Herbarios. Literatura botánica

Las palabras son como semillas. Si elegimos una o dos y las sembramos a voleo o delicadamente sobre el folio en blanco tal vez echen raíz y prendan. Todas las palabras tienen una raíz o muchas. Y esas palabras enterradas en el corazón o en la imaginación se asoman a la vida para convertirse en planta y en poema.
Si a las palabras les procuramos luz y sueños y las regamos con emoción crecerán como tallos que aspiran a ser árbol. Conformarán su tronco. Se harán texto. Y ese árbol extenderá sus ramas como lo hacen los versos en las manos de quien las escribe. Y esas ramas se poblarán de hojas y de frutos. Serán copa que envuelve a los silencios desnudos, que escriben en el cielo su verdor más alto. Y sobre el folio brillará el poema. Y nos invitará a ser parte de sus hojas. Y será vida. Y habrá un lector que amanezca en su sombra, que se pierda en sus ramas, que escuche su trino, que varee sus frutos:

De la tierra la hoja
que seca yace,
la raíz de la planta
que prende y nace.

Plantas y hojas
que siembro y que recojo
para que escojas.

De la tierra los surcos
que abre el arado,
la semilla y el agua
para el sembrado

y la promesa
de ver sueños y frutos
sobre la mesa.

La sesión del taller de escritura creativa de ayer la dedicamos a la literatura botánica y a los herbarios.
Iniciamos nuestro paseo por los libros con un álbum ilustrado excelente, La Jardinera de Sarah Stewart e ilustrado por David Small. La editorial Ekaré nos ofrece la historia de una niña, apasionada con las plantas, que viaja a la ciudad para vivir una temporada en casa de su tío. La situación económica de la familia no es buena, en medio de la crisis económica que azotó a Estados Unidos y el mundo en 1929. La niña, de nombre Lydia, llenará la pastelería de plantas y logrará su principal propósito, arrancar una sonrisa al serio de su tío. Un libro lleno de optimismo, vitalidad y color.



Hablamos también del libro Poemario de campo, escrito por Alonso Palacios e ilustrado por Leticia Ruifernández. Una pequeña joya que brilla por su sencillez y que fue distinguida con el 1º Premio Nacional de Poesía "Oreste Pelagatti" en 2019. Dejamos aquí un pequeño botón de muestra:

La nuez esconde
en su joven cerebro
la memoria del bosque

Las amapolas
han vestido los campos
de rubeola

La margarita
regala los amores
y te los quita

Tiene la higuera
áspera la caricia,
dulce la espera.

¿Qué le habrán hecho,
madre,
a las ortigas,
que devuelven veneno
a las caricias?




Hablamos también del extraordinario libro de poemas El alma de las flores de Kaneko Misuzu, editado por Satori. La poesía de Kaneko -dice el texto de contraportada del libro- es la celebración de la vida de lo grande y lo pequeño. Un libro en el que la poeta nos revela de forma sencilla la necesidad de empatía con todos los seres humanos. Dejamos por aquí dos de sus poemas; el primero titulado "El nombre de las plantas" y el segundo "Estrellas y diente de león":

No conozco el nombre de las plantas
que otras personas saben.

Pero sé mucho nombres de plantas
que no conoce nadie más.

Yo las bauticé:
nombres que me gustan para plantas que me gustan.

Porque los nombres de las plantas que todos saben
alguien los debió crear.

Y solo el sol, arriba, en el cielo,
conoce el verdadero.

Así que las llamo
por los nombres que me gustan
a mí y solo a mí.


***

En la profundidad del cielo azul,
como guijarros en el mar,
sumergidas, hasta que llega la oscuridad,
están las estrellas, invisibles a la luz del día.
Aunque no pues verlas, están ahí.
Incluso las cosas que no se ven, están ahí.

Dientes de león marchitos, ya sin pétalos,
escondidos en las grietas de los azulejos,
esperan en silencio la llegada de la primavera
y sus raíces fuertes no se ven.
Aunque no puedes verla, están ahí.
Incluso las cosas que no se ven, están ahí.  



