo, me aseguró que era un buen presagio. También prometió presentarme a un Maharaja. Tenían que cerrar un acuerdo, firmar una alianza, algo sobre instrumentos negociables. Viajariamos por tierra. La única forma de conocer la tierra. Sería un paseo lento, turbador, cálido y sensacional. Tardaríamos cuatro semanas. La comitiva sería alegre y grande. Aprendería a montar en camello, en caballo, en mula, en elefante...
Me enseñaría...
Y ahora....
Ahora yo tenía que guardar cama y él...
Sé que barajó la posibilidad de enviar un representante, pero la cuestión era muy delicada. También pondero trasladarme como estaba, encamada, pero el riesgo de perderme en el camino, le torturaba. Finalmente se fue sin mi, y me dejó en las manos de Ahisma, la mujer hindú que aparentemente cuidaba su casa, pero que en realidad, era su corazón lo que cuidaba.
Como el karma es el karma, dio la casualidad de que mi guardiana, la suave Ahisma, era nieta del gurú.
Su madre había sido el fruto glorioso de la unión ilegítima y tántrica de su abuelo y la joven esposa de un shatria, un noble guerrero que como todos los nobles guerreros, nació de los brazos del gran Brahma. Cuando se descubrió la relación, fue públicamente decapitada, después su cuerpo se arrojó a la basura. No le purificarían las llamas. El abuelo, entonces joven como ella, se salvó de la condena. No había llegado su hora. No le descubrieron porque mientras le buscaban, en un parque, bajo un árbol, recitaba un mantra. Cosas del karma. Cuando supo lo sucedido, con la noche por testigo, fue a recoger de la basura los restos de su amada. Junto a ellos había una bebe. Llevaba colgada al cuello una cadenita de oro con forma de serpiente. Era la cobra que adornaba la garganta de la joven esposa decapitada. No dudó. La criatura era su hija. Una niña preciosa que el shatria, debía de haber condenado a ser devorada por los perros o rescatada por el karma. A su lado, había un pequeño. La velaba. No dejaba que nada la molestara. Apenas caminaba, pero sus pasos ya eran valientes. ¿Por qué estaba allí? por lo mismo que pasa todo lo que pasa. Por todo. Por nada. Por el karma. También se le llevó. A ambos los instruyó en sus artes, y con el tiempo, ambos fueron padres. Los padres de Ahisma, la suave Ahisma, mi tía india, mi guardiana.
Todo ésto lo supe de su boca después de que su abuelo, al que ella llamó para que me asistiera en cuanto mi tío abandonó la ciudad, me recitara en urdú, miles de mantras de los que yo no entendía nada.
En ese momento, el anciano ya no era agua, ni mirada. En ese momento, cuando envuelto en incienso me recitaba, era rezo, era voz, era plegaria. Era un susurro melodioso que yo no necesitaba entender, para saber que ese camino que las volutas de humo dibujaban era el único camino. Mi único camino. La senda iluminada. El lugar donde todo es como debe de ser. Desde él, podría acceder al Nirvana.
Fue el karma. Estoy segura. El karma me guió a Kefir Baba Patalallana y sus enseñanzas.
Nada en mi vida volvió a ser igual después de nuestro encuentro. Las cuatro semanas que estuvo mi tio fuera, fueron el tiempo mas fértil de mi vida. El anciano y su nieta gestaron mi renacer.
Los dos meses siguientes estuvieron llenos de hazañas. Lances que jamás hubiera acometido si el agua del monzón no hubiera anegado mis ojos con la mirada inmensa de un hombre casi consumido, de un viejo esquelético, de un anciano en pañales.
Al cabo de tres veranos, volví.
No estaba.
Ahisma me dijo que había muerto.
Parece ser que poco después de mi marcha, una partida de europeos pendencieros y embrutecidos, que habían trabajado en el Canal de Suez, se asentaron en Delhi. Pronto vaciaron sus bolsillos y el hambre les apretó con ganas. Se despertó su furia. No respetaban nada. Las autoridades estaban desbordadas. La población aterrorizada.
La solución vino con el viento
Existía un lugar, una tierra casi virgen donde todo era de oro. Los ríos, los valles, las praderas, las montañas..., Sólo había que ir a recogerlo. Se podía matar el hambre con una palabra: pionero. Una palabra y un largo viaje.
Fue el karma. Estoy segura, el karma se llevó a Kefir Baba Patalallana y sus enseñanzas.
No es que Kefir, el anciano Kefir ansiara ese camino, ni esos acompañantes, de hecho no ansiaba nada, pero... el karma...
