El sueño de la esposa del pescador

El lunes pasado la sesión giró en torno a la fantasía y el deseo. Para ello tomamos como punto de partida el famoso grabado de Katsushika Hokusai "El sueño de la mujer del pescador", un referente del arte erótico.

El poeta Orlando González Esteva señala en su artículo "Amores bestiales":

El sueño de la mujer del pescador, el famoso grabado de Katsushika Hokusai (1760-1849), cumple doscientos un años, y uno no sabe qué admirar más, si el poder sugestivo de la obra, donde se contempla a dos pulpos sosteniendo relaciones íntimas con un ser humano, o el título que acabó adjudicándosele, un título capaz de excitar la imaginación del más apático. Hokusai no dio nombre al grabado y algunos críticos e historiadores prefieren identificarlo con frases más escuetas: Joven buza y pulpos o La buscadora de perlas y dos pulpos. Son títulos conformes a una realidad milenaria: no es raro que la mujer japonesa bucee en busca de algas, mariscos y ostras, constantes de la dieta nacional, o en busca de perlas, mientras su marido pesca mar adentro. Internet ofrece fotografías y testimonios filmados de algunas pescadoras de perlas contemporáneas y, como antaño, semidesnudas.
El grabado de Hokusai, cuyo punto de partida puede haber sido la historia de Tamatori, una princesa que ayuda a su esposo a recuperar la perla que le ha robado el rey de los mares –un dragón al frente de un ejército de criaturas marinas, entre ellas, un regimiento de pulpos–, ha atraído a escritores, músicos, escultores y pintores occidentales, entre los que figuran desde Auguste Rodin y Pietro Mascagni, a cuya ópera Iris pertenece el “aria della piovra” o “aria del pulpo”, hasta Pablo Picasso y Salvador Dalí. Pero ha sido la psiquiatría la que más ha hurgado en la obra de Hokusai para ilustrar el poder de la vida inconsciente, la significación de los sueños, el carácter tentacular de los deseos reprimidos, el rol de la fantasía y la fiera pulsión animal que subyace en lo humano, donde la zoofilia es agua que aún mueve molinos.
El sueño de la mujer del pescador ocupa un lugar de privilegio en la historia del arte erótico. No ha perdido un ápice de su don para turbar –y, en ocasiones, ofender al desavisado pudibundo– ni para espabilar a quien no teme dejarse arrastrar por lo que la obra aventura. Pero de ser despojada del nombre que la tradición le impusiera y por el que ha llegado a identificársele se vería privada de buena parte de su encanto, de aquella dimensión que la rescata de un erotismo extravagante, rayano en lo grosero. Tan importante como lo que Hokusai muestra es, para quien sabe que un título puede enriquecer una obra o atentar contra ella, la palabra “sueño”.



El objetivo de la sesión era reflexionar sobre el mundo de los sueños (el psicoanálisis, Freud), la fantasía y el deseo. Esta obra de Hokusai ha inspirado a grandes pintores y grandes escritores y -como nació sin nombre- recibió varios títulos.

Propuesta de escritura
¿Qué títulos le pondríais vosotros a dicha obra? ¿Qué otros posibles sueños eróticos -entre la fantasía y el deseo- pudo tener la joven protagonista, una buscadora de perlas japonesa, esposa de un pescador?

Estos son los trabajos de algunos de los participantes en el taller


El sueño del pescador

Se acerca y juntos nos dirigimos a la minka. Corro la fusuma para cerrarla, observando el exterior, nadie se ha percatado de nuestra ausencia en la playa.
Me espera junto al futon extendido en el tatami. Cuidadosamente retiro el kakebuton y coloco la makura. Cojo un paño de seda y le vendo los ojos antes de desnudarme. Comienzo a desvestirle lentamente, se estremece al sentir mis manos, frías de pasar horas bajo el agua, sobre su torso, y ronronea al sentir mis dedos recorriendo su columna vertebral hasta posarse en sus caderas. Sus manos me buscan aferrando mi cuerpo contra el suyo. Me separo apartando su cuerpo de forma violenta, la sorpresa le hace llevarse las manos al vello que tiene sobre los ojos. Impido que se lo quite y hago que se tumbe. Me obedece a regañadientes más por la evidente excitación que por seguirme el juego.
Comienzo a recorrer su cuerpo con mis labios, remarcando el camino con mis uñas. Mis dientes le arrancan un grito de sorpresa al cerrarse sobre uno de sus pezones. Cuando lo repito con el otro, el grito se convierte en un gutural sonido brotado de su pecho. Rodeo de besos su ombligo y comienza a temblar. Me buscan sus manos y respondo guiándolas por mi propio cuerpo. Se me escapa un gemido indiscreto y su cuerpo se revoluciona ante él. Bruscamente me aparto y uno nuestras humedades comprobando que encajan a la perfección. Comenzamos a movernos al ritmo. Me encuentro al borde del abismo y sé que me acompaña.
Entonces noto una sacudida, muy distinta a la que esperaba, en el hombro. Mis ojos enfocan la cara de mi shujin, que acaba de llegar a la playa con su barca y me mira desconcertado. Sacudo la cabeza y me deshago de los restos de mi fantasía extramarital. Mi marido me deja y vuelve a la barca donde ayuda a su compañero, el objeto de mis deseos ocultos, a descargar los aparejos.

