La ciudad fantasma

En los primeros días de pandemia y confinamiento pudimos ver, en vivo o a través de imágenes, calles y plazas de ciudades completamente vacías. Y también comprobamos con perplejidad cómo muchos animales, ante la ausencia de los humanos, paseaban o deambulaban por dichas calles y plazas, muchos de ellos asustados.
Allí donde hay una ciudad vacía o fantasma hay muchas historias escondidas. Sólo hay que buscarlas.
En este artículo "Trece de las ciudades fantasma abandonadas más grandes del mundo y las espeluznantes historias que las rodean" podemos descubrir algunas de esas historias motivas por diferentes circunstancias. En nuestro caso, un virus.



Aquí no hay árboles, ni coches, ni paradas de autobús, ni parques ni gente. Sólo torres de edificios. 
En un paisaje desértico sólo se ven torres de edificios abandonados, a medio terminar, sin nada más. 
Este proyecto está a 50 km de la capital de Irán, Teherán, y se llama Mehra Mer.


Incluimos aquí dos textos muy diferentes sobre la ciudad. El primero, un poema de Luis García Montero titulado "La ciudad", un acercamiento poético al significado de la ciudad y lo urbano. Y un artículo de opinión de Manuel Llorente titulado "Dos ciudades fantasmas".

Se hacen de hormigón y de cristal,
de lugares extraños y gentes ocupadas.

En todas crece un árbol
delante de la casa de un suicida
y hay niños que acostumbran a dormirse
soñando con un perro.

No faltan desayunos en hoteles lujosos,
ni tampoco familias con jardín,
pero son más frecuentes
los portales oscuros con pareja de novios,
el beso frío,
la rosa de cemento en la ventana.

Las calles desembocan en plazas descompuestas,
las tardes de domingo en las cafeterías
y el humo de los coches en los ojos del loco
que murmura sus años
y los cuenta sin fin
de metro en metro.

Al salir de los túneles sentimos
que los cielos de agua
son igual que una carta del pasado,
y suele comprenderse
que la vida es un arma lenta y de doble filo
en los pasos sin nadie,
en las noches vacías
o en la debilidad que tienen
las ciudades por los cines de barrio
y por las taquilleras muy pintadas.

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos,
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte,
La gente que nos mira,
la gente que se salta los semáforos,
la que fluye delante de las tiendas,
necesita el amparo
de otra vegetación,
un sigilo de números y tarjetas de crédito
que extiende sus raíces por los sótanos
y busca soledad en los desvanes
como los muebles y las ratas viejas.

No es inútil viajar,
porque es cierto que todas las ciudades
amanecen de un modo parecido,
pero la noche llega en cada una
de manera distinta.

De día pueden verse
secretarias, conserjes, policías,
músicos callejeros y soldados,
dependientas que escuchan y sonríen,
oficinistas con olor a instancia,
conductores, extraños sacerdotes,
ejecutivos humillados.

Igual en todas partes,
porque apenas existen los kilómetros.

Pero existe la noche,
la soledad que borra los oficios
en un mundo habitado solamente
por hombres y mujeres,
confidencias de amarga valentía.

En las ciudades pueden encontrarse
relojes que se paran en la última copa,
la luna sobre un taxi
y todos los poemas que te escribo.

***

La sombra espesa y húmeda de L’Aquila se derramaba por las costuras del pasado 15 de agosto. Ese día escuché sin oír el espanto del miedo de una ciudad fantasma envuelta en andamios que intenta recuperar un pulso imposible, volver a la vida. Vi el silencio triste y amargo de centenares de casas abandonadas, la maldición esculpida en el aire de sus callejuelas desiertas. Tenía frío en pleno verano. Murieron 308 personas a traición hace siete años. Algunas de ellas, invisibles y presentes, se asomaban hace unas semanas al paso lento y dudoso de los escasos turistas que habíamos acudido sin saber por qué a esa pequeña ciudad que simboliza lo incomprensible. Nueve días después volvía a temblar la región de los Abruzzo. Y de noche, que es cuando llegan las mayores tragedias. Amparado en la nocturnidad, cuando todos duermen, el vientre de la tierra se revolvió y saltó sobre sí mismo como una víbora. Hincó el diente venenoso en la yugular de los hombres y abandonó el espanto. Los temblores aún retumban en el alma quienes habitan el corazón de Italia.

