Un as en la manga

El lunes pasado, día 19 de diciembre, montamos una timba en la Sala de Fondo Local de la Biblioteca Pública de la Casa de las Conchas.
La sesión del taller estuvo dedicada a las cartas, de ahí el título "Un as en la manga". Francisco de Quevedo, invitado a la partida, nos regaló unos versos del todo oportunos: "Este mundo es juego de bazas / que solo el que roba, triunfa y manda".
Hablamos del libro de Carles Cano "Cartes" y de diferentes poemas visuales de Joan Brossa, Chema Madoz y García de Marina.




Pero también hablamos del trabajo "La sota tuna. Los naipes como procedimiento de creación literaria y representación del caos" de Carlos González Sanz (Instituto Aragonés de Antropología) donde encontramos un romance que nos permite contar una historia con las figuras de la baraja española, así como la historia de "La baraja del soldado".
Disfrutamos, a continuación, con algunos poemas relativos a las cartas, como el que Pablo Neruda tituló "A la baraja":

Sólo seis oros,
siete
copas, tengo.

Y una ventana de agua.

Una sota andulante,
y un caballo marino
con espada.

Una reina bravía
de pelo sanguinario
y de manos doradas.

Ahora que me digan
qué juego, qué adelanto,
qué pongo, qué retiro,
si naipes navegantes,
si solitarias copas,
si la reina o la espada.

Que alguien mire y me diga,
mire el juego del tiempo,
las horas de la vida,
las cartas del silencio,
la sombra y sus designios,
y me diga qué juego
para seguir perdiendo.


Recordamos el trabajo que Leopoldo María Panero hizo en "El tarot del inconsciente anónimo" publicado por Valdemar. Y jugamos una partida con el "Juego de cartas" de Max Aub, una novela baraja de la que estudiosos como Julio Borrego Nieto, Jesús Fernández González, Luis Santos Río y Ricardo Senabre afirman en el libro "Cuestiones de actualidad en la Lengua Española" (Ediciones Universidad de Salamanca):

Pero existe un espléndido ejemplo de “novela interactiva” avant la lettre, anterior al desarrollo y la pujanza del orbe informático: Juego de cartas, de Max Aub, publicada hacia 1964. La obra se presenta como un conjunto de 104 cartas contenidas en un estuche de cartón. Carta tiene aquí el doble valor de “naipe” y “misiva”, porque, en efecto, cada carta “naipe” tiene al dorso una carta “misiva”. Es una novela epistolar acerca Máximo Ballesteros, muerto en circunstancias poco claras. Algunos autores de la cartas piensan que se ha suicidado; otros sospechan que ha muerto a manos de su mujer por un asunto de celos; el médico estima que se trata de un fallecimiento por trombosis. Los puntos de vista de los distintos firmantes acerca de Máximo Ballesteros difieren hasta extremos inconcebibles. Como se trata de un juego (`conjunto`) de cartas (`misivas`), pero las cartas son también naipes, se puede jugar, y el autor ofrece las reglas. Según la disposición con que vayan saliendo y disponiéndose las cartas después de barajarlas y repartirlas, aparecerá una silueta diferente del muerto. También aquí se pone en tela de juicio el principio de autoría y se concede al destinatario un papel relevante en la interpretación del texto, al mismo tiempo que éste aparece como un encrucijada de lecturas posibles. El autor explica cómo deben repartirse los naipes y añade: “Puede variar el juego desde el principio dando dos o tres cartas, a gusto de los jugadores, con la seguridad de que el resultado será siempre diferente”. Y remata: “Gana el que adivine quién fue Máximo Ballesteros”. Pero nadie ganará, porque la realidad es caleidoscópica y huidiza; o mejor, hay tantas realidades como perspectivas.



Dejamos aquí por último una baraja de poesía visual contra la violencia de género ilustrada por Edu Barbero:






Propuesta de escritura

En esta ocasión la propuesta de escritura fue doble. Así cada cual elige a qué le apetece más jugar:

1. Escribe un texto relacionado con alguna carta o algún palo de la baraja. También puedes mezclar diferentes figuras en una historia.
2. Imagina una timba de cartas que reúne a un grupo de gente. Las apuestas en la partida son importantes. Unos ganan y otros pierden. Pero no sólo se pierde la partida. Hay quien pierde la dignidad, quien pierde una joya de valor, un coche, una casa, una familia. Cuenta las circunstancias de un perdedor.

Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Cartas caras

La timba es en el Gali, aquél bar lúgubre, bello, decadente y luz, al que acuden desde hace años todos los miércoles.

Alba llega tarde, por las clases de la Universidad. Está contenta, jovial, hermosa. El curso le está encantando, las clases de literatura estadounidense del XX la tienen ensimismada. Se ha pasado el camino pensando en Gatsby, fantaseando con su amistad, acompañante de fechorías, libre, disfrutona, felices años XX.

Saluda a sus amigas. la llaman guapa, pendeja por llegar tarde, malvada por estar tan bonita. Le preguntan por Markel, por su próximo viaje juntos a Cerdeña. “Al lío nenas, que hemos venido al póker”.

Ángela reparte cartas. Ella llegó la primera. Pidió su té negro, se sentó en la mesa, esperó al resto con la mirada aterrizada en el horroroso día, en las ganas que tenía de ver a su gente para callar un poco el ruido.

Primera mano. Ángela pone mala cara, siempre lo hace, no puede evitarlo pese a que todas sus amigas le han repetido mil veces que no, que no se puede poner esas caras jugando al póker, jugando a nada, o el de enfrente, o la vida, te ganan seguro.

Irene es distinta. La esfinge del grupo. En cartas, en todo. Coge sus cinco, las revisa concentrada, mira a Alba y le tira un beso. Todas saben que el beso puede ser cualquier cosa, ir para repóker o para nada. Muralla Irene, besos y abrazos aun cuando todo se va a la mierda. Siempre detrás de ella para que diga, cuente, se deje.

Carmen pide dos. Siempre pide dos, maldita sea. Dos cañas, dos vestidos, dos libros, dos cartas. Mira que le han dicho que el impar es el bueno, el uno con uno, el dos y uno. Pero nada. Pide dos.

Así pasan el resto de la tarde. Entre tés, cañas, risas, historias. El Gali se va llenando de gente, van siendo las 23.00. Vuela el tiempo como siempre vuela desde que se juntan. Gana más Irene. Ríe más Alba. Equilibra Carmen, que gana dos partidas. Agradece Ángela, que según llega la hora de la despedida empieza a sentir la punzada del enemigo. “Ya va a venir” se dice, “ya viene”, pero como siempre, en la única cara que sabe ocultar, camufla, esconde, juega al póker mejor que ninguna.

Se despiden en la puerta. Se besan, se abrazan, se verán el fin de semana. Ángela dice que no sabe si podrá. Pone cara. La increpan con todo el cariño del mundo. “Siempre igual Anyi, con lo que disfrutas luego”

Subiendo las escaleras el ruido ya es angustia, desesperación, súplica. Abriendo la puerta, la punzada es terror. La voz débil dice “¿Marcos? ¿hola?”. Se oye la televisión en el salón, pero no hay nadie. Va hacia la cocina, allí sí está él. Hola de nuevo. Nada de nuevo. Los fogones encendidos, la cocina guerra mundial para un solo plato, con un huevo y unas pocas patatas fritas.

El miedo muta a rendición. Escondiendo el temblor se acerca, le da un beso. Él, algo esquivo se deja hacer.

- Sabes que prefiero que cenemos juntos, Ángela.
- Lo sé cariño, perdona, ahora hago algo mejor. Se gira hacia el frigorífico. La cara es terror, las manos viento.