Suspiro frustrada. No me siento culpable y menos después de que mi shujin me confesara que fantasea que es un pulpo que me penetra con todos sus tentáculos. Al menos mis fantasías son lógicas.

Leticia Vicente


Distintos sueños eróticos

Recuerdo que en una reunión variopinta de amigos, en los que había un poco de todo, personas serias, cachondos, pirados, salidos y salidos del todo.
Teo, un poco salido, comenzó diciendo que el siempre soñaba lo mismo, que todas las noches nada más acostarse, empezaba a soñar con tres mujeres distintas, con las que pasaba unas noches bárbaras.
Chema, que era algo mas vergonzoso, nos decía que él disfrutaba soñando todas las noches que cogía su Honda y se iba hasta Alicante para ver amanecer frente al mar.
Aquí, empieza una pequeña discusión entre ambos, para ver quién de los dos decía la verdad y quién fantaseaba más.
Teo, zanjó el tema diciéndole a Chema, que ayer mismo y dado que las mujeres con la que estaba eran un poco peleonas, le llamó para que le echara una mano, y que su contestador automático le comunicó que había salido con la moto para Alicante.

Luis Iglesias


La cala blanca y los peces de colores

Una arena blanca, fina, casi ceniza se oculta a los pies de un acantilado. La vegetación verde y frondosa es testigo de una naturaleza que se despeina. La mar recibe el reflejo de un cielo sin nubes, vacío, desnudo. La luz es clara, tan clara que amenaza con romperse y esparcirse en el aire convertida en millones de partículas de zafiros y diamantes. Las olas melodiosas y tímidas visitan la rada, van y vienen, vienen y van en una monotonía que es un canto al sosiego, a la paz, a la sensualidad, al placer. Su tacto es suave, aterciopelado, pura tela de algodón blanco que suaviza la arena y la acicala.
Alba aparece con la espuma, la mar la empuja, la arroja a la cala que la acoge. Un vestido blanco, seda fina, se adhiere a la piel, marca una figura torneada, esbelta, bella… parece agotada, sin fuerza, aunque su rostro refleja la ternura de la rosa. Se recuesta boca arriba con los ojos cerrados para que el sol no la ciegue, la arena blanca, fina, casi ceniza hace de lecho, necesita descansar. El pezón derecho asoma libre, como una fresa en azúcar. Alba duerme, la arropa la brisa.
El mediodía da paso a la tarde. El aire transforma su aliento en silbido. La mar escucha, se acerca. El agua contempla la figura que yace recostada, obra de arte irrepetible de la naturaleza. Poco a poco se aproxima. Cada empuje la acerca más… el deseo despierta. La rodea milímetro a milímetro. Sus primeras gotas mojan los dedos del pie. El impulso arrecia. No hay marcha atrás, el goce se precipita irremediablemente. Alcanza los tobillos, las piernas, una espuma blanca los cubre. No hay resistencia. Nada impide. Nada limita. Los peces de colores la ven y la desean. “Verdeazul” no duda, un salto certero lo coloca sobre el pezón descubierto. Sus labios carnosos en forma de “o” comienzan una succión lenta, profunda, matizada, cierra y abre los ojos, solo instante de respiro y el deleite invade los contornos. Es un ternerito sobre el seno de una madre nueva, un cordero de nieve adherido a la mama apetitosa.
Las olas ganan terreno, el vestido de Alba deja al descubierto sus caderas. El monte de Venus recibe los primeros empujes ondulados de un ritmo eterno, música que nunca cesa y que embruja, herencia de las sirenas míticas. Está húmedo, cálido… Se entrega.
Más peces la rodean. “Pequeñogrisperlaca” frica con dulzura el clítoris. Ninguno como él conoce sus secretos. Siente como se estremece todo el cuerpo, oye unos jadeos largos, intensos. Entonces él también se estremece y segrega su néctar gris perla.
“Verdeazul” cede su puesto a nuevos peces, son “añil”, “naranja” y “dorado”. Todos con el mismo mimo, con el mismo cuidado retozan en el mismo seno. “Amarillochillón” y “rosapálido” encuentran otro fruto Idéntico. La tensión enmascara el placer que está a punto de estallar. Sabores penetrantes, inmensos, completos.
"Rojo" se sumerge en el "orto". La vulva es ahora de "Verdeazul" y de "Verdinegro y de "Azulmarino”. El juego continua, la danza aprendida: succión, frotamiento, mimo, suavidad, fuerza, fuego, calor. Verdeazul entra y sale, entra y sale, entra y sale… su cuerpo endurecido, no deja huecos... el movimiento suave del comienzo crece… un lubricante espeso, tibio, le facilita su inclusión, más ritmo, más dentro, más y más profundo… cada vez más pasión....entra y sale, entra y sale, entra y sale… Uno y otro y otro… Succiones, frotamientos, caricias... placer sin miedo, sin límites, sin leyes ni remordimientos…
El cuerpo de Alba se convierte en una sinfonía de sensaciones, emociones... su goce es pleno. Los estremecimientos se suceden, los jadeos se unen a las olas, a los rayos solares que diligentes lamen el sudor que salpica la cara de Alba... Alba... Alba.... ahhhhhhhhhhhhh!... sus brazos, sus ingles, su vello…abandonada, su cara dibuja una sonrisa de satisfacción.
Atardece, el mar mece, relajado, los ecos del placer, una luna aparece y sonríe. Las olas se retiran. Los peces de colores también. Se sumergen. Nadan hasta lo más hondo, hasta lo más profundo. Alba va con ellos. El sueño es profundo.

