Por qué vivimos a las afueras de la ciudad

Las sesiones del 22 y 23 de mayo estuvieron dedicadas a las mudanzas. Tomamos como referencia un libro fantástico, en todas las acepciones de la palabra, titulado "Por qué vivimos en las afueras de la ciudad" de Peter Stamm e ilustrado por Juttra Bauer. En él un niño cuenta cómo su familia se muda una y otra vez de vivienda hasta encontrar el lugar ideal a las afueras de la ciudad.
Puedes conocer más de cerca dicho libro en una reseña de Marcela Carranza en la revist digital "Imaginaria". 



Dejamos aquí, como botón de muestra, los textos que abren y cierran el libro:

Cuando vivíamos en la casa de la luz azul

Cuando vivíamos en la casa de la luz azul, brillaba cada día el sol caliente y teníamos que dejar las cortinas cerradas. De la mañana a la noche escuchábamos la música de la escuela de baile del último piso y, a veces, olía a lilas en primavera. En el pasillo, estaba siempre encendida la luz azul, también de día, y cuando nos íbamos a la cama, no cerrábamos la puerta para poder verla. A veces escuchábamos pasos y no sabíamos de dónde venían ni de quién eran, y después todo estaba tranquilo durante días. Cuando llovía, oíamos el agua que corría por la cuneta, y las gotas que caían en el pavimento desde las hojas de los árboles tuliperos. Papá leyó cuatro periódicos, mamá compró tres sillas, la abuela tricotó dos pares de calcetines a rayas para cada uno y el abuelo perdió unas gafas de sol. Pero mi hermana estaba siempre triste. Por eso nos mudamos al autobús.

Cuando vivimos en las afueras de la ciudad

Desde que vivimos en las afueras de la ciudad, nos va cada vez mejor. Vivimos en una casa grande que es igual que la casa que tenemos a la izquierda y que la que tenemos a la derecha. No tenemos jardin, pero detrás de la casa crecen flores. Las bicicletas, las guardamos en el sótano. No nos da miedo la oscuridad. Olmos tocar las campanas de tres iglesias y a veces oímos el viento, y a veces, la lluvia. Muchas cosas son iguales cada día y algunas cosas son distintas cada día. Echamos mucho de menos al abuelo, pero el tio viene todos los lunes a visitarnos. Entonces nos cuenta lo que ha leido o lo que la mujer de la tienda de quesos le ha contado. La tía nos ha escrito hace poco y dice que vuelve a tocar el violin, y que se alegraría de recibir nuestra visita alguna vez. Nuestra casa tiene cuatro esquinas, el año tiene cuatro estaciones, hace cuatro años que nos hemos mudado y aquí vivimos, y aquí nos queremos quedar por mucho tiempo

Hablamos de los motivos principales por los que se muda una familia o una persona e hicimos inventario de las cosas reales (y una imaginaria) que nos llevaríamos en una mudanza. ¿Quiénes nos acompañarían en ella? ¿Llevaríamos al perro, al gato, las hortensias del comedor y la pecera del cuarto de estar?

Hay un magnífico haiku escrito por un niño japonés de 7 años que dice:

Hikkoshi no ichiban ato ni kingyô kuru

En la mudanza,
lo último que llega:
los peces de colores


Un artículo de Raúl Vacas titulado "Mudanzas" nos sirvió para ahondar aún más en el sentido póetico de dicha palabra:

De mudanza en mudanza. Así se pasa la vida. De permuta en permuta, de mutación en mutación. De nido en nido, como el cuco
Mudamos nuestro cuerpo del envoltorio materno a la vida de afuera. Mudamos nuestra voz para gritar más alto que los otros al tiempo que dejamos el hogar de la infancia entre los cromos. Mudamos las plumas de los sueños que, noche a noche, le dan alas al vuelo y, día a día, nos mantienen vivos. Mudamos la piel, igual que las serpientes, con los rayos del sol y dejamos la huella del que a diario somos envuelta en la rutina, lejos del mar, a sólo una manzana de cualquier paraíso. Mudamos el corazón y todos sus asuntos, cuidadosamente embalados en las cajas del tiempo y del recuerdo, o en las cajas vacías del olvido ?mucho más frágiles- para buscar cobijo en otro cuerpo.
Nos mudamos de ropa en los probadores de las tiendas de moda, en los cuartos de baño, a los pies de la cama, junto al ataúd.
Una a una desdoblo las palabras que forman mi equipaje y las ordeno en los armarios de este breve espacio en el que soy y seré a partir de ahora. Atrás dejo mi cuerpo transmutado.
Abro los ojos. Reparto la mirada entre las calles y cigüeñas de este nuevo hogar y siento la mudanza de la luz.


Y nos reímos un buen rato con este meme relativo a las mudanzas:



Propuesta de escritura:

Escribe dos textos al estilo de los de Peter Stamm que reflejen una mudanza. Elige primero un lugar real o uno imaginario para que la mudanza sea de la realidad a la fantasía o viceversa. Explica cómo era la vida cuando vivías en ese lugar. Qué hacían tus familiares y por qué motivo tuvisteis que mudaros. 


Y estas son las tareas recibidas hasta ahora:



Las mudanzas

Mis padres, mi hermana, mi abuelo y yo vivíamos en una casa en un pueblecito de la provincia de Salamanca. Como llevábamos varios años viviendo en el mismo sitio, decidimos mudarnos. Por qué no vamos al cielo dije yo. Y al cielo que nos fuimos todos.

Nuestra única tarea en el cielo era acudir todos los días a una gran explanada, acomodarnos lo mejor posible y dedicarnos a la contemplación de Dios. La tarea era sencilla pero aburrida. Un día mi abuelo se quedó dormido, le vieron Los Ángeles custodios y le riñeron. Entonces decidimos mudarnos y nos fuimos al infierno.

En el infierno había muchísimas actividades que llamaban tormentos. Después de ver el listado elegimos el del sillón, porque aparentemente era el más cómodo. Había que colocarse en una fila, todos desnudos, esperando a que nos llegara el turno de sentarnos en el sillón. De lejos parecía un sillón normal, pero al irnos acercando pudimos observar que en medio del asiento había un enorme clavo afilado con la punta hacia arriba en el que nos obligaban a sentarnos de forma brusca. Los que iban delante se paraban a unos metros del sillón cogían carrerilla, daban un saltito y media vuelta y caían sentados mirando hacia nosotros. Todos al caer gritaban y se retorcían de dolor. Antes de llegar nuestro turno, un adjunto de Pedro Botero nos informó que la prueba consistía en clavarse la punta justo en el centro del ojete; que, si te la clavas en los glúteos o en las piernas, no vale, hay que repetir. Hasta que no completes la prueba como mandan los cánones no pasas a la siguiente.

Después de varios intentos todos lo conseguimos, pasando al siguiente tormento llamado la piscina.

Aquello era todo menos una piscina. Era un enorme pilón lleno de ****** blandita y humeante. Observamos que había un montón de gente metidos con la ****** hasta el cuello. Cada pocos minutos pasaba una especie de cuchilla enorme a ras de la superficie, con lo que había que coger aire y meter la cabeza dentro para que no te cortara el cuello. Tenían que limpiarse rápidamente los ojos y estar pendientes de cuando volvía a pasar la cuchilla. Así una y otra vez hasta que te cortaba el cuello, entonces desaparecías y pasabas al siguiente tormento. Mi hermana dijo que aquello le daba mucho asco y que ella no se metía en la piscina. Así que decidimos trasladarnos de nuevo.

Después de aquellas experiencias, decidimos por unanimidad volver a la casita del pueblo.

