Las ruinas de Aras: leyendas de la ciudad blanca

La sesión del grupo B del lunes pasado fue conducida espléndidamente por Jaume Castejón que hizo un repaso por su obra literaria.
Jaume nació en Barcelona en 1964. Desde hace tiempo reside en Salamanca. Es licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y licenciado en Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología por la Universidad de Barcelona (UB). Siempre ligado a actividades culturales, ha ocupado diversos puestos en varias revistas literarias y ha sido presidente de una asociación teatral (ACJCC). Ha obtenido algunos premios literarios en certámenes locales. Actualmente es vicepresidente de la Asociación Española para la Recuperación, Conservación y Estudio del Gusano de Seda Autóctono (AERCEGSA) y pertenece a la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFT). Ha publicado, con otros autores, un poemario Poesía a los cuatro vientos (2001) y las cuatro partes de la saga Aras. Leyendas de la ciudad blanca: Las ruinas de Aras (2009), La corona perdida (2011), Los mercenarios rojos (2012) y El trono de Aras (2015).
Asimismo también ha participado en las antologías Kalpa I (2015) y Kalpa II. Ecos de Bécquer (2016). Su última novela La cueva de los murciélagos (2018).



Recogemos aquí algunas opiniones sobre la obra de Jaume Castejón:

“Uno tiene la sensación de cada una de las palabras de la novela van cayendo de forma vertiginosa, como si se tratara de un río desbocado. Es un texto impactante, descarnado. Implacable. Desde el primer momento se invita al lector a participar de una aventura arriesgada, donde los temores de los personajes son en ocasiones intuiciones que provocan más conflictos si cabe.
Es una novela que enlaza el viaje iniciático de cierto personaje con la mirada inquisitiva, pero poética de otros. Es un juego de aventuras donde las personas, los que están de vuelta y los que no, convergen en un fin: hacer el bien.
Todo un riesgo en el momento actual, pero una auténtica delicia de leer, pues si bien el autor marca unas líneas rojas entre el bien y el mal, deja claro que los matices de estas líneas son el viaje que cada uno de los personajes emprende, y con ellos los posibles lectores.
A mí me ha entusiasmado que sea una novela valiente en todos los sentidos, a la vez que el resultado sea tan ameno, y sutil”

Anika entre libros

“La novela, que se inscribe dentro del género de la literatura fantástica nos introduce en un mundo apasionante donde se tiene la sensación de que cada una de las palabras de la novela van cayendo de forma vertiginosa, como si se tratara de un río desbocado. Es un texto impactante, descarnado e implacable que desde el primer momento nos invita a participar de una aventura arriesgada, donde los temores de los personajes y sus intuiciones provocan, en ocasiones, más conflictos. Es una novela que enlaza con el viaje iniciático de ciertos personajes con la mirada inquisitiva, pero poética de otros. Es un juego de aventuras donde las personas, los que están de vuelta y los que no, convergen en un fin: hacer el bien. Todo un riesgo en el momento actual, pero una auténtica delicia de leer, pues si bien el autor marca unas líneas rojas entre el bien y el mal, deja claro que los matices de estas líneas son el viaje que cada uno de los personajes emprende de forma personal, invitando a los posibles lectores a hacer exactamente lo mismo. A mí me ha entusiasmado que sea una novela valiente en todos los sentidos, a la vez que el resultado sea tan ameno, y sutil. Debo reconocer que empecé a leerlo con bastante escepticismo, sin embargo ya en las primeras líneas es increíble la facilidad con la que el autor nos hace vivir cada detalle, cada situación como si los personajes fuesen tan reales que pudieran hablarte al oído, es de un realismo abrumador. Desde el primer instante te atrapa. Es un paseo muy hermoso por tierras imaginarias que se puede ver, sentir y oler. La historia es altamente adictiva y te permite ser un protagonista más de ella. Es un libro lleno de personajes dinámicos, con sus historias, sentimientos, guerras, luchas, pasiones, es un libro de honor, traición, miedo, huidas y encuentros... es un libro, en definitiva, lleno de vida. A mí me ha apasionado, pero echo en falta más... deja aún incógnitas por resolver y un buen sabor de boca. Un libro de lo más descriptivo, con unas historias que, pareciendo antiguas, poseen temáticas y secuencias muy "actuales". Espléndido, una joya de libro. Altamente recomendable. Lo recomiendo encarecidamente.”

