Literatura y westerm

En la sesión del lunes pasado hablamos de Literatura y Western. El ambiente era tranquilo en la cantina. El pianista aún no había recibido ningún impacto de bala. Sobre la barra corría como pólvora la zarzaparrilla.
Pero todo enmudeció en un instante, cuando dos hombres sellaron con un trago su duelo al sol.

Leímos los poemas "Con sombrero vaquero", de Diego Navarro, "Farwell", de Pere Gimferrer y "La canción del oeste" de Luis Cernuda:

(Con sombrero vaquero)

Hecho el aire de pólvora ligera,
navega verde-azul a noche viva,
mientras la gracia del jinete estriba
en el volumen de su cartuchera.

Galopa a espuela y crin la carretera,
con emoción de angustia primitiva,
y una doncella corre a la deriva,
loca de sol, de tiros y de espera.

Músculos de primor, fríos, tirantes,
hierros bajo el percal de la camisa,
firman el gozo de una valor sin tacha.

Ya hacia el Oeste van lunas y amantes
a conquistar, audaces, la sonrisa
de un jazmín sin olor, rubio y muchacha.


Farewell

Como Shane, el hombre de los valles perdidos,
que tenía los ojos azules y cantaba viejas baladas del Oeste,
como Shane, que tenía dos pistolas nacaradas
y la alegría de la inmortalidad en sus pupilas,
como Shane, que hablaba de lejanas praderas y bosques, de sosos y
serpiente de cascabel,
de puertos y tifones y sirenas
y del Buque Fantasma,
y era joven como el agua y como ella reflejaba la luna cambiante y
amarilla de abril,
y era joven como el amor y sus mariposas encendidas,
y era joven como la tristeza,
y tenía los ojos azules y dos pistolas en su canana,
como Shane el luminoso,
joven como la luz,
como Shane y sus valles perdidos bajo las temblorosas estrellas...


La canción del oeste

Jinete sin cabeza,
Jinete como un niño buscando entre rastrojos
Llaves recién cortadas,
Víboras seductoras, desastres suntuosos,
Navíos para tierra lentamente de carne,
De carne hasta morir igual que muere un hombre.

A lo lejos
Una hoguera transforma en ceniza recuerdos,
Noches como una sola estrella,
Sangre extraviada por las venas un día,
Furia color de amor,
Amor color de olvido,
Aptos ya solamente para triste buhardilla.

Lejos canta el oeste,
Aquel oeste que las manos antaño
Creyeron apresar como el aire a la luna;
Mas la una es madera, las manos se liquidan
Gota a gota, idénticas a lágrimas.

Olvidemos pues todo, incluso al mismo oeste;
Olvidemos que un día las miradas de ahora
Lucirán a la noche, como tantos amantes,
Sobre el lejano oeste,
Sobre amor más lejano.


Y centramos después nuestra atención en el libro "Duelo al sol" de Manuel Marsol, publicado por Fulgencio Pimentel
Si nos asomamos a la web de la editorial leemos:

Western atípico de la mano de uno de nuestros ilustradores más internacionales, Duelo al sol es el primer tributo que Manuel Marsol dedica a su pasión por el lejano Oeste, un dilatado y tenso duelo entre dos mundos, lleno de humor y ternura, que acaba convirtiéndose en una parábola sobre la necesidad de entendimiento.

Un sol ardiente, una calavera reseca y un matorral que pasa girando vertiginosamente junto a nuestros pies. Dos hombres se miran fijamente a los ojos: separados por un arroyo, el indio y el vaquero solo esperan a esa señal invisible que marque el inicio del duelo, abocado a un final fatídico. Es entonces cuando mil y un contratiempos retrasan sus planes: un pájaro se posa en el revólver del vaquero y más tarde hace caca en su sombrero; una nube de formas caprichosas los enreda en un diálogo de besugos; el estruendo de una locomotora impide momentáneamente el entendimiento; los caballos se impacientan y prefieren mantener un idilio por su cuenta; un enorme bisonte pone en fuga al vaquero, que acaba refugiándose… en los brazos de su rival. Pasan las horas, el sol se pone sobre nuestros amigos. ¿Adónde nos lleva todo esto?