Las escritoras Clarice Lispector e Ida Vitale también dedicaron algunos de sus textos a las plantas en los libros De natura florum, publicado por Nórdica Libros y De plantas y animales, publicado por TusQuets. 




Cerramos este breve recorrido por libros que contienen textos vinculados a la botánica con un álbum ilustrado maravilloso: Bombástica Naturalis de cuya edición, en A buen paso, se encargó Iban Barrenetxea.




El capítulo de los herbarios lo iniciamos con el texto de Federico García Lorca titulado "Herbarios":

I

El viajante de los jardines
lleva un herbario.
Con su tomo de olor, gira.

Por las noches vienen a sus ramas
las almas de los viejos pájaros.

Cantan en ese bosque comprimido
que requiere las fuentes del llanto.

Como las naricillas de los niños
aplastadas en el cristal opaco,
así las flores de este libro
sobre el cristal invisible de los años.

El viajante de jardines
abre el libro llorando
y los colores errabundos
se desmayan sobre el herbario.



II

El viajante del tiempo
trae el herbario de los sueños.

Yo. ¿Dónde está el herbario?

El viajante. Lo tienes en tus manos.

Yo. Tengo libres los diez dedos.

El viajante. Los sueños bailan en tus cabellos.

Yo. ¿Y cuántos siglos han pasado?

El viajante. Una sola hora tiene mi herbario.

Yo. ¿Voy al alba o a la tarde?

El viajante. El pasado está inhabitable.

Yo. ¡Oh jardín de la amarga fruta!

El viajante. Peor es el herbario de la luna.


III

En mucho secreto, un amigo
me enseña el herbario de los ruidos.

(¡Chist... silencio!
¡La noche cuelga del cielo!)

A la luz de un puerto perdido
vienen los ecos de todos los siglos.

(¡Chist... silencio!
¡La noche oscila en el viento!)

¡Chist... silencio!
Viejas iras se enroscan en mis dedos.


Disfrutamos con las maravillosas imágenes del Herbario de Adrienne Barman, un libro con una clasificación de las hierbas, plantas y árboles muy peculiar.



Y centramos nuestra atención en el Herbario & Antología botánica de Emily Dickinson, espléndidamente editado por Ya lo dijo Casimiro Parker. Puedes leer un artículo muy interesante publicado en El País con el título "El herbario de Emily Dickinson, entre la ciencia y la poesía" y puedes ver las imágenes del herbario en este enlace.




Los dos últimos herbarios que trajimos al taller fueron el Herbario sonoro de Raúl de Tapia y Joaquín Araújo, un magnífico libro que recoge muchos de los textos leídos por Raúl Alcanduerca en el programa "El bosque habitado" de Radio 3 y con textos manuscritos de Joaquín Araújo. Dejamos por aquí un de esos textos firmado por Raúl titulado "Atarse las botas"

Si hay un ritual que aprecio es el de atarme las botas. Ese gesto, en el que los dedos juegan con los cordones mientras urden una lazada, activa mi cerebro hasta que ladra como los perros de Paulov. Parece que reconoce que algo bueno va a suceder.
Muchos días me quedo tonto mirando las manchas de savia, atrapadas en el cuero. Se convierten en un pantonera de verdes, aromatizada de hierbabuena y mejorana. A veces, en lo ojales de los cordones quedan atrapadas simientes de “bardanilla”, que luego disperso al azar, sin voluntad, en los paseos por la ribera.
En este mayo “atrezado” de junio, se han colado unos vilanos de cerrajas. No es de extrañar, esta mañana estuve un rato detenido viendo el abrazo rojizo de sus hojas al tallo; tan intenso como una despedida. Parece que el amargor de sus sabores los compensa con una estética de afecto vegetal.
A poco que ande, estos cordones recolectan semillas de unas y otras, compitiendo en la cosecha con las hormigas más tozudas. Ellas andan bajo las valvas de la Celedonia, pendientes de su sementera. Sus granas son negras, con un derrame blanquecino, que las convida a grasas nutricias. Ellas no saben, ni necesitan saber que se llama eleosoma, pero a mí me gusta el glosario botánico, y por eso lo cuento.
Luego, los calcetines, se ven sableados de las aristas de las locas avenas, o mordidos por los dientes del Bidens tripartita, que por aquí le dicen cáñamo de agua.
Al final, uno lleva un auténtico banco de germoplasma en las perneras, un inventario tangible de lo que ocurre en el campo. Al llegar a casa me gusta coger una a una las semillas, colocarlas cómodas en un folio en blanco y ordenarlas por especies. Saco la lupa, y me dedico a profundizar en sus valles y lomas, en las serrezuelas de sus cuerpos. Es como el regusto de un buen plato, volver a disfrutar del paseo dado, con el ojo atento a todo lo oculto.
Con todas ellas, he levantado un pequeño jardín de terraza, donde las redescubro en su día a día, su crecer y fructificar. Y claro, las hormigas me acompañan curiosas. Te invito a hacerlo.