Resenyasliterarias

“Jaume Castejón es el autor de la serie de Aras, la Ciudad Blanca, una saga de fantasía épica narrada de manera ágil, con un estilo muy limpio y depurado; ha sabido jugar muy bien con un mundo inventado construido sobre unas bases sólidas, muy coherentes, y unos personajes poco convencionales, a los que ha dotado de una fuerza y unas actitudes que les confieren una mayor autenticidad.
La redacción de este autor huye del alambique, procura mantenerse dentro de una línea sencilla, sin florituras que retuerzan en exceso la lectura de la historia, para que quien se acerque a ella pueda resultarle comprensible y entretenida, con un matiz adictivo que hace que una vez comenzado resulte difícil de dejar.
El ritmo se mantiene firme, permitiendo que todo surja con fluidez, sin saltos extraños que hagan tropezar la trama, permitiendo que el lector se mantenga pendiente de lo que está sucediendo en cada momento.
Como escritor de fantasía, Jaume Castejón demuestra una gran capacidad para elaborar mundos, situaciones y personajes, ofreciéndonos un interesante espectáculo que merece la pena disfrutar.”


José Fco. Sastre


Y finalmente incluímos aquí un fragmento de su novela La cueva de los murciélagos:

Marco se sentó, de nuevo, junto a Esmeralda y Lana junto a Marco, mirándoles a todos, expectante, esperando que Clarita hablase.
—A ver, sabemos que Tina no ha dormido en casa —empezó a explicar la benjamina del grupo—, por tanto, le haya pasado lo que le haya…
—¿Y por qué tiene que haberle pasado algo? —preguntó Lana.
—Bueno… Dilo como quieras —respondió Clara—. ¿Quién fue el último que habló con ella?
—Nosotros —respondió Esmeralda refiriéndose también a su hermano que asentía con la cabeza— nos despedimos de todos vosotros alrededor de las nueve y media, ¿no?
—Sí —confirmó Pedro—, esa hora sería.
—Yo me fui enseguida —prosiguió Marco—, tenía que estar en casa antes de las diez, si no…
—Pues sólo quedamos tú y yo —dijo Clara señalando a Lana—, pero recuerdo que ambas, Tina y yo, nos despedimos de ti.
—Así es —afirmó Lana—, pero yo la vi después.
—¿Cuándo? —preguntaron todos al unísono.
—Después de cenar —continuó la muchacha negra—. Llamó a casa desde abajo. Mi madre no me dejaba bajar, pero al final consintió. Estuvimos una media hora hablando hasta que mi madre me llamó desde arriba.
—¿Y de qué hablasteis? —quiso saber Clara.
—Cosas…, ya sabéis.
—¿Estaba rara? ¿Te dijo si quería irse? ¿Se había enfadado con su madre? —preguntó atropelladamente Clara.
—No, no y sí. Su madre quería que ayudase en la tienda y ya sabéis…
—¿Qué sabemos? —preguntó Esmeralda.
—Pues eso —dijo Lana como si todos conociesen la respuesta—, su madre pretendía que por las mañanas estuviese en la tienda y ella estaba disgustada porque quería estar con nosotros. Luego me habló de un tal Jaime, alguien que conoció el año pasado en las fiestas de septiembre y con el que ha hablado algunas veces por teléfono. Eso es todo.
—No, eso no es todo —les sorprendió Clara con su razonamiento—. Porque parece que Tina, después de estar contigo, ya no volvió a casa y su madre no se dio cuenta de su ausencia hasta la madrugada, cuando se levantó para preparar las cosas de la tienda. O sea que —y mascó bien las palabras para que no hubiese duda—haya pasado lo que haya pasado, o bien en la conversación que mantuviste con ella están las claves que no sabemos ver o alguien la vio después de haber estado contigo y podría ayudarnos a encontrarla.
—¿Por qué no dejamos que lo haga la Guardia Civil? —preguntó Pedro—. De todas formas igual se ha escapado por lo de su madre y mañana vuelve al pueblo.
—Somos sus amigos —le reprochó Clara—. Además la Guardia Civil no hará nada hasta que no hayan pasado veinticuatro horas y eso, chicos, es mucho tiempo. Y si se ha escapado, puede estar en problemas.
—Ok —dijo Marco—, contad conmigo.
—Y conmigo —se apresuró a decir Esmeralda.
—Está bien —aceptó Pedro.
—¿Y tú? —preguntó Clara a Lana.
—De acuerdo. Le pediré a mi madre que hable con la suya, igual podemos averiguar algo más.
—¡Perfecto! —se alegró Clara—. Ahora id a casa y pensad en estos cuatro últimos días y anotad en un papel todo lo que se os ocurra. A las seis nos vemos en la piscina, con toda la información, para ponerla en común.



