Salamanca, la blanca

La sesión de ayer la dedicamos a Salamanca. Fueron nuestros guías turísticos Aníbal Núñez, Remigio González "Adares", Luis Cortés Vázquez, Miguel de Unamuno, Garcilaso de la Vega y quien escribe, Raúl Vacas, entre otros muchos escritores de la ciudad o vinculados a ella.
Tratamos de mostrar otra imagen de Salamanca. Esa urbe que no sale en las postales ni en los libros de historia ni en programas grabados a vista de pájaro.
Encabezamos el breve repertorio de textos de esta entrada con esta maravillosa ilustración de Luis de Horna que refleja la belleza de la ciudad.




Aníbal Núñez, en el libro "Pequeña guía incompleta y nostálgica de Salamanca" advierte al lector de lo que el nativo y el turista encontrarán tras el trampantojo de la ciudad:

Sé que no hace falta avisarte, lector, de la inutilidad de esta pequeña guía que, abrumada de pretender un orden, no ha de producirte sino confusión.
No te voy a ayudar a encontrar boleras ni museos, camping ni centros regionales, ni indicarte menús ni festejos locales.
Ni mucho menos a pedirte que te creas lo que, pareciendo muchas veces antañona postal, no es otra cosa que un trampantojo dibujado por la nostalgia y las lecturas.
Prevéngote, no obstante, de exaltados cicerones que levantan el tono para acallar el ruido del tiempo y la ambición.
Y de la proverbial frialdad de sus nativos, duros de roer como los “chochos típicos”: “hay que llegarle muy hondo para que vibren sus cuerdas sentimentales”
Del gusto por el doble y la mitad que tiene esta ciudad inaprensible.
De simulacros y fantasmas, de ventanas cegadas y de meras fachas.
De vistas generales repujadas al óleo.
En caso necesario es conveniente observar las mareas.
No dejes de venir.


Miguel de Unamuno escribió mucho sobre la ciudad y la provincia de Salamanca. Es muy conocido el poema en que describe la silueta de la ciudad como "alto soto de torres". Pero quizá uno de los textos más conocidos del bilbaíno enterrado en Salamanca es el poema:

Salamanca, Salamanca,
renaciente maravilla,
académica palanca
de mi visión de Castilla.

Oro en sillares de soto
de las riberas del Tormes;
de viejo saber remoto
guarda recuerdos conformes.

Hechizo salmanticense
de pedantesca dulzura;
gramática del Brocense,
florón de literatura.

¡Ay mi Castilla latina
con raíz gramatical,
ay, tierra que se declina
por luz sobrenatural!


El año pasado tuve el gusto de presentar en el marco de la Feria del Libro "Salamanca y te miro", un proyecto en el que se aúnan las fotos de Victorino García Calderón con mis textos que, a lo largo de diferentes años, fui escribiendo sobre la ciudad. Dejamos aquí tres pequeños botones de muestra:


Catedral nueva
a los miembros del grupo “El techo de la ballena” que hicieron de los pájaros de la catedral su himno (Adriano González León, Carlos Contramaestre, Caupolicán Ovalles...)

Lame la tarde el sueño de la piedra
y apresa a las cigüeñas que ahora vuelan en silencio
en torno a las cometas y los pararrayos
y sueñan con funambulistas cojos,
y con manzanas maduras y Dédalo
cayendo al mar de la memoria.

Tiende a secar la luna sobre las antenas
su luz domesticada
y aún suena en la raíz de los cimientos
el nombre de Lisboa,
la herida sigilosa del cincel
que esculpe y que desnuda
el frío de la piedra.

Y se oye, entre el desorden de los pájaros,
la rutina del hombre enamorado
adormecido en la palabra noche,
y el amor que
alimenta a los filólogos
que estudian la gramática del sol.

Tal vez un día el cielo de las grúas y veletas
sea la envidia de los árboles
y el nicho de los hombres.

Y el mar, el infinito mar,
que es monosílabo y profundo,
sea, por fin, el techo de los sueños,
de los pájaros muertos,
de las brujas que matan a los gatos
para hacer una flauta con sus huesos,
del astronauta adúltero,
de las ballenas.

Lame la tarde el sueño de la piedra
mientras los pájaros,
los pájaros,
fornican en la catedral.



Al arrullo de la catedral
en la Portada de Ramos
Ven al arrullo de la catedral
a enredarte en mi beso entretenido,
y a golpes de cincel, sin hacer ruido,
esculpir en mis labios otra y otra sal

marítima. Y así, bajo el ojal
del cielo, hacer el minucioso nido
de los sueños, enhebrar el aullido
de los lobos, anudar el sedal

de tus deseos y pensar que algún
día el astronauta hallará la luna
para siempre, mirando a una turista

con olor a mar. Ven esta noche un
rato hasta la catedral y tráeme una
caricia muda de malabarista.



Oración
Junto al arco de San Fernando, en el Pabellón Real, hay una inscripción que reza: "Aquí se mató una muger. Rueguen a Dios por ella. Año de 1838"


¿A qué precio entregaste tu pecado,
la propina del tiempo, la memoria?
¿Dónde intuir la luz, la escapatoria
hacia el sueño y las alturas, el vado

permanente en el futuro o el pasado?
¿Qué sangre oculta la dedicatoria
que pone fecha y límite a tu historia?
¿Quién emplazó la muerte a tu costado?

Tal vez, mujer, te sorprendió la altura
al huir del amor por un balcón.
Tal vez una fatal algarabía

puso tu vida incierta en desventura.
Recen a Dios por ella y su perdón
un padrenuestro y un avemaría.


Propuesta de escritura

Salamanca es una ciudad de postal. Acércate, como un pintor, a alguno de sus rincones y cuenta con la paleta de la mirada cómo es. Procura trabajar con los sentidos.


Y dejamos aquí los trabajos recibidos hasta ahora:


Fragmentos de “Sótano”

..."no faltará quien lo aproveche" —solía decir—. "¿El limpia, tío?" "Quién sabe. A lo mejor." No era a lo mejor, era a lo seguro. El limpia solía rondar el Garaje de San Isidro, donde ayudaba a encender los gasógenos, a cargar y descargar de la baca en los coches de línea, repartía mercancías, etc. Al atardecer se venía en busca de aquel mísero refugio [cueva en la Peña Celesina] con algo de techo; no siempre lo conseguía, porque algunas veces la excesiva carga de alcohol le quedaba tumbado en mitad del camino. Y allí pasaba la noche, a cielo raso, arropado solo por las estrellas del cielo...