Néstor Valverde
Grupo A


La última partida
Todas las tardes después de comer, tenía la costumbre de ir al bar, reunirse con los amigos y echar una partida al mus. Era una manera de matar el tiempo una vez alcanzada la jubilación. En el pueblo donde vivía no había muchas otras alternativas. A la vez que jugaban, comentaban las noticias de los periódicos o de lo que acontecía en el pueblo.
Siempre que jugaba, repetía las mismas frases con su compañero: "Si en el mus quieres ganar, no te canses de pasar", "Esta vez, la chica no me la quita nadie", "Córtalo, tengo jugada para todo", "Déjame hablar a mi, que este juego lo gano yo solo", "Pásate, que ya verás si lo cortan como caen".
Cuando los contrincantes cogían mejores cartas, se calentaba enseguida, en cuanto le envidaban, les decía: "Un envite no, tienen que ser los dientes de un choto".
Si era mano y tenía juego, ya le conocían, echaba " órdago ", aunque no tuviera treinta y una, "El que tenga valor que lo vea".
Aquel día fatal, mientras jugaba, la última frase que dijo lo recuerdan sus compañeros: "No tengo juego", cayo desplomado, hincó la barbilla sobre el tapete verde de la mesa.
Llamaron al médico del pueblo, el cual acudió en unos minutos, pero no pudo ser, este certificó un posible infarto.
Al día siguiente del entierro, a la misma hora de todos los días, allí estaban los compañeros en el bar, buscaron un sustituto y este puso una condición:
"De acuerdo yo juego, pero sino os importa cambiamos de mesa"

Luis Iglesias
Grupo B


Timba de cartas
Copas en el juego
se mezclan con bastos,
espadas alegres,
oros son de espanto.

La baraja sirve
para ilusionarnos,
con ella sentimos
emoción y llanto.

Si pierdo en el juego,
me paso por alto
ver como los otros
se alegran un rato.

Partida perdida
es un sobresalto,
alguien gana alegre
mientras le miramos.

El que menos tantos
tenga registrados
en lista con nombres
de juegos marcados,
será el vencedor,
es el que ha triunfado.

Sofía Montero
Grupo B


TRAMPAS.

Los amigos de toda la vida jugamos la timba anual por estas fechas. En términos de dinero y fama, el único que ha conseguido el éxito ha sido Alberto. Los demás somos gente sencilla, común y corriente. Hipotecas, matrimonios, hijos.

Alberto ha ganado millones a espuertas. “For Art”, su empresa de inversiones en Arte, ha sido como todo el mundo sabe, la mayor estafa piramidal de nuestro país, Bancos aparte.

La historia es conocida. Después de varios paseíllos a los juzgados, Alberto ha quedado libre por “defecto de forma”, y con todos sus millones a salvo a nombre de testaferros; su mujer, y este su más viejo amigo, principalmente. Me he dejado liar, como siempre, como cuando de niño robó el cáliz de la parroquia del padre Natalio, y yo casi me la cargo por cubrirle las espaldas.

Solo una sombra en el horizonte de Alberto. Su tendencia –por el momento superada- a la bebida. Angela, su bellísima esposa y buena amiga mía, ya le ha dicho que no le vuelve a pasar una.

Alberto solía perder en la partida, lo que supongo que era de algún consuelo, para nosotros, sus colegas más o menos fracasados. Hasta que un día nos dimos cuenta de que hacía trampas. Para hacerse perdonar los millones, digo yo. Es un granuja simpático. Aun así, o precisamente por eso, nos sentó fatal, y casi estuvimos a punto de expulsarle de la timba. Ahora gana de vez en cuando.

Yo suelo servirle su cerveza sin alcohol, y pongo sobre la mesa mi vaso de Cruzcampo con un chorrito de ginebra. A veces me dejo llevar por la ensoñación del crimen perfecto. Le cambio los vasos, y después de tomar el primer trago vuelve a recaer en la bebida. Yo ya me he ido, porque tengo que hacerme cargo de los niños, que la puñetera de mi ex mujer me tiene acogotado; de modo que no presencio mi proprio crimen. Con la boca ya caliente, Alberto pide en la cena una cervecita –sólo una-, y el resto de la panda no consigue impedirlo. Así que, lo típico, otra cerveza, una copa. . . y una caída en picado de la que ya no se va a recuperar. Su mujer le abandona, y la fama de estafador que tiene no le reporta precisamente compasión. El patrimonio y el dinero ya está a nuestro nombre. Voy a recoger a Angela, que da una conferencia sobre “Arte y Mecenazgo” en el Círculo Cultural de Emprendedores, y aparco mi Dubai “Concorde” junto a la esquina donde acostumbra a pedir Alberto. No me reconoce. Le tiro unas monedas al plato, como la calderilla de intereses con la que engañaba a los incautos que desplumó, y paso de largo. Es en este punto de mi desvarío cuando se me aparece la imagen del padre Natalio, que en paz descanse, y se me cae la cara de vergüenza.