Si alguien quiere asomarse a su obra con más detenimiento puede visitar su página


Propuesta de tarea

Jaume propuso como tarea para la semana escribir un texto con carácter medieval. 
Estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


La guardia

Nie despertó asustada, incorporándose en un impulso, abriendo los ojos desmesuradamente, con el corazón latiendo alocadamente, rígida. El sudor frío estaba empapando sus ropas y sintió un escalofrío al descubrir que una espesa niebla, húmeda y pegajosa, había caído sobre el campamento. La hoguera estaba completamente apagada y los rescoldos tampoco conservaban calor alguno. Pudo oír a los caballos atados a unos pasos de distancia, tranquilos, aunque su sensación de inseguridad iba en aumento. Algo le decía que aquella niebla no era normal.

Con sus manos palpó a ambos lados, buscando la espada para sentirse más segura. Sus compañeros dormían plácidamente, sus respiraciones eran pausadas, tranquilas. Nie se levantó con cautela, procurando hacer el mínimo ruido posible. No se distinguía absolutamente nada. De pie, en medio del campamento, no sabía hacia dónde dirigirse y la sensación de desprotección crecía al tiempo que su angustia. Escuchó atentamente como lo había visto hacer al mago, con los ojos cerrados, confiando en su percepción. Silencio absoluto. El ambiente era pesado, espeso. Nie dio un paso, a ciegas, hacia los caballos, pero inmediatamente una mano le asió con fuerza la muñeca. Sintió un tacto frío al mismo tiempo que tiraban de ella hacia abajo, tapándole la boca para que no gritase.

—Sssssch... —le ordenó Kal con suavidad.
—¿Qué...? —empezó a preguntar cuando el mago retiró la fría mano de su boca.
—Silencio —susurró con una voz dulce, melosa, que apaciguó la intranquilidad de la ladrona—. No temas. Duerme
—Pero... —insistió.
—Esta noche os protejo yo —le dijo al oído.

Nie no podía ver el rostro de Kal, pero podía imaginarlo con aquella sonrisa que pocas veces mostraba, con sus ojos verdes brillando, con esa pose de autosuficiencia. Sintió un escalofrío porque empezó a temer su amor por él. Le sintió cercano, su aliento pegado a su oído, su calor tan próximo que su rostro se giró para buscarlo con los labios entreabiertos, completamente ciega bajo esa niebla mágica que el mago había creado para protegerles. Su cuerpo ansiaba el contacto.

Kal puso su mano helada sobre la frente de Nie y sopló levemente sobre sus ojos. Con la otra mano recogió el cuerpo de la muchacha que ya caía inerte, envuelto en un profundo sueño. La estiró sobre la manta, junto a Úrfang, y permaneció sentado, concentrándose de nuevo.

—Vuela..., vuela lejana por los altos reinos de los sueños —murmuró de forma casi inaudible mientras la cubría con otra manta para que no se enfriara.

Jaume Castejón
Grupo B


De amor y muerte

Hay sangre en los escalones del castillo…La reina Leonor de Aquitania la percibe cuando sale a montar a caballo con sus damas. Una sospecha sobresalta su corazón. Aquella noche su trovador favorito no ha acudido a la cita bajo la ventana de sus aposentos, ni había escuchado sus endechas. No era el suyo un simple amor cortés como se dijo luego.
Ella lo amaba con todo su ser: era joven, hermoso, sensible, culto, apasionado, ella también. Dos almas que podían fundirse, como sus cuerpos aquella noche de luna en el bosque, inolvidable.
El rey lo supo por Arnault, el felón también enamorado de su esposa, tan contrario a su trovador amado.
Al monarca no le interesaban las almas, pero no consintió la unión de los cuerpos, por eso mandó cortar la cabeza del trovador.