"El vientre de la tierra se revolvió y saltó sobre sí mismo como una víbora. Hincó el diente venenoso en la yugular de los hombres y abandonó el espanto"

Hoy, 4 de septiembre, he vuelto a contemplar el silencio de la huida. Las ruinas de lo que iba a ser una hermosa colonia a orillas del Guadiana que dejó de construirse hace años, cuando la hecatombe de L’Aquila, más o menos. Los esqueletos de algunos edificios, como gigantes crucificados al viento, aparecieron sobre una colina que mira hacia Portugal. Chalets y colonias de casitas adosadas languidecían sin cristales, las puertas forzadas, las jambas arrancadas. Todo estaba desventrado. Apenas quedaba en pie el nombre de las calles con nombres de escritores (Francisco de Quevedo, Miguel de Unamuno, Rosalía de Castro).

También surgieron apariciones. De repente una boca de riego, en medio del secarral, mojaba un trozo de acera agrietada. Una nota en un buzón de Correos, de impecable amarillo, recordaba que se recogen cartas de lunes a viernes a la una de la tarde. ¿Seguro? ¿Quién se acercaría hasta allí? Quiero conocer a ese valiente que ha llegado en ese desierto a un buzón con la fe suficiente para entregar un mensaje de angustia, una felicitación de cumpleaños, una propuesta de cita o de viaje, tal vez una escueta postal. Es como un mensaje en una botella lanzado al mar.

"Y silencio. La desolación envuelta en un silencio festivo. Como si hubiera acudido tarde a la llegada de los bárbaros que escribió Kavafis"

Algunas casas sí que lograron terminarse. Las delata el coche en la acera, unas cortinas, flores, un triciclo, una ventana abierta por donde mariposea una voz pausada. Ese oasis te hace dudar de lo que has visto, del caos que todo lo asola. De la pintada sobre un generador abierto: “los putos amos”. Quien escribió eso se consideró el rey de un imperio: ningún enemigo a la vista, todo destruido, todo por edificar.

Me alejo en la bici hasta la casa donde habito en medio del silencio abrasador de la mañana del domingo y me lanzo a la piscina en el más escrupuloso silencio. Doce, trece brazadas (según) por cada largo. Se superponen los ecos de las dos ciudades fantasma. Paredes desconchadas, cristales rotos, sacos de cemento abiertos y ya petrificados, paradas de autobús sin nadie, farolas apedreadas, calles que desembocan en un terraplén, carretillas volcadas. Y silencio. La desolación envuelta en un silencio festivo. Como si hubiera acudido tarde a la llegada de los bárbaros que escribió Kavafis.

Dejo de nadar y me apoyo en el borde. Veo un tallo verde que surge del suelo que bordea la piscina. Y cerca, el trazo de una grieta. Ya de pie me fijo que hay dos, tres grietas más, que el suelo está como abombado. Es imposible que hasta aquí haya llegado ningún temblor desde Italia, lo hubiera sentido, se hubiera comentado en la radio, en la televisión. Puede que las grietas se deban al terreno, a cuando construyeron la autopista, a que no asentaron bien la piscina.

En el ecuador del primer domingo de septiembre, a pleno sol, un gato me contempla desde la rama de una acacia. Ahora soy yo el observado. Quizás las grietas y el silencio de esas ciudades abandonadas sean, también, una metáfora de algo que no logro discernir.