...mira qué bien traído, Manolín, lo de pasear dando vueltas alrededor, las chicas en este sentido y los chicos al contrario; los más jóvenes haciendo los círculos de dentro, junto a los jardines. Te saludas con los mismos dos veces cada vuelta. Tiene su encanto eso de acudir a un lugar donde casi seguro vas a tropezarte con quien tú deseas, y sin haberlo acordado. Para quedar con alguien en plan formal, es allí, en el arco de las carteleras, que otros le dicen ­­La Mezquita [de Ben a Mear]. El mejor sitio, porque las chicas suelen llegar con retraso y te puedes bajar a los urinarios, a desaguar la impaciencia. Y mientras, te vas leyendo las calificaciones de las películas...

,,,cuando ellos, los mayores digo, se ponen a cuchichear y hablan a medias palabras, yo no alcanzo a comprender la mitad de lo que oigo; eso pasa por ejemplo cuando comentan de lo que dice Radio España Independiente; o de la "gente bien" que para no dar que hablar se marcha a Zamora a ver Gilda, que es cuatro; o de “l­a secreta”, que a más de uno lo debe tener enfilado, aunque eso como que da prestigio, parece; o de Unamuno, que ya murió; o como el día que trajeron a colación lo de uno a quien había llamado “rojazo” el gobernador, no estoy muy cierto si se referían al obispo nuevo... ...pasa por la terraza de todo, pero la clase alta es lo más propio; gentes de la “cuernocracia” (con algunos emparenta el tío), del deporte, de la Universidad, abogados, señoritingos, funcionarios... y poetas ociosos, que también...

...nos llegamos un día caminando hasta el Puente de La Salud, el de la vía portuguesa, obra según tío Chemo del ingeniero mismo de la Torre Eiffel. Abajo, a la otra orilla, teníamos la aceña en ruinas donde pudo haber nacido Lazarillo; “si hubiera nacido”, como puntualizaba el tío. Para no cruzar el Barrio Chino (lo cual no debía convenir a niño como yo), habíamos bajado por los Caídos evitando la calle de hondos regaterones del Botánico, ese recinto sin una sola planta... ...estas orillas tan escarpadas, Manolín, hace muchos miles de años, puede que millones, permanecían unidas una con otra formando un muro de contención para las aguas del río. Todo esto era un gran lago que llegaba hasta Babilafuente y más arriba...

...permanecíamos sentados, los pies colgando al vacío [Peña Celestina], el río silencioso abajo; a la orilla nuestra la fábrica de harinas con la Regalía, luego la pesquera en pico y a la otra margen la aceña del Arrabal. Aún más hacia nosotros, la iglesia de Santiago toda en ruinas. Y estaba el Puente Romano, centinela de siglos, majestuoso, aunque le habían puesto semáforos y de vez en cuando lo cruzaba un camión. "¿Ves, Manolín? los antiguos, fueron más previsores, le construyeron bien sólido para que pudiera soportar los tonelajes que no aguantasen las obras de ingeniería modernas". A la salida, en la parte del Arrabal, estaba el fielato de Consumos y más allá el Teso de la Feria. Mirando abajo, a la derecha, teníamos el piélago sereno de Tejares que hace mucho —le gustaba contar al tío—, terminada la Cuaresma, cruzaban en barca los estudiantes con las inquilinas de la Casa de Mancebía y el Padre Lucas...

Pascual Martín
Grupo B





El Tormes a la orilla

Afligida despierto la mañana
en que mi corazón llora tu ausencia
oprimiendo al alma mía esta indigencia
de tu amor, tan inmensa y tan tirana.

Tristemente me asomo a la ventana
de estar del río al margen siento urgencia
y buscando en la fluida transparencia
de su agua hacer mi pena más liviana.

Ya estoy junto a su cauce detenida
un bálsamo es su son para mi herida
murmullo que apacigua el pensamiento.

Envuelto al alba en luz está el paraje
cantando un pajarillo trae un mensaje
y oigo silbar tu nombre al leve viento.

Mercedes González
Grupo A


El barrio de las diez mentiras

Seria menester que antes de conocer esta historia se informara al lector del contexto en el que está escrita y de algunos datos que pudieran bien ser de cierto interés. A saber: 
Primero. Pasé mis años de bachiller cursando estudios en la bella y noble ciudad de Salamanca y tuve la enorme satisfacción de tener como profesor de lengua y literatura, en el Instituto llamado de Torres Villarroel, al ilustre profesor D. Gonzalo Torrente Ballester, bien conocido por su extensa y virtuosa creación literaria. 
Segundo. Gustaba D. Gonzalo de recordar historias y leyendas de sitios, lugares y personajes que en esta, nuestra ciudad aseguraba habían acaecido, evento al que dedicábamos el primer martes de cada mes. 
Tercero. Escuchando el lunes a Raúl contar la historia de la mal llamada calle de Adela Lastra, vino a mi memoria uno de los sucedidos que pude escuchar de boca del autor de los gozos y las sombras y que a riesgo de omitir algún detalle paso a relatar. 

Cuentan las crónicas de la época que a mediados del siglo XIX empezó la ciudad a extenderse hacia las afueras, por lo que empezaron a crearse nuevos barrios, calles y avenidas. Dicen las mismas crónicas que era obligación antes de colocar el cartel con el nombre de la zona dispuesta para urbanizar, colgar otro provisional en el que rezaba barrio barrido, lo cual significaba que habían sido retirados todos los escombros y basuras que pudieran entorpecer el inicio de las construcciones en dicha zona y asimismo existía un plazo de tiempo desde que este cartel era colocado hasta que se podía comenzar con las obras, que venía a ser de setenta días, por si existiera reclamación o demanda por parte de algún vecino. Contaba el ayuntamiento para tal propósito con los servicios de un alguacil al que se llamaba mozo de calles, cargo que venía a pasar de padres a hijos desde tiempos bien remotos. Corría el año mil ochocientos sesenta y ocupaba el ya mencionado cargo un tal Emencio Pérez Corral natural de Cubo del vino aunque criado, crecido y muerto en Salamanca, atropellado por un carro de bueyes, justamente cuando se dirigía a retirar el mencionado cartel al barrio de las diez mentiras. Eran por entonces escasas las arcas del ayuntamiento por lo que se decidió no renovar en el cargo al hijo del pobre Emencio que por otra parte contaba tan solo con nueve años de edad , motivo que también pudo influir en esta decisión. Como fuera que nadie se volvió a acordar del cartel, quedó este olvidado y expuesto a las inclemencias del clima que hicieron que donde antes se leía una B pasara a leerse una G, por lo cual donde antes era barrido ahora era garrido, nombre que heredó hasta nuestros dias. Estuvo colgada dicha tablilla al lado de la iglesia de María Auxiliadora hasta bien entrados los años sesenta, que pasó a formar parte de los fondos del museo de la ciudad donde aún se puede admirar. Os recomiendo a todos que si tenéis ocasión no dejéis de visitarla pues aunque no es grande su valor artístico si lo es el sentimental.