Emilia González
Grupo B


En la mañana del domingo paso a visitar el mercado medieval ¨Fes El Jedid", creado en el siglo XIII por los meriníes y que se convirtió rápidamente en la sede del poder real . En esta ciudad se esconde una densa trama urbana. En ella está  el barrio judío (mellah), el palacio real, animados zocos y de tiendas de grandes artesanías . Paseando por una de las calles coincido con una maga que está haciendo un espectáculo de magia dedicado a los más pequeños. Coincido también con una tarotista que se dedica a echar las cartas y que me dice:
-Muchacho, acércate que te voy a echar las cartas 
-Gracias, -le respondo. No creo en estas cosas. 
-Si me deja le voy a decir lo que te va a traer el futuro en los próximos meses.

David Álvarez
Grupo B


Para verdades, el tiempo

-¿Dormitáis, señora?- susurró Mayor de Ovalle.
-No. Perdonad niña, el tibio sol de febrero y este rincón tan recogido del claustro son sumamente placenteros. Me he ensimismado un momento mas no he dejado de escucharos –respondió Doña Leonor, la anciana Comendadora del monasterio de Sancti Spíritus.
-Aún tengo que referiros las quejas de la freila refitolera que me acucia con la falta de noticias del envío de enseres y viandas que había de llegar desde el Casar de Palomero. Ya se ha retrasado, al menos, quince jornadas. Asegura que nuestro refectorio anda escaso de vino, de aceite y de pan y que echan a faltar en las cocinas las frutas, gallinas y conejos que esperábamos recibir.
-Tendremos que resignarnos y rogar a Dios para que el rey Don Carlos atienda pronto nuestros requerimientos. Ya sabéis que el malhadado Don Pedro de Villafuerte anda conspirando para usurparnos los bienes y rentas que tenemos en Extremadura. Me han llegado noticias de que ha ocupado La Atalaya y que exige a los aparceros la totalidad de los arriendos y diezmos.
-Pero, ¿cómo puede hacerlo un caballero de nuestra propia orden? –intervino arrebolada la joven Doña Mayor-. ¡Con lo respetuoso y humilde que se muestra cuando visita a su hermana que es freila en nuestro propio monasterio! ¿Dónde se ha visto tamaña hipocresía?
-Conteneos, niña. Ya sabéis que la Orden de Santiago está regida por hombres y guarda para ellos sus privilegios- contestó la otra en tono afligido-. Y mucho más desde que el propio rey es su Maestre.
-¡Si no nos escucha el rey tendremos que recurrir al mismísimo Papa!- propuso la impetuosa joven.
-La historia se repite- contestó Doña Leonor de Acevedo-. Hace ya más de cien años que nuestra comendadora tuvo que escribir al rey Don Juan II para que obligase al concejo salmantino a cumplir con las exenciones que venía quebrantando poco a poco. Ellas no podían “por ser duennas et de flaco poderio para lo poder resistir” –citó de memoria-. O como en esta cédula del año del Señor de 1493, los visitadores aseguraban que el monasterio estaba sin rentas. Leedlo vos misma.

-“Que fueron muchos e muchos los que pusyeron mano en la hazienda, que aun las çerraduras de las puertas diz que se llevaban”- leyó desconsolada la otra.

-Como veis –afirmó la anciana- viene de lejos que no se respeten los privilegios y favores que se nos concedieron y que se expolien y usurpen las rentas que por generosos legados y donaciones obtuvimos. Llevamos decenas de años con pleitos y alegaciones a los corregidores, a las justicias del rey, a los maestres de la orden y hasta a los mismo reyes y papas. Nuestras prebendas y beneficios han estado siempre amenazados.

Por una puerta accesoria apareció una freila que se dirigió a la superiora con el acostumbrado saludo.

-¡Loado sea el Altísimo!
-¡Sea por siempre venerado! –contestó Doña Leonor-. ¿Qué deseáis hermana portera?
-Ha venido un hombre. Tiene por gracia Juan de Ledesma y dice ser maestro cantero. Desea ver a vuesa merced.
-¿Quién es?- preguntó Doña Mayor a la Comendadora.
-Es un sobrestante de maese Pedro de Ybarra, el Maestro Mayor que está edificando la fachada de nuestra nueva iglesia. Hazle pasar María y veamos qué se le ofrece.

Al poco, siguiendo a la freila, caminaba un hombre menudo ya entrado en años y con la ropa emblanquecida. Según avanzaba trataba, con violentos gorrazos, de librarse del polvo del taller en un intento vano de mejorar su apariencia. Se dirigió a la vieja dama con humildad, sujetando nerviosamente la gorra entre las manos.