Propuestas de escritura

Hay muchas maneras de describir la ciudad en sus diferentes contextos: el diario de un turista que llega a dicha ciudad, el monólogo de quien al final de la noche hace recuento de lo visitado, un diálogo entre un habitante de la ciudad y un extraño, un poema río en el que se recogen las sensaciones que nos produce dicha ciudad, una breve y poética postal.
Estamos acostumbrado a vivir la ciudad con su algarabía y banda sonora de siempre pero qué ocurre cuando la ciudad, ya sea por una guerra, una catástrofe natural o una pandemia queda vacía. Esa ausencia de ruido y de gente nos obliga a explorar nuevas maneras de contar el vacío.
Escribe un texto donde quede reflejado ese vacío que hemos vivido durante estos días de confinamiento.


Estos son los trabajos recibidos:


El Poema

Último vistazo al poema antes de irse a la cama. Rebeca lo encuentra una vez más precioso. Puede que juegue ahí la melancolía de la clausura impuesta. «Querida Rebeca:» Otro acierto, ¿ves? el género epistolar, así lo que se dice llega más directo a dónde tiene que llegar. Y ese final tan de Carlos: «…en lágrimas deshecho, soñando el fin de mi tormento», puro Góngora.

***

Una vez termine la reclusión ―el “confinamiento” dicen por lo fino los del Gobierno― y la “desescalada” (otro invento) sea efectiva, ya podrá verse con Carlos en el trabajo y será entonces la ocasión: «Qué razón tienes, cariño al ensalzar como lo haces la poesía, cómo puedo haber estado tan ciega. Cuando lo que a uno le guía es dar rienda suelta a los sentimientos del corazón…». Algo así, ya dará con las palabras precisas; figúrate con tantos días como aún quedan para el desencierro, a ver por qué no vamos a poder decirlo así las de Ciudad Rodrigo.

***

…Nadie por los alrededores, pero ya ves la tontería pensar que alguien pudiera fijarse en ella cuando ayer por la mañana depositó el sobre en el buzón de correos cien metros por debajo de su casa, de camino al súper, que es de los pocos sitios adonde te dejan ir con este maldito coronavirus.

(Fragmentos de un relato de Pascual Martín: el primer párrafo, uno del centro y una parte del final. El juego sería (pero siempre que no distorsione) completar los párrafos que enlazan esos tres)

Pascual Martín 
Grupo B


La ciudad vaciada

¿Qué tiempos de desventura son estos, María? ¿Qué inesperado desastre se ha llevado de golpe nuestra fortuna y nos ha precipitado a esta cruel indigencia? Ayer vivíamos rodeados de lujo y comodidad y hoy nos vemos desposeídos y arrumbados en la más infame de las miserias. Nuestra casa ha sido arrasada sin misericordia y entregada al frío y a la oscuridad. ¡Y quién podía esperar que nos arrancarían la ropa con tan humillante grosería!

Mira la calle vacía, habitada solo por sombras. ¿Qué apocalipsis de recelo y desconfianza se ha abatido sobre esta ciudad? Observa los pocos que pasan por delante. Donde antes bullía una multitud ávida de charlas, risas y abrazos, hay ahora una procesión exigua de almas en pena. Caminan vacilantes, se miran con suspicacia y eluden el contacto con bruscas contorsiones. Van embozados como malhechores y como ellos, tienen la mirada huraña y esquiva. Transitan con prisa hacia un destino cierto, aunque saben inseguro, y pasan de largo sin echarnos siquiera una ojeada. Les han arrebatado la imaginación y el deseo, la sustancia misma de tu razón de ser y de la mía.

Porque, ¿sabes María?, estábamos aquí para que, contemplándonos, imaginaran que nuestro mundo de lánguida elegancia y mesurada riqueza estaba al alcance de sus manos. Que traspasando nuestro umbral podrían cumplirse sus más íntimos deseos y convertirse en protagonistas de una vida de abundancia y felicidad.