Y me voy corriendo a recoger a los niños, que la última vez la puñetera de mi ex mujer me los dejó en la calle.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Buen naipe

Me pongo a escribir con el ánimo bajo, ¿cómo se podría estar sino el día después de Navidad, cuando ya has recogido la bajilla buena, la cubertería, que está en su caja esperando los grandes acontecimientos, cuando ya hasta se han terminado los restos de la cena de Nochebuena y la casa , tu vida ha vuelto a la rutina?, el Belén y los adornos siguen, por costumbre estarán hasta el día después de Reyes, y ¡volverán a guardarse en las mismas cajas, en el mismo altillo!, a los que esperabas vinieron, ya se han ido, ¡la vida es así!, esta es la frase consuelo. Todo resultó como esperaba, bien la alegría de la llegada, bien la cena, bien los regalos, las risas, los villancicos, ¡por eso no me gustan estas fiestas, la diversión está programada, se sabe cuándo va a terminar!, al día siguiente alguien tiene que ir a trabajar. ¡Ha sido demasiado barullo para que dure tan poco!

Y en este estado de ánimo doy marcha atrás, me voy a mi niñez, a recuerdos que me cambien el ánimo, no se debe uno permitir estar así, como decía mi paisana Santa Teresa “no estés triste nunca, que es pecado estar triste”. Y me acuerdo de mi casa, de mis padres, de mis juegos, ¡ah! al pensar en juegos no puedo menos de sonreír, me he acordado de cuánto me gustaba jugar con mi padre a las cartas, ¡ya tengo el tema para “Un as en la manga”.

Tendría tres, cuatro, cinco años, años cuarenta, por aquel entonces en mi casa no había ningún libro de cuentos de esos que los padres leen una y otra vez, pero había una baraja de cartas, ¡y vaya si supo mi padre sacar de allí historias y juegos!, se convirtieron en uno de mis juguetes preferidos, mi padre recurría a ellas en esas largas tardes de invierno y recuerdo, siempre que yo estaba malita.

Al principio el juego era hacer montones de las del mismo palo, llegar a aprender a contar las diez, los oros eran mis preferidos, del orón, as de oros, tengo el recuerdo de que brillaba mucho, la familia de las copas tampoco estaban mal, la copona me parecía muy grande, las espadas no me gustaban, la espadona me parecía que me podía cortar, que pinchaba, el bastón tenía muchos colorines y me gustaba. Hacíamos bodas, se casaban las sotas, que hacían de princesas con los príncipes que iban a caballo, los ases eran los curas y los reyes los padres, los demás los invitados. Yo aprendí a inventar historias de esas bodas.

Aprendí a jugar a la brisca y, para saber si había ganado, a contar hasta cuarenta, no sé si tardé mucho, ni cómo, pero aprendí los valores de las cartas y a contar de verdad.

Jugábamos a la raposa, ahora pienso en él como un juego tan tonto, que he llegado a pensar que lo inventaría mi padre: Se repartían las cartas boca arriba y a quien llegara el cuatro de oros, esa era la raposa, ganaba. Quien perdía daba un garbanzo, eso era nuestras fichas, nuestras monedas. Recuerdo la emoción con que esperaba que llegara a mi montón. Acabo de mirar en google, ¡vaya sorpresa!, sí existe la raposa como juego de cartas.

Este rato que he estado recordando, jugando con mi padre, me ha servido como entonces para ponerme contenta, mi ánimo está muy lejos de ese con el que estaba hace un rato.

Mi gusto por las cartas se despertaría entonces, me gusta jugar a las cartas, diría que es un juego muy completo: desarrolla la atención, la intuición, los valores de saber ganar y perder, entretiene, ¡dicen que para los mayores es un buen ejercicio!, por eso lo practico. Me gusta cuando alguien me dice “¡Tienes muy buen naipe!”

Inés Izquierdo
Grupo A


¡Maldito cero!
Perdóname, perdóname y vuelve a perdonarme, porque todos los perdones del mundo son insuficientes. Soy una cobarde, me siento indigna y débil. No puedo humillarme más ante ti. Si fuera un animal inclinaría la cabeza para ofrecerte mi cerviz y darte la oportunidad de rematarme y, aún así, no sería suficiente penitencia para mi pecado. Pero hasta para eso soy cobarde…

Me aterra volver a contarte que lo he perdido todo y que, nuevamente, te he arrastrado en mi caída.

