Canto yo y la montaña baila

En la última sesión del taller de escritura comentamos tres capítulos del libro "Canto yo y la montaña baila" de Irene Sola: "El rayo", "El primer corzo" y "La colisión". Nos interesaba analizar el lenguaje que emplea la autora en la narración, muy poético y con una gran carga sensorial, y también profundizar en el uso del punto de vista narrativo. Resuena en el libro una voz oral que es todo un coro polifónico. Aquí no hay un solo narrador omnisciente, sino muchos narradores. Cada uno de ellos, ya sean animales, humanos, plantas, voces de la naturaleza o de la mitología catalana aportan su visión, su punto de vista sobre todo lo que ocurre en la montaña, que también habla y baila. 
Todos son protagonistas en dicha novela pero hay una familia en la que se centra la historia principal. Y un hecho clave, dos muertes trágicas en esa familia.



El uso de la imagen es fundamental en este libro. Algunos capítulos, o incluso fragmentos, son como pequeñas secuencias cinematográficas o documentales. La autora trabaja con una metodología que nace del mundo del arte y lo audiovisual y que ella asienta sobre la página con un uso del lenguaje a un tiempo preciso y espontáneo, nacido de la pulsión, de la intuición, del brochazo experimental pero con un gran trabajo de depuración formal. Se advierte en este libro que Irene es una gran poeta y que su primer libro ya recogía esta preocupación por lo salvaje, por la bestia. Su título es precisamente Bestia. Aquí puedes leer alguno de sus poemas.

En "Canto yo y la montaña baila" los personajes humanos muestran su lado más salvaje y los animales, plantas y fenómenos de la naturaleza son personificados y hablan desde su condición sensible. Hay en la autora un necesidad de reflexión sobre el antropocentrismo y sobre la identidad de un lugar a partir de todos los seres que lo pueblan, incluídos los humanos. Señala Irene lo importante que fue para ella su infancia y aquellas historias que escuchaba en la voz de los mayores. Pero también lecturas como "El señor de los anillos" de Tolkien.

Aquí tenéis una breve presentación del libro en la voz de su autora. Y si quieres profundizar un poco más en la novela y en lo que opina su autora puedes ver una entrevista de larga duración en este enlace.

Propuesta de escritura

Escribe un texto donde la voz del narrador (si es omnisciente aún mejor) sea la de un árbol, planta, animal, cosa, o fenómeno meteorológico que tenga alguna relación o trascendencia en tu vida. Si hay en el jardín de tu casa familiar un árbol ofrécele tu voz para que hable de él, del entorno, de ti, de los tuyos. Si tu hija juega a diario con un gato y lo trata como un humano dale voz a ese gato para que pueda opinar sobre el compartamiento humano, sobre su relación con esa niña y su familia y que cuente cómo vive o cómo le gustaría vivir. 

Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


La granizada

Escampó y al rato la nube comenzó a retirarse. Habían caído, nada, cuatro gotas; no alcanzaría para matar la sed de la tierra más allá de unas horas, casi cuatro meses que llevábamos sin llover, el campo abrasado y ni esperanzas de que cambiara el tiempo. Una ruina.

Salí de debajo de la encina y aún alcancé a recibir en el rostro el refresco de las últimas gotas. La nube —había sido solo una nube— se retiraba camino de vete a saber dónde. Supongo que al sitio donde sea que se escondan las nubes cuando más las necesitamos. Me vino a la memoria el sobrino, Santiago. Me había comentado que tuvo taller de escritura el lunes y me dejó los papeles y resulta que las nubes hablan. Además de hacerle la raya al medio a Domènec y dejarlo frito, las nubes hablan. Y entenderían, supuse yo. A ver por qué no iban a entender las nubes.

Alcé los puños al cielo en dirección a la nube y comencé a insultarla a voces, con toda la fuerza de mi indignación. No se me pregunte con qué palabros lo hice porque no lo recuerdo, pero de cualquier modo ni con perdón sería correcto reproducirlos aquí. Me pareció que la nube detuvo su marcha. Al poco ya, ninguna duda. Comenzó a ganar un tono más oscuro, amenazador de veras, daba miedo. En una esquina se le abrió un girón en forma de boca y aquello era que se reía. Vino sobre mí a una velocidad que yo no imaginaba que pudieran desarrollar las nubes.

Me dio tiempo justo a ganar el amparo de la encina de nuevo y me situé bajo la más gruesa de las ramas, no sin antes arrojar lo más lejos que pude la navaja, no fuese a pasarme como a Domènec. Duró tiempo la tormenta, vaya si duró. Bien cierto era lo que aseguran los papeles de Santiago: a las nubes lo que más le gusta es granizar. No dejaba yo de mirar el reloj y a cada minuto me felicitaba por mi acuerdo de haberme puesto a insultar a la nube.

Cuando todo terminó pude comprobarlo. La «pedrea» me había dejado trillada la besana del centeno; pero ningún problema en eso, metería las vacas y ellas se encargarían de aprovechar el grano. Y cerca ya de las casas, lo que yo suponía, llena la charca por completo. Menudo ahorro, dos cisternas diarias que había contratado para que me trajeran el agua para dar de beber al ganado. Y tampoco tardaría mucho, caliente como estaba la tierra, en brotar el pasto nuevo. Nunca graniza a disgusto de todos.