¿Sollozas porque te sientes olvidada? Entiéndelo, desmontaron el escaparate y apagaron las luces, nos quitaron la ropa y nos dejaron aquí, desnudos y expuestos al frío y a la indiferencia. ¿Qué sentido tendría que se acercaran? Si lo hicieran, ¿qué crees que verían tras el cristal? Nada de nada, si acaso el triste reflejo de su infortunio.

(Inspirada en una hermosa fotografía de Ismael Marcos).

Pepe Lorenzo
Grupo B


Fotografía: Ismael Marcos

Ciudad sitiada

Hace un día feo, frío, fantasmal,
Salamanca nunca estuvo tan triste,
la muerte es gris, confinados
en casas celda los hombres,
humanidad borrada.

Las calles, pasadizos de una morgue
parecen;
los que salimos al pan,
panaderías cerradas,
pan de supermercado,
no es lo mismo.

La calle Compañía simboliza
soledades atroces de otras calles
que nos conducen a otra espesa niebla.

En la sala de la Salina
exposición cerrada,
se titulaba Requiem,
con un nido pintado se anunciaba.

¿ Dónde están los humanos si aún hay calles
que añoran su presencia?.

Las campanas convocan
a despertar espíritus dormidos.

Emilia González
Grupo B


Metamorfosis

Siempre que escuchamos el término “cuidad fantasma” pensamos en una ciudad sin habitantes, una ciudad vacía. Ahora estamos viviendo en una ciudad fantasma, llena de gente, pero fantasma, solo unos pocos han podido escapar, el resto estamos atrapados, los que mueren también consiguen escapar.
Somos fantasmas dentro de nuestras casas, no necesitamos cubrirnos con sábanas blancas, con una mascarilla es suficiente. Cada uno arrastra su pesada cadena como puede. Las calles vacías, las casas llenas, llenas de fantasmas.
Qué pena de infidelidad confesada un día antes del estado de alarma, qué estúpido arranque de sinceridad, paseo arrastrando mi vergüenza, mi mascarilla es demasiado pequeña, no cubre todo mi rostro, no tengo donde esconderme.
Qué pena de ERTE, treinta años haciendo lo mismo y ahora…, deambulo por la casa, descubro que tengo casa, hay gente, mi mujer, mis hijos, todos en mi casa, los posesivos me asfixian, intento hablar con ellos, no tengo palabras, no sé cómo se hace, estoy vacío.
Vacías están las calles. Los adolescentes pegan sus narices al frío cristal de la ventana, por encima de la mancha de vaho observan la calle, está vacía, imaginan a sus colegas detrás de los cristales, con bolsas blancas colgadas de sus manos, bolsas blancas cargadas de alcohol, de risas, de confidencias, de vida.
Muchos fantasmas encerrados en sus casas, mucho tiempo para pensar, van descubriendo sus miserias, no las pueden ocultar, solo está permitido tirar la basura una vez al día, a la esquina de su calle, no más lejos, desde allí el hedor llega a su casa. Ciudad vacía, casa llenas de gente vacía.
Estamos encerrados como gusanos en una caja de zapatos con agujeros, devoramos las hojas de nuestra pena, comemos y devoramos hasta que ya no podemos más. Destilamos nuestra pena convertida en filamentos de seda, buscamos un rincón escondido y tejemos un capullo, un sitio donde escondernos, saldremos convertidos en crisálidas, extenderemos nuestras preciosas alas, con un continuo aleteo sobrevolaremos las calles, calles vacías de una ciudad desierta, fantasmas convertidos en bellas mariposas, creadoras de larvas, creadoras de gusanos, gusanos en las calles vacías, gusanos en la ciudad fantasma.

Tomás García Merino
Grupo B


Tiempo de vacío

Dos meses ya de arresto, disfrazado de enviado protector. Sesenta días de lenta procesión entre la amplia recua de ángeles y demonios que se alternan desordenadamente en este ir transcurriendo. Nos creímos un futuro, un horizonte de promesas y unos sueños que nunca fueron nuestros. Hoy me espera un mundo desnudo de certezas. El ayer ilusorio es absorbido por la evidencia de este hoy apresado, como gotas de lluvia sobre la tierra reseca.