José Luis Fonseca
Grupo A


Cuando vivíamos en las películas de gánsteres

Cuando vivíamos en las películas de gánsteres, todos los días había tiroteos, persecuciones y teníamos que pagar a los matones que nos “protegían”. La mitad de las ganancias del quiosco eran para la mafia, mi hijo tenía que pagarles treinta centavos para jugar al baloncesto en la cancha comunal, mi mujer no salía de casa para evitar complicaciones, a mi hija la pretendía el nieto de un matón...También había momentos buenos, como la vez que vimos a Tony Curtis, Jack Lemmon y sobre todo a Marylin. Pero el día que una bala perdida le rompió el bastón a mi padre, dejamos todo y nos mudamos a una cabaña en las montañas.

Cuando vivíamos en una cabaña en las montañas

Cuando vivíamos en una cabaña en las montañas, pude utilizar todo el contenido de mi caja de herramientas. Reparé todo lo reparable de aquella vieja cabaña. Todavía conservo las fotos que hice del bosque, del paisaje, de la flora y de la fauna. Contemplé muchas aves diferentes, tallé animales de madera con mi navaja y leí muchos libros. Pero mis hijos no tenían amigos con los que jugar, solamente Heidi, Pedro y el perro Niebla aparecían de vez en cuando por nuestra cabaña. Pero nunca llegaron a hacer buenas migas. Tampoco mi mujer tenía vecinas con las que perder el rato ni mi padre unos compañeros para jugar al mus. Por eso decidimos mudarnos a un piso en la Place du Forum, en Arlés.

Cuando vivíamos en un piso en la Place du Forum, en Arlés

Cuando vivíamos en un piso en la Place du Forum, en Arlés, la vida era muy apacible. El cielo tenía un color azul imposible, los campos eran de un intenso amarillo anaranjado, las plantas lucían colores verdes cambiantes, los muebles eran muy toscos y los edificios retorcidos. Allí teníamos gente con la que relacionarnos y nada nos molestaba, aunque por las noches la Terrace del café situado en el bajo de lacasa permanecía abierta hasta altas horas. Durante una temporada el holandés pelirrojo acudía con las pinturas y los pinceles, llenando de vivos colores un cuadro de pequeñas dimensiones. Fue entonces cuando todos nos aficionamos a la pintura. El holandés nunca vendió un cuadro, discutió con el colega con el que convivía y acabó con una oreja cortada e internado en un sanatorio mental. El cielo se llenó de pájaros negros. Nos apenamos tanto que decidimos cambiarnos a un lugar de ensueño.

Cuando vivíamos en un lugar de ensueño

Cuando vivíamos en un lugar de ensueño llamado Disneylandia todo era maravilloso. La música de “sé feliz” se escuchaba continuamente, había cabalgatas con los personajes más queridos y carritos para comprar todas las chucherías de la felicidad. De día, todos sonreían, de noche, todos sonreían. Los buenos siempre ganaban a los malos y todo era siempre políticamente correctísimo. Después de una semana de entretenimiento y un mes de aburrimiento, todos, mi mujer, mi padre, mi hija, mi hijo, mi madre que hasta entonces no había dicho nunca nada en voz alta y yo, decidimos volvernos a Chicago.

Manuel Medarde
Grupo A


Mudanzas

Fue instalarnos de nuevo en Salamanca yacabarse los problemas. Veníamos curados de inconformismos trashaber residido un tiempo en todas y cada una de las otras 49 capitales de provincia de nuestro país. Razón tenía el abueloJonás (charro él como nadie),cuando antes de partir al primer destino rezongaba: «No sé a qué viene la mudanza, hijos; hay a nuestro alrededor mucho más bien del que se necesitapara ser feliz», y no se privó de abundar sentencioso: «…no sabe uno lo que tiene hasta que lo pierde».
Pero todo está bien si bien acaba. El regreso a Salamancade la familia trajo para todos la más completa felicidad, convencidos como estábamos de que los ajetreos habían terminado. Incluso los peces del acuario volvieron a sonreír. Cómo imaginar que habría de ser el abuelo Jonás precisamente quien propusiera una mudanza postrera. «Pero yo solo, tranquilos» precisó, «nada más que me tendréis que llevar». Y así se hizo: nicho 283 de la tercera galería. D.E.P.