Vicente Martín


Despeinada por la libido

Fantasía de sensaciones
arde en su rostro.
Esposa en soledad,
goza entre sollozos
con la viscosidad del amante,
abrazado a su piel.
Tentáculos de miel
destronan su vagina,
lamen su cuerpo,
acarician sus senos.
Presa del deseo,
se disfraza de sueños
donde habita la libido,
dueña del sentir y del instinto.

Sofía Montero García


Canibalismo porno-gore

Él me come y yo me muero viva.

Elena Vicente


Un sueño

Echaba los cordeles al agua, miraba al horizonte.
Soñaba con que algún día viviría al lado del mar,
En una casa de madera y tejas, expuesta al olor de la sal.
Escribiría unas páginas de su libro y descansaría echando la siesta.
Soñaba con esos ojos azules, que cada noche, se aparecían en sus sueños,
esas manos que la tocaban y la dejaban con ganas de querer más.
Unían sus piernas durante el acto sexual.
La encantaba, ojalá pudiera ser así de simple.
Acostarse cada noche con aquel hombre que la volvía loca que había conocido en el naufragio
del barco.
Durante unos instantes corrió la brisa marina, tenía los ojos cerrados y poco a poco los fue abriendo.
Era fascinante seguir soñando e imaginando, incluso en los sueños más eróticos.
El paisaje era similar a las novelas que ella leía sobre asesinatos y crímenes en Suecia la colección de Camilla Lackberg.
Notó un aroma que le resultó familiar, y acto seguido unas manos que la acariciaban.
No era ningún sueño, no lo había soñado, aquel hombre que tanto deseaba estaba allí, observándola.
La habían quedado muchas ganas desde la última vez.