Pascual Martín
Grupo B


Cuando pasa el tren

No me gusta nada la cara de esa muuuujer. Me quedo mirándola fijamente cada día y ella no se inmuuuuta. Su mirada parece pérdida. Su corazón está triste. Esa muuuujer no es feliz. Yo lo sé. Ya he visto otras antes. No sé dónde van ni que hacen, pero no son felices. Observo su reflejo mortecino tras el cristal, apenas son unos segundos, pero esa pena se me clava en el corazón, me deja uno de los estómagos encogidos para el resto del día. Me gustaría muuuucho poder ayudarla, poder ayudarlas.

Se lo he dicho a la Sinfo, pero ella me mira de muuuuy mala leche y sigue pastando. Creo que piensa que yo estoy loca, que me ha entrado la enfermedad, esa tan rara que nos está volviendo locas. Pero no me puedo quitar de la cabeza esa mirada triste de la muuuujer. Si fuera tan fácil como sacudir el rabo y espantar la tristeza como si fueran moscas muuuuy pesadas, lo haría.

Cuando oigo el pitido, cada mañana, levanto el testuz con esperanzas de ver una sonrisa muuuuy grande en su cara, pero nada, solo una mirada triste, fija en el infinito, una mirada muuuuerta. Quizás busca a su hija y no la encuentra, eso te pone muuuuy triste. A mí me pasó una vez, no encontré a mi cría. Un día estaba tan feliz con el pendiente amarillo, saltando y muuuugiendo con sus amigas y cuando llegó la madrugada, desapareció. Estuve varios días muuuustia. Esa muuuujer ha perdido a su hija, por eso está triste. Le digo a Sinfo que si cree que esa niña está muuuuerta y me mira con ojos vacios, sin parar de rumiar, pero no me muuuuge nada.

Qué pena me dan las personas tristes. Las veo pasar con la mirada perdida, en esos dragones de hierro escupiendo muuuuucho humo, que las transportan a sabe Dios dónde. Y miro a la Sinfo y a las otras, y pienso que aquí, en el prao, somos muuuuy felices.

Tomás García Merino
Grupo B


La Casa de las Conchas

Reposaba yo, como de costumbre, descansando o más bien algo cansada superpuesta durante años ¡siglos, llevo aquí!, sobre esta gélida piedra en invierno, que agradece cualquier rayo de sol que a mi vecina de enfrente no se le antoje tapar; y sofocada, como hoy a esta misma hora cuando se acerca el verano y el sol no para de azotarme.
Pero esto parece no importarle a nadie. Tengo más compañeras, algo místicas pero igual de viejas que yo, sé que alguna de ellas guarda un secreto; todo el mundo cuando nos ve puede pensar que somos iguales, sí que es verdad que estamos muy bien colocadas pero cada una es diferente, he de decir que hay alguna que otra que está un poco bastante estropeada. Un tesoro, eso dicen los guías a sus turistas al pasar por aquí, aunque honestamente, pasados tantos años, dudo de la existencia de este misterio por que claro, si no lo tengo yo y…¡ey!,¡ey!,¡oye!- me susurra mi compañera de la esquina-
- “Cállate ya hija, qué pesada, pareces un disco rallado”
Y vuelve a silenciarse, todas permanecen en silencio; como iba diciendo, aunque en realidad, este hecho, que estén tan calladas después de tantos años me hace pensar que por absurdo que parezca, alguna esconde algo. Seguirá siendo un misterio, porque aunque muchos han destruido a unas cuantas de nosotras en búsqueda de este tesoro aún no lo ha encontrado nadie.
Por la noche lo único que me entretiene es ver a algún borracho pasar haciendo el bobo de madrugada; desde aquí arriba se ve todo.
Me encanta la Semana Santa, las marchas, la emoción que guardan muchas personas que esperan a que pase la estatua ornamental, cada año la misma; otros me ponen nerviosa, son unos irrespetuosos, pasan haciendo el estúpido por todo el medio, pero una vez que cruzan la calle, no vuelvo a saber de ellos, igual que de los borrachos, aunque he de decir que de vez en cuando me sorprenden por que al año siguiente, la semana siguiente, al día siguiente, qué sé yo, pasan de traje, camino a una boda, con un maletín de abogado, curioso,¿no?.
Me hace gracia el asombro de los turistas, me hace sentir especial, alguna que otra foto, aunque no puedo posar, total, puesta ya estoy.
Y las tradiciones, desde aquí puedo disfrutar de algunas, esta tarde he tenido el placer de divertirme con la tuna universitaria, sin duda una espectacular tradición; qué graciosos, cómo bailan; también me entretienen los turistas que hacen corro para verlos.
La cultura, pasan por debajo de mí, algunos miran hacia arriba antes, algunos intelectuales, con el paso del tiempo me he sorprendido viéndoles entrar como gente de prestigio; de los más diversos aspectos, pero todos con algo en común, una curiosidad y al fin y al cabo, yo también soy cultura.
Ahora que lo pienso, ¿y si detrás de mí está el tesoro que nadie ha conseguido encontrar?, ese del que habla la leyenda, ese enigmático tesoro de La Casa de las Conchas.