Galardonado por la Asociación de Librerías Sorcieres (ASLJ) y la Asociación de Bibliotecarios de Francia (ABF) con el premio Carrément Sorciere Fiction 2019, y por la Feria del Libro y la prensa juvenil de Montreuil con el premio Pépite 2018 al Mejor libro ilustrado, Duelo al sol se presenta como un film en Technicolor (sin olvidar incluso el clásico The End seguido de los créditos finales). El multipremiado autor de El tiempo del gigante y Yokai (ambos junto a Carmen Chica) se sitúa así en uno de sus escenarios favoritos, solo que sublimando la violencia implícita del western para hilvanar una comedia inevitablemente humana y llena de imprevistos que apelan a la unión y la solidaridad entre iguales.



Jugamos después a recrear un duelo al sol moderno, en un ámbito diferente al del desierto o el poblado oeste.

Y  leímos la carta de Toro Sentado al presidente Franklin Pierce:

El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.
¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.
Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. "Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras, es mucho lo que pide. El Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros. El será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras.
Más, ello no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daréis a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermano sino su enemigo. Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.
No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizá sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje y no comprende las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegarse de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. Pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. El ruido de la ciudad parece insultar los oídos. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna? Soy un hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.
El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta. Y, si os vendemos nuestras tierras, debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.
Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí.
Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen el suelo se escupen a sí mismos.
Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.
Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con el -de amigo a amigo no puede estar exento del destino común-. Quizá seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensáis quizá que sois dueño de nuestras tierras; pero no podéis serlo. El es el Dios de la humanidad y Su compasión es igual para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para El y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza la superv
ivencia...".


Propuesta de escritura

Escribe a Toro sentado para contarle tu impresión sobre su carta. O también puedes escribir la respuesta que podrías dar -si fueras presidente- a las reclamaciones del pueblo indio.

Y estos son los trabajos recibidos hasta el momento:


Carta a toro sentado

Querido Toro Sentado, hijo de la tierra del sol y del viento:
querido porque despiertas amor, porque dices la verdad.
Santa y sagrada la tierra que te tiene en su seno, el sol que ungió tu rostro,
el viento que te permitió oler la yerba.

Tengo que decirte que en este siglo XXI, hay millones de hombres que sólo
pisan asfalto, no la sagrada tierra, no miran la puesta del sol, suprema
hermosura, no respiran aire limpio sino contaminación.

Siguen buscando ¿qué riquezas?… Esquilman la naturaleza,
quieren comprarlo todo nos hacen adorar falsas imágenes,
distraen y destruyen nuestras almas, adoran colorines de plástico, 
dañan, esquilman, no tienen derecho

No se han enterado de nada, atacan nuestro derecho a ser
hijos de la tierra dignos…

Toro Sentado, no hemos cambiado casi nada,
oigo tus palabras en los ecos del trueno en la tormenta.
Gracias, Gran Hijo de la tierra que nos sostiene a todos.
Un día devorará la vegetación los rascacielos.
Tus palabras de yerba vencerán.

Emilia González 
Grupo B


Salvados por el móvil

El reloj de la plaza dio siete campanadas, las siete de la tarde de un sábado caluroso de mayo, donde el bullicio y el colorido la inundaban. Las mujeres, cansadas del largo invierno, habían guardado sus grises y marrones, lucían verdes, amarillos, rojos, que junto con el dorado que el sol iba dejando sobre la piedra, hacía que todos, foráneos y turistas disfrutaran del ambiente, completado aquella tarde por las casetas donde encontrar los libros más variados y curiosos y, con un poco de suerte, oír o ver a alguno de sus autores, feria del libro, uno de los eventos que la engrandecen aún más. Lugar de encuentro. “Nos vemos en la plaza”. “Vamos a dar una vuelta hasta la plaza”.