Iria Costa


La buscadora de sueños

Avanzaba hacia la playa solitaria sorteando los resecos arbustos que, como mudos testigos, se asomaban al sinuoso y serpenteante camino que moría, al igual que las mareas, en el viejo empalizado de madera.
Envuelta en una liviana túnica de lino, se movía sigilosa, intentando que su presencia no fuera advertida. Como cada noche desde que se había producido el casual encuentro, llegaba anhelante a la nocturna cita.
Apenas hacía dos semanas que había acudido, como acostumbraba, a ese mismo lugar a esperar a su marido, viejo pescador que faenaba en aquellas tranquilas aguas. Paseando, jugaba a esquivar los suaves envites de las olas moribundas que en postrer esfuerzo hasta sus pies llegaban. En un momento que su recuerdo no lograba precisar, sintió un brillante destello y un fuerte empellón que la derribó boca abajo sobre la suave arena. Aturdida, intentó reaccionar y ponerse en pie, pero una presión, más constante que ruda, la mantuvo sobre la húmeda esterilla. Intentaba recuperar la calma cuando comenzó a sentir un suave cosquilleo que, desde sus finos tobillos, ascendía por sus largas y bien contorneadas piernas. Incapaz de resistirse, se fue abandonando a la enervante caricia que, al amparo de la cara interior de sus tersos muslos, buscaba de forma inequívoca esa parte de su anatomía que su viejo marido había bautizado como la Concha de Miel.
A la vez, sentía cómo unos fuertes y poderosos brazos la abrazaban y acariciaban con estudiados movimientos todos los rincones de su rotunda y voluptuosa anatomía. No hubo parte alguna que no fuera sometida a tan dichosa tortura. Volteada, sintió el roce de la arena en su espalda y, a la vista de la inquisidora luna, sus enhiestos pechos apuntaron hacia el cielo, retando al infinito. Embriagada de deseo, sentía cómo un vibrante y voraz apéndice , que le parecía de húmedo algodón, se abría paso entre sus labios carnosos buscando impúdicos su lengua.
A medida que su excitación iba en aumento, su voluntad de resistencia se empequeñecía y su único deseo era que la caricia llegara, por fin, a la delicada gruta y, abriéndose paso, apagara el fuego que consumía sus entrañas. Abandonada por completo al goce no pudo reprimir, en el supremo instante del orgasmo, un grito que rasgó la noche y ahuyentó al agresor. Aún aturdida y avergonzada, intentó incorporarse poner orden en sus ropas y sus ideas.
A partir de esa noche, su vida se había reducido a dejar pasar los días, las horas, esperando la llegada de la noche y el encuentro con su furtivo amante.
Hacía dos noches que su amante no había acudido a la cita, pensaba taciturna, anhelando su llegada mientras rememoraba los últimos embates amorosos.
Si no acude esta noche, se dijo, iré a su encuentro. Esperó vanamente la deseada presencia. Y no pudiendo contener más su deseo, decidida, se despojó del vestido leve y, abrazada por la noche, se fue sumergiendo en las tranquilas aguas en busca del amoroso bautismo.

Fernando de Castro


El sueño del animal mitológico

Un marido inoportuno y despistado y ella tan insomne y obediente. En las noches de tormenta cuando los dioses vuelcan su furia sobre la tierra, el marido se ocupa de sus negocios y la abandona. Entonces La Ninfa se prepara, se coloca un rosario de perlas en la vagina para acudir al reclamo y se tumba en la orilla a esperar al Dios de las profundidades. Siente placer con un simple movimiento de piernas pero, el éxtasis se refleja en su rostro cuando un ser con torso de humano y cola de pez, emerge y extrae las perlas de su interior una a una.

Antonia Oliva


La Perla

He buceado en mis anhelos. Ha sido un viaje temerario y sincero. Sin bombas de oxígeno, sin snorkels, sin trajes de neopreno. El océano es oscuro. Cuanto más te sumerges, se vuelve más negro.
Me dijeron: "No lo hagas. Conocerás el infierno." Y lo conocí.
Fué un infierno pleno. Su fuego, el abrazo firme que deshizo mi cuerpo.
¡Hay tantos universos!
Flui entre sus mareas. Fui marea. La luna marcó el compás, la cadencia ondulada que me dejó sin aliento. Solo muere el que esta vivo, solo vive aquel que ha muerto.
Mi verdugo fue un pulpo, un molusco invertebrado al que me dí por completo. No le llamé. Al menos, no lo recuerdo. Yo jugaba con las algas. Él buscaba alimento. Apareció entre las rocas. Me regaló su reino. Un palacio con tres corazones y ocho cetros. Conocí su cama. La dibujó con tinta en mis ojos, en mi boca, en mi sexo, en mis senos... Al principio fue un boceto, un esbozo blando que ahuyentó al cancerbero, un bosquejo suave con el que cubrió mi lienzo. Todas mis puertas se abrieron. El hielo se derritió. Sin fronteras, se desbordó el rio: el manantial que vivía preso, el hijo de la caricia y el beso. Su calidez despertó el corcel que moraba en cada cetro. Su blancura agitó su paso. La marcha se hizo segura, el trote vehemente, la zancada fuerte. Eran ocho alazanes y un solo jinete. Fue un galope libre. No hubo atajos. El tiempo se hizo vapor, el espacio un recuerdo. Recorrimos el mundo que se escondía del mundo. Al rozar el horizonte, otra puerta se abrió. No hay confines en la perla que habita el océano, en la esfera nacarada que vive lejos del hielo.
Lento nació el sosiego.
He buceado en mis anhelos. Ha sido un viaje temerario y sincero.
Hoy he vuelto.
Miles de gusanos bailan seguros alrededor de un árbol prohibido, un manzano eterno. Temen la inmensidad del infierno.