Poli Rubia
Grupo A


Dorada ciudad perdida
(A Salamanca)

Estás en nebulosa y en anhelo
acechando impertinente la memoria,
el desgarrón incruento
cada vez que recuerdo tu armonía,
dibujo en fiebre que crece por los aires
como una maldición de llamas blancas.
"¡Fuera del paraíso!", alguien gritó,
(y no fueron los ángeles, desterrados también
hace ya tanto tiempo).
Érase una vez Fray Luis, el astrolabio,
éranse músicas mecidas del espíritu
anegando los aires, conversaciones, rostros...
Éranse aquellas piedras, nido hermoso
para antes de la vida, para la vida y para después de ella...
Me vuelves con las luces de la tarde
a ser cada vez más en la memoria,
contagiando los nervios el fulgor de tu savia,
pese al mundo y a quienes
me arrancaron de ti para que te cantara.
En tus rincones crecen los cementos
y han asfixiado duendes por tus callejuelas,
pero en la plaza habita el sueño
entre cuatro celestes paredones,
ciudad de luz, de cúpulas y de oro.

Emilia González
Grupo B


Leyenda del pozo de nieve

Desde hace poco tiempo, tras las oportunas excavaciones y estudios arqueológicos, se ha abierto al público el pozo de Nieve.
La casualidad ha querido que simultáneamente, se han empezado a escuchar leyendas sobre acontecimientos sucedidos allí.
Cuentan que en el siglo XVII vivía en Salamanca una joven llamada Beatriz , que trabajaba como doncella para la noble familia salmantina Sánchez de Pellegero.
El hijo de sus amos se encaprichó de ella y la perseguía a todas horas, al principio buscando sus favores, intentando persuadirla y agradarla, pero como quiera que ella se resistía, la insistencia del “señorito” se hacía más y más violenta.
Un día que Beatriz tenía que ir al pozo de nieve a provisionar a sus amos de lo que allí se guardaba, Fernando, que así se llamaba su violento pretendiente, entró tras ella e intentó por la fuerza estar con ella una vez más.
Como ella se volvió a oponer, Fernando le asestó infinitas puñaladas por todo el cuerpo. Allí quedó Beatriz, entre la nieve, el hielo y la paja.
Muchos años después, los salmantinos podían comprobar cómo justo en aquel lugar donde quedó tendida la nieve adquiría una tonalidad rosada y algunos días se escuchaban sus lamentos.
Del malvado Fernando nunca más se supo.

Teresa Sanz
Grupo B


Otra visión de Salamanca

Los estudiantes en la Universidad de Salamanca siempre han dado otra visión distinta de la ciudad. Aquí empezaba el peregrinar por alquilar una habitación, en muchos casos a personas mayores que necesitaban un complemento a su pensión, a viudas con poco poder adquisitivo o en otros casos alquilar un piso entre cuatro o cinco para que saliera más barato. La mayoría de los estudiantes venidos de los pueblos, (con lo justito), pero con ilusión por estudiar una carrera, lo más corta posible y poder dejar el pueblo y trabajar cuanto antes.
Fuera de la universidad, no todo era estudiar, había expertos en jugar al mus, al tute, al poker, al ajedrez, al fútbol, a cocinar macarrones, sopas, alubias, empanadillas la Cocinera, paellas, el comedor universitario, etc., y expertos en ligues como los mejores Casanovas.
Todos los viernes nos acercábamos al pueblo en el tren o “la serrana” con la ropa sucia para que nos fuera lavada y reponer algo de viandas para pasar la semana y vuelta el domingo.
Los padres apenas preguntaban por como te iban los estudios, ellos tenían otros problemas, daban por hecho que aprobarías, esperaban que acabaras en junio y les echaras una mano en el verano y así poder estudiar otro año.
El año se pasaba muy rápido, cuando te querías enterar llegaba la navidad y sus exámenes, monumentos apenas te daba tiempo a verlos, con la semana santa y el lunes de aguas acababa el segundo semestre y ya pensando en los exámenes finales.
Anécdotas curiosas, (miles), cuando alguien hablaba de “la rana” yo les recordaba si sabían donde estaba la “lagartija”, nadie lo sabía, ni aún hoy, que todos hablan del astronauta o el tuno.
Otra anécdota que no se me olvida por curiosa, era la de pasear por la plaza, sin un duro en el bolsillo, dando vueltas en un sentido y las pandillas de chicas en otro, para romper el hielo cuando te cruzabas decías algo así como “lleváis 20 vueltas”, ellas entraban al trapo y contestaban “no majo, solo 12”, o lanzabas la frase típica “la más guapa es la de los zapatos rojos”, como por un resorte todas bajaban la mirada a ver los zapatos de las demás y volvían la cabeza y te sacaban la lengua riéndose.
Del lunes de aguas, voy a decir poco, allí conocí a mi mujer y ya suman 46 lunes de aguas.

Luis Iglesias
Grupo B


Nieve en el Patio Chico

Esta tarde me he acercado a mi patio para sentir el invierno. Contemplo absorta el mágico binomio de piedra y nieve. Nieve que se acumula en las escamas de la torre y desdibuja sus perfiles. Las gárgolas ateridas intentan escapar de la somnolienta capa que las sepulta. La nieve no cesa… Continua cayendo, ocupa todos los recovecos…
Nieve blanca y fría que congela el alma de todos los habitantes pétreos del lugar. Algunos sacuden sus corazas impolutas y dejan entrever sus sueños.
Estampa misteriosa invadida de silencio, solo roto por los infinitos copos que caen.
La nieve no cesa… y yo permanezco inmutable deleitándome con el milagro del invierno que me envuelve.

Pilar Sánchez
Grupo B


Visita guiada y bien acompañada

Salgo de casa, tuerzo a la izquierda, y al cabo de unos minutos estoy en la plaza de España; allí en el centro se encuentra montado a caballo Julián Sanchez apodado " el charro", supongo que por ser de la provincia de Salamanca, ya que nuestro protagonista nació en Santiz, y estuvo ligado a Ciudad Rodrigo. Siempre gozó de mis simpatías el tal charro debido a que tengo un amigo llamado igual, porque estuvo alistado en un regimiento de caballería de Ciudad Rodrigo donde estudié bachiller superior, y otra, porque se opuso a Fernando VII para mi el rey más nefasto de la historia de España.