Y cerramos la sesión con el herbario de Rosa Luxemburgo, realizado en sus ratos libres y en sus largos periodos de cárcel. Puedes conocer más detalles de dicho herbario con el artículo titulado "Un jardín por entregas -el herbario de Rosa Luxemburgo" publicado en América 2.1. 





Propuesta de escritura

Escribe un texto sobre una planta o un árbol con la inicial de tu nombre


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:  


La letra de flores, plantas y árboles

¡Qué desilusión! Me han pedido que escriba sobre árboles, plantas o flores cuyo nombre empiece, como mi nombre, por la letra M. Me he quedado sin poesía, me he quedado sin las rosas o los claveles, sin los olmos, las encinas o los olivos, me he quedado sin los tréboles o los nenúfares. ¿Qué voy a hacer con la M, la letra maldita que me roba todo el lirismo que venía a mi mente?. Aunque bien pensado, M es la letra de mente, es la letra de mujer, es la letra de maravilla, es la letra de mundo, es la letra de mano, es la letra…, es la letra…, es la letra… .Voy a indagar, voy a hacerme una lista con los nombres, voy a intentar sacar algo de inspiración donde, en principio, no tengo nada que haga volar mi imaginación.

Flores, plantas y árboles de parte de Manuel:

Madreselva de mi infancia, con olor a pueblo y a verano en la Sierra de la Demanda.
Maíz de los campos verdes junto al mar, en la Asturias de mi niñez.
Magnolio, el magnífico, de hojas satinadas y blancas flores exuberantes.
Manzanilla de fuerte olor y sabor dulce-amargo que sanaba los intestinos.
Margarita, ¡quien no ha pensado en un amor deshojándote!, margarita, campos de margaritas.
Madroño cargado de esferas multicolores de cualquier tonalidad del verde al morado.
Mandarina, la hermana pequeña de la naranja, dulce y fácil de pelar.
Manzana, manzanas, de todos los colores, de todos los sabores, la reineta -reina-, la verde doncella -de nombre sugerente-, la Golden -con nombre de puente-, Granny, Kanzi, Royal, Evelina… y hasta otras veintidós variedades para elaborar sidra, beber y soñar.
Mala madre ¿Quién te puso este nombre a pesar de tu aguante y sencillez?
Malva loca, tu color y tu apellido son una promesa sorprendente.
Malvarrosa, aclárate con tu color y dime si eres planta o eres playa.
Malvavisco, que vienes a nosotros desde la Antigüedad para calmarnos.
Mambetari, Mamey zapote, Maguey, Mogariza, Michoga, Maracuyá, nombres evocadores de destinos exóticos.
Metasecuoya, gigante superviviente de un género desaparecido.
Metrosidero y Mirto, árboles hermosos de bellas flores.
Milamores, miles de flores para miles de amores o miles de amores para una flor.
Milenrama para admirarte en el florero o para degustarte como té.
Miltonia, que escondes en tu hermosura y en tu nombre un origen de estirpe nobiliaria.
Mimbrera, tienes mimbres de cesta, de albarda, muebles, objetos ornamentales y hasta sarcófagos.
Mimosa, mimosa, mimosa, mimosa, ¿no serás tú mi preferida?.
Mirabobo, prefiero llamarte Árbol del Paraíso y admirarte por tu majestuosidad.
Miramelindos sois humildes pero vuestro nombre es el más acabado.
Mirto en el jardín, Mirto en la cocina, Mirto en la farmacia.
Mitra episcopal y Moco de pavo, no os parecéis nada más que en el parecido que cada una tenéis con los objetos que os dan el nombre.
Monarda, de flor atrayente para insectos polinizadores ¡eres una bendición para los tomates!.
Monja blanca, si la blancura es belleza, tú eres la más bella de las blancas.
Moras, me recordáis berretes azulados de niño y descomposiciones por atracones.
Morera, ¿Quién no ha recurrido a ti para alimentar a sus gusanos de seda?
Morrionera y Morroque, con nombres ten parecidos y orígenes tan dispares.
Mosqueta, Rosa Mosqueta, eres una rosa y eres más que una rosa, eres un perfume y eres más que un perfume.
Mostaza, la más pequeña y de sabor más intenso, tienes nombre de color y sabor especiales.
Mango, la más sabrosa, quedas para el final, para disfrutar la noche.