-Señora Doña Leonor, envíame Don Pedro por un suceso sucedido esta mañana en el taller de cantería. Estaba yo cincelando la lápida en la que han de figurar los antiguos privilegios concedidos a este monasterio cuando acaeció a entrar el arcediano de la catedral, Don Alfonso de Paz. Como sabéis es hombre muy letrado. Leyó la lápida e, inmediatamente, hizo venir a Don Pedro y, con grandes voces, vino a decirle que lo escrito era falso a porfía. Que ni el rey Don Fernando el Primero lo era en 1030, ni había por entonces Orden de Santiago, ni el escrito usaba las palabras de la lengua del siglo onceno. Preocupado por ello Don Pedro y al objeto de comprobar si ha habido algún yerro, me manda, con este legajo que su merced le entregó, por si fuera precisa alguna enmienda.

La mujer tomó el escrito en sus manos, lo leyó y se lo devolvió con brusquedad al cantero.

-Dile al maese Pedro que esto mismo, sin cambiar una letra, debe inscribirse en la lápida. Y que no haga caso de caballeros ni clérigos maliciosos. Esta inscripción se le encargó y a ella debe atenerse si quiere recibir lo convenido. Vaya con Dios.

El hombre se inclinó y salió algo corrido ante la reprimenda de la freila.

Cuando quedaron solas, la más joven se atrevió a preguntar:

-¿Y si fuera cierto el dictamen del arcediano, mi señora?

-El arcediano morirá, y tú y yo moriremos, mientras que la lápida seguirá encima de la puerta por siglos. Habrá quienes duden hoy de lo escrito, pero cada día, durante muchos años, habrán de doblegar la cabeza bajo la inscripción cuando vayan a entrar en la iglesia. Y después de muchos días y meses y años, ¿quién dudará de lo que está escrito en lugar santo? ¿Quién dejará de creer que los poderes del Rey y del Papa amparan nuestros privilegios para siempre?

Pepe Lorenzo
Grupo B

Nota. Los personajes y situaciones son ficticios, aunque es cierto que la lápida situada sobre las puertas de la iglesia de Sancti Spíritus es una impostura.


Benilde

Por más que sucia y desdentada, la vieja Benilde tuvo un saludo amable al abrir la puerta del chozo a los soldados en aquella noche de tiniebla. Portaba el candil en una mano mientras la otra descansaba en el rugoso bastón de ojaranzo. El capitán desenrolló el pergamino con gesto solemne, irguió su aventajada estatura y comenzó a leer con voz tronante: «De orden de Su Majestad Imperial…». La acusación era de brujería y llevaban misión de prenderla. Benilde invitó al pelotón a pasar al interior de la miserable cabaña y una vez adentro, a todos les fue dado escuchar sus argumentos negando una por una la totalidad de las acusaciones; palabras sentidas, resignadas, plenas de sinceridad y honradez, mientras recogía sus cosas y terminaba de liar el hatillo. Bien evidente lo falso de las acusaciones ¿cómo poner en duda su inocencia escuchándola en ese tono dolorido que partía el alma?
Tan desvalida, tan frágil que se la veía, ninguno de los presentes alcanzó a imaginar que un segundo le sería bastante para montar en la escoba como lo hizo y salir atravesando el techo sin dejar ni rastro.
Pudo parecer una huida precipitada pero nada más lejos de la realidad, Benilde no dejó desatendidos sus “deberes”. A Benilde ahora se la busca por todo el reino, veinte monedas de oro a quien facilite datos que permitan dar con ella. Se trata de desagraviarla, pedirle perdón, satisfacerla en todo cuanto ella estime pertinente; lo que sea menester para que deje sin efecto su venganza. Desde aquella noche, no pasa día sin que los soldados del ejército imperial que formaban el pelotón se vean libres de pasar por el excusado (cuando llegan, que no siempre), al menos una docena de veces al día. Dos docenas el capitán.