Ana Isabel Fariña


El sueño de la esposa del pescador

Miao Miao, la esposa del pescador, llevaba recogiendo alimentos marinos para su cocina durante horas. Era un día soleado y con un calor asfixiante que hacía que la poca ropa que aún le quedaba se le pegara al cuerpo. Menos mal que el agua marina y la brisa que, de vez en cuando, corría le había ayudado a soportar mejor sus tareas domésticas. Sin embargo, el calor había contribuido a que, poco a poco, se hubiera ido desprendiendo de sus ropajes superiores hasta quedarse con una leve camiseta blanca que se pegaba a su figura y resaltaba sus pechos redondos y elevados. La falda no se había atrevido a quitársela por si, casualmente, alguien la veía, pero, igualmente, estaba mojada y hacía que se trasparentasen sus delgadas extremidades inferiores.

Tenía que agradecer que este calor soporífero hubiera coincidido en festivo, día en que, sólo él, su marido, se empeñaba en trabajar. Adoraba el mar y por ello trabajaba un día sí y otro también sin tener en cuenta las fiestas ni los días de descanso necesarios para cualquier ser humano.

Ella conocía esta característica en el trabajador pescador, pero nada pudo hacer cuando su padre concertó la boda a cambio de una dote considerable. De nada sirvieron sus lloros y que le repitiera a su padre, una y otra vez, que nunca se sentiría atraída por un hombre que le doblaba la edad. Lo que no conocía, y jamás hubiera imaginado, era que su marido hacía tiempo que había abandonado cualquier actividad que no fuera la pesca mar adentro. Lo único que hacía, y exclusivamente por necesidad, era alimentarse y dormir las horas necesarias para emprender el viaje hacia el mar nada más despuntar el primer rayo de sol en el cielo.

Miao Miao, quien nunca había sentido ni un ápice de amor por el que fuera su esposo, suspiraba, sin embargo, por un poco de atención hacia su persona pues no se sentía apreciada ni amada por el pescador sino, todo lo contario, abandonada, descuidada, desabrigada. Su imaginación de jovenzuela le había llevado a soñar, tanto dormida como despierta, con que su marido la poseía una y otra vez llevado por la falta de ella en alta mar. Desgraciadamente, y a pesar de los negativos sentimientos que sentía hacia él, alguna vez se había sorprendido esperándolo de forma ardiente e insinuante en la orilla de la playa. No obstante, el pescador no mostraba hacia ella ningún síntoma de deseo.

Ese día, agotada y sofocada, y aprovechando que nadie la veía y pudiera decirle al esposo la osadía que ésta se había permitido, decidió sentarse unos minutos a descansar en una zona rocosa que se encontraba a unos metros de ella. Allí, también crecían unos altos juncos y plantas acuáticas que hacían del paisaje algo misterioso. En pocos pasos se encontraba en el lugar. Se sentó y empezó a refrescarse el rostro, el cuello, el torso, las caderas, la entrepierna, con el agua que las olas acercaban hasta sus pies de manera escalonada.