Era mi noche de suerte. Sabes que eso sólo ocurre una vez en la vida y pensé que esa era la ocasión. Presentía que era mi oportunidad: el corazón, el alma, la cabeza me decían “vuelve a doblar: es tu tirada”. Y en un “no va más” se truncaron mis sueños y nuestro futuro. Esa apuesta se llevó todo nuestro capital: la entrada para el coche, el aval que nos dieron tus padres para el piso… Nos hemos quedado en la calle, otra vez.

¡Qué ilusa! Quería llegar a casa con un dineral y decirte: “¡cariño! Se han acabado nuestros problemas. .. He ganado… Por fin, la ruleta me ha devuelto la fortuna… Y revivir aquellos días en que la suerte estaba de mi lado y nos permitíamos pequeños lujos a costa del azar. Estaba decidida a hacer de aquella partida la última de mi vida, a no volver a jugar nunca más, como te había prometido en mil ocasiones. Y, una vez más, te he dado la espalda.

Empecé ganando mucho dinero, apostaba y repetía ganancias. Como siempre, la avaricia se despertaba y se iba haciendo más grande con cada par-impar, falta-pasa, rojo-negro… Porque ya sabes que siempre juego con poco riesgo. La cantidad inicial se había triplicado, el montón de fichas crecía sobre la mesa. Hubo un momento en que pensé en detenerme y conformarme con los beneficios obtenidos, pero la codicia había tomado las riendas iniciando su proceso irreversible. ¡Era mi noche de suerte! Empecé a subir los envites y a perder. Par-impar, falta-pasa, rojo-negro… Volví a doblar: negro y volví a perder: rojo… Y así hasta que la apuesta era el resto. ¡Maldito Cero!

Te mando esta carta porque no me atrevo a mirarte a los ojos y decirte todo lo que te he escrito en estas líneas. No puedo, ni quiero enfrentarme a los reproches que me estarán esperando, tanto los tuyos como los de toda nuestra familia, a las recomendaciones de procederes o a los vaticinios de un futuro incierto. Pero, sobre todo, soy incapaz de enfrentarme a tu mirada, a tu silencio.

Me acuso de coger un dinero que no era sólo mío. Te lo devolveré. Te prometo que lo haré. Porqué estoy segura de que la suerte volverá a cambiar y llegará, por fin, mi momento. Algún día, la Fortuna recordará mi cara y me saludará haciéndome ese guiño especial que modificará mi universo… Y el tuyo, si quieres. Vivir ese instante compensará cualquier sinsabor anterior, incluyendo tu dolorosa pérdida.

M. Maximina Moreno
Grupo A


Las circunstancias de un perdedor
Hace unos veinte años, aproximadamente, un familiar empezó a jugar a las cartas. Fue un amigo suyo quien le incitó a jugar. Recuerda que por las noches tenia que llamar a programas de concurso .

Al principio no le daba importancia, pero estaba enganchado al juego. En una ocasión perdió 600 €.

Como no tenía ese dinero tuvo que pedir a familiares, y a punto estuvo de perder su casa. Un día reacción y gritó en voz alta: "¡Tengo una adición al juego! Necesito ayuda."

David Álvarez Sánchez
Grupo B


Cómo hacerme rico con una baraja española
Una tarde de ocio y luz, ante una baraja española reflexionaba de qué forma podría hacerme “de oro” haciendo uso de sus cartas. Lo primero que se me ocurrió pensar fue en participar en alguna timba en la que se jugase al Póker, Mau-Mau, Tute, Giley, etc., etc., en cantidades fuertes. En una partida de esas “si tienes buen naipe”, se puede ganar mucho dinero. Pero el azar es caprichoso y la suerte no siempre sonríe. Hay partidas en las que la diosa fortuna se pone de tu lado y las ganancias se incrementan de forma fabulosa, pero en la última mano se acepta un envite fuerte, da la espalda la suerte y se pierde todo. También se producen situaciones en las que el enardecimiento es tan grande, que se acepta cualquier postura, pensando que ganas, y se pierde. Decididamente no me convenció el procedimiento adecuado para lograr mis fines.