Al final me animo y le llamo: ¡Julián! ¡Julián!; tengo que dar voces debido a que no hay forma de cruzar ni acercarse sin peligro de ser atropellado. No se por que insisto: ¡Julián! ¡Julián! ¡Julián Sánchez! grito a pleno pulmón. De repente los coches se paran, comienzan a ir marcha atrás, y al cabo de unos instantes desaparecen. Julián se mueve torpemente sobre la grupa y desciende del caballo; me mira, me saluda, y se acerca de forma ceremoniosa. Miro alrededor y observo que no hay nadie, sólo quedamos él la plaza y yo.
Me has llamado, me has invocado: Sabía que esto iba a suceder y también sé que tienes que ser charro y farinato como yo pues el embrujo así lo estableció: si un paisano te llama de forma insistente y con fe, te bajas del caballo y le atiendes, pero al cabo de unas horas deberás volver a tu sitio, para que la gente no se me alborote.
Caminamos hacia la plaza mayor por calles sin nombre, Julián está pensativo, poco locuaz, algo confuso, recuerda y al llegar a la plaza mayor me dice que entonces la tenían ocupada los franceses.
Te voy a llevar a mi lugar favorito de Salamanca le digo. Cruzamos el corrillo, Rúa Mayor, Rúa Antigua, casa de las conchas, Clerecía, plaza de S. Isidro, calle libreros y patio de las escuelas. Yo también tenia un lugar favorito, me interrumpe, y ahora estamos: la Universidad y el entorno del saber. No fui hombre de letras y por eso lo añoro. Al final de mi vida luché contra el absolutismo, por lo terminé encarcelado. Luché contra un rey impuesto que al final resultó infinitamente mejor que el capullo de Fernando que le sustituyó.
Seguimos caminando unos metros y a la derecha aparece el corral de Guevara, mi sitio favorito. Ven, le digo, vayamos hasta el fondo. Al darnos la vuelta vemos el campanario de la catedral, que parece enmarcado para nosotros. Disfrutamos de su belleza, sus veletas, balcones, campanas y nubes que pasan por detrás.
Veo a Julián con cara de frió ya no me acordaba de lo fría que es Salamanca, me dice, ya no estoy cómodo en este momento y te voy a dejar querido paisano. Me voy pues estaba muy agustito donde estaba. Me alegro de haberte conocido, pero estoy deseando volver. Deshicimos lo andado y volvió a subir a su caballo.
Volví a casa con un regusto agridulce pensando que a lo mejor Schopenhauer tenia razón: ninguno de los que se fueron quiere volver.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Calle del Silencio

Camino junto a la piedra
que mima el pensamiento.
Sentimientos de papel
florecen en mi silencio,
son versos de luz dorada,
de armónica presencia.
“La calle del silencio”,
junto al Patio Chico ,
enciende mi mirada.
La soledad invade mi mente,
se esponja entre los muros,
abierta a la nostalgia
que inunda un recuerdo,

Sofía Montero García
Grupo B


Atardecer

Paseaba tranquila, como de costumbre suelo hacer, recorriendo algunos de los lugares favoritos que siempre despiertan mi imaginación. Era ya al atardecer y los últimos rayos del sol incidían sobre la piedra del paño de muralla dónde me encontraba en ese momento dándole ese tono dorado que tanto la embellece.

Siempre que puedo me detengo en ese lugar y, alzando la vista, contemplo las torres que desde allí se levantan majestuosas pero ese día llamó mi atención algo diferente: la escultura de Ledesma Criado que preside ese rincón, estaba acompañada de una mujer , ya anciana, que sentada a su lado, le tenía , con gran ternura, agarrada una mano. Era como si esa figura hubiera cobrado vida. Yo contemplaba absorta la escena, inmóvil desde una esquina, para no perder la magia del momento. Ella parecía feliz, sonreía, ausente de todo lo que la rodeaba..y vi cómo, durante unos instantes, apoyaba su cabeza sobre su hombro.Me fijé más en la mujer , debía ser alguien muy cercano a él,(o una chalada! )porque de lo contrario no me explicaba su actitud...Y claro , de repente la reconocí: era ELLA, su viuda!!Un escalofrío de emoción recorrió mi cuerpo...Decidí alejarme de allí, mientras unas lágrimas empañaban mis ojos.Sentía que tenía que dejarlos solos, no quería ser por más tiempo, testigo de sus confidencias.

Rosa Celia González Monterrubio
Grupo B


La vida es un escenario

Resulta fácil pasear los pensamientos bajo esta fina lluvia y a estas horas. La lluvia no interrumpe. Tampoco el tiempo. Todo lo contrario: acompañan, invitan y hasta incitan a pensar; a recordar, sobre todo.

Esta plaza de esta ciudad ha sido escenario de muchas vidas. De alguna muerte, tal vez, porque la muerte es más reservada, más oculta, más respetuosa, y, aunque es tangible, no suele aparecer desnuda como la vida, pues el manto de los años impide su desnudez.

Bajo sus soportales, como si se tratara del interior de una habitación, a través de unos cristales ligerísimamente empañados por el vaho de los años, hoy, a esta hora imprecisa, entre luz y sombra, entre la tarde y la noche, observo.

Puedo imaginarme también –por qué no- sentado en el patio de butacas, a la espera de que se abra el telón y empiece la comedia, la tragedia, el drama... La vida es puro teatro, es una frase que resuena en mis oídos ; y esta plaza, ya lo creo, es un teatro. ¿Por qué, pues, no esperar y, desde la placidez del espectador, observar?

El cielo, entre gris y azul, es una tela inmensa que cubre la escena. Es un manto protector que aísla esta plaza de todo lo demás; que anula lo que hay afuera, lo ignora y lo destruye. Es una tonalidad misteriosa, cambiante, del color del susurro si alguien me dijera de pintarlo.

Y bajo ese manto, y bajo esa finísima lluvia, una mujer joven, hermosa –como todas-, cruza rápido empujando un cochecito de bebé cubierto por un plástico ante el temor de que la lluvia pueda dañar su inocencia, su ternura, su casi total transparencia. Camina veloz –tal vez teme-. Voy perdiendo sus perfiles, se siluetea y se aleja tanto y tanto que se me escapa. Sale del escenario y se adentra… ¿dónde? ¿de regreso a casa? ¿al encuentro de quién? ¿abrazando a su marido? ¿caminando sola en su único papel de madre y protectora?

Una voces infantiles interrumpen esa escena imaginada. Corretean, gritan, se llaman por sus nombres. Son todas ellas voces agudas, voces en las que el sexo parece no estar aún perfectamente definido. Puedo verlos. Dos niños y tres niñas de entre cinco y nueve años –creo-. Si ellos representaran un color no habría duda. El amarillo para los más pequeños. El naranja para los demás. Porque como en todo escenario, como en toda obra representada, la luz ha de definir cada escena, cada personaje, si es posible. La luz y el color los caracteriza –también el sonido-. Ellos han irrumpido así, como son, veloces, como un haz que atraviesa esa ya especie de penumbra que envuelve todo en esta plaza. Han roto con sus gritos el susurro que alguien –no sabemos quién- eligió para este momento. Y ha sido como un golpe de vida en lo que la vida tiene de luz y de sonido –que es mucho, o casi todo-.