De pronto, me despierto y no hay hoja de ruta. Camino por calles sin calzadas ni aceras, oliendo a miedo recién regado, donde las fachadas se alzan amurallando vestigios de otro tiempo. Un tiempo que ya no es el mismo que aquel otro; escaso, huidizo, atropellado, escurriéndose siempre entre mis días como arena entre los dedos. El tiempo ahora no es de nadie. Nunca lo fue, pero antes le seguíamos como un perro a la soga de su amo. Ahora la soga se ha quedado enredada al cuello y en el intento de deshacernos de ella, clava sus garras en la garganta para que no olvidemos nuestra condición de siervos, o para que no recordemos lo que en verdad somos.

Este nuevo tiempo es un estado denso, un deambular que arrastra una herrumbre pesada en los tobillos, una niebla fangosa entre las sienes, un pozo en medio del pecho que atraviesa la tierra de parte a parte. Se ha parado, y ya no me lleva a ningún futuro. Me ha arrancado el mañana del calendario y de mi frente. El pasado me pisa los talones, me tira del pelo, me acecha desde el fondo de los armarios y exige también su espacio; ese que no le dediqué, ese que exige su duelo. Y yo me resisto a no poder huir, de nuevo, hacia ese mañana disfrazado de nuevas oportunidades, de ilusiones coronadas de mejores comienzos, como si respirar no fuese suficiente fortuna, suficiente dicha, suficiente...

Todos los días ya son ese mañana donde, el ahí afuera me es ajeno y su sustituto me sabe a traición. Temo el encuentro porque mi boca ya no busca más afán que otro sabor y los brazos temen abrirse al viento del desierto. Aquí dentro, debo velar y despedir a mis muertos hasta que al fin puedan emprender su vuelo. No cabe mayor pérdida; pasado y porvenir quebrados, alejándose desde este punto en medio de nada, justo donde tendré que empezar a recordarme, en este infinito abismo, donde todo no es sino el recuerdo de un delirante sueño.

Cansada de buscar inútiles refugios, la rendición es incondicional, mientras me dejo caer sobre la algodonosa luz de la nada. A lo lejos, como un leve tic-tac martilleante, un interrogante se va alejando hacia los rincones de mi desconcierto: ¿y ahora qué?... Apenas acude el eco de un suspiro, propagándose por los confines de este vacío abisal que tan solo me devuelve la respuesta del silencio arrastrando sus insondables pasos.

Nuria Morán Aguirre
Grupo B


Ciudad desierta

Las calles están desiertas. Solo algún coche de policía patrullando, vigilando, a falta de la responsabilidad de unos pocos, eso mismo, que las calles estén desiertas.
Un enemigo tan pequeño e invisible como mortal nos he recluido en casa. Enclaustrados como estamos hemos caído prostrados ante él. Nada escapa a su paso. Nos dijeron que afectaría solo a un determinado perfil de población. Falso. Tan poco sabíamos del letal contrincante que la única medida ahora es el aislamiento, la separación, la llamada “distancia social”, que debería calificarse como física, porque, por ventura o desventura, estamos tan intercomunicados que no puede llamarse tal.
Aislamiento, separación, alejamiento, enclaustramiento. Prisioneros en nuestra propia vivienda. Ir al “súper” se ha convertido en una actividad de riesgo. Pasear al perro en un privilegio. Trabajar un peligro. Viajar un atrevimiento. Abrazar un suicido.
A las ocho de la tarde aplausos. Aplausos para los que más lágrimas ven, y sufren. No son héroes, son profesionales, soldados que han ido al frente sin fusil, ni EPI.
La muerte ataca, y su víctima parte en solitario. Los cementerios están vacíos, incluso en los entierros.
Las calles vacías. Las casas llenas. Las familias, o muy separadas, o muy unidas. Esta guerra ha sido como la anterior, “nos ha pillado en zona”.
Esperanzas, pocas. Soluciones, algunas. Consenso y unidad escasos. Palabras, demasiadas. Hechos, luctuosos.
El Sol, la Luna, las estrellas. Siguen ahí, impasibles. Al resto del Universo nuestro drama le permanece ajeno. Parece, además, que la polución baja. ¿Será este un castigo que nos impone un Planeta cansado de nuestros desmanes y desvaríos?
Cuando esto pase, porque todo pasa y todo llega, habremos perdido a tantos… Qué es una ciudad solitaria durante unas pocas semanas en el largo discurrir de nuestro tiempo. Cierto, es duro, pero sería más duro mirar atrás en un tiempo futuro, y ver que, por impacientes, hemos dejado a, todavía más, amigos, familiares, desconocidos, en el camino.