Pascual Martín
Grupo B


La Mudanza

Cuando vivíamos en una nave espacial estábamos muy contentos, especialmente al principio, porque todo era nuevo y divertido.

Mi abuela podía deambular sin apoyar los pies en el suelo, así no le dolían las piernas y decía que se sentía ligera como una pluma. Mi abuelo leía el periódico y si no lo sujetaba bien, se le escapaba de las manos y tenía que ir detrás suyo. Cuando lo cogía de nuevo, tenía que poner en orden las hojas y eso le enfadaba un poco.

Mi hermano y yo jugábamos al pilla-pilla pero terminábamoscorreteando por el techo, cabeza abajo. Mi padre decía que era efecto de la gravedad. Él sabe mucho de constelaciones, galaxias y planetas y nos ha prometido que nos dejará visitar la Osa Mayorsi nos portamos bien.

Mi madre está feliz porque no tiene que cocinar pues con las cápsulas nutritivas no tiene que pasarse horas en la cocina y puede hacer otras cosas que le gustan más .

Cometa, nuestra perrita, no se acaba de adaptar del todo. Se pasa el día escarbando la tierra de las macetas que cuida mi abuela y con el hocico manchado nos mira con tristezay es por eso, y por alguna cosa más, que mis padres han decidido mudarse a otro lugar.

No sé dónde nos llevarán pero por lo que les he escuchado cambiarán la nave espacial por un submarino para conocer las maravillas que esconden las profundidades marinas. Lo que está claro es que a mi familiale gusta cambiar de escenario de vez en cuando.

Marian Pérez Benito
Grupo A


La mudanza definitiva

Cuando vivíamos en la casa-barco sobre el río los pequeños pescaban sentados en el alfeizar, las piernas hacia afuera, sintiendo el agua entre los dedos de los pies. En el crepúsculo, el arrullo de los pájaros de la ribera aligeraba las cargas acumuladas durante la jornada. Leer acunado por las corrientes recreaba el alma. Pero nada de eso veíamos entonces. Advertíamos más las complicaciones que teníamos para alcanzar la orilla. Y el engorro de estar cada día un poco más lejos del trabajo. Así que una noche varamos y, a hurtadillas, nos marchamos.

Cuando vivíamos en la cantera abandonada, el piano de mi mujer ya no se desafinaba con la humedad. Las pizarras no eran digitales. Y fisgar en la escombrera los domingos, anhelando encontrar brillantes mármoles, nos hechizaba. Pero nada de eso veíamos. Lo que entonces nos molestaba eran los pedernales rajando las ruedas y los tufos del agua retenida en las antiguas cisternas. Así que una mañana al alba, nos marchamos con prisas.

Cuando vivíamos, por fin, bajo el gran árbol, temblábamos en las tormentas, las sillas no asentaban por culpa de las raíces y la vacilación de la mesa hacía caer los papeles. Pero esta vez nada de eso nos importaba. Porque nuestros pasos se acompasaban al ritmo de las hojas movidas por la brisa. Porque veíamos nuestra mirada jugueteando con la luz filtrada por las ramas. Y porque conversábamos juntos. Y conversábamos juntos tanto y nos juntábamos tanto para conversar, que terminamos unidos. Tanto que nos fundimos con el árbol y fuimos sabios.