Durante dos meses un búfalo blanco visitó sus sueños. Supo que tenia que ir a buscarle, y que el camino estaba en ese largo viaje con esos oscuros acompañantes.
Su final le llegó en Dodge City, ciudad del condado de Ford, en el estado de Kansas. Una bala interrumpió su mantra mientras meditaba rodeado por la manada con la que convivía desde su llegada. Fue una mañana más. Fue una cacería más. Junto a él, miles de búfalos murieron. Nadie tocó sus cuerpos. Se pudrirían allí poco a poco hasta que otra mañana, una cacería más, depositara sobre sus restos más restos de vida mutilada. Sus muertes habían sido innecesarias. Un capricho feroz. Una masacre cruel y despiadada.
Como el karma es el karma, dio la casualidad de que una tarde, una joven recordó que junto a los búfalos, hacía meses, vivía un hombre consumido. Un viejo esquelético que utilizaba una indumentaria escasa, un anciano que llegó a Dodge City con las últimas caravanas. Le imaginó muerto tras las matanzas. Devorado por los perros y las alimañas. Le ardieron las entrañas.
Con la noche por testigo, poco antes de que la cantina abriera sus puertas, preparó un atillo con una sábana blanca, un bote de perfume y una cantimplora de agua. Cobijada por las sombras, abandonó la ciudad. La pradera apestaba. Nunca olvidaría ese aroma a barbarie, ni la horrible sensación de que aunque realmente estuviera allí el cadáver, no podría encontrarle. Los restos eran excesivos. Unos se cubrían, a otros. La fosa era demasiado grande. Sola y sin luz, y con esa arcada en los ojos, en la piel, en la garganta...
Desvalida como estaba, vomitó sobre una tierra que lloraba.
Después, se cubrió la nariz con un trozo de enagua, y avanzó a tientas entre los despojos.
Cuando prescindió de ella, sus ojos vieron y sus oídos escucharon.
Un cachorrito lloraba ¿Por qué estaba allí? Por lo mismo que pasa todo. Por todo. Por nada. Por el karma. Su llanto la guió al hombre que buscaba. Acurrucado en su pecho, le lamia la herida de bala que puso fin a su mantra.
Le acarició y le ofreció un poco de agua.
Después pensó, ¿y ahora hermana? ¿que hacemos ahora hermana? y mientras lo hacía, limpiaba con el resto del agua y el perfume, el cuerpo frio del anciano que murió con la manada. Su cara la tenía hipnotizada. Sus ojos no se cerraban. Aún sin vida, era la suya una mirada inmensa. Se sintió desnuda.
Cuando terminó, le envolvió en la sábana y se le cargó al hombro. Extrañamente no pesaba nada. Después sin saber por qué, se dirigió al rio. El cachorrito, como podia, la seguía. Su idea era buscar un lugar donde la tierra fuera más blanda. Así ella, con sus manos, podría cavarla. Formaria un lecho de arcilla roja. El anciano tendria cama en esa tierra bárbara. Después le cubriría con piedras. Ella le visitaría. No le devorarian las alimañas. Nada más llegar a la orilla del Misuri, dejó su carga -que no pesaba- en el suelo. Al abrir la sábana... no habia nada. A su alrededor se fue formando un torbellino de luz que la envolvía. Su caricia era amable. Conoció la paz. Juraría que en la misma orilla, junto a ella, además del cachorro había un búfalo blanco, un búfalo vivo que la miraba.
No volvió a la cantina.
Un cachorrito lloraba ¿Por qué estaba allí? Por lo mismo que pasa todo. Por todo. Por nada. Por el karma. Su llanto la guió al hombre que buscaba. Acurrucado en su pecho, le lamia la herida de bala que puso fin a su mantra.
Le acarició y le ofreció un poco de agua.
Después pensó, ¿y ahora hermana? ¿que hacemos ahora hermana? y mientras lo hacía, limpiaba con el resto del agua y el perfume, el cuerpo frio del anciano que murió con la manada. Su cara la tenía hipnotizada. Sus ojos no se cerraban. Aún sin vida, era la suya una mirada inmensa. Se sintió desnuda.
Cuando terminó, le envolvió en la sábana y se le cargó al hombro. Extrañamente no pesaba nada. Después sin saber por qué, se dirigió al rio. El cachorrito, como podia, la seguía. Su idea era buscar un lugar donde la tierra fuera más blanda. Así ella, con sus manos, podría cavarla. Formaria un lecho de arcilla roja. El anciano tendria cama en esa tierra bárbara. Después le cubriría con piedras. Ella le visitaría. No le devorarian las alimañas. Nada más llegar a la orilla del Misuri, dejó su carga -que no pesaba- en el suelo. Al abrir la sábana... no habia nada. A su alrededor se fue formando un torbellino de luz que la envolvía. Su caricia era amable. Conoció la paz. Juraría que en la misma orilla, junto a ella, además del cachorro había un búfalo blanco, un búfalo vivo que la miraba.