Cierro los ojos y recuerdo. Yo también estuve ahí. Probablemente alguien también me observó y esta misma luz y este mismo sonido, aun de otro tiempo, también fueron testigos de mis gritos, de mi trozo de vida –muy grande entonces y disminuida ahora-. Los abro. ¿Dónde están? ¿Dónde estáis, niños? Es curioso cómo puede marcharse tanta vida en un simple y corto cerrar de ojos.

La plaza, sin embargo, permanece. Observa –como observo yo- quieta, inmutable aunque bañada ahora por una mayor penumbra, por la estela de una luz que se ha ido yendo, complaciente –o resignada- a la espera de volver ¿cuándo? ¿Mañana?

Y en medio de esa mayor quietud, de esa cada vez más sombría tonalidad, de ese susurro cada vez más débil, ellos –y ellas- entran ligeros; sintiéndose protagonistas –aunque no lo sean- de un nuevo acto, de un nuevo cuadro. La luz que los enfoca ahora es de un rojo vivo y de un verde intenso, la música que acompaña su entrada es chispeante, notas rápidas que, incluso, chirrían en mis oídos. Son un grupo (¿por qué negaremos todos a esa edad lo que de individuo llevamos dentro?) de unos diez jóvenes entre chicos y chicas. Uno, dos, tres… y así hasta ocho caminan con la cabeza inclinada y la mirada puesta en sus dispositivos móviles; ignorando la maravilla de esta plaza y permitiendo, además, que la crucen con ellos todos esos seguidores y amigos virtuales con quienes van siempre a todas partes. Este mundo en red es lo que tiene. Nos encadenamos unos a otros sin caer en la cuenta de que, con ello, perdemos identidad, dejamos de ser “yo” y somos, no ya “nosotros”, sino “los demás”. Pero es así. El rumbo de la historia es el que es y de esto –de rumbos y de historias- sabe mucho esta plaza. Dos de los jóvenes, sin embargo -chico y chica-, rezagados, van cogidos de la mano. Su ritmo es más lento, como si quisieran ralentizar el tiempo. También han perdido identidad, pero en favor de un “nosotros”. Se detienen. Se besan. El reloj de la fachada donde se encuentra el Ayuntamiento marca, sonoro, el tiempo. Un tiempo que para el resto del grupo pasará inadvertido, fugaz, pero para ellos no. Quedará para siempre fijo en sus memorias. Quién sabe, incluso, si, al pasar de los años, ya ancianos, vuelvan al mismo lugar y recuerden este momento en el que yo ya no estaré, pero esta plaza sí, con su mismo color, con su mismo son y otros bebés y otros niños y otros jóvenes la crucen como hoy, como esta tarde, como ahora.

Una ligera brisa fresca se levanta. Es como una caricia. Lo agradezco. Vuelvo a entornar los ojos, dejo que caigan y se cierren. Necesito saborear cada segundo si quiero que permanezca en mi memoria, esa única y fiel compañera que nos va quedando, al tiempo que, como un contrasentido, se va yendo y la perdemos a cada paso. Pero es así. Todos ganamos, a medida que vivimos, pasado; es decir, recuerdos que guardamos en la memoria. Pero la memoria es frágil y nos traiciona y se nos va. Sin embargo, los lugares no. Almacenan y almacenan rostros, colores, sonidos, aromas. Y esta plaza también. Probablemente este sea el lugar de esta ciudad donde más de todo se encuentre almacenado. Dicen que si las piedras hablaran…Por eso cuántas vidas, cuántas historias contarían estas piedras doradas, estas piedras centenarias.

Anochece. Ha cesado ya esa apenas imperceptible lluvia que me recibió y las gentes parece como si se animaran, a pesar de la incipiente nocturnidad del momento, y se pasean, poblando este escenario que contemplo desde hace ya unos largos minutos.

La luz del escenario cambia y un foco lanza un haz azul hacia un punto al que, ineludiblemente, se dirigen mis ojos. Cuatro personas -en realidad dos más dos-, que, a escasos metros de donde yo estoy, pasean. Son dos hombres, delante, y dos mujeres, detrás. Uno de los hombres fuma, el otro no. De las dos mujeres, ninguna. Hablan -aunque no consigo percibir lo que dicen- de dos en dos. En una especie de binomios separados. Y pienso –y me resulta curioso, aunque es cierto que pasa desapercibido ante nuestro pensamiento crítico, reflexivo- por qué siempre, en estas circunstancias, nos emparejamos por sexos. ¿Por qué no es posible que dos matrimonios –y estos lo son o parecen serlo- cuando pasean puedan entrecruzar sus sexos, él con ella, ella con él, pero de mundos diferentes, de entidades distintas? ¿Por miedo? ¿Por respeto? ¿Por compostura? Cuánto me gustaría que esta plaza pudiera contarme –describirme, más bien- infinidad de esas parejas que, a su paso, han desgastado su empedrado, han respirado este aire y han depositado esa historia que ahora tanto me gustaría escuchar. Estoy seguro de que si eso fuera posible daría respuesta no sólo a estas preguntas sino a otras muchas; casi a todas las que pudiera hacerme ahora, después de tantos años ya sobre mis espaldas.

No sé por qué –o tal vez sí- cierro los ojos cada vez que la obra representada cierra un cuadro, un acto, una escena.

Pasa el tiempo. Ya es noche cerrada y la luz, toda esa luz que emiten los focos, es ahora de una tonalidad sombría: marrones tenues, grises sombríos, negros suaves.

Hace frío y ese frío me duele. Cae el silencio y ese silencio hiere. La plaza se queda sola. Se han marchado todos. No hay personajes que deambulen. Estoy solo ante un escenario vacío. Dudo. Espero. El telón no baja. A mi alrededor, nadie. Pasan los segundos. Nada. Espero y, cuando hago intención de levantarme y abandonar mi sitio, distingo al fondo, en la lejanía, una sombra que se acerca y avanza lenta. Quiero pensar que se parará en algún punto. Hay algo en su figura aperfilada y negra, que me asusta. Pero avanza. Sigue. Curiosamente, no oigo sus pisadas pero, sin embargo, me llega un olor extraño, nuevo, que me golpea el estómago, me revuelve y, de nuevo, el miedo. Y continúa y, a escasos metros, tiende su mano, roza la mía, retrocedo, pero se aproxima y me agarra, me sujeta y tira con fuerza de mí. En el escenario, en esta plaza que tanta vida ha acogido, estamos ahora solos, los dos. Me paro sin que la figura me obligue y fuerce el paso. Es como si de un último deseo concedido se tratara. Y me inclino y beso un suelo que guarda la historia de unas gentes que, como yo, estuvieron aquí en otro tiempo y que amaron y sufrieron y odiaron y fueron lo que el destino les permitió que fueran. Y observo en todo su esplendor esta plaza que me vio nacer. Que me ha acogido a lo largo de todos estos años. Que me ha envuelto protegiéndome del frío o del calor; como una madre, como un amigo, como una compañera, como una amante.

