Pasillo o ventanilla

En la sesión de hoy, los integrantes del grupo C del taller de escritura creativa de la Casa de las Conchas se convirtieron en pasajeros de clase preferente que aguardaron en en andén de la biblioteca la llegada de su tren.
Por la estación, casi primaveral, transitaron diferentes trenes. Todos ellos puestos en circulación por la Revista Litoral que dedica uno de sus monográfico a este medio de transporte.
Con el billete de la mano fuimos haciendo trasbordos de un tren a otro, primero la música, luego la poesía y por último la prosa.
Nuestro destino, el disfrute.




En el libro Adjetivos sin agua, adjetivos con agua de Javier Peñas Navarro encontramos varios poemas sobre el tren. Estos no forman parte de la revista pero merecían estar aquí:

VII

A VECES
llegan trenes
como una tormenta no esperada
y llueven recuerdos de maletas
antiguas
y alguien viene a abrazarte
con las manos llenas 
de tierras olorosas de antes
y volvemos a casa mirándolo todo
con ese frescor que dan las violetas
con esas pupilas que prestan los viajes...

XIII

A LOS TRENES TAMBIÉN LOS JUBILAN
cuando tienen fiebre de años
en las ruedas,
cuando el óxido borra el brillo
del cristal de la frente
y empequeñecen los latidos del corazón
de acero.

En el muelle están los viejos trenes,
jubilados, cansados, casi muertos.
El último de todos
es un tren de tantos colores
que parece de juguete,
de fantasía que le pintaron los poetas
porque se enteraron de que nunca
anduvo.
Los poetas le bautizaron con el nombre
Sueño,
antes de que los ángeles vinieran
y se lo llevaran, igual que a los niños
que nacen muertos,
al Limbo,
antes de que los ángeles se lo llevaran
en una túnica de nieve.
Sueño ya está en el Limbo
mientras los trenes viejos
sufren una vejez de hierros...
Sueño no envejecerá
si los poetas lo adornamos
de flores
y de montañas azules
y de estaciones con mucha gente,
porque su alma de viento
la transportaron unos ángeles
al Limbo.

Hace años hice una versión, o perversión del soneto X de Garcilaso de la Vega. Las mismas ninfas que él veía en las orillas del Tajo yo las vi en un tren AVE, en clase preferente. Este fue el resultado de aquel fortuito encuentro. Tampoco está en la revista pero lo traemos aquí como pieza curiosa:

AVE
(versión del soneto XI de Garcilaso de la Vega)

Hermosas ninfas que, en el tren dormidas,
en sueños suspiráis enamoradas
y en clase preferente acomodadas
imagináis pasajes de otras vidas;

desamores de vueltas y de idas
sin rumbo, ni transbordos, ni paradas,
atrás las pertenencias mal halladas
en las consignas de las despedidas;

dejadme un rato imaginar besando
vuestros labios, llorar y consolarme
en el final de un túnel, ya deseando

reclinar mi triste asiento y entregarme
al vaivén de este tren -ahora volando-
o aguardar mi destino y despertarme.


Mencionamos también el cuento de Peter Bichsel "El horario de los trenes" y que transcribimos aquí:

Conocí a un hombre que sabía de memoria el horario de todos los trenes. Su mayor placer era todo lo referente al ferrocarril y se pasaba las horas muertas en la estación contemplando la llegada y la salida de los trenes.
Observaba maravillado los vagones cargados, la fuerza de las locomotoras, las ruedas gigantescas, los pasajeros que subían y bajaban, los revisores y el jefe de estación de uniforme.
Conocía cada uno de los trenes. Sabía de dónde venía y hacia dónde iba. A qué hora llegaba a cada una de las estaciones y con qué otros trenes empalmaba en cada uno de los enlaces.
Sabía el número de los trenes, qué días salían, si llevaban literas, coches cama o coche restaurante. Sabía qué trenes llevaban correo o vagón mercancías y cuánto costaba un billete en primera o en segunda, para Frauenfeld, para Olten, para Niederbipp o cualquier otra ciudad por desconocida que te parezca.
No iba al cine, ni al bar, ni salía de paseo; no tenía ni radio, ni televisor; no leía periódicos, ni libros, ni revistas e incluso, si hubiera recibido cartas, ni siquiera las habría leído.
Le faltaba tiempo para todas estas distracciones, porque él se pasaba todo el día en la estación, y sólo cuando cambiaba el horario en junio o en octubre, no se le veía durante algunas semanas. Se quedaba en casa sentado a la mesa y se aprendía el nuevo horario de memoria, de la primera a la última página; se fijaba en los cambios introducidos y se alegraba cuando no había modificaciones.
Sucedió un día que alguien le preguntó la hora de salida de un tren. Entonces se puso radiante y quiso saber con precisión cuál era el destino de su viaje. Y no dejó marchar a su interlocutor hasta que le hubo dicho la hora de llegada, el número del tren, el año de fabricación de la locomotora, el número de vagones que llevaba, los enlaces posibles; le explicó también que con aquel tren se podía llegar hasta París, la estación en que convenía apearse, y todas y cada una de las características de las estaciones del recorrido…
Tanto que el pobre hombre perdió su tren. Si alguien lo dejaba plantado y se marchaba antes de haberle podido soltar toda la retahíla de sus conocimientos, nuestro hombre se ponía furioso, lo insultaba y lo seguía gritando: — ¡Usted no entiende ni gorda de ferrocarriles!
Sin embargo, por extraño que parezca, nuestro hombre nunca había subido a un tren. Era algo —decía- que carecía de sentido. Porque él ya sabía de antemano dónde iba a llegar, a qué hora y cuáles eran las estaciones y características del tren.