Las terrazas estaban a tope, encontrar una mesa libre era tarea de titanes, había que estar al acecho, adivinar movimientos, algunos más decididos hasta preguntaban si pensaban quedarse mucho. Nosotros éramos de los afortunados, teníamos mesa a la sombra y, desde ese palco privilegiado, además de disfrutar de un rico helado, una conversación poco trascendental, mas bien nos sorprendían las que oíamos, observábamos cuanto acontecía a nuestro alrededor. Nos fijamos en ella, una señora bien parecida, algo entrada en carnes, de unos sesenta años, era de las que estaba al acecho. Y en él, un chico de veintitantos, majete y también buscando su presa. En la mesa contigua a la nuestra hubo movimiento, los dos llegaron a ella, había una pareja, él se puso de pie y nuestro chico se apoyó sobre el brazo de su silla, esperando que quedara libre y sentarse, nuestra señora, sin esperar, se sentó en una de las sillas que había libre.

-Señora, lo siento pero he llegado antes que usted, esta mesa es para mí-
- Tú dirás lo que quieras, pero la que estoy sentada soy yo, no me pienso mover-
-Usted tiene más cara que culo ¿y sabe lo que le digo? , que yo tampoco me muevo-
- ¡Grosero, maleducado!-
-Y usted una aprovechada, que llegó a empujones.-
- ¡Sinvergüenza, más que sinvergüenza!-
-¿Usted sabe lo que es la vergüenza?-

El tono iba subiendo, el camarero presto a intervenir. De pronto sonaron dos móviles.

–Si Juan, ya tengo mesa, estoy en el Novelty.-
-Sí Carmen , tengo mesa, estoy en el Novelty.

Al momento distinguió a su marido, un poco despistado.

- ¡Juan estoy aquí!- Gritó a pleno pulmón.
- No te veía Maruja, veía la mesa ocupada por este joven.-
-Nunca mejor dicho, ocupada, ¡menudo okupa tenemos aquí!, me ha querido quitar la mesa y me ha insultado.-
-¿Cómo te atreves, muchacho?-
-Si todas las verdades que le cuenta son como esta, ¡menuda joya tiene usted!-

De pronto las miradas se dirigieron a una mano que se agitaba a modo de saludo, su sonrisa de oreja a oreja.

-Pero bueno, ¿cómo es que estáis los tres juntos? ¡Vaya sorpresa!, ahora me lo contaréis.-

Era Carmen, hija de nuestra señora, y la Carmen a la que esperaba nuestro chico. Las miradas que cruzaron entre ellos antes de empezar a hablar, hubiera sido impensable hacía unos minutos, se entendieron como no lo habían hecho antes. Se debieron sentir tan avergonzados de su comportamiento, o por querer cortar la expectación que habían creado a su alrededor, lo que oímos no tenía nada que ver con el duelo que esperábamos.

-Ya ves hija, este joven, tan educado y atento me ha permitido compartir su mesa-Nosotros percibimos un cierto tonillo, que entendíamos.
-¿Cómo iba me iba a permitir ocupar yo solo una mesa, que tuve la suerte de que quedase libre, viendo que ella también la quería?, así que la invité a sentarse, suponiendo que tú lo entenderías.-

Ahí también hubo un tonillo sarcástico

- Papá, ¡vaya suerte que tenemos con nuestras parejas!

Decidimos irnos, preferimos suponer distintos finales.

Inés Izquierdo
Grupo A


Al hombre blanco y culto

Yo descendiente espiritual de Tatanka Iyotanka, más conocido como Toro Sentado, jefe guerrero y espiritual de los sioux y otras tribus, me dirijo a vosotros, hombres blancos y cultos, para demandar el cumplimiento de las promesas con las que, respaldadas por las armas, lo obligasteis a vender las tierras que por generaciones dieron cobijo y sustento a su pueblo.

Sus palabras siguen inmutable y permanentes en el viento y en las rocas, en la lluvia y en las cenizas de sus muertos, en tanto vuestros contratos, pomposos y grandilocuentes, apenas si duraron lo la vida del conejo en las garras del águila.