Vuelvo a entornar los ojos ahora que he visto ya pasar toda una vida por delante en tan poco tiempo y, poco a poco y sin temor a nada, tiendo la mano a esa figura ensombrecida que se acercó a mí y que está a mi lado. Y, en un deseo de paz y de sosiego últimos, digo adiós desde esta plaza, desde este mágico lugar, convencido de que aquí están el origen y el fin de muchas de las almas que pueblan esta ciudad de ensueño.

José Manuel Romero
Grupo A


La ciudad amarilla

En el origen, el sol esculpió la cantera para que fuera cuna de hombres venerables. El polvo de arena agasajó al sol con el reflejo para que el amarillo dominara en la ciudad. Y fue entonces cuando una rana posó entre calaveras, reyes, demonios y animales extraños; la calavera, hueca, claro está, la animó a subir por que de ese modo, quitarían un poco de transcendencia al cuadro al desviar la atención, hacia ellas, de los caminantes de cualquier tiempo que se parasen a observar las escenas. Y así fue.

Las mañanas de mercado, del campo y ganadería, y la alcahuetería; y al caer la tarde los charros regresaban del campo cantando y se iban quedando en los corros para tomar unos chatos en las tabernas mientras ellas tejían y hablaban. Las alcahuetas también tejían y manejaban pero otras telas.

Más adelante, por las calles corrieron ríos de tinta y colgaron pliegos de normas que se saltaban a la torera. Los estudiantes. Las novatadas, las borracheras a la luz de plata, por que el cielo era estrellado y las estrellas tenían rayos de metal que además titilaban. La tuna y las rondas de vino y claveles recorren un trayecto trasversal en el tiempo. Como la rana y la calavera, ahí siguen.

Y ahora, sírvanos para todos, unos garbanzos con callos y huevos fritos con morcilla y de postre un arroz dulce con canela, por favor, pero mientras se cocina, sírvanos usted también una copita de aguardiente, de esa casera, para ir entonando el paladar.

Antonia Oliva
Grupo B


Una noche en San Polo

Esto solo es una historia vivida en primera persona que me quema las venas desde aquella tarde de 1984 en la que mi hermano me molestaba cuando yo trataba de acabar mis deberes.

- Esther, tienes que venir, te va a encantar lo que he descubierto, he visto a la policía y no me han dejado pasar pero ahora la policía se ha ido y quiero que vengas conmigo a ver lo que ha pasado.

- Pero si es ya casi es de noche y esta lloviendo.

- Cojo la linterna pero vamos por favor.

Ante esa propuesta, la curiosidad adolescente y las pocas ganas que tenia de acabar los deberes, me puse la chaqueta rápido y salí con mi hermano en busca de su descubrimiento.
Caminábamos rápidamente bajando por la Gran Vía mientras él me explicaba que había caído una iglesia, una de esas viejas, me decía. Resultó ser la antigua iglesia de San Polo, románica, modesta, esa que protegía la entrada de la calle San Pablo.
Esa noche llovía con intensidad, creo que eso fue lo que hizo que la policía y los obreros que estaban echando abajo aquellos muros del siglo XII doloridos ya por el tiempo abandonaran el lugar.

Al llegar a la vieja iglesia vimos que una de sus paredes había desaparecido. La Calle del Arrollo de Santo Domingo estaba cerrada para el trafico y también a las personas, solo había una grúa parada, como un monstruo dormido, ya que las obras eran de desescombro y derribo. Ninguna iglesia había caído por si misma, a esos muros que se mantenían a duras penas en pie les había llegado su hora, la historia es así. Solo unas vallas urbanas con cintas de la policía en las que rezaba “policía, prohibido el paso”. Impedían el acceso a la zona. Frágil barrera para la curiosidad de dos muchachos. Podría ser peligroso, no digo que no, pero nuestras ganas de aventuras nuevas fueron suficientes para continuar. Mi hermano, más pequeño que yo, no lo dudó ni un momento y entró en el recinto sin ninguna complicación que le separara del prohibido lugar.
La noche había caído ya y en la zona la calle estaba totalmente solitaria.
Con la linterna vimos lo que era una excavación, la tierra estaba mojada y oscura, de lo que fuera el suelo de la iglesia.

La gran sorpresa fue encontrar brillando a la luz de la linterna un cráneo, si, un cráneo humano que nos emociono como nada en la vida, todo era barro y el olor fétido no nos echo para atrás, aquello era para nosotros demasiado interesante, sin pensarlo nos adentramos los dos en ese lodo cargado de sorpresas, y entre pelos y suciedad, A falta de materiales que cubrieran todos aquellos restos pisábamos sobre ellos con el morbo que esto produce en dos chavales traviesos, en ocasiones crujía bajo nuestros pies aquella masa sin orden alguno, sumergidos hasta las rodillas resbalábamos entre aquel barro mojado de tierra, agua, restos y lodo. Empezamos a sacar huesos humanos en distintos estados de descomposición, de todos lo tamaños, había cráneos, radios, vértebras, tibias y falanges, estábamos en una fosa común. Intentamos recoger algunos de ellos, los que estuviesen en mejor estado, mi capricho era un cráneo que contase con casi todos los dientes pero los cráneos estaban en muy mal estado, algunos quebrados y otros con señales de un disparo a bocajarro, aún así, en nuestras chaquetas dimos cabida a unos cuantos huesos de buen ver, mi hermano se hizo con un gran fémur que paseó Gran Vía arriba sin ningún pudor pero si provocando la curiosidad de muchas personas.

Al día siguiente y con ganas de realizar una nueva búsqueda encontramos una valla alta y consistente que esta vez si cerraba eficazmente nuestro acceso, y como no, vigilancia durante 24 horas entre otros métodos, evidentemente no podías entrar y mucho menos mirar nada.

Nuestra aventura había acabado.