Manuel Medarde
Grupo A


EL JARDÍN DE “O”

Pocas cosas me resultan más agradables en esta época del año que darme una vuelta por mi jardín, a primera hora de la mañana, antes de salir a trabajar. Lo hago después de un delicioso desayuno de mi propia cosecha, y en cuanto salgo al porche inmediatamente me saludan el frescor de la noche que ya se ha ido, el canto del pájaro que anuncia el nuevo día, el cielo límpido y rosa y una sensación como de enormes ganas de afrontar el nuevo día que me hace sentir un hombre pleno y feliz. Comienzo mi paseo siempre de izquierda a derecha, pues creo que hacerlo en sentido contrario me traería mala suerte, y a quienes primero saludo es a una pareja de oruquitos a los que mimo mucho porque me los regaló el rey de Chu-Han. Son de hoja perenne, que cambia de color en cada estación del año, variando del amarillo invernal al naranja en otoño, pasando por el verde en primavera y el rojo en verano. Los tengo podados como dos grandes balones y en este momento tienen sus hojas corazonadas como si fueran sangre. Sigo caminando, ahora entre olégulas y osecilias. Estas últimas impregnan el ambiente de un suave olor a pan recién horneado que me devuelve las ganas de volver a desayunar, por lo cual acelero un poco el paso. De pronto me detengo a arrancar unos ociñacos silvestres, que aunque peligrosos por sus púas son inofensivos. Eso sí, hay que saber extraerlos por su base. Y en ello estoy cuando ya me está llamando la atención la flor de un opopuco de más de dos metros de altura del que estoy muy orgulloso, pues de este tamaño es muy difícil encontrarlos por estas latitudes. Yo la llamo la flor del beso, por sus ocho pétalos encarados de dos en dos que semejan cuatro pares de carnosos labios. Le devuelvo un beso y continúo, dejando a mi derecha mis árboles frutales favoritos: una pareja de oltros, un orfimio y un otepizte, del que no me resisto a comer una exquisita pizteta bien madura. A la mitad de mi recorrido me asomo siempre al otro lado del jardín, donde crecen al buen boleo, pues las semillas las lanzo desde mi propiedad, ramilletes de orpucillos, que hacen las delicias de los unicornios. Dicen que trae suerte que los unicornios ronden la casa de uno, aunque también dicen que da mala suerte verlos, así que me cuido mucho de no mirar en esa dirección a medianoche, que es cuando al parecer vienen a comer. De nuevo concentrado en mis plantas, examino mi maceta de orwellianas. Todavía son todas iguales, y me pregunto cuál de ellas se alzará sobre las demás para luego vencer su corola y quedar en actitud vigilante del resto. Dos pasos más allá, paso revista a las oyemiras y a las olúfulas, que convierten ese pedacito de jardín en un auténtico arcoíris salpicado de brillantina. Un deleite para la vista. En ese punto me suelo encontrar con Pukky, mi jardinero, que me da cuenta brevemente del estado de la flora de mi jardín, más allá de lo que yo pueda apreciar a simple vista. Como Pukky mide tan solo cuarenta centímetros, la estatura ideal, según me manifiesta casi todos los días, para examinar las plantas, me tengo que agachar para hablar con él. Hoy me comenta que está preocupado con el color de las hojas de las onjenas, que se ha vuelto demasiado azul. Tendrá que buscar un remedio en su particular vademécum. Me despido de Pukky y continúo mi paseo, ansioso por llegar donde están las ochumochas, cuyas semillas me traje del Perú, y de acariciar sus gruesos tallos de terciopelo negro. Casi sin solución de continuidad reparo en las ovíntilas, aunque solo para cerciorarme de que están bien, pues es por la noche cuando merece la pena contemplar sus pétalos luminiscentes. A veces me levanto de madrugada solo para contemplarlas. Y me quedo embobado durante largo rato. Algo parecido me ocurre con un odiáneo que tengo en un tiesto. Sus pétalos en espiral tienen efectos hipnóticos por lo que me cuido mucho de no fijar la vista en ellos más de ocho o diez segundos. Una vez me quedé media hora mirándolo y fue Pukky quien me sacó de mi estado de arrobamiento con un soberbio pisotón. Voy terminando mi recorrido contemplando las ombas, largas como pértigas, y las agradecidas oclitas, a las que basta un vasito de agua para que te saluden abriendo en el acto sus delicadas flores de un minuto. Y llego por fin a mi flor favorita: la orondelia. Su aroma dulce y fresco, sus hojas verdes, tersas y brillantes, y sobre todo, sus hermosísimos pétalos que combinan toda la paleta de colores del crespúsculo me cautivan y hasta me emocionan. Por eso tengo una buena porción de jardín dedicado solo a ellas. Termino el paseo, de nuevo en el porche, y me quedo entonces contemplando la joya de la corona: un ofenisco de veinte metros de altura que plantó mi tataratatarabuelo en medio del jardín. Tiene un tronco de once metros de diámetro en su base y presenta en ella una oquedad tan grande que Pukky ha decidido hacer allí su nueva casa. Es realmente algo digno de verse y no se cansa uno nunca de mirarlo. Con tal maravillosa visión completo mi paseo y me voy dichoso al trabajo, pensando ya en el paseo que me daré por mi jardín a última hora de la tarde.