Javi Martín Caamaño
Grupo A


Estado de alarma

Accedieron a la ciudad por una amplia avenida. No había más que algunos pájaros volando de un lado a otro. Lo demás era silencio. Una ligera brisa provocaba que algún papel o plástico olvidado se desplazase rodando por el suelo. El cielo, azul intenso, confería una luz especial, diferente, a los edificios. Los cristales de las ventanas de los pisos más altos reflejaban un sol amarillento que empezaba a asomar por el horizonte. Daba la sensación de que los habitantes de aquella urbe la habían abandonado, pues no se veía a nadie. Los vehículos estaban perfectamente estacionados. Era como si la población hubiese desaparecido durante la noche.
Allí estaban, sin atreverse a penetrar en la ciudad. Eran cuatro. Vestidos con buzos militares, mascarillas que les cubrían todo el rostro con dos grandes filtros a cada lado. Con guantes y protecciones en las botas para impedir que nada estuviese en contacto con el aire. Llevaban un fusil entre sus manos protegidas. Observaban atentamente hacia todos los lados.
Uno de los militares, el de menor rango, acertó a hablar. Su voz sonó extraña, apagada, a través de los filtros de su mascarilla.

—Teniente, esta ciudad parece vacía, es como una ciudad fantasma.
—Silencio —le reprimió el teniente en voz baja—. Vamos.

Empezaron a caminar y el sonido de sus pasos, del roce de la tela y el plástico de su indumentaria, producía un eco extraño. El aire tan limpio, antaño contaminado, olía al mar cercano, a plantas frescas y a flores. Avanzaban lentamente, contemplando a la vez, la fascinación de una ciudad aparentemente vacía y la desolación de una ciudad sin bullicio, sin vida.

—Atentos a todo —volvió a ordenar el teniente, rompiendo ese abrumador silencio—. Recordad. Hay confinamiento. No hay excusas, no hay excepciones. Cualquiera que asome o salga a la calle debe ser abatido.

Jaume Castejón 
Grupo B


El vacío

El silencio se oye, silencio en la ciudad, la ciudad está vacía, sus plazas, calles y parques solitarios, tal vez el zureo de alguna paloma o el trino de un pájaro. Y en las casas también hay vacío.
Y pasa el tiempo, y las ciudades empiezan a recupera vida, dejan de ser ciudades fantasmas, sus plazas, sus calles, sus parques se ven concurridos, pero en esos parques hay bancos vacíos.
Vidas, almas han quedado desgarradas, ¿cómo se puede vivir ese vacío? Habrá que taponar los poros para que lo que ha quedado dentro no se escape, el cariño, la compañía, de familiares y amigos harán de tapones, esa alma, esa vida, no se debe secar, se nutrirá de recuerdos, esos momentos ¡tantos momentos! que vivieron juntos y, se quedarán para siempre en su corazón.
Y la vida sigue, y habrá que aprender a vivirla, mitigar el vacío.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