De repente, se sintió observada. Tuvo esa sensación extraña en la que la presencia de algo que no podía describir la observaba con intensidad. Levantó su cabeza, miró al fondo del mar, pero su marido no podía ser, pues no divisaba ni siquiera un punto lejano de la barca con la que diariamente se adentraba en el mar para realizar sus quehaceres. Miró hacia el otro lado, hacia los juncos, y tampoco apreció nada allí. Sin embargo, notaba algo. No alcanzaba a ver nada, pero algo había que le inquietaba. Se levantó lentamente de la roca y, un poco asustada, se dirigió hacia las plantas con el temor de encontrar algo extraño que la pusiera en peligro, pues no había ni un alma por los alrededores que la salvara en caso de necesidad. Súbitamente, percibió que unos ojos la miraban con vigor. Se fijó y pudo distinguir la imagen de una cabeza y un fornido torso masculino, musculoso, fuerte. A pesar de su miedo, se sentía atraída por esa imagen, que distaba mucho de la de su esposo, y avanzó lentamente hacia ella. Cuando estuvo en frente de la imagen, ésta separó los juncos y la invitó a pasar con unos movimientos de cabeza. La vehemencia con la que la miraba la atrajeron hacia él y, en vez de correr, que es lo que le decía su cabeza, se acercó pausadamente hasta que los juncos se cerraron detrás de ella.

En ese momento percibió la imagen entera. No se trataba de un hombre, sino de un híbrido, mitad hombre, mitad serpiente. Pero una serpiente extraña con pies, varios pies, muchos pies, como si de un ciempiés se tratara. No, pero en realidad, no eran pies sino piernas; no tampoco; una especie de brazos, muchos brazos. Ni siquiera eso; era lo más parecido a los tentáculos de los pulpos que el pescador había traído a casa tantas veces y que ella había cocinado de mil formas.

Se asustó y sintió el impulso de salir corriendo, pero sus pies no respondían y parecía que habían echado raíces en la arena, unas raíces que no la dejaban moverse y que la acercaban cada vez más a ese ser fantástico, atrayente, misterioso y extraño al mismo tiempo, que ejercía sobre ella una fuerza sobrenatural.

Esa cosa también se acercó a ella pausadamente, clavando su fogosa mirada en ella, mostrándole una amplia sonrisa que la hizo calmar lentamente. No se escuchó ninguna palabra entre ellos. Inesperadamente, él le acarició la mejilla con un tentáculo. Estaba húmedo, era algo viscoso y resbaladizo, pero al entrar en contacto con su piel desnuda, despertó en ella una excitación incontrolable dormida durante sus años de matrimonio.

El extraño ser le apartó su pelo húmedo de delante de la cara llevándolo detrás de la cabeza con otro tentáculo. Juntó todo su cabello en una coleta con otro y, mientras tiraba fuertemente de su cabeza hacia atrás, la acercó de forma brusca hacia él con otro tentáculo y, en un santiamén, le arrancó la ropa mojada de su cuerpo dejándola desnuda. Fue todo muy rápido y a ella apenas le dio tiempo a reaccionar, pero a partir de ese momento se abandonó dejándose hacer. Se dejó llevar porque sabía que lo que le estaba haciendo esa criatura era lo único que experimentaría en toda su vida.

Mientras pensaba todo esto, la cosa empezó a acariciarla por todo el cuerpo con sus múltiples tentáculos. Le tocaba suavemente los pezones, alrededor del pecho, el cuello, le masajeaba los pies, le estimulaba el clítoris, le rozaba partes que nunca hubiera sabido que existían si no hubiera sido por él, mientras que al mismo tiempo le susurró algo incomprensible en su oído y acercó la boca a la suya, apenas sintiendo un roce, e inesperadamente, introdujo la lengua humana en su boca entrelazándolas ambas, humana y sobrehumana. Aquel intercambio de fluidos le pareció arrebatador y todo sumado, besos y caricias, hicieron que ella cerrara los ojos con intensidad, se relajara olvidando totalmente su miedo y empezara a gemir encharcándosele el alma de placer.

En un segundo sintió un movimiento brusco y repentino y notó cómo él entraba en ella. No sabía qué tentáculo había utilizado en esta ocasión, aunque tampoco se molestó en averiguarlo pues empezó a notar unos lentos balanceos sobre ella que poco a poco iban ganando rapidez al mismo tiempo que un placer inesperado subía en forma de espiral desde su estómago hasta su garganta. Transcurrieron muchos minutos así y en todo este tiempo ella únicamente se mordió los labios. No podía soportar tal torrente de intensidad en esos movimientos que hacían que se tensaran los músculos del ser que tenía sobre su cuerpo. En un momento él empezó a cabalgar con más intensidad; sus gemidos y resoplidos se unieron a los de ella hasta que los dos chillaron al mismo tiempo y tras unos segundos, él salió de ella, rozó nuevamente todas sus partes con sus tentáculos y se tumbó a su lado.