Con el epígrafe de "Besos de ida y vuelta" encontramos en la Revista Litoral textos que hablan de despedidas y regresos. Aquí dejamos un par de muestras como "La despedida" de José María Merino y "El regreso" de Sara Mesa:

El tren empieza a moverse. Se va evaporando es somnolencia que todos sentisteis al ocupar los asientos, efecto de la desazón de ir al frente, recién reclutados, en una guerra interminable donde es habitual la pérdida de un vecino, de un amigo o de un familiar. Parece que en el andén hay mucha gente que ha venido a despediros, pero tú sigues sentado: estás demasiado lejos de tu pueblo como para que alguien pueda conocerte y no tienes ganas de ver a a nadie. Entonces los compañeros te avisan: “Oye, una mujer grita tu nombre”. Te asomas a la ventanilla y ves acercarse a una vieja desconocida y estrafalaria, que corre animosa voceando un nombre como el tuyo mientras agita un largo paño blanco.
“¿Es tu abuela? te preguntan. De repente, esa vieja vocinglera te aterroriza. “No la conozco no sé a quién busca, dejadme en paz”, respondes y vuelves a tu asiento, esperando que el tren te aleje de ella, cada vez más temeroso de que nunca puedas regresar a tu casa.

***

Hace tiempo que escondieron la foto. Dicen que estoy demasiado mayor y que ver esas cosas me hace llorar. Pero yo he pasado por todo el siglo XX e incluso más allá, dura como una roca, con los ojos cerrados, el corazón encogido y las palabras anudadas en el estómago, incapaces de brotar pero claritas, claritas. Tengo 98 años y creen que ya no valgo –loca, sorda y muda–, porque me paso media vida acostada, alimentándome de papilla, con la única compañía de una mujer que va cambiando el rostro tres veces por jornada.
Y me esconden la foto. Pero aprieto los párpados y puedo verla igual, ahí metida, no sólo la imagen, no sólo el beso, no sólo la alegría del reencuentro –¡cuánto, cuánto te eché de menos! –, el alboroto en la estación –¡habías sobrevivido! –, el ambiente de fiesta. No sólo eso, sino también la tristeza posterior, los días difíciles, las pesadillas, el sexo oscuro, los partos solitarios, las arrugas, el silencio, la enfermedad, Spot el perro. Todo ahí, todo dentro, todo desenrollándose otra vez porque volvías en tren y no habías muerto. Pobrecilla, susurran. Ellos no saben cuánto llevo dentro.


Citamos el libro de Clara Obligado Petrarca para viajeros, una novela que recibió el premio de Novela Breve "Juan March Cencillo". Dice así el texto de contraportada (o de cuarta de cubierta, como diría un editor):

En un verano cualquiera, dos jóvenes coinciden en una estación de tren y emprenden un viaje que resultará, para ambos, transformador. Se buscan y se desean. Se cruzan. Se sueñan. Sucede en la Europa actual y en la memoria de los raíles. Como en los destinos de los personajes, la trama pone en contacto lo real con lo idealizado, el arte con la vida, el pasado con el presente de Europa. Petrarca para viajeros es una historia de amor y también una profunda reflexión sobre lo que se mira pero no se ve, la historia de un continente y sus actuales tensiones.