Nuestros tesoros no estaban todos en buen estado, al lavarlos por la noche a escondidas de mi madre muchos de ellos se quebraban o deshacían, mis trofeos fueron, una tibia de un hombre joven y el radio que perteneció a una mujer adolescente. Esos dos huesos custodiaron mi casa durante casi 40 años, hasta que sentí la necesidad de devolverlos a la tierra.

La curiosidad nos animó a buscar las noticias relacionadas en los periódicos salmantinos de esos días y solo pudimos leer:

El Ayuntamiento de Salamanca ha finalizado las obras de restauración de la antigua iglesia de San Polo que han permitido descubrir dos esculturas inéditas de San Pedro y San Pablo y también que se hayan exhumado unos sarcófagos descubiertos durante las primeras obras, en la que ha destacado “que la restauración ha sido de muy alto nivel, con un trabajo muy minucioso, y ha permitido solventar. Sobre todo, los problemas de humedades”.
El Ayuntamiento de Salamanca impulsa diversas actuaciones de conservación y puesta en valor del patrimonio histórico-artístico, objetivo en el que se enmarca las obras de restauración de la antigua iglesia de San Polo que ya han concluido Con esta intervención se ha tratado de recuperar, conservar y restaurar los restos de esta iglesia cuya construcción data del siglo XII y está considerada como la única románico mudéjar que se conserva en la ciudad.
Las obras, que han tenido como principal finalidad resolver los problemas causados por la humedad provocada tanto por la lluvia como por el agua que aporta el terreno por capilaridad, han consistido en la reparación y consolidación de muros y pilastras, limpieza de fábricas con eliminación de líquenes, eliminación de enfoscados y rejuntados y reposición con mortero de cal, consolidación de las fábricas y cosido de sillares y dovelas. Además, se ha llevado a cabo la sustitución puntual de elementos de ladrillo y de piedra degradada, limpieza y reposición de elementos singulares como el alfiz gótico, repaso de carpinterías y eliminación de la hiedra que envuelve el muro sur.
Dos esculturas inéditas y sarcófagos de una necrópolis medieval Las obras han permitido descubrir dos esculturas inéditas -de San Pedro y de San Pablo-que debido a su ubicación junto con el alfiz parece que componían y ornamentaban la fachada al estar talladas en las piedras situadas en las esquinas y a la misma altura que los soportes verticales

No tuve más noticias del acontecimiento, tan solo lo que yo pudiera descubrir mas tarde, ahora en ese patio en el que ensucié mis ropas entre pelos y huesos desechos hay un bonito hotel que conserva el nombre de San Polo y un acogedor patio cubre el foso que mi hermano y yo descubrimos aquella noche de 1984.

Esther Yubero
Grupo A


Desde el balcón de Santo Domingo

Están los jardines de Santo Domingo ubicados en sitio excepcional, alejados del centro de una ciudad que curiosamente divisa en toda su plenitud. El lunes, al salir de clase, tuve claro el rincón que escogería para realizar los deberes de nuestro maestro Raúl. Pero a pesar de ello, decidí patear la ciudad con sentidos abiertos de aspirante a escritor.

Nevaba, el frío despertaba aún más los sentidos. Después de caminar entre copos de nieve por calles con poca gente, sin niños jugando con la nieve, crucé la verja del jardín, retrocediendo en el tiempo a otra época, que poco a poco iba apareciendo en el escenario a medida que ascendía por las escaleras.

Son los jardines una magnífica atalaya con vistas, un coqueto espacio verde. Sus terrazas con varias alturas, te permiten ir regulando el campo visual que inmediatamente contemplas cuando giras el cuello, quedando gratamente sorprendido por lo que te encuentras.

La nieve, ese pincel mágico, que en poco tiempo unifica edificios, repara tejados, embellece rincones “recoge basura-orines”, había hecho su trabajo. Las torres parecían tiritar entre la niebla que dejaban los copos al caer, difuminadas desde la distancia, luchaban por desprenderse de la nieve, nieve que ya blanqueaba claramente en los tejados de los edificios, perfectamente escalonados.

San Juan de la Cruz, más atareado e inspirado que nunca, trataba de plasmar con su pluma el momento mágico. Mucho frío tenía Pepe Ledesma, el viento helador que bajaba de San Pablo lo había dejado inmóvil, sin posibilidad de resguardarse en las murallas. Cara de asombro ante lo que estaban viendo tenían los participantes en la última cena, sobre el mantel tenían una cena demasiado fría. Judas castigado, ni cenaba ni veía la maravillosa vista, entretenido con su ejercicio de yoga. Colocó Venancio Blanco a los comensales de espaldas a la ciudad, quizás por cuestiones de protocolo basadas en el sacrificio.

Pequeño espacio verde, coqueto con árboles de muchos años y otros añadidos, con cascada artificial con cantos del río, que casi nunca funciona. Rodeado de iglesias y conventos, en un gran angular para enfocar desde el suelo hasta el cielo la ciudad. No es raro encontrar paseando un dominico, escuchar el jolgorio de campanas y esnifar incienso.

Las viejas casas, algunas abandonadas al capricho de grafiteros, la casa de los niños del Coro, en un barrio curiosamente sin niños, la muralla, el huerto de Calixto y Melibea, las catedrales, el cielo…

Un mundo mágico, escondido, que se disfruta en cualquier estación, escuchando un concierto tumbado en la hierba, disfrutando de la obra de Venancio Blanco bajo los pinos, con las aves que constantemente sobrevuelan el cielo, por testigo.

Le falta el agua del arroyo de Santo Domingo para que fuese algo parecido al paraíso terrenal. Las antiguas riadas del arroyo, han sido absorbidas por coches y autobuses que parecen competir velozmente para alcanzar el coqueto puente de San Esteban para abandonar la vieja ciudad medieval y renacentista.

Antonio Castaño Moreno
Grupo A


Mi Viejo Barrio

Es mi barrio aún hoy, cuarenta años desubicada de sus riberas milenarias. De sus calles desmanteladas de asfalto que ayer vibraran de voces juveniles exultantes de vitalidad. De juegos infantiles y revoltosos donde los más pequeños derrochaban alegría saludable. De serenas veladas bajo la luna de agosto donde jóvenes y mayores devanábamos las horas al frescor de la noche. De hogares de puertas abiertas que no sabían de privacidad, esa cosa, hoy, tan en de boca todos. Estos eran aspectos de los muchos que tenía mi barrio.

A pesar de que los años han dejado su huella en el entorno del río, las casas no han perdido su idiosincrasia genuina de extramuros. La identidad centenaria del aparato del tiempo sigue vigente en las fachadas, puertas y ventanas que me son tan familiares, ya que la totalidad del barrio se reconstruyó respetando la arquitectura anterior. En su mayoría todas del siglo XIX, pero algunas bien pudieran ser del XVIII, reconstruidas sobre restos anteriores, ya que mi barrio no tiene edad reconocida, pero sí muchas canas de ancianidad en los restos de sus murallas romanas y medievales, que a pesar de los desmanes del tiempo se resisten a morir.