Claudia García Santos
Grupo C


134340

La culpa ha tenido que ser de II y su maldita tendencia a desviarse del patrón establecido a la menor perturbación. Por eso también le llamamos Hydra, porque parece multiplicarse sin motivo. En este caso ha sido Farfarout, otro que se las trae con su manía de acercarse y alejarse, que no le bastaba con estar a 175 ua, o acercarse a 135 ua, que tuvo que probar a ver que pasaba si llegaba a 27 ua, mucho más cerca de los 40 ua en los que solemos encontrarnos nosotros.
—George, hemos detectado algo a 37.5 ua.
La proximidad de Farfarout ha provocado a Hydra, que con su vaivén ha generado una desestabilización en cadena, afectando a Nix y haciendo que Caronte se aproxime y comience a arrimarse a mí mucho más de lo experimentado con anterioridad. ¡Vaya un capricho!
—George, esto parece serio.
—Mira James, deja de alarmarnos con cada cosa que observas —gritó el aludido.
Vaya, vaya con Caronte, de lejos, mientras bailábamos separados, parecía más frío, pero ahora que se acerca, noto su calor, cada vez noto más su calor, su proximidad y nuestro baile es más acelerado.
—George, definitivamente tienes que acercarte a ver esto.
—¿Dónde quieres que mire?
—Aquí, donde hay una radiación que antes no existía. Parece un sistema binario desconocido.

Algo se ha descontrolado, ahora Caronte y yo hemos comenzado a friccionar, como si nos hubiéramos soldado de alguna manera, pero sin tocarnos y girando desbocadamente uno alrededor del otro.
—Winston, llama a control operativo y que nos pongan en contacto con Arthur. ¡Ya!
¡Lo que faltaba! Ahora se han unido a nosotros Hydra y Nix, hasta el díscolo Farfarout se ha incorporado al baile. Me parece que nos estamos saliendo del curso marcado, del que hemos seguido durante los últimos 4 MMa.
—Arthur, soy George, de Kitt Peak Mayall. Parece que el bueno de James ha encontrado algo desacostumbrado.
—Sí, dime deprisa, que tengo reunión con el vicepresidente.
—Una especie de perturbación con radiación.
—¿Dónde?
—Aparentemente a 37.5 ua.
—Confirmadlo y volved a llamarme dentro de dos horas.

Esto es alucinante, no solo nos hemos salido de nuestro camino, también nos hemos juntado demasiado entre nosotros y además estamos incrementando nuestra velocidad, ahora es diez veces mayor que antes. Debemos ir a 43Mks, o más. Con este descontrol vamos a ir directos hacia nuestro vecino, al que nos estamos acercando y cuyo camino acabaremos atravesando. ¡Ya, ya lo hemos hecho! ¡Ay Neptuno, amigo! me estoy alejando de la proximidad de tu órbita, por última vez. Has sido un esporádico compañero durante varios MMa, hemos cruzado nuestras órbitas como dos viejos conocidos, que se saludan y con un leve empuje gravitacional nos lo decíamos todo. Eres muy distinto de esos dos planetas mayores a los que me encamino sin remisión, con estos cuatro compañeros de viaje que me acompañan. Despídeme de Urano, tu colega helado, compañero de los territorios alejados y distantes donde nos mantienen prisioneros desde el principio de los tiempos.
—Arthur, soy George. Hemos confirmado las observaciones iniciales y además las hemos contrastado con las de Luis Morales, del Roque de los Muchachos, en Canarias, España. James ha hablado con Akamu Smith, en Mauna Loa, quien ha medido una inusual perturbación en determinada zona del cinturón de Kuiper.
—¿En donde?
—En la última localización de Plutón.
—¿De qué?
—De 134340. Vamos, de Plutón, de toda la vida, hasta que le quitaron la categoría de planeta.
—¡Ah ya! El loco planeta enano —exclamó Arthur y tras una breve pausa añadió—. Pues el vicepresidente exige que no se dé publicidad al tema.

Ya veo a Saturno, “el engreído”, que se cree el más guapo y el más listo, solo porque tiene unos anillos. De acuerdo, serán muy vistosos, pero solo reflejan la falta de atracción para integrarlos dentro de su masa. Mucha perturbación en superficie, mucha carga en la magnetosfera, mucha aurora boreal, pero al final todo es fachada. Menos mal que ya nos estamos alejando de semejante gilipollas.
—Arthur, aquí Akamu. ¡Esto va en serio! según mis cálculos, 134340 y sus acompañantes han traspasado la órbita de Saturno y se aproximan a Júpiter.
—Tranquilo. Ese gigante se encargará de detenerlos.
—Lo veo poco probable —comentó George, que se había incorporado a la videollamada múltiple entre los miembros de varios observatorios alrededor de la Tierra.
—Nuestros cálculos indican que tampoco habrá un impacto y Plutón seguirá esa alocada carrera —apostilló Amanda Vargas desde Cerro Paranal, en Chile.
—Voy a conseguir una entrevista con el presidente —dijo Arthur, dando por terminada la conversación.