Óscar Martín
Grupo A


Oda a la Jara

Me enamoré de la Jara,
amor a primera vista,
nada más verle la cara
como al ver una amatista.
Continúo enamorado,
de cerca como de lejos,
del todo entusiasmado
viendo todos sus reflejos.
Te recuerdo con encanto
al caminar por la sierra,
cubierta con manto blanco
respirando verde tierra.
Caminando por tu lado,
contemplo a las abejas
como a un gran aliado
al que mucho se corteja.
Con cinco pétalos blancos
amarillos o violetas,
embelleces tú los campos
de los hijos y las nietas.
Todo mi amor se mantiene
a la jara sin engaños,
sin que nadie me condene
con el paso de los años.

José Luis Fonseca
Grupo A


SI FUESES UN ÁRBOL

Si fueses un árbol ¿Qué árbol serías? Uno que empiece por “t”.
He pensado ser un tamarindo. Es un árbol hermoso, pero no creo que aguantara las primeras heladas. También he pensado ser un tejo, este sí que aguanta las heladas. Viviría muchos años, pero nadie se arrimaría a mí salvo la muerte.
El coche de línea ha aparcado frente a mí. Los viajeros me observan tras los cristales y yo me veo reflejado en ellos, frondoso, alto, fuerte. Un joven dibuja a punta de navaja en mi corteza un impaciente corazón y escribe sobre él: “Pili y Lolo”. La piel me escuece y a ellos les pica el corazón. He dado sombra a las tertulias de mi abuelo con sus quintos. He cobijado de la lluvia a los niños con sus juegos.
“Me encanta ser el olmo de la plaza de mi pueblo”. He escondido amores prohibidos junto a mis raíces. He visto asesinar frente a mi tronco a don Francisco, el maestro de escuela. El que nos enseñó los nombres de las plantas. El que nos leía poesía junto al río. El que nos descubrió el secreto de la oruga convertida en bella mariposa. La noche que lo abatieron, varias de ellas salieron de los agujeros sangrientos de su pecho. Se posaron un instante en mis ramas y desaparecieron para siempre. He recibido los puñetazos de un joven, que con un morral a la espalda, ha regado la tierra con sus lágrimas de rabia. Ha gritado a la noche: “Te juró que algún día volveré y seremos felices”. Su promesa espera posada en mis ramas, como el búho que me visita cada noche. He disfrutado viendo parejas danzar al ritmo de pasodoble bajo las luces de colores. He sentido el calor del rostro del niño, con los ojos cerrados con fuerza y contar: “un, dos, tres, al escondite inglés…”
He decidido ser olmo. Aunque no empiece por “t”. Quiero seguir siendo el olmo de la plaza de mi pueblo. Solo pido que alguien escriba algo sobre mí antes de que “el carpintero me convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta”.