Gran Toro Sentado no vendió nada que no pudiera ser tasado con un precio; y jamás anido en su mente vender cualquier bien cuyo importe pudiera computarse en valor. Sabed, pues, que no os vendió el aire, ni el centelleo del agua, ni la lluvia, ni el aliento que da vida a los animales y a las plantas; tampoco el rumor del viento, o el azul del cielo, donde las nubes componían transparentes gotas que se derramaban copiosas sobre la tierra. A nadie, salvo a la Vida, pueden pertenecer los riachuelos, juguetones y cantarines. Todo cuanto os cedió fue a condición de que lo transmitiríais en el mismo estado a vuestros hermanos del futuro.

Sin embargo, vosotros, hombres blancos y cultos, sois crueles e insolidarios. Hicisteis putrefactos ríos de las cristalinas aguas que os prestaron, emponzoñándolas, sin afligiros en vuestra conciencia el que nuestros hermanos peces se debatan moribundos.

Perforasteis la tierra hasta lo más profundo para, en vuestra inconsciencia, derrochar, sin tino y sin escrúpulos, la riqueza que tanto tiempo y esfuerzo llevó atesorar.

Desde mi pobre atalaya, trato de recrearme en el verdor que envolvía la tierra y también lo habéis destruido. Su piel está desnuda y calcinada, por tanta irresponsabilidad, por tanto egoísmo, por tanta locura. Un ruido insoportable martillea mis sienes duramente, mientras oigo el lamento de cada árbol centenario que hicisteis alimento de las llamas, y el triste quejido de la jungla a la que no cesáis de fustigar.

Me hiere vuestra sordera al dolor de las madres que, entre sollozos, arrullan el hambre de sus hijos; o cómo vuestra insensibilidad impide un sitio a quienes diferencia únicamente el color de la piel o de la raza.

Yo, rústico e inculto campesino, descendiente espiritual de Tatanka Iyotanka, jefe guerrero y espiritual de los sioux y otras tribus, depositario del legado de mis antepasados, reclamo y exijo piedad con los cuerpos marchitos y encorvados por los años y el trabajo. Nuestros antepasados nos enseñaron a valorar a los ancianos, manantiales de sapiencia y de templanza, y a asignarles el puesto de honor que por justicia les corresponde.

Quiero recordaros a vosotros, hombres blancos y cultos, palabras de Toro Sentado, escritas en el viento y en las rocas, que nunca os detuvisteis a meditar: “La tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Lo que ocurre a la tierra, ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Esta tierra es preciosa para Dios”.

Evaristo Hernández
Grupo B


Duelo al sol

Como un rayo, el hombre que vestía de negro desenfundó disparando dos veces con el acierto de siempre. Su contrincante ni siquiera había llegado a tocar la culata de su revólver; se estremeció con cada uno de los proyectiles que impactaron en su pecho y cayó fulminado al suelo polvoriento de la calle. Al instante un rosetón rojo comenzó a extenderse por su camisa a la altura del corazón. El tercer muerto en la mañana; el de negro tenía sin duda el oficio bien aprendido. Ahora, con parsimonia, sopló el cañón de su colt, extrajo del tambor los casquillos sustituyéndolos por dos cartuchos nuevos que tomó de la canana y girando el arma sobre su dedo índice la volvió a la funda sin mirar, con expresión vacía que hubiera suscrito el propio Clint Eastwood.

—¡Corten! —gritó el director—. A partir de ahora continuaremos con armas de fogueo; no vamos a ganar para actores secundarios.

Pascual Martín 
Grupo B


Grandes Jefes
Amigo/a remitente:

El/la remitente eres tú, compañero/a del taller que ha dirigido una carta al Gran Jefe Toro Sentado, habiendo leído previamente la que él envió al Gran Jefe de Washington.