Pues ya estamos atravesando la órbita de Júpiter y esto empeora. Ya estoy notando la deriva y la aceleración que está provocando en mi trayectoria. ¡Vaya con el aspirante a estrella! se quedó a medio camino, fracasado. Este gigante, el grande, pero sin carácter, que no tiene la personalidad de Saturno ni el carisma de Marte. Lo único que ha conseguido es alterar aleatoriamente nuestro rumbo, que Caronte, Hydra, Nix y Farfarout se fusiones a mi espalda, hasta deformarme como si fuera un huevo de 2200 km de largo y 20.000 Tkg. Este imbécil nos está disparando a más de 95Mks hacia los planetas medianos, a los del grupo interno del sistema.
—George, Akamu, Luis, Amanda, Virginia, James, Latika,… y todos los que estáis conectados, no he conseguido hablar con el presidente, está cazando osos en la península de Kamchatka en compañía de la presidenta de aquel país, ilocalizables. Tenemos que hacer un comunicado propio, sin supervisión y darlo a conocer a nivel mundial.
Marte, querido Marte, amigo desde la distancia, ahora tan próximo, te veo acercarte con tu esplendoroso color rojo. Marte el de las exageraciones y la extravagancia. Por suerte no impactaré contigo, Júpiter, el papanatas, me la ha jugado lanzándome contra vosotros, pero no parece que haya afinado la puntería para alcanzarte a ti. No chocaremos, tus enormes cráteres, profundos desfiladeros, largas cadenas de dunas y la gran llanura, siempre los más grandes entre todos, tus señas de identidad, no desparecerán por mi causa. Ahí te dejo y me despido de ti, con pena, podríamos haber sido la pareja ideal.
—Os leo el comunicado que hemos elaborado para enviar a todas la agencias de prensa y gabinetes presidenciales de todo el mundo —anunció Arthur a los gabinetes de emergencia de los doce observatorios más importantes del mundo, antes de dar comienzo a la lectura—. “Plutón y otros cuerpos celestes del cinturón de Kuiper iniciaron una increíble deriva que les ha disparado a 200Mks hacia la Tierra, contra la que impactarán a lo largo de las próximas horas. Aprovechen su tiempo”.
¡Tierra! ¡La Tierra! ¡El brillante azul de nuestro sistema! Estoy yendo hacia ti sin remisión. Vamos a abrazarnos y en un instante se producirá la gran maravilla. Vamos a representar la última tragedia de dos mundos o la gran eclosión de un nuevo ente. Esto es irremediable. ¡Recibámonos mutuamente sin pensar en el futuro! ¡Lancémonos a consumar este gran orgasmo planetario al que estábamos predestinados!

ua: unidad astronómica (abreviada ua, au, UA o AU) es una unidad de longitud igual, por definición, a 149 597 870 700 m,​ que equivale aproximadamente a la distancia media entre la Tierra y el Sol. MMa: miles de millones de años. Mks: miles de kilómetros por segundo. Tkg: trillones de kilogramos.

Manuel Medarde
Grupo A


Qué difícil es sobrevivir

Estoy muy apretado, casi no puedo moverme, pero sé que tengo que salir.
Con el pico golpeo la pared. Parece que se resquebraja. Continúo golpeando y se termina de romper. Noto frío, dentro estaba calentito, además parece que la oscuridad ya no es tan profunda. Siento mi alrededor menos oscuro y mucho más amplio. Aunque muy torpemente, puedo moverme.
Percibo movimiento alrededor, y parece que tengo compañía; Es un cuerpo parecido al mío pero más seco y que irradia calor. Me siento bien a su lado.
El suelo se hunde ligeramente cerca de mí y noto una presencia nueva cerca, se acerca, y me roza, parece amigable. Sin saber por qué abro la boca de forma desmesurada y ¡sorpresa! algo introducen dentro de ella; no sé lo que es, pero me lo trago. Es mi primera comida.
Al cabo de unos días ya puedo ver a mis compañeros, unos son de mi tamaño y torpeza, y otros mucho más grandes que vienen y van y me traen comida.
Aprecio con estupor que los que nos traen comida no tienen sentido de la proporción, pues ayer casi me ahogan queriéndome hacer tragar un saltamontes que era casi de mi tamaño. Menos mal que lo vomité, el grande lo troceó, y al final compartí un trozo con alguno de mis compañeros pequeños. Después de tragarme el alimento que me traen, siento la necesidad de expulsar algo por detrás; Algo tendré que echar pues si no con tanta alimentación que trago y trago al final reventaría. Lo que es expulso por detrás los grandes lo recogen y se lo llevan o se lo comen, de forma que el habitáculo en el que residimos está bastante limpio.
Un día nos invadieron unos animalitos pequeños, que se movían muy rápidamente y nos mordían, nos hacían chillar y retorcernos; los grandes acudieron y se liaron a picotazos hasta que no quedó ninguno de aquellos pequeños, incluso creo que me comí alguno.
Un día algo se posó en nuestro hábitat, algo siniestro algo de más tamaño y olor distinto al de nuestros mayores. Uno de mis acompañantes pequeños se le acercó con la boca abierta pensando que le iban a dar de comer, cuando la realidad fue que se lo comieron a él: le dieron un picotazo en la cabeza y a continuación le atraparon con unas garras largas y afiladas y se lo llevaron.
Un día cuando ya podía moverme con facilidad decidí dar un paseo. Paseo corto pues el sitio que habito es de poco recorrido. Enseguida tengo que girar y enseguida vuelvo al punto de partida. Aquel mismo día noté que algo caía sobre mí, caía por todo mi cuerpo y en parte cayó en mi boca, pues tenía la costumbre de abrir la boca a la menor. Entonces fue el primer día que bebí. Aquello era de consistencia distinta a lo que me embutían mis mayores en la boca, aquello fluía con suavidad, era fresco y sin sabor, pero agradecía su paso por mi boca y mi garganta pues suavizaba todo a su trayecto. Pasado los años llegué a saber del agua y sus beneficios.
Al cabo de 2 semanas me han crecido las plumas y compruebo que tengo muy largos mis miembros superiores, y que moviéndolos rápidamente me elevo en el aire como he visto que lo hacen mis mayores. Pronto saltaré al vacío y comenzaré una nueva aventura.