Para los que allí crecimos era un paraíso bullicioso, lleno de vivacidad y secretos compartidos. De veranos enfebrecidos a la orilla de nuestro río, porque para nosotros nunca fue el Tormes, siempre fue nuestro río. Esto lo sabían todos los que hasta allí llegaban de los barrios aledaños. El río nunca se cobró ninguna vida de la barriada. Y pasábamos de doscientos entre pequeños y mayores. Hubo algunos ahogados, pero de otros distritos cercanos. Conocíamos cada remanso, corriente, remolino poza, o pedrusco que entorpeciera nuestro desplazamiento por las aguas saludables, limpias y cristalinas que discurrían por aquellos años de escasa contaminación.

Eran cuatro, las calles que englobaba la Ribera del Puente, (antigua Ribera de Curtidores) Parte de Rector Esperabé, calle Santiago, calle San Gregorio, (esta última), dedicada exclusivamente a las tenerías, y San Juan de Alcázar, donde se ubicaba nuestra casa a la cual llegué de Rector Esperabé con cuatro años de edad. San Juan de Alcázar es la cuesta en extramuros que sube de la Ribera del Puente, bordeando parte de la trasera de la Facultad de Ciencias hasta la Peña Celestina. Los vecinos de edad más avanzada, relataban con veracidad indiscutible el suicidio de la Celestina de Rojas. Su versión se sustentaba en sus abuelos “se tiró por la Peña Celestina dejándose los huesos en el pavimento” decían. “¡Que no la acuchilló Pármeno! ¡que no, que no!” “Que según sus abuelos, los abuelos de sus abuelos, los abuelos de los abuelos de sus abuelos y los abuelos de los abuelos y más abuelos, vivió en la calle de San Juan de Alcázar, se despeñó, y no hay más que hablar”. Con el argumento de los abuelos, no se discutía. Justo en el emplazamiento de la hoy Facultad de Ciencias, se hallaba el Cuartel de Intendencia con un jardín lleno de flores que asaltábamos a la salida de la escuela. Nuestra escuela era el edificio contiguo al cuartel y llevaba por nombre La Merced de Maestras Aneja a la del Magisterio. Anterior al cuartel, el Alcázar de San Juan, reedificado por el infante don Sancho en el siglo XIII. Y según fuentes ya no tan fiables el alcázar, sobre el Castillo Viejo. Del que hablan algunos alcaldes en sus escritos sobre la ciudad y que pudiera datar de la segunda repoblación de Salamanca por Raimundo de Borgoña en el siglo XII.

Así era mi viejo barrio, al que volveré un día, de un mes, de un año cualquiera.

Esta es una historia inacabada. Es parte de un todo que pervive en mi memoria y tal vez algún día vea la luz de unas páginas hoy vírgenes.

Pepita Sánchez 
Grupo B


Lugares de Salamanca con Duende

En la calle Bordadores, como dibujado a escuadra con la de Las Úrsulas y presidido por su ábside, se encuentra, un rincón que para mí, tiene como una especie aura mágica , un halo de hechizo que, cobra vida propia en función de las luces, sombras , nieblas ,lluvias, albas , ocasos y a las diferentes horas del día y la noche o las estaciones.

Desde que lo descubrí allá por mil novecientos setenta, ya plantada en el, la estatua de Unamuno, apoyado en la puerta del muro de dintel gótico frente al brocal del pozo que allí se ubica, tuve por un momento como una especie de sensación, un presentimiento, de que ese lugar, tendría, para el desarrollo futuro de mi vida, un profundo impacto.

En el pozo, me cite con mi primer amorío universitario. Cuando regresé a Salamanca para hacer la mili, viví una temporada en el antiguo numero 19, al que llamábamos cariñosamente el Vagón de ferrocarril, porque el primero que llegaba con compañía, se apropiaba por esa noche, de la habitación del fondo, tal era la disposición que había un estrecho pasillo que atravesaba todas las habitaciones y un único baño que parecía a veces, el camarote de los hermanos Marx. En sus aledaños, conocí a algunas de las personas que resultaron ser mis mejores amigos, en ese antro llamado Bistrott, donde “el Cipri” ponía música.

Años después, allí asistí, a la inauguración del Camelót, sin sospechar que acabaría siendo el lugar donde me casaría.

Pero lo que me sigue sorprendiendo de este enclave es, la perenne fascinación que me produce pasear por el o sus inmediaciones, pasar las horas muertas observando el trasiego de gentes sentado en alguna de sus terrazas, cuando el buen tiempo lo permite y sobre todo, el hecho de que de forma inconsciente, vuelva una y otra vez a visitarlo, cuando estoy necesitado de aquietar o estimular mi espíritu, según se tercie.

Ese lugar concreto de Salamanca:

Nunca me defrauda.
Siempre me recibe cómplice.
Jamás me deja indiferente.

Allí me siento, como el privilegiado amante que cada día, mira a su amor con ojos nuevos.

Carlos García Riesco 
Grupo A


Salamanca

Camino por las calles del centro de Salamanca y paso por la catedral. Fuera, en la calle, me encuentro con una extranjera que me pregunta si sé dónde hay alguna iglesia en la que pueda pedir un deseo y se conceda. Le contesto que hay una iglesia que se llama San Esteban y la acompaño. Por el camino la extranjera me comenta que tenía ganas de conocer Salamanca, que se enteró por los medios de comunicación que en el año dos mis dos fue la ciudad de la cultura. Me pregunta por algún monumento más que pueda visitar y yo le indico dónde están el patio de escuelas mayores, la universidad, la catedral vieja y la iglesia de Santo Domingo.

David Álvarez Sánchez
Grupo B


Miraltormes

Me asomo.
Es mágico. Buen recuerdo. Buen momento.
He pasado largas horas de estudio.
Largas horas mirando novedades de libros, escribiendo, tachando, añadiendo.
Ahora me he sentado, justo enfrente con las escaleras y los dos pinos tan hermosos que dan completa armonía.
Con un libro entre mis piernas y muchas ganas de empezar la nueva lectura.
Y de esta nueva lectura saldrá un nuevo texto.
El sol favorece mi lectura.
Aunque todavía no la empezara.
Es un nuevo sentimiento por el que te dejas llevar y que no lo abandonas.

Iria Costa
Grupo B

1 comentario:

  1. Animo a todos a utilizar esta herramienta de los comentarios, seguro que nos gustaría leerlo, o criticar o felicitar a los compañeros.

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