El título del libro, así como la historia de los dos protagonistas principales de la novela, parten de este excelente soneto de Petrarca en la versión de F. Maristany:

Bendito sea el año, el punto, el día,
la estación, el lugar, el mes, la hora
y el país, en el cual su encantadora
mirada encadenóse al alma mía.

Bendita la dulcísima porfía
de entregarme a ese amor que en mi alma mora,
y el arco y las saetas, de que ahora
las llagas siento abiertas todavía.

Benditas las palabras con que canto
el nombre de mi amada; y mi tormento,
mis ansias, mis suspiros y mi llanto.

Y benditos mis versos y mi arte
pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento,
puesto que ella tan sólo lo comparte.

Clara Obligado cuenta al final de la historia como empezó a escribir esta novela en Buenos Aires en el verano/invierno de 2008 y lo terminó de corregir el verano pasado en Francia. En medio publicó un libro magnífico El libro de los viajes equivocados reconocido con el Premio Setenil. En ese libro Clara convirtió en cuento dos historias desgajadas de su novela y que recuperar ahora su perfil novelesco original.
 
Publicamos por último dos microrrelatos sobre el tren, incluidos en el epígrafe "Trenes fantasmas". El primero, titulado "El expreso" es de Pere Calders. El segundo es de Jacques Stemberg y su título es "El castigo":

Nadie quería decirle a qué hora pasaría el tren. Lo veían tan cargado de maletas que les daba pena explicarle que allí nunca había habido ni vías de tren ni estación.

***

Aquí los delitos son muchos pero el castigo es único , siempre idéntico. Se coloca al condenado ante un túnel interminable, entre los rieles de una vía férrea. A partir de ese momento el condenado sabe lo que le espera. Huye, porque no tiene más que esa oportunidad. Alucinación, porque el túnel no tiene fin.
El condenado corre hasta perder el aliento y después la vida.
Sin embargo, se puede afirmar que nunca tren alguno fue lanzado por esa vía.

Y para terminar recomendamos la novela Paradoja del interventor de Gonzalo Hidalgo Bayal y la película Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo, una adptación del libro homónimo del escritor y que podéis ver en este enlace 


Propuesta de escritura

Escribe un texto de formato libre sobre una experiencia real relacionada con el tren o sugiérenos un viaje por la vía de la ficción.

Y estas son las tareas recibidas hasta ahora:


Narcisismo en el tren

Intentar que no me importaran las cosas que me importan había sido mi objetivo durante los tres últimos meses. Esto es lo que me repetía cada martes tan pronto como me sentaba en mi vagón preferido, el de atrás. Estaba convencido de que, si me lo reproducía en mi mente durante la hora y media que dura el viaje desde Salamanca hasta la estación de Chamartín, sería capaz de hacer caso a Bruno, mi terapeuta por recomendación.
¡Más equivocado no podía estar!
Estoy seguro de que mi depresión es por una cuestión de narcisismo, pero él insiste en que es lo contrario, que será mi narcisismo el que solucionará mi problema. No nos pondremos nunca de acuerdo.
Me espera cada martes, de once a doce en su consulta, con un mechero, un cincel y un martillo para esculpir en mi cerebro que tengo que prenderle fuego a mi deteriorado estado de ánimo. Defiende concienzudamente que tengo que importarme mucho a mí mismo, cuanto más mejor. Lo que pasa por alto es que, si continúo dándome importancia, seguiré alimentando mi narcisismo, que es quien me ha provocado este infarto del alma.
He intentado hacerle caso y lo que he conseguido es estar peor, aunque él lo ve como parte del proceso. Estoy agotado de mí mismo, muy cansado y ya no sé qué más hacer para salir de este deteriorado estado de ánimo. Soy como un tatuador mental intentando grabar en mi mente la imagen de que puedo conseguir darme esa importancia y, así, dejar de pensar en suicidarme. Ya no me digo que debo darme esa importancia, sino que me repito, una y otra vez, que puedo dármela. Me libero a mí mismo del deber de hacerlo y me autoengaño convenciéndome de que puedo conseguirlo. Insisto en mí mismo como si fuera un Dios, como si pudiera y quisiera superar la pérdida de Lucía, que falleció hace poco más de un año. Estoy realmente agotado.
Un tumor hepático agresivo, rápido y exigente acabó con su vida en pocas semanas y ha deformado la mía hasta convertir mi existencia en una severa agonía sin sentido. Nos quedaron muchas cosas por hacer y por decirnos, mucho amor por darnos, muchos momentos por vivir y recordar, y dos hijos por tener y criar.
Esos son los dardos que me lanzo una y otra vez a mí mismo alimentando mi narcisismo y, por supuesto, mi depresión. Pienso que la vida ha sido injusta con Lucía y que lo es ahora conmigo, aunque tengo claro que la vida no es justa ni injusta, simplemente es. Pero nada tiene sentido sin ella. Cada mañana pienso en tirarme delante de este tren y acabar con todo. Ese es el narcisismo que me victimiza ante la dura tristeza de esta vida sin sentido que ya no sé cómo afrontar.
Cada martes la veo a través de la ventana, en la línea del horizonte que se desplaza tan rápido como el tren, mientras pienso en lo que le voy a contar a Bruno. Hoy le diré que estoy harto y muy cansado por exigirme ser feliz. Le propondré que voy a permitir que me atraviese esta maldita tristeza. Así, cuando desaparezca, podré comenzar a crearme una nueva vida y sentirme un privilegiado por haber compartido mis últimos ocho años con Lucía. Si fuera bueno en su tarea, aprobaría mi propuesta, pero no lo hará. Me dirá que me comprometa con él en hacer algo que me guste, en salir con amigos o en que tenga alguna cita. Me dirá, sobre todo, que me aleje de la tristeza, a pesar de ser un sentimiento auténtico y real, porque esta alimenta mis ganas de suicidarme.
Por mucho que él insista en que tengo que ser feliz y rehacer mi vida, me niego a olvidarme de Lucía. Solo me queda deambular por la vida agarrado a mi tristeza y sobrevivir para no olvidarla. Ya no sé cómo hacerle entender que prefiero estar con ella en ninguna parte, que en alguna parte sin ella. Esto es lo que realmente importa y no mi vida, a pesar de no ser lo que él defienda. Y es que no pueden dejar de importarme las cosas que me importan.
Quizá le diga que esta será mi última sesión. Creo que ni me escucha. Supongo que lo hace para no alimentar mi narcisismo o para aumentar el suyo, no sé. Dice que él es el especialista, pero, por mucho que se empeñe, el que más sabe de mi vida soy yo mismo. Solo yo sé lo que siento y lo que la echo de menos. Quizá sea el tren el que más me ha ayudado…
Precisamente por eso, por echarla de menos cada día y por sentir su pérdida, le diré que hoy acabo con la terapia y que aplazo mi suicidio para otra vida, pues ¿qué sería del recuerdo de Lucía y de lo que alguien siente por ella si yo no existiera, aunque esta sea la mayor muestra de narcisismo?

José Carlos Arroyo
Grupo C


El bolsillo izquierdo

Cuánto adoraba escucharle hablar de sus viajes en tren. Del placer de sentarse junto a la ventanilla y ver el paisaje acercarse, desfilar ante sus ojos, pasar…El tiempo marchaba tan despacio hasta su vuelta y se hacía tan pesado el día a día, que cuando llegaba con su equipaje cargado de postales con lugares preciosos y toda su ropa polvorienta, ella esperaba pacientemente junto a la puerta de su cuarto a que se aseara para poder escuchar de su boca cada momento que vivió en su ausencia. Aquel hombre que dormía en el hotel de su padre le había robado el sueño y su alma volátil desde que llegó, hace ya tres años. Soñaba despierta a todas horas, con que un día ella sostendría su maleta verde y él la llevaría de la mano a la estación. Esperaría juntos en el andén para coger un tren a cualquier parte. El billete en el bolsillo izquierdo del abrigo justo al lado del pecho para que no se pierda. Deseaba tanto que hubiera un túnel en aquel trayecto para poder por fin ser valiente y en aquella oscuridad en suspenso, poder besar esos labios inflamados de historias, de viajes y de tantas palabras que hacían que su pecho doliera de la emoción. El traqueteo del vagón sobre unos railes interminables y su mano guiándole por los pasillos de ese tren, qué podría ser mejor.
Un día él ya no volvió. Sólo billete de ida. Una postal de un océano en calma con un adiós y un beso escritos en minúscula y un mar de lágrimas borrando la tinta y su sueño para siempre. En aquél momento, su alma volátil detonó bajo el bolsillo del abrigo, justo en ese lado delpecho.