José Luis Fonseca
Grupo A


Yo

Antes de contaros mi siguiente historia, necesito compartir esta angustia perpetua en que me hallo. Un estado fatal del que nadie puede salvarme.
Nací de alguna boca anónima, en algún pretérito indefinido. Fui una muchacha dolida de amor; crecí criado de muchos amos. Soñé estar de estas prisiones cargado. Corté el mar de un valiente y libre corsario. Vi la bala de cañón que dejó al vizconde demediado. Quise acabar con mi vida y me fue este deseo entre la niebla negado. Negada mi voluntad, negado mi ser, mi todo, la obsesión creciente me convirtió en asesino confeso, aunque, señor, yo no soy malo. Me hice montaña creadora del mundo, fui nube de rayo y hasta un corzo nonato. Corrí, corrí, corrí como potro desbocado. No sentía mis patas, ni el camino, ni el cansancio.
Busqué, entonces, mi sentido: ¿quién soy YO en realidad? Acudí a psicólogos, médicos, poetas… sin encontrar respuesta. Mi angustia fue creciendo de modo desmesurado, anulando mi respiración (¿realmente respiro?). Y un chaval, en el parque, sin levantar sus ojos del móvil, me dijo: -¡Mira a ver en Internet, tal vez en ChatGPT! ¡Es lo que hace la peña cuando tiene una duda!
En el maremágnum de la búsqueda, entre el pringue intangible de esa masa viscosa de bits, me venía el recuerdo de aquel juego de niños: “Yo soy YO y tú eres TÚ. ¿Quién es más tonto de los dos?”. ¡Maldito juego!
Pero tenía razón. ¡Era verdad! Allí encontré la terrible respuesta. Hubiera querido que esta fuera mi epitafio. Pero no. Ni siquiera ese favor se me concede. Todos los buscadores de Internet, incluso la aplicación esa, ChatGPT , que a mí me recuerda a Pinocho, coinciden. ¡Todas coinciden! ¡Es la verdad! ¡OH, NOOO! (Envío adjunta la evidencia).
Ahora entenderéis que nadie pueda salvarme. Al menos, espero que comprendáis mi estado, espero que me tengáis en cuenta y os apiadéis de mí, antes de que empiece a contaros mi siguiente historia…

Isabel Torremocha
Grupo A


Noa

Me gusta dormir en su habitación, en mi cesta junto a la ventana y cuando amanece, subirme a su cama y tumbarme a los pies, esperando a que se levante para que me abra la puerta del jardín y saltar las escaleras, de dos en dos, de tres en tres, volando con mi osito entre los dientes para espantar a los pájaros negros que picotean el césped, al lado del olivo, donde reposan los huesos de mi abuelita Luna. Al oír mis ladridos salen de estampida.
Me acerco a a la valla para enseñarle mi oso a Pol — un teckel mini con manchas— mucho más pequeñito que yo, que vive con Telma, también teckel , de mi mismo color, —negro y fuego— , pero yo soy mucho más guapa que ellos, soy una cocker, muy traviesa y mimosa. Me gusta ladrar a la gente para que me hagan caso y me acaricien.
Me fastidia que Pedro se pare a hablar sobre todo con las chicas. Las perras también me ponen de los nervios, no así los machos de los que me gustan los olores que van dejando en el césped del parque.
Cuando él desayuna, me pongo a su lado debajo de la mesa para que me de un trocito de ese pan con aceite y tomate que está riquísimo, aunque a veces se enfada y dice que coma mi pienso.
Todas las mañanas me lleva de paseo, caminamos al lado del río. A veces me suelta y voy oliendo todo mientras él corre, yo también corro a su lado hasta que me canso, quedándome para atrás, sin perderlo de vista. Me paro en la sombra de algún árbol mientras hace ejercicio. Si se aleja, me enfado y ladro para que me haga caso.
Cuando hace mucho calor vamos a la Isla del Soto, y corro hacia el río a mi lugar favorito para zambullirme en el agua, nadando detrás de los patos que se mueven entre los juncos.
Cuando regresamos a casa, no perdono el premio, subo las escaleras, rápido como un cohete, dando saltos debajo del mueble de la cocina donde los guarda. Con el stick en la boca bajo a devorarlo en el sofá de la bodega.
Cuando Pedro prepara su comida, me gusta estar a su lado, en la mesa, por si se pierde algo. Le pongo ojitos tiernos para que comparta conmigo algo de su comida.
Sus amigos me caen muy bien porque me dicen palabras bonitas y me acarician. No me importa que vengan a casa; a sus amigas, las marco el territorio. Reconozco que soy una perrita muy celosa.
En la tarde, suelo echarme en el sofá del salón, en mi rincón favorito, mientras Pedro, lee y toca su guitarra. Cuando quiero salir, le doy con mi pata en la guitarra para que me lleve de paseo.
Si veo algún gato, me pongo en guardia y si no es porque voy atada con la correa, los perseguiría y los daría un buen susto. En el jardín no entra ni uno; los tengo a raya, lo mismo que a esos asquerosos pájaros negros que picotean el césped.