José Carlos Gómez Sánchez
Grupo A


Cuando vivíamos en la casa de la montaña

Cuando vivíamos en la casa de la montaña al lado de los volcanes, veíamos como se agolpaban las estrellas alrededor del cráter.
Las noches eran frías, e invitaban a reunirnos alrededor de una hoguera bajo la luna.
No teníamos luces, nos alumbraban sus plateados rayos; papá tocaba la guitarra, las niñas bailaban por soleares y sevillanas.
La brisa cabalgaba en el viento, las nubes nos traían miles de gotas saladas, que viajaban desde el océano, salpicando en la retama.
Pero a mamá no le gustaba la montaña y decidimos mudarnos a la ciudad al lado del mar, donde el azul del cielo le traía calma.
Era feliz, paseando por la playa, viendo revolotear las gaviotas alrededor de las barcas.

Pedro Gómez
Grupo C


Cuando vivíamos en el cuarto de las lágrimas

Yo no puedo decir que me haya mudado muchas veces de casa, pero la realidad es que sí me he mudado mucho, he cambiado tanto de estilo de música, de estilo de vestir, de peinado, incluso de cuerpo, podría decir que me he mudado de vida, de una habitación a otra.
Me acuerdo cuando vivía en un cuarto muy oscuro, apenas comía y de mí no dejaban de brotar lágrimas y lágrimas que parecía, era lo único que alimentaba mi deseo de dejar de ser y de repente, un día, no sé cómo ni por qué; ya que todo aquel que entraba en mi tenebroso cuarto de las lágrimas salía peor de lo que había entrado; hubo alguien que supo entrar, llegar hasta donde yo estaba, que no creo que fuera fácil por que no se veía nada; llegó hasta mí, me tocó el hombro y comenzó mi mudanza.
Empecé con un papel y un boli, después pasé al cuaderno y poco a poco parece que empecé a acercarme a la puerta de este cuarto hasta que en verdad lo supe, quería mudarme de la oscuridad y encontrar la luz. Decidí seguirla pero antes tenía que dejar todo aquello que quería bien ordenado para poder mudarme a un cuarto lleno de luz, espacioso para poder meter todos mis bonitos recuerdos, experiencias y aunque yo no lo sabía, todo lo que había aprendido.
Nadie estaba cómodo en el cuarto de las lágrimas, mi madre, ni siquiera mi padre que parece que nada le importa, a mis amigos tampoco, me había alejado de ellos; así que decidí mudarme de una vez por todas al cuarto de la luz.

Cuando me mudé al cuarto de la luz

Y de repente, aquí estaba, con miedo por que no sabía dónde estaba, para mí todo era nuevo, todo estaba vacío y yo; con la ayuda de mis seres queridos y desprendida de todo y todos cuantos me aferraban al cuarto de las lágrimas; llevaba todo con lo que quería llenar este cuarto tan luminoso.
Aquí quería dejar mis recuerdos, quería dejar mi vida de antes pero no quería olvidarme de quién soy y tenía el corazón enfermo, por eso necesitaba uno de recambio, así que lo saqué de la maleta y mi familia sonriente me acompañó en el trasplante, mis amigos me agarraron de la mano hasta que…
Un día desperté en una cama con sábanas blancas, simbolizaban un nuevo despertar, me incorporé, miré a mi alrededor y sabía que tenía mucho trabajo por delante pero ahora sabía que también tenía las fuerzas y adivina qué, aún estoy colocando todas mis cosas, desechando alguna que otra que se me había colado en la maleta, y sí, hay días que la habitación se torna algo pálida pero en seguida la vuelvo cálida.
Tengo claro que es aquí donde me quiero quedar, con quien me quiero quedar y como me quiero quedar, aunque… no digo que sea para siempre.