No volvió a la cantina.
Fue fácil identificar al anciano y descubrir su procedencia.
Una vez hecho, inició el camino inverso.
Un año después, llamaba a la puerta de Ahisma y le relataba lo sucedido. No iba sola. Un perro juguetón, baba, y un bebé de tres meses con una mirada inmensa, la acompañaban.
Ahisma que por entonces también estaba embarazada, la recibió como a una hermana.
Sabía que era cierto todo lo que le contaba. Los cabellos de Shiva no solo fluyen por el Ganges. Se enmarañan en todas las aguas.
Esa joven que llamaba a su puerta, ignorante como era, ajena a las enseñanzas, escondía de forma innata, bajo su pelo rojo, bajo su piel pecosa y blanca, la esencia de todos los mantras: Si puedes amar, ama. Si no puedes amar, ama.
Ahisma que por entonces también estaba embarazada, la recibió como a una hermana.
Sabía que era cierto todo lo que le contaba. Los cabellos de Shiva no solo fluyen por el Ganges. Se enmarañan en todas las aguas.
Esa joven que llamaba a su puerta, ignorante como era, ajena a las enseñanzas, escondía de forma innata, bajo su pelo rojo, bajo su piel pecosa y blanca, la esencia de todos los mantras: Si puedes amar, ama. Si no puedes amar, ama.
El verano que yo llegué...
Así se termina el relato que encontré entre los diarios geográficos de mi tatarabuela Elisabeth. Una dama estrafalaria. Una victoriana que nunca uso guantes.
Daría mi vida por saber más, pero no encuentro el camino.
Llevo más de un año siguiendo su pista, practicando yoga, recitando mantras, devorando Kefir, alerta, pendiente de las señales....
Nada.
Absolutamente nada.
A veces me pregunto ¿por qué? ¿por qué este vacio, esta nada? Entonces releo sus hojas y concluyo, por lo mismo que pasa todo lo que pasa. Por todo. Por nada. Por el karma.
Ana Isabel Fariña
Mary Popper
Institutriz
York, 1939 - La Moraleja 1999
Mary Popper se hace institutriz en 1960, trabaja en una gran mansión con niños de diversas edades, hijos de un militar soltero. Les educa a través del canto y el juego. El padre de los niños se enamora de ella, se convierten en pareja y se casan.
En 1980, toda la familia se dedica a cantar por Nueva York. Hacen películas, musicales de danza y acrobacia, canto y recitado.
La fantasía de Mary Popper se muestra en sus películas, en las que son protagonistas sus hijos. Vuela con los objetos y canta con la sensibilidad de un niño.
En 1996, Mary Popper tiene una enfermedad de cáncer que le impide seguir una vida activa. Su familia sigue actuando sin ella hasta 1998, año en el que Mary Popper se encuentra en la fase final de su enfermedad. Se trasladan a La Moraleja donde muere, acompañada de su marido y de sus hijos el 12 de Abril de 1999.
Sofía Montero
Kim Ratzinger
Obispa
Chester, 1990 - Canterbury, 2062
Una preciosa niña de melena rubia nacía en Chester en 1990 de madre americana, de Los Angeles, y padre alemán, descendiente de nazis. Ambos habían coincidido en unas Jornadas espirituales de la iglesia anglicana en Canterbury durante las cuales concibieron a Kim. No se casaron por que no creían en el matrimonio y además basaban la relación en la libertad absoluta ya que ni se debía ni se podía engañar al espíritu.
Kim se crió en Downtown en un entorno religioso y de ayuda al necesitado. Participaba activamente en tareas como distribuir comida a los pobres en Countryside, visitar a los enfermos de la parroquia de Chesterfield los domingos y organizar rastros de ropa y objetos para obtener beneficios económicos que ponía a disposición de la iglesia de Abbey. Desde adolescente era conocida por su atractivo físico, de largas piernas y pechos firmes y voluminosos, lo cual era un aliciente más para todo los contribuyentes. Hasta ponía su cuerpo a merced de personas que demandaban sexo, cariño o ternura.
Su fama cruzó fronteras y fue ascendida por clamor popular. Tras una larga vida ejerciendo como Obispa falleció en 2062 arropada por el amor de todos sus feligreses.