Pedro Gómez
Grupo C


Fuego, deja hablar a la montaña

Cómo ha pasado el tiempo, querido amigo, el reloj para los que se apresuran y piensan que todo es una sucesión de acontecimientos. Estoy cansada, amigo, apenas me quedan fuerzas combativas, que no serán suficientes para tu desgarro y tu lucha. Porque arrasas con tus teorías, con tu visceralidad. Eres implacable y rencoroso, necesario y extravagante, doloroso y mutilante.
Eres, eres… eres viento, dragón encolerizado.
Siento que se abren mis entrañas, la seguridad del que sufre, la impotencia y el desencanto del que vive sin objetivo. No puedo más, me rindo.
Soy soporte de tanta esencia de vida. De los robles longevos, estrategas y resistentes, de los arces y fresnos vigorosos, de los seguros y sociales laureles perennes, del desparpajo y la sutileza del cerezo, de la frescura apacible, protectora y amigable del avellano efímero, del exuberante acebo, fuerte, brillante y protector. Desatas tu cólera sobre zarzaparrillas y zarzales, refugio de comadrejas y armiños. Son la orla perfecta del lienzo hermoso, frontera de verdes, ocres, rojos y amarillos. Es que, ¿no sientes que tu destrucción es odio irreversible?
Ellos atizarán vendavales de humos y trasiegos, lenguas de fuegos y lágrimas de impotencia. Eso eres cuando la garra del prepotente humano se hace dios para apalear su afán de pertenencia.
Mi silueta engalanada por los mantos amables de bosques y praderas, crepitará entre brasas y rescoldos, infierno de humos, llamas y cenizas.
Abandona su objetivo, amigo. Su causa no te pertenece. Guarda tu hacha de guerra y ayúdame a respirar tranquila, entre las sombras de ocasos y los amaneceres de aguas esbeltas. Porque tus plegarias abrasarán sus conciencias, calcinarán sus iras y elevará sobre ascuas de esperanza el ave preciado de sensatez y de mesura.
Impasible contemplo.

Guadalupe Sanchón
Grupo C


Piedra caballera

Han pasado miles de años pero lo recuerdo bien. Recuerdo cuando estábamos todas juntas, cercanas, no nos veíamos, ni nos tocábamos, pero nos sentíamos. Y esa pertenencia a un grupo, esa sensación de comunidad era suficiente. Era lo único que necesitaba hasta que un día me lo quitaron. El suelo empezó a temblar y yo que nunca me había movido ni un centímetro, me encontré rodando montaña abajo. Una sensación de vértigo me invadió, al principio mareaba, pero comencé a disfrutarla. Sentía a mis compañeras rodando a mi lado, incluso a veces chocando unas contra otras. Choques en los que nos rompíamos, perdiendo trozos. A mí me pasó un par de veces, no era agradable dejar al descubierto partes que llevaban tanto tiempo dentro y que al contacto con el exterior escocían. Hasta que la velocidad fue disminuyendo y una piedra muchísimo más pequeña que yo me detuvo. Notaba que mis compañeras seguían rodando y yo quería gritarles que no me dejaran, que quería seguir con ellas, pero no me moví más y una sensación de soledad me oprimió. Había perdido a mi grupo. Estaba sola, con aquella pequeña piedra que me había hecho parar en aquella postura tan inestable. Yo, que siempre había estado bien apoyada en mis miles de kilos, ahora estaba ladeada hacia la izquierda sujeta tan solo por aquella desconocida.
Los primeros cientos de años los pasé incómoda y ella también, aquel contacto forzoso nos molestaba a las dos. Con el paso del tiempo comencé a notar su aceptación y poco poco empecé a soportarla yo también. Y esa inestabilidad en la que estábamos se nos empezó a hacer cómoda. Ella admitía cargar con mi peso y yo dejé de de temer que no pudiera mantenerme y comencé a respetarla.
Últimamente se ha producido un cambio en nuestro entorno, los humanos nos rodean a menudo. Siento su presencia cada vez más, incluso se atreven a tocarme con ese tacto suave y viscoso que comenzó desagradándome y al que también me he acostumbrado. Noto su admiración y la mayoría de las atenciones me las llevo yo, no se dan cuenta que la que importa es ella, es la que me aguanta, la que me sostiene y que, aunque yo pese toneladas, la fuerte es ella. Ellos me admiran a mí y yo a ella.

Beatriz Gorjón
Grupo A


Fue un momento, un instante. No hubo tiempo, de tener tiempo. Aquel vendaval se coló, violento, furtivo, por la ventana abierta. De súbito, fui arrancada del lecho donde descansaba y separada del resto de las hojas, mis compañeras, con las que compartía el escritorio.

Atrapada en su locura, iba y venía a su merced. Sus torbellinos me giraban. Doblada y retorcida, mi cara se enfrentaba con mi cruz. Arrastrada en su furia volé hacia la calle, ahora subiendo, luego bajando. Tan pronto era aplastada contra una pared como estrujada contra una chimenea.

Cuando, por fin, aquel arrebato se apaciguó estaba tirada en el asfalto. Un autobús avanzaba. En instantes sería hollada, chafada, molida, deslucida. Pero yo sabía que, dentro de mí, había palabras escritas. Palabras que alguien había pensado para decir u ocultar. Palabras que podían iluminar la realidad o ensombrecerla, vivificarla o agostarla. Y, qué sería de ellas, de aquel tesoro, de aquellas claves.

Justo antes del momento final recordé las dos primeras: el destino. Fue entonces cuando comprendí.