Ayer era bullicio,niños corriendo..... gente hablando generalmente alto,abuelos con pasos inciertos con sus cachavas yendo al parque donde sentarse y hablar o llendo al club de los jubilaos para poder echar una partida de domino.
Hoy, por culpa del virus,las calles desiertas.LA ciudad vacia,se siente la tristeza y el miedo.
Después de pasar varios días encerrada sali a tirar la basura,fui consciente como el miedo te bloquea,miras para un lado y para otro ..te apartas de las personas que vienen de enfrente.Es triste ver tan vacias las calles.Nunca el silencio duele tanto

Josefa Redondo
Grupo A


Hoy al terminar su trabajo, turno difícil por todo lo que se está viendo en el hospital, deseaba salir a la calle. Respira y agradece el aire fresco en su rostro, 7 horas con protección de mascarillas es algo agobiante. Tiene ganas de caminar, piensa que le gustaría dar un largo paseo, pero no ha dado ni 30 pasos y percibe una gran soledad, recuerda lo que está ocurriendo y ve como afecta a su ciudad, siempre con gente, hoy por no ver, no ve ni palomas, y mira que hay últimamente por Salamanca. Sigue caminando hacia su casa y nota que le va invadiendo una gran tristeza y no quiere que ese sentimiento se apodere de ella, ya ha tenido bastantes esta tarde y no precisamente de los que se consideran buenos para la salud. Evoca sus salidas de turnos nocturno, donde también, algunos fueron difíciles, complicados, pero ninguno como el de hoy. Salía con ganas de poder sentir buenas sensaciones y se va dando cuenta de que no está ocurriendo eso, pues se siente muy triste y también miedo, no ve a nadie por la calle. Entonces de que tiene miedo? Si no hay nadie.? Suena su móvil y lo activa con rapidez, agradece que alguien llame y así, dejar ese devaneo que tiene su cabeza. Atendiendo esa llamada, va llegando a su casa. Manda un abrazo a su comunicante en este momento amigo salvador y entra en el portal de su casa. Desea dejar su tristeza en ese portal y entrar en casa con una gran sonrisa. La que siempre ofrece a los que tienen la suerte de tenerla cerca. Siempre sonríe y no desea que este virus se apodere de lo mejor que tiene, SONRISA 😊.

Pepita Agustín
Grupo B


Sobre la inspiración

Inspiraciones
suenen entrecortadas
en hospital

Alfredo Domínguez
Grupo B


Desde mi casa

Los primeros días del confinamiento, desde mi ventana, veo ambulancias pasar a todas horas camino del hospital, de vez en cuando algún coche fúnebre en la misma dirección. La televisión nos anuncia cientos de contagios y de muertos al final del día.
A las 8 de la tarde salimos al balcón para aplaudir a todas aquellas personas que se están jugando la vida diariamente para tratar de atajar esta pandemia.
Leemos las noticias por los periódicos digitales, en la residencia donde está mi padre fallecen 18 personas, llamo para ver su estado y me dicen que el no está en la lista, pero si en los contagiados, le han puesto un tratamiento.
A los 15 días del tratamiento, las pruebas efectuadas ya dan negativo, tiene 94 años y ha superado de momento el virus maldito, pero no se puede acceder a verlo, solo noticias por teléfono, “está intranquilo” es lo que más nos repiten cuando preguntamos por su estado.
Para hacer más llevadero este encierro, multitud de artistas gratuitamente nos ofrecen preciosas canciones: El grupo Godaiva, nos deleita con la letra y música en “Se que estas conmigo”. Fernando Maes a sus seguidores desde casa ofrece conciertos todos los jueves.
Ya llevamos dos meses sin salir, el alto riesgo sigue vigente, no nos sirven oxígeno por estar atendiendo a los hospitales, la angustia es grande pero soportable, el miedo libre, internet, los amigos y el teléfono han hecho posible que todo sea mas liviano, pero vemos que muchas personas han fallecido o están aún contaminadas o lo están pasando mal, muy mal, empresas y negocios cerrados, los políticos a la greña, unos trabajando y otros poniendo trabas, inconcebible, no entiendo esta sociedad.

Luis Iglesias 
Grupo B

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