Mamen Somar
Grupo C


Escala HO

La idea de comparar la vida con un viaje en tren no es original. También se ha comparado con el curso de un río que es un tren sin cambios de agujas. Quizás sea mas útil compararla directamente con la máquina del tren. Esta comparación contiene todos los elementos necesarios. Cada cual es de algún modelo de locomotora de los que había cuando nació. En mi caso, en 1957 la mayor parte de las máquinas eran de vapor quemando carbón, a lo más que podía aspirar era a ser un modelo Talgo de la época.
El siguiente elemento importante es el maquinista o el fogonero, cada cual según su personalidad. Hay quien alterna las dos personalidades e incluso realiza funciones de revisor o buhonero. Una vida da mucho de sí.
No podemos olvidar las instalaciones fijas. Las vías tienen su importancia pero las estaciones son las que marcan la diferencia. La que más quiero es la estación del Norte de Valencia, pero hay otras que me gustan mucho: la de Almería es un bombón. Algunas han muerto como la de Aragón de Valencia, otras están jubiladas como la de Atocha en Madrid, convertida en un jardín tropical. Las hay imponentes como la de Francia de Barcelona, otras pequeñas como la de Aldealengua, que en este momento disfruta de una jubilación parcial, un tren diario en cada sentido.
¿Qué decir del material rodante? No es lo mismo arrastrar un pesado convoy de mercancías que un ligero talgo. Algunos convoyes precisan de dos locomotoras para moverse con seguridad.
Con todo esto vamos viviendo y evitando averías, accidentes y descarrilamientos.
Yo, desde la atalaya de mis años, he encontrado la locomotora perfecta, la diesel 1957, RENFE. Es una reproducción a escala H0 de una que fue muy común en toda España, todos recordamos una máquina imponente de color verde con una lista amarilla y el techo gris cruzando los pasos a nivel de nuestras ciudades. Cada día me doy una vueltecita por mi maqueta, yo soy el maquinista y el fogonero, el mecánico y el ingeniero, vamos que hago lo que quiero. La única estación la decoré a mi gusto, con todos los personajes, incluso el perrillo que mea en una farola. El convoy es cada vez más corto, últimamente saco sola la máquina con mucha frecuencia.

Enrique Martínez
Grupo C


Vida en el tren

He pensado muchas veces que la vida en el interior del tren va más lenta, que lleva otra quietud que por unas horas vives otra realidad.
La primera verdad es la que experimentas dentro del vagón con los pasajeros que te rodean y la segunda la que tu vives fuera de él.
El objetivo del viaje aún está por empezar.
Cuando miras por la ventana de ese cajón que te transporta, el mundo va con otra prisa, tanto que tus ojos no pueden descansar. Las vías parecen hilos finos que no se distinguen bien, los coches vuelan sobre ellas, a esto lo llaman alta velocidad.
En cualquier lugar con esa rapidez el liquido de las tazas estaría antes en el suelo que en tu boca, se diría que están clavadas.
En los trayectos largos puedes pasar por muchas fases: dormir, leer, hablar por teléfono, hablar con el compañero de viaje…..
La impresión es de morar dentro de una vida no programada, no buscada, la suerte o el azar decidirá por ti como pasar ese recorrido encerrada.
Llegas a tu destino, sales de tu gusano de alta celeridad y comienzas con esa finalidad, con esa realidad que programó tu travesía.
Piensa que el viaje acaba y que volverás al cajón unas horas y recordarás con reposo y a toda rapidez lo vivido. El tren con inmediatez como sucede con las comunicaciones hoy día llegará puntual y listo para otro viaje y vuelta a empezar.