José Carlos Gómez
Grupo A


La bosta de la pradera

Escuchaba curioso, el leve crepitar de la eclosión de los últimos huevos,que al cascarse, iban alumbrando la venida de mis nuevos hermanos. Senti la presencia de nuestra madre reptando a mi lado. Se restregaba con nosotros para impregnarnos su olor y transmitirnos las pautas precisas para nuestro desarrollo. La información iba fluyendo hacia nosotros a medida que se desprendía de su aroma
Comenzó comunicándonos que el sitio en el que estábamos era como un nido. En aquel cobijo podríamos, durante un tiempo, comer y crecer guarecidos de elementos hostiles.
Los nidos, los proporcionaba una divinidad, que hacía temblar la tierra a su paso. A veces producía un sonido grave y alargado, y otras venía acompañada por un sonido armónico, con el que hacía vibrar todos nuestros anillos. Esto, y rascarse los cuerpos con los hilos que salían por debajo las plantas, era una actividad muy placentera y necesaria para la tranquilidad del grupo.
Siempre y cuando oyéramos esos sonidos, habría más sitios como este para alimentarse, procrear y dejar protegida a la prole venidera.
Abundó, en que debíamos huir lo más posible, de la claridad exterior al refugio, pues los peligros más súbitos procedían de allí y a medida que el nido se consumía, estaríamos más expuestos. No deberíamos esperar a agotarlo, para asumir nuestro cometido.
Como si lo hubiera presentido, una gran sombra precedida de un silbido, se abatió sobre el nido, llevándose a varios de mis hermanos que se habían acercado a la claridad.
Al instante, nuestra madre recomenzó con la labor de restregarse contra nosotros, para que, por su olor aprehendiéramos la información que nos seguía suministrando:
“Antes de que hayáis agotado las provisiones del refugio, estaréis preparados para comenzar a excavar galerías”.
Deberíamos, a medida que construyamos nuestra senda, ahondar en la profundidad de la tierra para esponjarla y hacerla acogedora.
“ Este es nuestro cometido”, nos informó, pero no recuerdo a quién, el porqué o para qué, servían nuestros esfuerzos.
También nos previno de que deberíamos huir, siempre que encontráramos galerías más grandes de las que nosotros hiciéramos.
Nos alertó sobre un animal, que en su glotona ceguera, sería capaz de acabar con todos los que estábamos en ese momento en el nido.
Nos enseñó a que lo distinguiéramos, por sus chillidos cortos y desagradables.
Luego se enroscó sobre sí misma y permaneció inmóvil.
Tras esa pausa, exhaló un aroma diferente y desenroscandose, empezó a horadar una galería.
Mientras desaparecía del nido, ese especial olor comenzó a envolvernos a todos, haciéndonos sentir integrados en un solo ser.
Quedamos con una sensación de abandono, con ese pesar de la orfandad, con la necesidad de haber hecho “las preguntas”, que todo ser siente que hubiera querido hacer, antes de la desaparición de su madre.
Pudimos, no sin frecuentes enfrentamientos, crecer mientras iban mermando las reservas del nido .
Llegó el momento en el que comenzamos a oír cerca del refugio, los chillidos cortos y desagradables, que nuestra madre nos anunciara tiempo atrás.
De repente, otro animal, fuerte, redondo y más oscuro que la propia tierra, irrumpió en el nido. Desgarró todo a su paso y comenzó a comerse a mis hermanos.
Los que sobrevivimos a la expulsión del nido materno, comenzamos a excavar nuestras propias galerías, con la desesperación del que se sabe al borde del fin.
Yo no paré de hacerlo, hasta que dejé de oír aquellos chillidos cortos y desagradables.
Pasado un tiempo, con el recuerdo borroso de mi madre y sin la cercanía de mis hermanos, oí de nuevo el sonido armónico que hacía vibrar mis anillos.
Necesitaba saber por mi mismo, cómo era la fuente, donde se hallaba la divinidad que nos cobijó cuando vinimos. ¿ Había alguna esperanza contra la oscuridad?, ¿Y si había, podría aventurarme, alguna vez, más allá de la claridad?¿Podría permanecer en ella, o solo pensarla?
Necesitaba respuestas, y tuve que arriesgarme a salir en la mas absoluta negrura, de la intermitente seguridad de mi galería, para encontrarlas.
Me dirigí hacia donde el suelo temblaba al pasar la divinidad, y cuando mi arrojo comenzaba a flaquear, fui engullido por una lluvia espesa y olorosa que, lejos de ahogarme, al secarse, se acabó convirtiendo en un
espléndido refugio.
Me sentí protegido pero sin respuestas. Quedé perplejo y rememoré el nido materno.
Algo dentro de mí, me impelió a enroscarme , a reposar. Había llegado el momento de poner mis propios huevos e informar an mis hijos con idénticos aromas a los que , en mis comienzos, me impregnó mi madre.

Calgari
Grupo A


As Andorinhas

Cuando llego al nido para reposar después de un largo viaje de regreso, los bordes a los que me asgo se deshacen, y todo se desprende de un tajo. El nido se desploma al vacío. Busco la rama del árbol más cercano para avizorar lo que ha pasado. El pecho me palpita, como ocurre ante la presencia de las gaviotas y las palomas, con quienes disputo, el alimento vibrante del río Douro. Los gatos callejeros del Puerto también acechan. Hacen como si estuviesen dormidos, mientras que la bandada recoge restos de comida, ramas, plumas y barro para reconfeccionar el mismo nido de todos los años . Entonces los felinos dan el salto en medio del barullo, con sus garras abiertas para atrapar alguna presa. Volamos para esquivar el zarpazo, y de inmediato la labor se reinicia.

Voy a comenzar a construir el nuevo nido, sin descanso. El tiempo para el apareo y el aovar se apresura, lo siento en mi vientre. Pronto escucharé el canto de mi pareja que también regresará al mismo lugar para hacernos de nuestras proles .

En instantes veo en el suelo ramas alargadas, voy por ellas. Aún están verdes, el tejido se me hace difícil. Una niña lanza unas migas de pan. Un pedacito de gran tamaño cae sobre mi cabeza. Suelto la ramilla para coger el alimento inesperado. La brisa la pierde. Mis entrañas deciden. El hambre es como un animal dentro de mí. Es así para todos los pájaros de la rivera. Devoro fácil las migajas que caen a mi alrededor, ya húmedas por el agua de las salpicaduras de los botes oscilantes a la orilla del encalle de cemento; y por el viento, a veces cargado de goteras: los peces que van en el pico de las gaviotas en vuelo se sacuden contorsionando sus cuerpos escamosos para soltarse. Pero no pueden, las aves aferramos la presa, el alimento del día.