Cuando, unos instantes después, tumbada entre los juncos, Miao Miao abrió los ojos para mirar a su amada criatura, ésta había desaparecido y, aunque alzó levemente su cabeza para buscarlo, supo que no lo encontraría. Se había marchado para siempre. En los ojos de ella se podía adivinar un brillo especial que denotaba una felicidad absoluta que rápidamente se transformó en una humedad que brotó de sus ojos en forma de dos lágrimas y que, calientes, recorrieron suave y lentamente sus mejillas. Ni siquiera había tenido la oportunidad de decirle a su extraña criatura que le había hecho la mujer más feliz del planeta.

Toñi Martín del Rey


Sorberé hasta tu alma

Voy a aferrarme a tu coño como si no hubiera mañana. Sé que te resistirás y tu sabes que no podrás evitarlo. Mis tentáculos asirán con fuerza cada una de tus extremidades, para ofrecerte abierta y entregada a mi boca sedienta. Sé porqué lo haces, porqué te resistes. Deseas el placer animal que sólo yo puedo darte, pero tratas de negarte ese derecho, avergonzada ante mi cefalópoda bestialidad. Prometo no aliviar la presión cuando ceda tu resistencia, para que mantengas la pantomima cuando explotes en mi estoma. Taparé tu boca con otro de mis apéndices, que tus gemidos no te delaten y cuides tu imagen de hembra mancillada. Pero los dos sabemos que eres una viciosa indómita que mueres porque esta bestia extraiga tus jugos. Aún queda libre un último tentáculo, que utilizaré para profanar tu orto; te arquearás y tú misma empujarás tu sexo a mi boca, entregándote. Mi única duda es si, cuando ejecute mi perverso regalo, asomará antes a tu rostro la sorpresa o el orgasmo.

Miguel Ángel Pegarz


De tu monte... ríos que van al océano

Venus. Quisiste ser libre.
Aquella tarde,
conseguiste desenredar de la red del pescador
tus largos cabellos dorados.
Huiste, dejando tras de ti,
tus huellas marcadas sobre la arena y
el tacto de sus ásperas manos.

Desnuda,
paseas hoy tu cuerpo cálido y húmedo a la vez,
avanzando indómita sobre el lienzo donde descansa el acantilado.
Ofreces tu cuerpo al mar, una vez más,
mientras contemplas absorta tan bello atardecer y,
cierras tus ojos,
abres tus brazos y te entregas al amante que
te espera en la profundidad del Océano.

Tú,
tan bella aún,
sostienes con tus manos su torso húmedo
llevándolo hacia tu voluptuosidad,
invitándole a sumergirse en tus labios.

Recorres el mapa de su piel con tu boca,
mientras él, tu amante,
perfila con sus dedos todo tu cuerpo
hasta detenerse en tus senos de diosa,
la misma diosa que le entrega el magma
que brota del volcán ardiente que esconde en su cuerpo.

Venus. No eres libre.

Tu calor hizo hervir sus frías aguas
en el momento en que tu amante
fundió en tus entrañas su lanza,
cual lámina de metal
a la que da forma el forjador a partir del intenso fuego.
Te llevó hasta el fondo del Océano
donde aún permanecen enredados,
entre las ramas de las algas,
tus largos cabellos dorados.

Venus,
sabes que ahora eres suya,
del descansar de su cuerpo
cuando yació sobre tu monte
y apagó tu fuego intenso.

Tina Martín Mora


Mar de fondo

Brama el mar
a los pies del acantilado.
Rompen la olas
Como nunca antes lo hicieron
Intentando decir algo.
En su interior,
Venus gime de placer
En brazos de su amante.

Tina Martín Mora

6 comentarios:

  1. Leticia:
    Minka, fusuma, kakebuton, makura, shujin… Fijo nos trasladamos a oriente donde la fantasía borda sedas de azules y verdes…
    “uno nuestras humedades comprobando que encajan a la perfección”
    Me encanta tu texto… lo mire por donde lo mire me gusta… fondo, forma, juego, sustancia, palabras, idea, sueño, fantasía.
    Genial Leticia, enhorabuena y gracias.

    Luis:
    Qué bien Luis… tienes “variopintos” amigos y siempre en variopintas situaciones… Ese Teo amigo tuyo, qué bárbaro, no le basta con una mujer, que piensa en tres… Esta vez la fantasía ha ido muy lejos… ¡Una mujer es mucho! Ese Teo es un “pelín” fantasma.
    Fenomenal Luis. Pero dile a ese Teo que se baje a la arena…. Gracias.