Ana Isabel Diéguez
Grupo C


Un viaje soñado deja de serlo

Sí, era uno de esos destinos que sueñas, porque la posibilidad de realizarlo la ves como imposible. Al menos con las circunstancias que vivía.
Pero surgió… Con una llamada… ya organizado y un par de semanas antes de comenzarlo.
Me llamó mi hermana, con la que había compartido hasta útero materno y con la que estaba un poco distanciada (creo que las primeras peleas las tuvimos ya antes de nacer).
Me dijo: “Este año vamos a Perú, con destino a Machu Pichu. ¿Quieres venir y así compartimos habitación?” (¡Alarma! pero solo escuché el nombre de la Montaña Vieja de los Incas y no lo pensé más.
Arreglé lo relativo al trabajo y la familia me vió con tal determinación, que tenía todo preparado (menos el pasaporte que lo renové el día anterior a la salida) para pasarme la primera semana de diciembre en ese viaje solo planeado en mis ensoñaciones.
Vuelo Madrid- Lima (una de las ciudades más peligrosas del mundo, nos dijeron, según qué barrios)
Varios vuelos para ir ganando altitud a diferentes ciudades con la maravilla de los Andes debajo, para que nuestro organismo se fuese adaptando hasta los 2700 m de las montañas que queríamos disfrutar, hasta que al cuarto ó quinto día llegamos a Cuzco, la Ciudad Imperial.
A Machu Pichu sólo se pude llegar en tren y sólo desde Cuzco.
Salimos temprano para llegar a la terminal de Ollantaytambo, a varios kilómetros de la ciudad, y coger el tren que nos llevaría hasta Aguas Calientes, conocido también como Machu Pichu pueblo.
Entrar en ese tren es ya todo un espectáculo, con vagones amplios, y grandes ventanas panorámicas en los laterales y el techo, por lo que puede disfrutarse durante todo el trayecto del magnífico paisaje que nos espera.
Se pone en marcha y discurre entre enormes y verdes montañas del Valle Sagrado de los Incas.
Desde la ventanilla se observa en casi la totalidad del recorrido la ribera del río Urubamba, con pequeñas poblaciones y animales domésticos pastando libremente.
Justo al frente, al otro margen del río, vemos en algunos tramos el Camino Inca, que otra manera de llegar al mismo destino que el tren, pero caminando.
Es un paisaje, cuanto más se sube más envolvente y sobrecogedor.
El tren llega a su destino y si hay algo mágico y majestuoso en esos parajes nos espera al día siguiente, que amaneció despejado y luminoso para el disfrute de todos los sentidos.
Pero ese tramo, desde Aguas Calientes al enclave arqueológico, se realiza en bus, no en tren. Por lo que la historia de mi SOÑADO viaje en tren ha de terminar aquí.
El regreso a Cuzco es de la misma manera, en tren, pero contarlo sería otra historia completa por arte y gracia de mi hermana gemela. Otro día

Julia Haro
Grupo C


Catarro de vías altas

Parece ser que tengo las vías altas congestionadas por unos viajeros gorrinos que han asaltado mis defensas. Quizás, me dijo el médico, ayudados por alguna que otra agresiva bacteria que se ha colado de rondón por las ventanillas de mi cuerpo vacunado. El caso es que la temperatura de mi locomotora se ha disparado y en esa tesitura ya no sé si voy o vengo, y mejor me quedo quieta, en la cama, en vía muerta, contemplando el cielo nublado. Por fin, llueve. Una buena noticia en esta estación invernal del año 2022, dónde los telediarios emiten las imágenes de trenes atestados de gente huyendo de la guerra y de andenes habitados día y noche por personas que esperan para salir y dejar atrás el horror. Ventanilla o pasillo, da lo mismo.
Nada que ver con esos trenes que parten de Delhi hacia Calcuta y luego vuelven. Vuelven, sí. La desesperanza empieza cuando no cuentas con un tren de regreso. Vagones ocultos bajo el peso de miles de personas laboriosas con sus hatillos, maletas, animales o lo que fuera o fuese, trenes lentos, a su manera festivos, donde caben dos caben diez. Hombres cabalgando sobre los vagones por las llanuras indias.
La duermevela de la fiebre me hace pensar que tengo un haiku a las tres de la mañana. Doy la luz y escribo: 

en el desierto
el humo blanco del tren
se ve de lejos


Bebo agua, apago la luz y sigo durmiendo. Qué bien se está en mi nido, calor e intimidad. Siempre me ha dado reparo dormir en el tren. Dormirse en un... ¿como se llamaba?, compartimento, vaya un palabro, aquello podía traer problemas de todo tipo. Dormida estabas indefensa y expuesta así que, a no ser que viajara en coche cama (wagon-lit) mejor despierta. Una auténtica tortura. Ahora cuando no puedo conciliar el sueño, por un lo que sea u otro, me acuerdo de esas noches en vela y me digo: dejate de tonterías y duérmete: puedes. Me viene otro haiku a la cabeza. Repito operación:

bola sonora
está pasando un tren
ensordecedor.


Me gustaría añadir 'un tren moderno' pero ya no sería un haiku. Me levanto y voy a por el paracetamol a la cocina. Me lo tomo. Vuelvo a mi asiento. Cierro los ojos y veo aquel ferrocarril de madera, viejo y sin adornos, que me acercó al mar. No tenía compartimentos. Apago la luz. Próxima estación Torrelavega.

Fin del trayecto: la soledad.

Araceli Sebastián
Grupo C

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