Pascual Martín
Grupo B


Leyendas de mi pueblo
(Breve historia del Rey Enrique IV “El Impotente”)

Casado con Juana, hija de los Reyes de Portugal, tuvo una hija llamada Juana , a la que apodaron, la Beltraneja.
Hasta aquí todo normal, pero ocurre que dado su condición de “impotente”, parece ser que esta hija, pudiera ser del valido del rey, un tal Beltrán de la Cueva, lo que si demostraría su condición de válido.
El rey para acallar todos los rumores existentes, nombra heredera de Castilla a su hermana Isabel la Católica en detrimento de su “hija” Juana la Beltraneja.
Cantalapiedra en aquella época (Siglo XV), era villa episcopal, con más de 5000 habitantes, siendo un pueblo fortificado y próspero, se puso de parte de Juana la Beltraneja, y los Obispos y poderosos de parte de Isabel.
Como suele ocurrir antes y ahora, los partidarios de Isabel con más medios que los calabreses, asediaron Cantalapiedra, y consiguieron nombrar a Isabel reina de Castilla, destruyeron las murallas, de la cual solo queda un torreón, y lo que era una localidad próspera, empezó a decaer en todos los aspectos. Actualmente tiene unos 900 habitantes.

Moraleja: “El pez grande siempre se come al chico”. En la Edad Media y en el Siglo XXI

Luis Iglesias
Grupo B


“Que es in clausura tua sicut lorica”
(Que estás en tu ciudadela como en una coraza)

La-do-si-la-sol-do-si-la-si-sol-la... las notas sonaban en su cabeza sin pausa y ella las reflejaba en el papel de manera simultánea, mientras su garganta entonaba “Oh virga ac diadema”, do-re-si-la-do-si-la-si “purpurae Regis”. Las dotes visionarias, de las que en muchas ocasiones había renegado, favorecían su capacidad para crear y, en estos momentos lóbregos, le regalaban la música. La escritura se había convertido en un gozo cuando empezó a usar el papel y la pluma que fabricaban los hermanos benedictinos en los monasterios de Francia y dejó definitivamente atrás la laboriosa tarea amanuense a base de cálamo y membrana.

-Sol-la-la-sol-sol-mi-sol-la: “que es in clausura”

-¡Oh! ¡Sí! –exclamó. La composición musical era un bálsamo para su espíritu tras los enfrentamientos con los prelados de Maguncia.

- Esos canónigos incultos, instalados en palacios lejos del pueblo cristiano, se atreven a criticar la caridad que Jesucristo predicó- murmuraba. Deseaba alejar de su mente esas cavilaciones e intentaba llenarla con los dibujos de las notas musicales: do-si-la: “Tua”. Si-sol-fa-mi-sol-la-la: “Sicut lorica”.

Sentada a la puerta del claustro para aprovechar la luz del día, luchaba con esos pensamientos que la llevaban por otros derroteros. A pesar del sol de mayo, la jornada se mostraba dura en temperatura y hacía que sus manos se agarrotasen. Cada poco, se frotaba con alcohol de romero para atemperar los dedos y apaciguar el dolor que le producía esa artrosis pertinaz, que a sus años ya no tenía visos de abandonarla. Contempló su hábito blanco, que había perdido el lustre hacía muchos años, y recordó con nostalgia la primera túnica oscura confeccionada con estameña, aquella que vistió por primera vez cuando sus hermanas en Cristo la nombraron Abadesa y que nunca hubiese tenido que abandonar, pero que se vio obligada a desechar cuando los benedictinos adoptaron una nueva apariencia con la que diferenciarse de otros religiosos. Acató la voluntad de la Orden con humildad y a pesar de advertir de las dificultades que conllevaba la ropa blanca en las tareas monacales, cumplió e hizo cumplir las normas en el convento, aunque siempre pensó que tal precepto sólo podía salir de mentes masculinas.

La partitura se desdibujaba ante sus ojos, la mente le jugaba una mala pasada, debía dejar la música en este momento para reflexionar de nuevo sobre su situación. El arzobispo no se había pronunciado aún sobre los hechos pero los prelados se habían hecho fuertes y, en ausencia de éste, le habían impuesto las prohibiciones más duras que se le podían aplicar como abadesa, desde asistir a misa a cantar los salmos religiosos del salterio. Estos clérigos disolutos tendrían que aceptar una vez más la derrota por parte de una abadesa; de una mujer, más astuta e inteligente que todos ellos juntos. Su único afán era ahora crear música, nuevas composiciones que loasen al Altísimo, distintas de aquellas que componían el libro de salmos, para burlar el castigo. Con ello volverían la música y las alabanzas a los recintos del monasterio, sin contravenir el dictamen eclesiástico.