Antonia Oliva
Cristobal Cotón
Industrial
Sabadell 1610 - Bogotá 1692
Como buen catalán, se dedicó a los negocios, concretamente a la compra de algodón, de donde le venía parte del apellido. En su fábrica de Sabadell, llegó a tener hasta 100 empleados, a los cuales les pagaba el salario mínimo. El negocio le venia de su padre, llamado también Cristobal Cotón, el cual empezó a fabricar telas de colores, las cuales las vendió con éxito por toda Cataluña; su hijo un poco más emprendedor y viendo que el negocio se podía expandir, empezó a venderlo por toda España, no tenía prejuicios, no era nacionalista, siempre decía "la pela es la pela".
El negocio iba viento en popa, hasta que se instalaron unos chinos en Hospitalet de Llobregat, y le hicieron la competencia, hasta tal punto que tuvieron que cerrar la empresa, despedir a los obreros e instalarse en Bogotá, donde falleció a la edad de 82 años.
En el epitafio, quedó escrito que le pusieran: " Me cagonet en los chinos".
Mary Popper
Institutriz
York, 1939 - La Moraleja 1999
Mary Popper se hace institutriz en 1960, trabaja en una gran mansión con niños de diversas edades, hijos de un militar soltero. Les educa a través del canto y el juego. El padre de los niños se enamora de ella, se convierten en pareja y se casan.
En 1980, toda la familia se dedica a cantar por Nueva York. Hacen películas, musicales de danza y acrobacia, canto y recitado.
La fantasía de Mary Popper se muestra en sus películas, en las que son protagonistas sus hijos. Vuela con los objetos y canta con la sensibilidad de un niño.
En 1996, Mary Popper tiene una enfermedad de cáncer que le impide seguir una vida activa. Su familia sigue actuando sin ella hasta 1998, año en el que Mary Popper se encuentra en la fase final de su enfermedad. Se trasladan a La Moraleja donde muere, acompañada de su marido y de sus hijos el 12 de Abril de 1999.
Sofía Montero
Kim Ratzinger
Obispa
Chester, 1990 - Canterbury, 2062
Una preciosa niña de melena rubia nacía en Chester en 1990 de madre americana, de Los Angeles, y padre alemán, descendiente de nazis. Ambos habían coincidido en unas Jornadas espirituales de la iglesia anglicana en Canterbury durante las cuales concibieron a Kim. No se casaron por que no creían en el matrimonio y además basaban la relación en la libertad absoluta ya que ni se debía ni se podía engañar al espíritu.
Kim se crió en Downtown en un entorno religioso y de ayuda al necesitado. Participaba activamente en tareas como distribuir comida a los pobres en Countryside, visitar a los enfermos de la parroquia de Chesterfield los domingos y organizar rastros de ropa y objetos para obtener beneficios económicos que ponía a disposición de la iglesia de Abbey. Desde adolescente era conocida por su atractivo físico, de largas piernas y pechos firmes y voluminosos, lo cual era un aliciente más para todo los contribuyentes. Hasta ponía su cuerpo a merced de personas que demandaban sexo, cariño o ternura.
Su fama cruzó fronteras y fue ascendida por clamor popular. Tras una larga vida ejerciendo como Obispa falleció en 2062 arropada por el amor de todos sus feligreses.
Antonia Oliva
Cristobal Cotón
Industrial
Sabadell 1610 - Bogotá 1692
Como buen catalán, se dedicó a los negocios, concretamente a la compra de algodón, de donde le venía parte del apellido. En su fábrica de Sabadell, llegó a tener hasta 100 empleados, a los cuales les pagaba el salario mínimo. El negocio le venia de su padre, llamado también Cristobal Cotón, el cual empezó a fabricar telas de colores, las cuales las vendió con éxito por toda Cataluña; su hijo un poco más emprendedor y viendo que el negocio se podía expandir, empezó a venderlo por toda España, no tenía prejuicios, no era nacionalista, siempre decía "la pela es la pela".
El negocio iba viento en popa, hasta que se instalaron unos chinos en Hospitalet de Llobregat, y le hicieron la competencia, hasta tal punto que tuvieron que cerrar la empresa, despedir a los obreros e instalarse en Bogotá, donde falleció a la edad de 82 años.
En el epitafio, quedó escrito que le pusieran: " Me cagonet en los chinos".