    Vicente:
    ¡Quien fuera un pececito de color de esos que andan por las calas blancas!
    Todavía te falta mucho… no decaigas… ¿eres joven, no?

    Sofía:
    “Esposa en soledad,
    goza entre sollozos
    con la viscosidad del amante,”
    ¡si es que los amantes son más viscosos!... Bien Sofía. Gracias

    Elena:
    Ni más ni menos. Genial Elena

    Iria:
    “Y toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”. Bien Iria.

    Fernando:
    “Incapaz de resistirse, se fue abandonando a la enervante caricia que, al amparo de la cara interior de sus tersos muslos, buscaba de forma inequívoca esa parte de su anatomía que su viejo marido había bautizado como la Concha de Miel.”
    Bien Fernando, bien… bien narrado…
    Su viejo marido no debía ser manco, el nombrecito que le puso (concha de miel) denota que sabía lo que se traía entre manos. ¡Qué pena que se le fuera al mar! ¡Si es que hay pulpos a las que no se puede uno/a resistirse! A mí personalmente me encanta “el pulpo a feira de Lugo el día de San Froilán”.
    Gracias.

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  2. Mil gracias, Marcé. Yo a lo mío, los textos breves y los encuentros largos.

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  3. Gracias querida compañera. Un saludo enorme.

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    Respuestas
    1. Marcé Venttini (de origen italiano, más que nada el nombre)9 de marzo de 2015, 12:10

      Si te refieres a mi... con perdón... pero soy compañero... me hubiera gustado ser querida, porque me encantan las mujeres, pero la naturaleza no quiso. je...je

      Eliminar
  4. Antonia:
    Un sueño breve pero eficaz y placentero. Marido despistado, “sireno” listo y una ninfa que se deja hacer. Perfecto Antonia. Gracias.

    Ana:
    “Flui entre sus mareas. Fui marea. La luna marcó el compás, la cadencia ondulada que me dejó sin aliento. Solo muere el que está vivo, solo vive aquel que ha muerto”
    Tú sí que tienes una cadencia ondulada en tu forma de escribir que deja sin aliento y te sumerge en un profundo interior de perfumes delicados y de palabras formadas para prenderse del corazón y colmar las expectativas de cualquier lector.
    “Un palacio con tres corazones y ocho cetros. Conocí su cama. La dibujó con tinta en mis ojos, en mi boca, en mi sexo, en mis senos...” Uf! Increíble... ¡vaya con el pulpito, cómo dibuja!
    “Sin fronteras, se desbordó el rio: el manantial que vivía preso, el hijo de la caricia y el beso. Su calidez despertó el corcel que moraba en cada cetro. Su blancura agitó su paso”
    Nada sobra, la palabra precisa traza la imagen clara que atrae, que llega y que se queda… ¡vaya que si se queda!
    “Recorrimos el mundo que se escondía del mundo.” También quiero… ¡lástima no ser pulpo de tres corazones!
    Ana, inmenso, delicioso e inmenso. Gracias y enhorabuena.

    Toñi:
    “Aquel intercambio de fluidos le pareció arrebatador y todo sumado, besos y caricias, hicieron que ella cerrara los ojos con intensidad, se relajara olvidando totalmente su miedo y empezara a gemir encharcándosele el alma de placer.”
    ¡Guau, guau! Sí que lo pasó bien Miao Miao. Magnífico Toñi, perfectamente narrado, sin ornamentos innecesarios. A lo que hay que hacer sin tapujos, sin falsos puritanismos, disfrutando de una naturaleza creada para gozarla… ¡Si hay tiempo “patodo”! y el tiempo del placer es el tiempo mejor invertido. Enhorabuena, Toñi, requetebién. Gracias.

    Miguel Ángel:
    ¡Coño, buen sitio!¡Mucho vicio! No está mal el relato… yo prefiero la ternura, la dulce y suave ternura, la delicadeza, el sosiego, el amor sin prisa… no quita que el fuego de la pasión se desvoque… en fin, cuestión de gustos. No está mal, Miguel Ángel. Gracias.

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  5. Tina:
    Muy bien tu texto... pero le falta leña al fuego... que hierva... que queme... que ponga a cien o a doscientos... Para otra vez será.
    Bien Tina.

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