Tomás García Merino
Grupo B


EGLANTINA

Desde el principio consideré a las flores una necesidad,
lo mismo que el comer. MAY SARTON


Pensando en una planta que empezara con E, me vino a la cabeza eglantina, no sabía siquiera que fuera una flor. Cuando descubrí la identidad de mi intuición, sentí un sobresalto, era la pequeña rosa de las zarzas que en otoño se llenan de escaramujos.
Desde muy niña, yo miraba y acariciaba aquellas flores como un regalo del campo que nada tenía que ver con la vulgaridad de los geranios que veía en las ventanas del pueblo. Me emocionó especialmente que hubiera un zarzal de eglantinas junto a la cerca de un huerto de mi familia. Eran, sin saber su nombre, las delicadas flores de mi infancia de un blanco nacarado y una aureola de un rosa pálido indescriptible. Probé varias veces los arañazos del arbusto, al intentar coger alguna de esas rosas pequeñas y primitivas que, con sus espinas, me auguraban el dolor y la belleza en que consiste la vida.
Ahora siento que, a través de un hermoso nombre, he recuperado también las vivencias del otoño cogiendo escaramujos y haciendo collares.
Estoy segura de que, en civilizaciones remotas, como en la agreste Grecia, ya jugaban las muchachas con las eglantinas.

Emilia González
Grupo B


Rendición

Entre tú y yo media una guerra callada e insidiosa que ha llegado a ser despiadada. Mientras yo te he combatido hasta hoy con embestidas repentinas e improvisadas batallas, tú perseguías minúsculos avances casi imperceptibles pues sabías que el tiempo corriendo incesante era tu aliado. Aunque somos encarnizados enemigos nunca deseé tu muerte sino obtener una victoria incontestable que te dejara inerme y abatido.
Odiado Pino: Como una mina te dejaron plantado a solo unos palmos de mi huerta y al principio te vi tan desmedrado y frágil que no dudé en defenderte de las añagazas de la invasiva verdolaga o de la áspera acometida de los cardos. Hasta escatimé el agua a los surcos por aliviar tu sed en los rigores del estío.
Pero la varilla raquítica que eras porfió y dio en engrosar y escalar hacia el cielo, en desplegar tramposa sus raíces bajo la tierra y en disputar sales y soles a las ingenuas lechugas y a las presumidas berenjenas. “¡No!”, me dije y en ese instante declaré abiertas las hostilidades y decidí tornar todas mis atenciones en desapego.
Reconoce que siempre he sido un adversario noble que solo ha peleado con sus manos desnudas y, si acaso, una humilde podadera o una tosca sierra de carpintero. Únicamente me atreví a recortar tu sombra cuando palidecía el rojo de mis tomates o a talar una raíz traicionera si amenazaba estrangular las vides. Mientras tú, hipócrita, disparabas a mansalva tus agujas contra el sembrado o recrudecías el bombardeo de tus piñas vaciadas.
Hoy, extasiado ante tu porte soberbio, rozando con las manos la aspereza negra de tus escamas, he visto en el tronco el brillo cristalino de tu resina como si de lágrimas se tratara. ¿Acaso lloras? ¿Quizás te causé más daño del deseado? Me arrepiento ahora de tantas arremetidas inútiles, de tanta energía desperdiciada. ¡Sea!, pues, firmo mi derrota incondicional, me declaro vencido y despliego, humilde a tu pie, todo mi armamento. Me entrego sereno a tu capricho esperando, rendido e implorante, una misericordiosa clemencia seguramente inmerecida.