Claudia García
Grupo C


Cuando vivíamos en el río

Cuando vivíamos en el río siempre estábamos muy limpios. No necesitábamos toallas, ni sábanas, ni pijamas, ni cambios de ropa. Ni siquiera servilletas. Mi madre estaba feliz. A la hora de dormir simplemente cerrábamos los ojos y en aquél colchón de agua se conducían nuestros sueños. Andábamos ligeros y flotábamos por doquier, como si las corrientes nos llevaran a donde quisiéramos, o a donde no imaginábamos poder estar: pantanos llenos de cocodrilos, que nos saludaban con seriedad, canales cobrizos repletos de toninas que jugueteaban sonrientes con cada uno de nosotros, y riberas salinas donde algún pez sapo se escondían debajo de la arena pesada, listo para atacar. El abuelo estaba feliz, pero comenzó a sentir mucho frío con tanto descampado y humedad. Y los peces ya estaban molestos con tal ostentación, porque al igual que ellos andábamos todo el día río arriba, río abajo, río adentro. Y cuando teníamos hambre nos comíamos a sus congéneres más pequeños, eran más fáciles de masticar. Claro, eso iba en contra del cumplimiento de su ciclo vital. Si la generación de relevo desaparecía tan pronto, no tendrían adultos jóvenes suficientes para garantizar la perpetuación de su especie. Todo estaba muy bien pensado. Entonces entre una y muchas razones nos mudamos a las raíces de un árbol gigante.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Cartas de navegación

Todas las noches intento leer antes de dormir, no importa lo descansado que esté, inmediatamente quedo dormido y comienzo a soñar. Suelo tener sueños agradables, no soy dado a tener pesadillas, aunque alguna me ha visitado. Así he conocido muchos lugares y he encontrado personas y otros seres especiales. En mis fantasias tengo habilidades y poderes que no están a mi alcance cuando estoy despierto. Volar me gustó al principio pero, a todo se acostumbra uno, en ocasiones llega a ser hasta aburrido.
Lo más impresionante que me ha ocurrido ha sido ganar una medalla de oro en las Olimpiadas de Béjar de 2036. Patinaje artístico en la categoría de parejas mixtas. No me acuerdo del desarrollo de la prueba, tan solo de la entrega de medallas. Allí estaba yo junto a mi pareja, todo el estadio nos aclamaba, tan elegante con mi uniforme de la selección olímpica y ella magnífica con su cuello esbelto, fuerte y delicado a la vez. No recuerdo haber hablado con Elena pero sé que es una mujer muy interesante. El sueño continuó en los vestuarios. Todos mis compañeros querían ver la medalla, tocarla y ponérsela. Abrazos, apretones y un señor de Cuenca, que decía ser mi entrenador, empeñado en que recibiera a la prensa.
Qué decepción despertar, tenía que hablar con Elena, saber algo de ella.
Desde aquella noche no he parado de buscarla. Cada noche con un libro como salvoconducto comienzo. He apendido a moverme en en el tiempo y en el espacio en mis ensoñaciones. Anoche regresé a Béjar el día de la competición, pero me pasé todo el rato en la parada de taxis de la Corredera discutiendo con una municipalmuy contrariada por lo sucio que estaba mi vehículo. Qué vergüenza tener los taxis tan sucios en días históricos para laciudad, me dijo. Al final solo tuve tiempo para comprar el periódico y leer su nombre: Elena Berezhnaya. No hay tiempo que perder, tengo que despertar y apuntarme a clases de ruso.

Enrique Martínez
Grupo C


Olores familiares

Estoy paralizado, no puedo mover un músculo.Ni cerrar las pesatañas, algo me paraliza totalmente. Estoy solo y asustado, no hace frío ni calor, no sé si estoy a oscuras o puedo ver; el silencio es total. Ya he tenido esta sensación otras veces, es espantosa, voy a entrar en pánico, tampoco puedo gritar. Una idea salvadora inunda mi cabeza, estoy soñando.
Abro los ojos, veo la lampara del cuarto de la casa de huéspedes, es horrible. Tengo miedo de no poder moverme. Los ojos me responden, puedo ver la ventana por la que entra el sol y el ruido de la calle. El olor a repollo que se cuela en la habitación me ayuda a saber que estoy vivo y sano. Para confirmarlo, me rasco la cabeza con la mano derecha, funciona.