Mientras el frío se instalaba en los huesos el calor se adentraba en el corazón para recordar a Joao de Soares, enterrado un año atrás en el cementerio de la comunidad. Llegó a las puertas del convento maltrecho y derrotado tras la acusación de herejía que había formulado su compañero en el Temple, Gonçal de Aveiro. Vestía el manto blanco, adoptado por la Orden como símbolo de pureza y castidad, del que habían arrancado la Cruz patada roja, que debía estar cosida sobre el hombro izquierdo, encima del corazón, en señal de distinción de caballero. Su rostro reflejaba la afrenta de la que había sido objeto y el martirio al que estaba siendo sometido por la imposibilidad de recibir los sacramentos, incluido el desahogo de la confesión.

Aveiro tenía el oscuro objetivo de incautarse de los bienes familiares que su amigo en las armas y en la fe había dejado en Portugal. La codicia hizo que urdiese una traición acusándole de grandes pecados contra Dios y contra los hombres y fue tal la mala fortuna que el papa, a quién sólo debían obediencia los caballeros templarios, creyó al felón y ordenó la excomunión del Pobre compañero de Cristo, Soares.

-Era un hombre temeroso de Dios, que sólo buscaba refugio entre unas paredes santas donde morir en paz- se lamentó en voz alta rompiendo el silencio claustral del atardecer. La injusticia de la que había sido víctima el caballero templario la descomponía. Más aún la impiedad de aquellos que vienen en llamarse santos para ocultar sus vidas licenciosas pero que juzgan sin atisbo de misericordia al resto de los humanos.

-Sí. Le acogí en la abadía- murmuró.

-Sí. Le ofrecí el amparo de estos muros para que pudiese reconciliarse con Dios y con los hombres en los últimos días de su vida… Y después le di sepultura en tierra sagrada. ¿Cómo no hacerlo? ¿Por qué no hacerlo?

-Y sí, me negué a desenterrarlo, contraviniendo la orden religiosa- decía en voz alta, sin percatarse de que era observada por una de las monjas benedictinas.

-Madre, -le indicó la hermana- el sol quiere dejarnos y el frío empieza a calar los huesos, ¿Nos preparamos ya para las vísperas?

Hizo una pequeña inclinación de cabeza para confirmar su disposición a entrar en la iglesia y a iniciar las preces con la congregación. Antes de levantarse apuntó aún las notas y la última frase del verso: do-si-la -si-sol-fa-mi-sol-la-la: “tua sicut lorica”.

-¡Oh vástago y corona de púrpura real, que estás en tu ciudadela como en una coraza!- leyó la estrofa en voz alta.

Guardó en el stilarium la pluma de ganso, que tan finamente le había escogido y tallado la hermana cocinera y, consciente de que incurría en pecado de soberbia, emprendió el camino hacia el oratorio satisfecha de su astucia por burlar, de nuevo, a los impíos, puesto que iba a celebrar los rezos y a cantar con las hermanas; eso sí, entonando sus propias composiciones.

A lo largo de su vida se había visto envuelta en muchas otras batallas para defenderse y para proteger a sus reverendas hermanas de los mandatos de sacerdotes, abates, obispos o cardenales que sólo por su condición masculina gozaban de un estatus superior y lo ejercían, a menudo, de forma indiscriminada o, peor aún, sin atisbo de talento. Sólo por eso se sacrificaba día tras día permaneciendo a la intemperie, disfrutando de la luz y padeciendo el frío, para crear sus obras musicales y para demostrar, una vez más, el triunfo de la lucidez sobre la mezquindad.


Este breve relato se inspira en un episodio de la vida de Hildegard von Binde (1098-1179). Abadesa, mística, escritora de ensayos de diversas disciplinas y compositora de música, que fue proclamada doctora de la Iglesia y canonizada en 2012. Se la conoce como la Sibila del Rin.

Las notas musicales reflejadas en el texto se corresponden con la interpretación musical actual, puesto que en el siglo XII no existía la nota Si y la nota Do se denominaba Ut.

Maxi Moreno
Grupo B


Después de las grandes batallas de espadas y escudos. Llegó una de las niñas más valientes de la ciudadela, abrió paso el portón y entró al castillo. Junto a su hermano bastardo. Los aldeanos la miraron con intriga y siempre a la orden de la niña que había movido la gran batalla. La reina de la ciudadela ordenó limpiar el caballo, darlo de comer y revisarle las patas y cualquier rasguño que pudiera tener. Arya ordenó establecer los grupos para formar un equipo mucho más completo. Y abrir fronteras con los vecinos. Arya prometió muchas menos batallas a largo plazo y establecer una buena bandera.

Iria Costa
Grupo B

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