Pepe Lorenzo
Grupo B


La plantita de menta

Mi padre –que tenía raíces hortelanas– quiso que no faltase en mi jardín una plantita de menta. Con mucho esmero cavó un trocito de tierra al lado del muro y enterró un recipiente de plástico al que, seguidamente, trasplantó la pequeña mata que había traído de su huerto. Le pregunté el porqué del táper y me instruyó ampliamente –como era su costumbre– sobre la necesidad de impedir que las raíces se propagaran más allá de lo deseado. Es una herbácea –me dijo con autoridad–, que posee estolones subterráneos y superficiales que, a menudo, la convierten en invasivas.
¡Y qué razón tenía en lo de la embestida vegetal! El pequeño contenedor resistió un tiempo pero, al cabo de tres años, la hierbabuena había traspasado las barreras, conquistado nuevos espacios y se erigía en la dueña del territorio. También había alcanzado una altura de más de 50 cm y la colonización abarcaba prácticamente toda la superficie, cosa que contrarió enormemente a papá al poner de manifiesto su error de cálculo puesto que la medida no había sido eficaz.
No hice ningún drama de ello, al contrario, me gusta la menta. Utilizo sus hojas para mil recetas de cocina y para las infusiones. La tengo al alcance de mi mano, recién cogida, con todos sus efluvios y sus propiedades intactas. Cuando salgo al jardín sólo tengo agacharme un poco y mover los tallos para inundar el aire con su aroma. Otra ventaja es que, como no he tenido la suerte de que el césped haya querido arraigar en mis dominios –con todo el empeño que he puesto–, el color sus hojas me conforman y suplen el tapiz verde que yo anhelo. Y me huelen a papá.

Maxi Moreno
Grupo B


BELLADONA

Narcótico antiguo
de hechizos y encantamientos
pócimas y ungüentos.
Protagonista de rituales y alquimia,
de orgías y magia oscura.
Con efectos hipnóticos y anestésicos
también cosméticos.
Dilata pupilas,
sonroja a la piel,
pero si te pasas de dosis
también mortal es.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Con la L

Me toca hacer un relato de una flor que empiece con la letra L, pues mi nombre es Luis. Aquí empieza el problema, o la casualidad, porque mis apellidos empiezan por I y por S.

Ya está, voy a escribir sobre la flor de LIS. Y existe mucha documentación al respecto:

Símbolo de poder, soberanía, honor lealtad y pureza de cuerpo y alma.
Palabra de origen francés, significa lirio, se utiliza en los blasones y escudos de la realeza francesa.
Otros dicen que su origen es la flor de loto de Egipto.
Para otros es la alabarda, arma de hierro con tres puntas.
Utilizada en los mapas para señalar el norte.
En tatuajes, para representar la pureza y rectitud en el actuar.
Símbolo del movimiento scout.
Con su símbolo se marcaba a fuego a las prostitutas, ladronas y adúlteras.

Visto así... ¡Cualquiera se hace un tatuaje!

Luis Iglesias
Grupo B


Cactus, cactáceas, cardos

Solo se puede sobrevivir 40 millones de años con una aureola llena de espinas, y flores fucsia y púrpura en la corona. La saña y la belleza. La soledad que dan las espinas, y el robo de mi sexo por unas garras, o unas manos seducidas; por abejas mínimas, por aves de picos elongados, o por astutos colibrís u hormigas con afanes. Puedo ser dolor punzante, o escaso y divino fruto, para quien quiera aprehender demasiado de mí. Mis flores también son tan solitarias como hermafroditas, gineceo y androceo como uno; pequeñísimos mantos de simetría perfecta tienen sus pétalos. Todo, las espinas, flor y frutos resguardan la libertad de quien quiero ser: savia acuosa para la sed de quienes necesitan enfrentar el espejismo.
Soy originaria de América, eso ya lo sabes. Pero apreciada en todos los jardines soleados del mundo por mi resistencia: con poco sé vivir y brotar.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A

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