Enrique Martínez
Grupo C


Vivir en un confesionario

Vivir en un confesonario no es recomendable, se pasa mucho tiempo solo. En estos días tienen cada vez menos uso. O la gente no peca o no lo confiesa. Hace cincuenta años, muchas personas eran de comunión diaria, pero hoy, solo algunos días señalados se forma cola para confesar. Además , los fieles son cada vez más viejos y ya me contarás que pecados puede cometer una señora de setenta con esa cara de acelga que se nos pone. En mis tiempos, los feligreses eran más jóvenesy aquí se oía de todo. Los confesores investigaban con detalle los pecados para poder establecer la penitencia adecuada y de paso, pecaban ellos mismos, la mayor parte de las veces de pensamiento.
Lo que más echo de menos es el sol y el aire. También echo de memos a mis vecinas, a todas menos a la mujer del sacristán. ¡Qué mala era la Julia!
Ella fue la culpable de todo. Si hubiera cuidado mejor a Tomás, su marido, nada habría pasado. Pero aquel hombre tan bueno buscó en mi las atenciones que ella no le daba.
Confesar aquí mis pecados a Don Antonio fue un tremendo error. Sin respetar el secreto al que estaba obligado, intentó mediar sin que nadie se lo pidiera.
Un día mientras limpiaba las escaleras del campanario, la Julia vino hacia mí enfurecida. Intenté huir subiendo a lo alto del campanario y allá que me siguió la perfida.
De su boca salieron palabras muy gruesas, yo no me quedé atrás. De las voces pasamos a los manos. A pesar de ser más corpulenta que ella, consiguió tirarme desde lo alto.
Desde aquel día estoy condenada a no tener descanso. Otros fantasmas vagan por el castillo en el que fueron asesinados, a mí me tocó el confesionario del error y aquí estoy. Menos mal que creo que van a revisar mi condena y es posible que salga al final del milenio.

Enrique Martínez
Grupo C


Cuando vivíamos en las nubes

Cuando vivíamos en las nubes, nos gustaba soñar tumbados en sus cómodos algodones.
Mi padre observaba la luz de los caminos de la tarde y mi madre cocinaba a dos aguas pensando que la vida es bella a pesar de los pesares.
Mi abuela dormitaba en el reflejo de las corrientes aguas, puras, cristalinas y el abuelo se contagiaba de su lirismo porque era del año la estación florida.
Mis hermanos y yo hacíamos bolas de tul y por la noche mientras la abuela nos vela, un cuento nos cuenta y cuando nos dormimos, nos apaga la vela.
Pero un día las nubes líricas se fueron y tuvimos que dejar los versos para mudarnos a otras nubes más seguras, las de los cuentos.

JB
Grupo C


Cuando nos trasladamos a vivir a la azotea

Cuando nos trasladamos a vivir a la azotea de un rascacielos mi madre trabajaba de ascensorista. Mi hermana y yo íbamos a la escuela en el piso 54 y mi padre se pasaba el día en las nubes. Mirar por la ventana a los aviones con nuestros avismáticos (2) era nuestro pasatiempo pues a esas alturas no se veía nada más.
Pero eso duró poco tiempo porque mis abuelos que tenían altura de miras y los pies en el suelo, dijeron que nos echaban de menos y que debíamos asistir a una escuela normal, pisar los charcos y correr por las calles.
Nos trasladamos de nuevo a nuestra casa, y a pesar de nuestras estancias en el atrio de la iglesia, con la compañía de los canecillos, el ulular de la lechuza y el crotoreo de la cigüeña; en la casa de la estación y sus divertidas traviesas; la azotea del rascacielos y sus pararrayos, nos dimos cuenta que en casa se estaba bien.
Mi abuela que era muy sabia dijo que ella ya solo saldría de casa para ir al cementerio.

1. (1) Abismáticos: Profundo como el abismo, insondable.
2. (2) Juego de palabra con término “abismático” para incorporar en el texto el concepto de aparato para observas aves y aviones.