Una vez satisfecha, vuelo hacia la colina, allí olisqueo la yerba seca. La muda de los árboles, las ramas y hojas muertas, sirven para componer el fondo del refugio. El tejado de un colegio cercano parece ser el lugar más seguro para adosarlo, las voces de los niños aleja a los depredadores.

La tierra está seca, debo mojarla. Encuentro una fuentecilla en un patio. Lleno mi buche de agua y la tiro una y otra vez en un punto del jardín, hasta que puedo moldear la tierra. Cargo el barro en el buche y a horcajadas lo devuelvo para pegarlo en la pared. Vuelo para buscar una y otra vez la paja que voy a adosando con mi pico. Estoy fatigada, descanso en las ramas de los árboles. Y entonces escucho el canto de mi pareja. De inmediato me acoge en la misma tarea. Juntos estaremos reconstruyendo el nido. Antes nos apareamos revoloteando en las verdes ramas de los arbustos. Ahora mi vientre está henchido.

Carmen Elena Ochoa
Grupo A


Giacometti en el Prado

La tengo enfrente y no quiero verla. Se parece demasiado a mí, la misma delgadez, la misma firmeza, esa fría templanza y la superioridad con la que observa el entorno.

Un lugar único, circular, en cuyas paredes permanecen, desde tiempo inmemorial, unos cuadros, y ahora, en el centro, nosotros tres, pues no sólo está ella frente a mí, sino que también nos acompaña el hombre que camina, aferrado al suelo con su enorme zancada.

Los días pasan, siento el latir de la gente que nos visita. Nos miran, se extrañan y se dirigen al que parece el cuadro más insigne. Suelen venir en grupos, eso me gusta mucho pues me fijo en alguno de ellos y voy comprobando cómo se comporta ante mí. Eso mi clon lo odia. No me habla, pero yo leo en su mirada. También he descubierto que ignora a los personajes que nos rodean, tanto si se mueven como si permanecen, como nosotros, inmóviles.

No siente a esos niños que en círculo oyen a la profesora, explicando anécdotas de los personajes que allí nos encontramos y ellos van poniendo cruces en unos folios con imágenes. A mí me encantan esos críos, ayer mismo me fijé en uno de ellos, llevaba gafas y el pelo rizado. Se quedó fijo cerca de mí, noté sus palpitaciones en mis enormes pies de hierro. La profesora le pidió que prestara más atención a Las Meninas pues era el tema del día. En otra ocasión veremos a La mujer veneciana, le dijo.

Ese era precisamente el cuadro insigne de la sala circular. Por eso mi clon estaba celosa, y por la noche oía sus lamentaciones. Alguna vez sugirió al hombre que camina romper con sus largos brazos parte del cuadro.

Algunos comentan la singularidad de nuestra presencia. En una ocasión, una joven explicó que con nosotros allí se producía un fenómeno artístico, el arte dentro del arte, la contemplación de los protagonistas en ellos mismos, unos y otros nos mirábamos produciéndose un momento único, una situación artística dimensional.

Así que mi clon, el hombre que camina y yo somos obras de arte, tan interesantes como Las Meninas. A mí no me sorprende, he viajado mucho y siempre aprendo de la gente que me rodea pero mis compañeros no sienten lo mismo. Intuyo que traman algo, les oigo cuchichear por la noche, comentan cosas sobre las niñas y el perro.

Me gustaría quedarme aquí para siempre, ya no quiero volver a Zurich.

Vamos en camiones, siento el ruido de la autopista. Anoche se produjo un revuelo, nos empaquetaron a toda velocidad tanto a mi clon como a mí, el hombre que camina estaba clavado en una pared y el mastín le lamía dulcemente.

Josefa Briz
Grupo C


Orgía

Los árboles son mis capilares, mis espinillas, mis pelos encarnados. Soy una dermis que se extiende. Camaleónica es mi existencia, tomo los colores que quiero y hay veces los que necesito. Verdes, amarillos, ocres, naranjas y blancos.
Tengo un guardián al que estoy sometida. Es mi reflejo, mi omega. Copulábamos en el espacio del tiempo y nuestro sexo dio vida. Tuvimos hijos que duermen en mi interior, todos menos uno quien dio origen a las historias del mundo.
Por momentos me inspiro y me adorno de flores. Por momentos me deprimo y me seco negándome a nada. Me estiro, laxa, prolija, salvaje. Mi edad se mide en estados de ánimo. Me surcan arrugas de aguas que refrescan. Juntas cantamos. Juntos gorjeamos.
Me río cuando intentas controlarme, domarme, moldearme. ¿No te cansas de repetir siempre lo mismo? ¡Claro que sí! Te frustras conmigo. No me tienes paciencia y literalmente me quemas. Me lastimas. ¡Estúpido!, es que no te das cuenta que te jodes tú. No eres nada sin mí, pero yo lo soy todo sin ti.
Cuando me otorgas la responsabilidad de la semilla me honras con tus esperanzas. No siempre me entiendes, no siempre te entiendo, pero doy lo mejor de mí. Te lo juro.
Solo quiero darte placer cuando me tocas con tus pies desnudos. Transportarte a un nirvana cuando me abrazas con tu espalda y te fundes en mí, dejando que la gravedad nos envuelva.
Quiero que tengamos una orgía, el cielo, tú y yo. 

Vanina Palomo
Grupo C

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