Qué bonitos textos los vuestros. Pero es fácil —perdonadme, no pretendo minimizar vuestro trabajo— escribir dejándose llevar por sentimientos “buenos”. Quiero decir, de los que esta sociedad en la que vivimos tiene catalogados como “buenos”. No digamos ya si nos enciende la cosa poética y nos entregamos a estigmatizar lo “malo”.

Todo muy cierto lo que decís, pero es solo —entiendo— una parte de la verdad. El Gran Jefe de Washington pretendía “comprar” las tierras a los de Toro Sentado. No lo entendería muy bien el gran Tatanka Iyotanka, no es fácil que los siouxs comprasen tierras a los de otras tribus con los que guerreaban; debía ser otro el procedimiento para hacerse con ellas.

Amigos del taller: de acuerdo, el progreso acaba con todas esas cosas preciosas que detalláis; y el progreso es obra del hombre blanco, no tenemos otra que entonar el mea culpa.

Pero es gracias al progreso quizá, que vosotros habéis podido escribir vuestras cartas; no sé si habéis pensado en ello. No me refiero al ordenador que el hombre de piel blanca creó y puso a vuestro alcance (que también), sino al hecho de que muchos de nosotros ni siquiera existiríamos si no fuera por el progreso. Cuando yo estudiaba, los que sabían de eso (maltusianistas, qué palabro) defendían que dado el modo como crecían la población por un lado y los recursos por otro, si no era “gracias” a las guerras, la peste, etc., la humanidad acabaría muriendo de hambre. Pues ya veis, compañeros, 7.600 millones de personas cabemos en el mundo (de momento); y no comemos menos que antes; y vivimos más tiempo; y más sanos. A lo mejor nosotros formamos parte, ¿por qué no?, de ese “extra” que existe gracias al progreso.

¿Que de haber ganado los sioux hubiera sido lo mismo? Yo no lo tengo tan claro, me quedo con la certeza de lo que podemos disfrutar hoy día; aunque las paredes de mi casa no se adornen con cabelleras de mis enemigos.

En palabras del propio Toro Sentado, «Esta tierra es preciosa para Dios». ¡Toma, claro!, y todas las tierras, creo yo. ¿Y no es preciosa para Dios la existencia de esa mitad (por lo menos la mitad) de hombres y mujeres que hoy puebla la Tierra gracias al progreso? Aparte de que Dios nos hizo como nos hizo de inteligentes para algo. También, por supuesto, para que escribamos cartas bonitas al Gran Jefe sioux y valoremos en grande su manera de vivir en comunión con la naturaleza. Es posible, no sé, que haya muy poca gente que ame a la Naturaleza tanto como el que suscribe, pero esa es otra cuestión.

Compañero/a del taller: ¿me perdonas el atrevimiento, verdad? Muchas gracias. Es que yo, ¿sabes?, tengo la manía puñetera de felicitarme por lo que se ha puesto a mi alcance; prefiero eso a lamentarme de lo que me falta. Muchas gracias, repito. Un abrazo.

Pascual Martín
Grupo B


Carta a Toro Sentado

Después de leer atentamente su carta y de analizar la relación del hombre blanco con su entorno, tengo que decirle que sus reclamaciones están plenamente vigentes en el siglo XXI. existen organizaciones que luchan por la conservación del planeta, porque seguimos destrozándolo, llenándolo de residuos que tardan muchísimo en desaparecer, extinguiendo animales y plantas, deshaciendo glaciares y hasta hemos conseguido cambiar el clima.

Todo esto se está volviendo contra nosotros y si no ponemos remedio, el futuro que dejamos es aterrador.

Quizá entendimos que el dios del hombre blanco dijo que había que someter a la tierra y a los animales, no quisimos darnos cuenta de que respetar lo que nos rodea y entender que es tan importante y necesario como nuestra especie, nos haría vivir mejor, en el presente y en el futuro.

Con todo esto, no podemos presumir de ser más civilizados que su pueblo.

Le saluda atentamente:

El hombre blanco.

Teresa Sanz
Grupo B

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