Luis Iglesias
Ángel de la Guarda
Guardaespaldas
Jaén 1950- Bagdad 1999
Su padre era guardia civil, asignado a la agrupación de tráfico de Jaén. La madre, atendía las labores de casa y hacía trabajos de costura. No tenía hermanos. Estudia el bachillerato en la ciudad de Jaén, destaca por su aspecto: grande y fuerte; sin duda, el que más podía del Instituto. Le gustaban todo tipo de deportes y en todos siempre era de los mejores, pero lo que le apasionaba de verdad era la defensa personal: el judo y el kárate, en las que era cinturón negro. Se prepara oposiciones de policía que logra sacar al tercer intento con el número tres. Dentro del cuerpo es destinado como guardaespaldas de políticos al país vasco, después se especializa en infiltrarse dentro de las organizaciones terroristas, realizando algunos trabajos delicados para el C.N.I. En 1999 y con apenas 49 años muere víctima de un atentado terrorista en Bagdad, mientras acompañaba al embajador español en Irak.
Ángel de la Guarda tenía un carácter muy estricto y de costumbres muy sanas. No bebía ni fumaba, diariamente corría por lo menos 15 kilómetros. Se contaba de él que haciendo un servicio para un ministro al que asediaban los periodistas, en cuanto podía, les daba patadas en las espinillas o pisotones. No estaba casado, tampoco se le conocían amistades femeninas. Su vida privada era un misterio. Se rumoreaba que era “gay” pero nadie lo pudo demostrar. A su muerte se le concedió la medalla al mérito policial.
Vicente M. Martín
Ángel de la Guarda
Guardaespaldas
Jaén 1950- Bagdad 1999
Su padre era guardia civil, asignado a la agrupación de tráfico de Jaén. La madre, atendía las labores de casa y hacía trabajos de costura. No tenía hermanos. Estudia el bachillerato en la ciudad de Jaén, destaca por su aspecto: grande y fuerte; sin duda, el que más podía del Instituto. Le gustaban todo tipo de deportes y en todos siempre era de los mejores, pero lo que le apasionaba de verdad era la defensa personal: el judo y el kárate, en las que era cinturón negro. Se prepara oposiciones de policía que logra sacar al tercer intento con el número tres. Dentro del cuerpo es destinado como guardaespaldas de políticos al país vasco, después se especializa en infiltrarse dentro de las organizaciones terroristas, realizando algunos trabajos delicados para el C.N.I. En 1999 y con apenas 49 años muere víctima de un atentado terrorista en Bagdad, mientras acompañaba al embajador español en Irak.
Ángel de la Guarda tenía un carácter muy estricto y de costumbres muy sanas. No bebía ni fumaba, diariamente corría por lo menos 15 kilómetros. Se contaba de él que haciendo un servicio para un ministro al que asediaban los periodistas, en cuanto podía, les daba patadas en las espinillas o pisotones. No estaba casado, tampoco se le conocían amistades femeninas. Su vida privada era un misterio. Se rumoreaba que era “gay” pero nadie lo pudo demostrar. A su muerte se le concedió la medalla al mérito policial.
Vicente M. Martín
Piero Constante y Sonante
Banquero
Venecia 1495 - Venecia 1570
Por aquel entonces la carrera universitaria y el master no era el prolegómeno a seguir para alcanzar un puesto de trabajo. Quizás si eras de gran inteligencia, y hábil con los negocios, si además sabias especular y sentir la vocación de usura… podías encontrar un puesto en la gestión bancaria. Nuestro personaje estuvo asentado en la misma ciudad durante toda su vida, lo cual implica no viajar demasiado sino ser constante en su lugar de residencia y por lo tanto conocido al final de su vida por todos los conciudadanos. Todos se conocían lo cual no importaba para ser defensor a ultranza de las frivolidades que le alejaban de la ecuanimidad.
- Han sido 75 años llenos de egoísmo y un encubrimiento largo de la caridad. Mi carácter era agrio, seco y poco condescendiente… me tenía que salir con mis ganancias y no me importó nunca la generosidad. Mi vida era mi negocio.
Escapé de ir a la cárcel pero ahora estoy en el purgatorio tratando de entender… por qué si soy un hombre inteligente, mi dominio contable, los trucos con las cuentas, que eran mis mejores tesoros, no me han ayudado a ganarme el cielo, pero hoy el Señor me ha explicado las causas por las que los ticos tienen tantos problemas para ir a la paz celeste. Yo además, soy genio y figura hasta la sepultura y no quiero perder ni un maravedí, quiero ser yo mismo… si eso implica estar en el purgatorio permaneceré el tiempo necesario. Me interesa la hacienda y soy feliz atesorando.
Piero ha descubierto, en cierto modo una forma de vivir eternamente, sujeto a las presiones de lo material. Todo esto le costará no tener nunca desasosiego, tener posesiones y caudales, lleno de cosas valiosas sin encontrar nunca valores humanos.
María Teresa Mendoza
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