Aurora Martín Piz
Grupo C


Buscando la vivienda ideal

Cuando vivíamos en la casa de piedra gris
Cuando vivíamos en la pequeña casa de piedra gris, cercana al centro de la ciudad, el jardín la rodeaba por entero.Una planta trepadora cubría gran parte del exterior, por sus cuatro esquinas, y crecía y crecía sin parar, aunque la podábamos con frecuencia y nunca la abonábamos ni regábamos.
Un día, en treinta y dos horas y cuarenta minutos creció tantísimo, que comenzó a entrar en el interior de la casa, por todas las rendijas de las ventanas.Mi hermana no dejaba de gritar y por eso nos mudamos al “Libro de Cuentos Clásicos”

Cuando vivíamos en el “Libro de Cuentos Clásicos”
Cuando vivíamos en “Libro de Cuentos Clásicos”, el tiempo transcurría muy lentamente, de tal manera que ya no nos servían ni los relojes de pulsera ni el despertador.Cada día, cada hora y cada minuto, era distinto al anterior.
Para integrarnos en la comunidad, mis padres no dejaban de trabajar, ayudando a todos aquellos que los necesitaban: dedicaron meses, días , horas y minutos a Cenicienta en sus múltiples quehaceres, a los tres cerditos en la construcción de sus tres casitas, a poner a punto la alfombra de Aladino…
Como el libro tenía trescientas veinte páginas, e innumerables personajes, no daban abasto.Si, excepcionalmente, encontraban un rato de ocio, se iban de visita a tomar el té.
Mi hermana pequeña encontró en Hansel y Gretel dos buenos amigos y jugaba con ellos a perderse por el bosque.Nunca se perdió del todo.
A mí me encantaba ir al castillo de Blancanieves, porque no tenía que darle conversación y eso me permitía leer a mis anchas y escribir en mi Diario.
Pero tanta tarea y tanta socialización hicieron mella, en mi padre, que comenzó a ponerse azul y en mi madre, que no dejaba de pulsar su dispensador de caramelos de Valeriana.
Por eso, nos mudamos de nuevo.Aún no sé con certeza a dónde.Dice mi madre que a uno de estos dos pueblos: o a Correpoco o al Limbo, que nos quedan cerquita.A ver si conseguimos que ella se relaje y papá recupere su color natural.
A lo mejor terminamos en Pernambuco,o en La Conchinchina, No sé.
Voy a hacer mi maleta. En fin…

M.L.Fidalgo
Grupo C


Cuando vivíamos en el panteón

Cuando vivíamos en el panteón fuimos una familia muy feliz. Papá siempre había soñado con tener una casa con techos de mármol y mamá con verse rodeada de flores, aunque estuvieran marchitas. Además, adoraba los cipreses. Al abuelo le encantaba escuchar los responsos y aunque no tenía periódicos podía leer epitafios. Mi hermanita se hizo una muñeca con el esqueletito del primo Ernesto, que vistió con verdín y pañuelos humedecidos de lágrimas. Por la noche nos quedábamos extasiados viendo los fuegos fatuos entre las cruces, las lápidas y los nichos. A la chacha le gustaba bailar al son del chirrido de las bisagras de la puerta del camposanto y chasqueaba los dedos al compás de las paletadas del sepulturero. Mis gusanos de seda se mezclaron con los gusanos autóctonos e hicieron capullos de color negro de los que salieron mariposas macilentas con calaveras en las alas. Cuando llovía mucho, la humedad entraba hasta en los huesos, incluso los nuestros, y cuando metieron en el panteón el ataúd con el tío Ambrosio, lo colocaron sin ningún cuidado sobre unas costillas que nos servían para colgar la ropa. Pero un día empezamos a escuchar gemidos que venían de más abajo y como nos entró mucho miedo nos mudamos a un bungalow en El Puerto de Santa María.

Óscar Martín
Grupo A

No hay comentarios:

Publicar un comentario