Como el campo de la imaginación es muy grande, y aquella tarde el tiempo no apremiaba, concebí un sistema en el que utilizando todos los palos de la baraja y algunas cartas de ellas podría conseguir “todo el oro del mundo”. Pensé que consiguiendo el cofre donde se guardaban todos los oros de la baraja, conseguiría mi objetivo. El plan tramado consistía en hacerme con un bastón para que me ayudase a realizar el camino hasta el tesoro; y que mejor bastón –pensé- que “un bastó grande y fuerte”, por lo que elegí el “AS DE BASTOS”. Para vencer a los enemigos que me encontrase en el camino y luchar contra los avatares del itinerario necesitaba un arma sólida y fuerte por lo que cogí “EL AS DE ESPADAS”. Posiblemente durante el trayecto en alguna ocasión tuviese miedo a los peligros de la empresa y para vencer ese miedo me tomaría “TRES COPAS”, que me envalentonasen, por lo que elegí esa carta. Con esas tres cartas, llegaría a lograr mi objetivo: hacerme con todos los “OROS”.

Ramón Sánchez Rodríguez
Grupo B


El golpe

Uno de julio. Año inespecífico de la década de los noventa. Queda inaugurada la sobremesa estival del “Baratito”. Hora, tres y media de la tarde. Juego, “Remigio”, como en cualquier pueblo serrano que se precie. Normas, las de siempre: cinco jugadores; cien pesetas al marcharse de la mesa; a la tercera partida perdida, se abandona el juego; un único ganador que recauda entre cuatrocientas o quinientas pesetas diarias. Toda una fortuna para esos adolescentes en aquellos tiempos. En la mesa, cuatro gallitos de corral que se ven comer el mundo, el verano y a alguna incauta: Pablo Numan, Roberto Refor, Jaime Din y Martín Brando. Junto a ellos, el menos agraciado, Daniel Depito, con unos cuantos kilos de más. Los otros cuatro se fijan en él no sintiéndole un rival de altura. Por cierto, Dani también es bajito.
Comienza la timba. Cartas escondidas, tríos y cuartetos del mismo número o palo, alguna escalera, comodines que no aparecen, mentes que cuentan para llegar a setenta, pocos secos. Pablo, mientras suma puntos, mira y remira a la joven que, en la otra mesa, se entretiene con el mismo juego, pero sin apostar. Todavía le queda espacio para ella en su intensa retina azul. ¡Ay! Laura Bocal. Hace años que sueña con ella. Todos los veranos, ella se convierte en un proyecto que no logra alcanzar. Laura tiene unos labios que invitan a comerlos. ¡Qué ganas de probarlos! Pero este año es diferente. Se siente con posibilidades. De este verano no pasa, seguro. Vuelve a la partida con un seco que deja a todos con la boca abierta. ¡Hala! Un chinito para cada uno. A ver si se lleva todo el bote.
Poco a poco los participantes van abandonando la partida con cara de decepción. ¡Cómo es posible que a Pablo siempre le toquen los comodines! Al final quedan Dani y él. Dos a uno, perdiendo Dani. Para el duelo de titanes se hace un corro alrededor de la mesa. Casi todas las chicas desean en secreto que gane Pablo. Ellos, en cambio, y Laura también, ansían una victoria para Dani. Pero esta vez Pablo se lo juega todo a una carta, espera pacientemente y, zas, justo la que necesitaba. Pone las cartas boca arriba y seco; Dani a casa. El bote es suyo. Sonríe y mira a Laura con satisfacción.
-          Empezamos bien el veranito, ¿eh? Voy a ser un as del Remmy. Ya veis, hoy la suerte está echada.
En ese momento, mientras pasa su brazo por el cuello de Dani, Laura exclama “Afortunado en el juego, desafortunado en amores”. Tras darle un apasionado beso en los labios añade:
-          “Vamos, Dani, que nosotros nos apuntamos otro tanto”.
Con cara de póker, Pablo recoge su baraja marcada y la mete en su mochila con intención de repetir la jugada al día siguiente. Mientras cierra la cremallera a su amargo triunfo recuerda la frase tantas veces repetidas por quien le inició en el mundo de los naipes, su abuelo Melchor: “Las cartas y las mujeres, se van con quien quieren”.

Toñi Martín del Rey
Grupo B

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